Friday, June 15, 2007

La vida hace extraños compañeros de viaje

Sábado 09/06/07
Sólo los buenos ingenieros son capaces de hacer que un proyecto que se apoyaba en cuatro pilares acabe descansando exclusivamente sobre dos y que además tenga un aspecto estupendo.
El sábado salimos de Houston a las 8.00 AM Joaquín y servidor, servidor con dos horas de sueño, llegué a casa y la encontré vacía. Estuve en la piscina compartiendo compañía, volví a casa a las 5.00AM y la casa seguí vacía… vacío, vacío, vacío.
De camino hicimos la primera foto al lado de una señal de trafico que decía: “No recoja autostopistas – Prisión cercana”, ya empezamos con las risas, esas mismas que nos llevaron a un chiste un poco privado: la hora del Ángelus particular de Quinín y de este que escribe es a las 12.00 PM, claro, pero santificamos las fiestas con una cerveza y picando algo. De esta cabeza de cantamañanas salió algo así:
“Quinín, esta hora del Ángelus va a ser como si te pasase en el Vaticano...”, las risas inundaron el Mercury del gallego que replicó: “Sí, es como si fueras caminando por Via Della Conziliacione y te acercas a rezarla a la Plaza de San Pedro…” todo esto porque el plan que teníamos era visitar Shiner, un pueblo entre Houston y San Antonio donde está la fábrica de cervezas con el mismo nombre, nuestro vaticano particular en esta ocasión.
Conduciendo, conduciendo, conduciendo llegamos a un pueblo llamado East Bernard, donde Quinín hizo unas fotos magnificas a edificios, ruedas viejas, vías de tren, carteles de coña, personas resacosas con sombrero de vaquero barato...
Llegamos, el plazo era llegar a vaticano cervecero a las 11:00 y a las 11:02 estábamos entrando por la puerta de la tienda de souvenirs de la fabrica, que estaba cerrada al publico sábados y domingos, igual que la oficina de información al turista, merde!
Charlamos con la mujer que atendía la tienda y que además da muestras gratuitas (cuatro por persona) de los diferentes tipos de birra que fabrica Shiner, fotos por doquier hasta detrás de la barra, vimos el video de fabricación y nos reímos por esa costumbre tan elegante y distinguida de encontrar parecidos a la gente. Un tipo que entró era la viva imagen de Art Garfunkel, Quinín se descojonaba, la cerveza hacía su efecto, la mujer de la tienda estaba encantada con nuestra conversación y yo le pregunté por un viejo proyecto de viaje el año pasado, el pueblo de Gonzales.
Tras la bebida llegaron las fotos en los alrededores de la fábrica, aquello era como los trofeos de caza que un dentista de fama tiene en el salón de su casa, más risas... y después hambre, mucha, así que paramos en el restaurante “Country Corner Café” donde había un tipo con una pierna de plástico, un tren eléctrico que recorría todo el local a la altura del techo, clientela muy agradable de ver, camareras aún más... nos gustó el sitio. Dios no me dio una cara agradable de mirar, ni una nariz de Apolo pero en su lugar me dio un acento particular cuando hablo en inglés, que se hace muy curiosa al oído, y que abre y cierra muchas puertas. Comimos Tex Mex, devoramos debería decir, y le pregunté a la camarera que se podía hacer en Shiner además de ver la cervecera, poco más, muy poco más. Un cliente nos habló de la Iglesia que ya estaba en nuestros planes y del picnic que se iba a celebrar el domingo. Encontramos el templo, Iglesia de los Santos Cirilo y Metodio, una preciosidad con vidireras importadas de Bavaria, esta zona la poblaron muchos emigrantes de Chequia, Austria y ciertas partes de Alemania y se ve en muchas cosas. El templo era nuestro, pudimos ver hasta los confesionarios, se estaba tan a gusto... allí no había nadie y teníamos tanto cansancio... intenté convencer a Quinín de lo bueno que sería quedarnos en la Iglesia a descansar, pero él es un tipo temeroso de la Ley de Dios y comenzó a reírse y a hablar en un idioma extraño como si estuviese lleno de mosto.

Supongo que algún día leerás esto, Joaquín:
1. Uno no duerme siesta en una iglesia, sólo cierra los ojos y deja que Dios le hable en sueños.
2. El Dios castigador era el judío que además nació en la Alpujarra y ya ha descargado en mí su ira primero, y su indiferencia después.
3. A los invitados de la boda no les hubiera importado encontrarnos allí dejando que Dios nos hablase, ellos hubieran sabido que no dormíamos sino que comunicábamos.
4. En el caso remotísimo de que les hubiese importado no hubiera pasado nada, ni la policía, ni los GEO, ni el ejército ni nada excepto el Dios alpujarrense nos puede hacer salir de una iglesia.
(y) 5. No nos hubiéramos despertado estirándonos o bostezando justo en el momento del “Yes, I do.”
Nunca te perdonaré esto, nunca.

Dimos el último paseo, sacamos fotos a un cañón, y nos marchamos en dirección a Gonzales, el pueblo en el que mi pasado se iba a encontrar con mi presente por última vez con el maletero cargado de sueño. Las millas se hacían largas, por fin llegamos y buscando una gasolinera dimos con hoteles y con el centro del pueblo, precioso a la norteamericana.
Cogimos habitación en un hotel y dormí profundamente durante tres horas como hacía mucho tiempo que no pasaba pero me levanté peor porque estuve llevando una caraja inmensa en mi espalda el resto del día.
Regresamos al centro del pueblo y vimos la plaza, la luz se estaba yendo pero al fotógrafo le dio tiempo a sacar algunas de postal... Tras las fotos unas bebidas, ya sabéis, un par de cervezas nunca hicieron daño a nadie. El único bar de las cercanías era el Long Ranch Salon con ambiente de good ol’ country people, es decir: dos borrachos, el tonto del pueblo, dos parejas, la dueña del local y una camarera de pelo rubio, I like this bar...
Un borracho se nos acercó y habló sobre lo bueno de los bares viejos e insistía en llevarnos a uno que se estaba cayendo a pedazos y en el que no se podían sacar fotos, estaba más bebido que yo, así que declinamos su invitación y preguntamos a la camarera donde ver gente más joven. Nos escribió como llegar y nos dejó un número de teléfono al final del papel, el bar estaba en una carretera que estaba apartada de pueblo, antes de dirigirnos allí cenamos en un Whataburguer, lugar que nos trajo a la cabeza viejas historias de atracos y algunas bromas al respecto. No lo conseguimos, no hubo forma de dar con el Boomer Sports Bar, nos hicimos la carretera cuatro veces y no dimos con él. Decidimos regresar al Long Ranch Salon, ya sabéis un par de cervezas nunca hicieron mal a nadie, y desde allí a la cama, pero antes nos dio tiempo a reírnos un rato con el capítulo de la Biblia favorito de Quinín, las leyes del Deuteronomio:

1 No entrará en la congregación de Jehová el que tenga magullados los testículos, o amputado su miembro viril.
2 No entrará bastardo en la congregación de Jehová; ni hasta la décima generación no entrarán en la congregación de Jehová.
3 No entrará amonita ni moabita en la congregación de Jehová, ni hasta la décima generación de ellos; no entrarán en la congregación de Jehová para siempre,
23:17 No haya ramera de entre las hijas de Israel, ni haya sodomita de entre los hijos de Israel.
23:18 No traerás la paga de una ramera ni el precio de un perro a la casa de Jehová tu Dios por ningún voto; porque abominación es a Jehová tu Dios tanto lo uno como lo otro.
Risas y sueño, sueños y risas, como en los viejos tiempos pero con otra persona.

Domingo 10/06/07
Amaneció en Quininland a las 6.30 y en Monsieurbleulandie a las 7.30 con este verso en la cabeza: “Barras de bar vertederos de amor”.
Desayuno, ducha y de camino a la ruta de casas monumentales de Gonzales, primero pasamos al interior de una iglesia presbiteriana, se acercaron a nosotros porque éramos nuevos y nos preguntaron si nos acabábamos de cambiar a vivir a la ciudad. ¿Mujeres sacerdotes? Creo que nos hemos equivocado de Iglesia, Joaquín, y salimos de allí.
En Gonzales, el pueblo más antiguo de Texas, hay ochenta y ocho edificios que ver (http://www.gonzalestexas.com/visitor/tours_historicoverview.asp) , hay unos bed and breakfasts muy estilosos en el centro del pueblo y casas de menos de doscientos años que merecen la pena. La estrella de la parte de la ruta que pudimos hacer fue la casa de WB Houston (http://www.gonzalestexas.com/visitor/tours/tours/HistoricDriveZoom.asp?site=The+W.B.+Houston+House&pict=wbhouston1021.jpg). Un palacete de cuento de hadas en color azul celeste de ese que me gusta, tiene hasta un torreón con terraza en el que desayunar fresas y vino de Asti, una preciosidad que nunca verás, o quizá sí. También dimos con una gasolinera antigua y hubo sesión fotográfica de nuevo.
El calor apretaba de lo lindo, así que salimos hacia Yoakum, un pueblo a veinticinco millas al SE, otro muy bonito pero sin nadie en la calle, el calor era sofocante. Volvimos a Shiner a buscar “refresco”, había picnic en la Iglesia de Cirilo y Metodio, llegamos y allí no había ni Dios… entré en la Iglesia y vi que la fiesta era en un pueblo cercano, Halletsville. En él comimos en un restaurante que servía barbacoa y en el que había un jersey azul, de ese que me gusta a mí, que servía mesas y alegraba la vista a los comensales. Allí además de comer muy bien nos informaron de donde encontrar el campo de la fiesta.
La iglesia de Santa Ana es la iglesia rural más antigua de Texas, data de 1840, lo que nos encontramos era una autentica verbena tejana, “mujeres jugando al bingo por 25 centavos el cartón para ganar latas de refresco y termos de puto plástico mientras sus maridos se ponen de cerveza hasta arriba viendo la subasta de objetos donados para la ocasión” como muy bien definió Quinín. Amenizando una banda de polka que aburría a las ovejas y que entre tema y tema bebían Gatorade, incluso hicieron una versión de ‘Folson Prison Blues’, el gatorade se sube mucho…
Salimos de allí como alma adormilada que lleva el demonio en dirección a Moulton un pueblo en el que nos encontramos más de lo mismo, edificios antiguos y nadie en la calle. Unas fotos, un camión Peterbuilt aparcado y de camino a un pueblo para coger la I10 en dirección a Houston, el camión de Torcuato.
Flatonia, que como dice el gallego tiene nombre de una república de película de Woody Allen. No había mucho que ver, en un DQ paramos a tomar un helado llamado Blizzard que tiene como particularidad que antes de dártelo le dan la vuelta al vaso para que compruebes que no se caen… cosas de este país. Yo ya había estado en Flatonia, no recuerdo bien cuando pero creo que fue con Torcuato y además en aquel mismo DQ. No tuve un dejavu como tal, es que había estado allí antes en esta vida, seguro…
Llegamos a Houston, hice una lavadora, puse orden en la casa, cerré los puños y me cagué en muchas cosas varias veces, y puse orden en mis prioridades por primera vez en dos años.
La cosa no acabó aquí, a la noche nos tocaron los bares de downtown, ya sabéis, un par de cervezas nunca hicieron daño a nadie, y tuve una de las noches más divertidas, de esas de felicidad de bar, que recuerdo en mucho tiempo. “Barras de bar, vertederos de amor..., os enseñé mi trocito peor…”
Mr. Blue

http://picasaweb.google.com/deputydude/ShinerGonzales9100607


"¡Hostia... Me ha tocado!"

La vida es una tómbola, qué frase tan manida… uno compra boletos de esperanza, juega al siete de espadas, al as de oros, otros a la sota de bastos y algunos al rey de copas.
Luz y color, las bombillas destellantes de la tómbola te llaman, la música verbenera te anima, el tipo del micrófono da su mejor discurso para que la gente se sienta atraída y compre los números: “Tómbola Linares, tómbola Linares, siempre toca algo en la tómbola Linares…”
Todo te gusta, la bicicleta, el jamón, el cuchillo de caza “Made In China”, la botella de sidra el Gaitero, la gorra de marinero, el equipo de música marca Sonya… todos buscamos y encontramos lo que necesitamos, pero el juicio final siempre lo preside el honorable juez Sr. Azar. Gira la ruleta, una mano inocente saca una carta, rompe un sobre o una luz se para en un número, sus sentencias son inapelables, el Magistrado es además el presidente del Consejo General del Poder Judicial, por debajo quedan jurisdicciones de Ley Divina, o Tribunal Supremo, el Tribunal Superior de Malafortuna, la Audiencia Provincial del Lamento, los Juzgados de Instrucción de la Avaricia o los de Primera Instancia del Deseo.
Juegas a tu número, nunca toca, compras otro, te empeñas en el corazón de oro y porcelana fina pero te toca la botella miniatura de anís del Mono; compras otro número, a alguien cercano le toca la bicicleta, el tipo se la va llevando mientras le dice a su mujer con una alegría inmensa: “¡Joder, qué suerte! La ilusión que le va a hacer al Borjita.” Y su mujer va pensando: “A ver qué hacemos ahora con esto, se me jodió el baile esta noche…"
Una más, juego sólo un número mas, necesito ese corazón de oro”, uno se empeña y gira la ruleta, una mano inocente saca una carta, rompe un sobre o una luz se para en un número...
“¡El as de espadas!” grita el chico de la tómbola, compruebas tu carta y es el dos de oros, “¡Mierda!”. Lo mejor llega cuando, después de la decepción inicial, tu compañero de verbena se da cuenta de que tiene el as de espadas: “¡Ostia… me ha tocado!” y después mira la tuya y te dice que tú también tienes premio, el dos de oros. “Te ha tocado algo a ti también, joder” y compruebas que has ganado el tercer premio, una botella de güisqui, entonces piensas: “Dios, no…” y allí estas con tu DYC en la mano y tu compañero de verbena con el corazón de oro en la palma de la suya, él, que no quería jugar, y entonces te viene a la mente la sorna de un gallego que te dice riendo: “Ben, home; nunca choveu, que no escampara…” y en ese momento te quieres morir; pero además te das cuenta de que tenías una carta que había sacado el primer premio justo cuando estabas distraído mirando a alguien disparar balines en la caseta de tiro al blanco, y entonces te quieres morir más. La vida es una tómbola...
Fortunato Gracia

Tuesday, June 12, 2007

La puerta negra

ya está cerrada, con tres candados,
y remachada la puerta negra,
porque tus padres están celosos
y tienen miedo que yo te quiera.
han de pensar que estando encerrada,
vas a dejar pronto de quererme,
pero la puerta ni cien candados,
van a poder a mi detenerme.
pero la puerta no es la culpable,
que tú por dentro estás llorando,
tú a mí me quieres y yo te quiero,
la puerta negra sale sobrando.
diles por ahí a tu padre y madre,
que si ellos nunca el amor gozaron,
y si se amaban también la puerta,
la puerta negra, se la cerraron.
pero la puerta no es la culpable,
que tú por dentro estés llorando,
tú a mí me quieres y yo te quiero,
la puerta negra sale sobrando.

Wednesday, June 06, 2007

Garras humanas

Me encantaba "La Bola de Cristal", tanto que no iba al parque de Berlín a jugar al fútbol con los otros niños del colegio y pasaba la mañana de los Sábados viendo la tele. Dentro de aquel programa había una sección, La Cuarta Parte, que presentaba Javier Gurruchaga cuando todavía impactaba y era creativo. Salían tantas cosas que me interesaban aunque no las entendiese... A veces me pregunto que habría significado aquel programa si lo viese ahora, teniendo en cuenta todo lo que he ido aprendiendo en el camino.
La otra noche soñé con esta canción, creedme, las letras se pasaron por mi cabeza y no recordaba que me gustase tanto como para saber la canción entera. El caso es que después buscando en el cofre del tesoro youtube me encontré con el video y me puse a pensar en que lo que realmente hizo Gurruchaga fue una canción basada en la película "The Unknown" (Garras Humanas).
Voy a destripar la película así que os dejo el video y justo después viene la sinopsis del film de Tod Browning.


Alonzo es la estrella del circo gitano Zanzi, es la maravilla sin brazos que es capaz de lanzar cuchillos con los pies a la atractiva Nanon, la hija de Zanzi, el dueño. Pero él no es quien dice ser, en realidad es un ladrón que tiene los brazos escondidos y que además tiene una particularidad, dos pulgares en una mano. Lo mantiene en secreto, un secreto que comparte con su ayudante Cojo, un enano que le ata los brazos en la espalda con un corsé cada mañana.
Nanon tiene pánico a los hombres, en concreto tiene un odio irracional a que un hombre la toque con sus manos, por ese motivo sólo se siente bien con el hombre sin brazos, Alonzo, y por ello el forzudo del circo, Malabar, que la ronda, le parece un ser repugnante.
Llega lo inevitable, una noche Alonzo discute con el dueño, Zanzi, que no quiere que su hija esté con un tullido, el hombre sin brazos no puede soportarlo más y le aprieta el cuello hasta que lo ahoga, Zanon llega justo a tiempo para ver una mano con dos pulgares. Al morir el dueño la gente del circo se marcha pero Alonzo se queda para cuidar a Nanon, llegan a tener una relación tan estrecha que decide pedirle que se case con él, sin pensar que en la noche de bodas ella se dará cuenta de tiene brazos. Es el propio Cojo el que tiene que sacar al ladrón de su ignorancia.
Alonzo llega a la conclusión de que Nanon es más importante que sus brazos y busca a un ex-convicto que ahora es un brillante cirujano para que se los ampute, Alonzo lo chantajea y le dice que lo delatará si no le hace la operación. Así ocurre y en su convalecencia Nanon empieza a sentirse más cercana a Malabar que, de forma muy inteligente, mantiene sus manos lejos de la piel de la bella gitana. La casualidad hace que un día ella resbale y Malabar, de forma natural, la sujete y en ese puto momento ella se da cuenta de que todos sus miedos no tenían fundamento, Malabar se declara y ella acepta su proposición de matrimonio pero quiere que Alonzo asista a la boda, ignorante de lo que en realidad le había pasado al hombre sin brazos. A su regreso Alonzo se encuentra con la imagen terrible de Nanon en brazos de Malabar lo que le lleva a tener un ataque de celos que se acaba convirtiendo en locura.
Malabar prepara un nuevo número en el que tiene que detener unos caballos atados a sus brazos y que hacen girar una especie de rueda de molino, en la noche de la premiere Alonzo engaña al ayudante de Malabar para que abandone el escenario y en lo más álgido de la función hace algo para que la rueda arranque los brazos del forzudo. Nanon se da cuenta de lo que ocurre y se pone delante de los cuadrúpedos para que paren y así detener la rueda del molino aún a pesar de que le va a costar la vida. Alonzo lo ve, se lanza a ella, la empuja para apartarla del camino de los desbocados y muere aplastado por los cascos de los caballos.
Mr. Blue

El gigante que quiso ser grande

Carlos:
Te envio una copia de una historia que hace algun tiempo lei en El Pais. Ayer estaba pensando en el tipo de gente que aparece por tu blog, y me acordé de la historia de este hombre, que podía ser lo que no fue y ahora es un inválido con todos los sueños rotos, se ajusta al perfil de tus insólito-solitarios ("insolitarios") personajes. Que lo disfrutes.
Kurotora



El gigante que quiso ser grande

Leila Guerriero 18/02/2007 (El Pais, 18/02/2007)
Es alto, muy alto. Un hombre de 2,31 metros. El argentino Jorge González debe a esa altura su suerte, aunque también su desgracia. Ha sido jugador de baloncesto. Fue estrella de la lucha libre, rodó series de televisión. Ahora es un juguete roto y enfermo.
No. Ésta no es una tierra extraordinaria. La provincia de Formosa, en el noreste argentino, es una planicie sin elevaciones con una vegetación que fluctúa entre el verde discreto de las zonas húmedas y los campos agrios de la sequía. No hay lagos ni montañas ni cascadas ni animales fabulosos. Apenas el calor del trópico mezclado con el polvo en una de las regiones más pobres del país. Y sin embargo, allí un pueblo de nombre El Colorado –donde 17.000 personas viven del trabajo en la Administración pública y la cosecha del algodón– tiene, entre todas sus criaturas, a una criatura extraordinaria: El Colorado es la tierra del gigante.
Son las dos de la tarde de un día de noviembre. Las calles del pueblo se revuelven a 43 grados de calor y en el hotel Jorgito una mujer joven, de andar cansado, dice pase, le muestro su cuarto. Los cuartos son así: cama, el baño. Cuando la mujer se va suena el teléfono y una voz honda –la excrecencia del eco de una catedral o de una bóveda– dice:
–Al fin. Ahora estás en mi territorio.
Desde su casa, a cinco cuadras del mejor hotel del pueblo, Jorge González, el gigante, se ríe.
Un resumen diría lo que sigue: que Jorge González nació el 31 de enero de 1966 en El Colorado, hijo del matrimonio de Mercedes y Felipe, ama de casa ella, empleado de la construcción él, y que vivió con esa familia compartiendo lo poco que compartir se podía: un cuarto con sus hermanos (Plácida, Zunilda, Ricardo, Omar) y apenas la comida. Diría también que después de iniciarse a los nueve años en trabajos de los brutos –cosechar algodón, desmontar monte cerrado– a los 16 le propusieron integrar un equipo de baloncesto en un club de la vecina provincia de Chaco y él dijo sí. Que jugó en la selección argentina, fue elegido en el draft de la NBA, devino estrella de la lucha libre, viajó por treinta países, participó en la serie Los vigilantes de la playa, y que hoy vive en el pueblo que lo vio nacer sin poder caminar, solo y diabético. Y diría también que todo eso le sucedió a Jorge González por ser una criatura extraordinaria de dos metros y treinta y un centímetros de alto –un gigante–, y que a eso –a esa altura– le debe toda su suerte. Le debe toda su desgracia.
El aire está asediado por una tormenta líquida que durará tres días con sus noches, pero por la calle de Salta –de tierra, a cinco cuadras del centro– todavía se puede caminar. El barrio es humilde, y allí, bajo la galería de una casa, junto a una camioneta Ford Bronco roja y vieja, sentado en un enorme sillón de madera, fumando, Jorge González hace lo de todos los días: espera, intenta hacer sus bromas.
–Ya me viniste a molestar. Pasá.
Después se pone de pie y se aferra a la silla de ruedas de construcción casera que usa como andador –negra, de hierro– y queda claro que 2,30 metros es la altura de una casa.
En el living hay un ordenador, fotos de antiguas glorias de la NBA. Hacia el fondo, una cocina sin ventanas, el cuarto de Carlitos –medio hermano de Jorge, de ocho años, hijo del segundo matrimonio de su padre– con un televisor siempre encendido.
Jorge González empezó a construir esta casa el mismo día en que se fue de El Colorado, cuando tenía planes de volver e instalarse aquí con Mercedes, su madre. Ahora, a un lado y otro viven sus hermanos: Omar, de 32 años, empleado de un taller mecánico, y Ricardo, de 33, desocupado, padre de Valentino, un niño de dos.
–Carlitooo.
–Quéee.
–¿Me traés la insulina, papi?
Carlitos aparece con los aplicadores de las 150 unidades de insulina diarias que necesita su hermano mayor. Jorge se levanta la camiseta, apoya un aplicador en la cintura, duda un segundo, aprieta.
–Carlitos vive acá desde que murió mi viejo, en agosto pasado. Sabe que no lo necesito, pero que para quedarse acá tiene que cumplir mis reglas.
–¿Y cuáles son tus reglas?
–No te las voy a decir.
Después asegura que sólo tiene buenos recuerdos de su infancia.
–Cuando uno no es consciente de la miseria, lo pasa bien.
Jorge González creció sabiendo qué cosa eran los lujos: todo lo que él y su familia no podían hacer. Ir al cine, comprar ropa, tomar gaseosas, un helado: “Éramos muy pobres, pero yo tenía un gran alivio cuando llegaba a casa. Mi mamá era todo para mí”.
Empezó a trabajar a los nueve años vendiendo diarios, cosechando algodón, y aunque a los seis parecía de 14 y a los 15 calzaba un 56, nadie –ni él ni su madre ni su padre– vio en eso nada extraño. Hasta la mañana del 21 de septiembre de 1982, cuando –16 años, 2,18 metros– entró a aquel bar y lo vio un viajante que se quedó mudo.
–Me dijo que iba a hablar con los dirigentes del Hindú Club de Resistencia, un club de baloncesto. Dos días después vinieron dos tipos y me preguntaron si quería probarme. Y fui.
–¿Te gustaba el baloncesto?
–Era un trabajo. ¿A quién le gusta su trabajo?
Y así, sin vocación, Jorge se fue.
–Se fue por nosotros –dirá después su hermano Omar–. Si hubiera sido por él, no se habría ido nunca. Pero no pensó en él.
Aquel septiembre, el hijo de Felipe y de Mercedes tuvo una ambición desmesurada: no la de hacerse rico, sino la de salvar a un pequeño grupo de personas: Felipe, Mercedes, Plácida, Zunilda, Ricardo y Omar. Sus padres, sus hermanos.
Llegó al Resistencia con lo puesto –un jean, una camisa– y empezó a aprender las reglas de ese deporte que ignoraba.
La noticia del enorme jugador de aquel club de provincias no tardó en esparcirse. Ese mismo año fue contratado por el Gimnasia y el Esgrima de La Plata, una ciudad a más de mil de kilómetros de su pueblo natal; en 1985 pasó al Sport Club de Cañada de Gómez, y al poco tiempo fue convocado por la selección nacional.
–Empecé a viajar por todo el mundo y en diciembre de 1987 fuimos a España con la selección para jugar el torneo de Navidad. Tuvimos que quedarnos a pasar el 24 de diciembre en Madrid. Fue la mejor Navidad de mi vida. La pasé solo, en el hotel, comida, champán. Por la ventana se veía el paseo de la Castellana, nieve, luces en los árboles…
Y mientras él comía y brindaba y veía la nieve caer, en Estados Unidos un hombre llamado Richard Kane, cazatalentos de los Atlanta Hawks, equipo de baloncesto del emporio de Ted Turner, miraba un vídeo de la selección argentina durante el torneo de Navidad en Madrid y se relamía con eso que no parecía posible: un increíble hombre ágil de 2,30 metros.
Y ése fue el principio del fin.
Es de noche y la calle de Salta es un vórtice oscuro. En el living, Jorge fuma despacio. Sobre la silla negra hay cigarrillos, un mate, sus boquillas.
–Pidamos pizza.
La silla oficiará de mesa para los vasos, la pizza, la gaseosa. Carlitos, sentado a espaldas de su hermano, comerá cinco porciones mirando al suelo. Jorge, ninguna.
–Yo nunca ceno.
–¿Eso es bueno para tu diabetes?
Se encogerá de hombros con desprecio. Mirará la calle, una víscera brillante y resbalosa.
–Nunca va a parar de llover.
Cada año, la NBA realiza su ‘draft’, una selección de jugadores que implica un contrato provisorio con el equipo. Aquella Navidad de 1987, Richard Kane había visto jugar a Jorge González en España y pensado que valía la pena apostar por él. El draft de 1988 se realizó en junio y Jorge quedó seleccionado: tercera ronda, puesto número 54. En enero de 1989 viajó a Atlanta para hacerse pruebas y regresó a Argentina con instrucciones que incluían la de bajar de peso. Si las cumplía, jugaría en la NBA desde la temporada siguiente. Pero Fernando Bastide, su representante durante años, asegura que las posibilidades en la NBA siempre fueron remotas.
–Un año después del viaje de Jorge me llamó Richard Kane y me preguntó por sus condiciones físicas. Le respondí que estaba igual, y me dijo que entonces las posibilidades de la NBA eran remotas, si le interesaba hacer lucha libre en la compañía del grupo Turner. Llamé a Jorge, y él preguntó: “¿Hay plata?”. Le respondí que para saber teníamos que viajar a Atlanta. Ya en el avión me dijo que por lo menos quería 2.000 dólares por mes para terminar su casa en El Colorado. Él no tenía idea de las cantidades.
El contrato está fechado en 1990, entre Jorge González y la WCW (World Championship Wrestling) y promete un pago de 150.000 dólares el primer año, 225.000 dólares el segundo y 350.000 el tercero. Jorge vio esos números, regresó a Buenos Aires, se despidió del baloncesto, volvió a Atlanta y debutó el 20 de mayo de 1990 con un sobrenombre obvio: El Gigante.
–¿Te gustaba la lucha?
–Era un trabajo. ¿A quién le gusta su trabajo?
Empezó a viajar por Estados Unidos a razón de 27 pueblos en 30 días y sin descanso. Tenía chófer, hoteles de cinco estrellas, dicen que mujeres y regresaba cada tanto a El Colorado, portando maletas repletas de ropa para dejarlas allí, en esa casa donde tenía previsto su futuro.
Pero el 9 de febrero de 1992, a los 45 años, Mercedes, su madre, murió por una dolencia cardiaca. Jorge llegó tres días después del entierro.
–Desde ese momento –dice Jorge– me quedé sin planes y no creí más en nada. Mi mamá era todo para mí.
Después de aquella muerte, su padre empezó amores con quien sería madre de Carlitos; sus hermanas se fueron del pueblo, y Omar y Ricardo, los hermanos de 15 y 16, quedaron solos. Jorge se quedó en El Colorado más tiempo del que la compañía le había permitido, y cuando regresó a Estados Unidos se encontró con el contrato rescindido por incumplimiento. Así, como si nunca hubieran existido, los 350.000 dólares por el tercer año de trabajo se desvanecieron en el aire.
La puerta está abierta y la casa exuda un silencio ominoso, amenazante.
–¿Puedo pasar?
–No –retumba la voz calculada: descortés.
La lluvia ha colapsado este pueblo sin cloacas, y el baño de la casa del hombre que estuvo en hoteles de cinco estrellas rebosa humanas inmundicias. Ese día, todo el día, delegaciones de estudiantes se acercarán para preguntar si pueden tomarse fotos, pero él dirá que no, que está ocupado.
–Soy el oso del circo. Vienen a ver al monstruo de 2,30 metros. Mañana vas a tener que venir temprano porque tengo que mirar la carrera de fórmula 1.
Carlitooo… A veces pasa noches así: los pies le arden como si tuviera clavos y se levanta con humores perros. Un Nerón déspota, enloquecido.
Después de la muerte de su madre, la carrera de Jorge no se detuvo. En 1993 firmó contrato con otra compañía de lucha, participó en un capítulo de Los vigilantes de la playa e hizo series como Trueno en el paraíso I y II, en las que fue enemigo del rubio de bigotes Hulk Hoogan. En las fotos de esos años aparece en Florida, musculado, sonriente, junto a un Ferrari o a muchachas en biquini.
–Cuando nos quedamos solos, Jorge empezó a darnos plata –dice su hermano Omar–. Pero nosotros teníamos 15 años, y sin un adulto que nos ponga límites fue un descontrol. Despilfarramos mucho.
Mientras, en Japón y en Florida, en México y en Atlanta, Jorge hacía su trabajo: golpear y dejarse golpear. Fueron tres años de masacre sobre un cuerpo castigado. Porque aunque él dice no saber que era diabético, se retiró de la lucha en 1996 después de una pelea en Japón, asustado por una lipotimia que lo derribó del ring, sus hermanos aseguran que en 1996 hacía cuatro años que Jorge lo sabía.
–Él tuvo un coma diabético en Estados Unidos después de la muerte de mi madre –dice su hermana Zunilda– y desde entonces se empezó a aplicar insulina.
Después de aquella pelea en Japón, Jorge abandonó la lucha para siempre y regresó a su pueblo natal.
–Quería vivir seis meses en Nueva York y seis meses en El Colorado.
Pero jamás volvió a salir de allí.
La camioneta –la Ford Bronco roja, vieja– se desliza bajo la lluvia. Para apretar el acelerador o el freno, Jorge levanta la pierna derecha con la mano y la arroja sobre el pedal. Mientras conduce, señala los negocios pujantes, los que no, los que podrían ser suyos.
–Aquel hijo de puta me debe 600 dólares. Yo podría tener un departamento en Buenos Aires. Pensar que tenía una American Express y trajes carísimos.
Cada tanto, la camioneta se detiene frente a una verdulería, un quiosco, y un verdulero o un quiosquero se acercan y Jorge grita:
–Dos kilos de bananas, cuatro alfajores.
Son las cinco y media de la tarde cuando se detiene frente a una carnicería, y está a punto de abrir la puerta –de bajar a hacer sus compras– cuando se acuerda.
–Ah, no, cierto –dice.
Un hombre con delantal de carnicero se acerca, pregunta qué va a llevar, y Jorge imperturbable dice:
–Un pollo.
En 1996, cuando regresó al pueblo, ningún club de baloncesto mostró interés por un hombre con el cuerpo resentido por la lucha, y un año después, lleno de dolor por un pinzamiento de las vértebras, Jorge viajó a Buenos Aires para hacerse estudios más completos. Y fue allí, en el hospital Italiano, donde escuchó por primera vez el diagnóstico que nunca había sospechado: el de una enfermedad llamada gigantoacromegalia, con una prevalencia de tres personas por millón, producida por el exceso de una hormona de crecimiento llamada IGF-1, cuyos síntomas, además del crecimiento descontrolado del cuerpo, son pérdida de la visión, agrandamiento de las vísceras abdominales y del corazón, impotencia sexual y, claro, diabetes. Para cuando supo que la suya era una enfermedad que debió haberse tratado en la infancia, llevaba dos décadas sacándole provecho al atributo que lo estaba aniquilando, y cuando volvió a su pueblo, las cosas se pusieron peor.
–Un día se me durmió un pie, después el otro, y ya no pude caminar. Es una neuropatía provocada por la hiperglucemia.
Entonces mandó construir esa silla de ruedas negra y chirriante, no volvió a caminar, empezó a vivir de ahorros y a gastar, exactamente, 200 euros al mes.
Hace mucho que la vida se transformó en esto que es: supervivencia.
Son las seis de la tarde y no ha comido nada desde el día anterior.
–Pensé que la mujer de Ricardo me iba a cocinar, pero no pudo. Y no me gustan las cosas recalentadas.
–¿Y Carlitos?
–Él tampoco comió, me quiere acompañar.
Esa noche comprará cinco hamburguesas con huevo, mayonesa, lechuga, tomate, mostaza y ketchup. Comerá dos; Carlitos, tres.
Será una noche rara. Hablará durante horas y, cuando termine, habrá dejado de llover, la calle será una alfombra de insectos bajo la luz lechosa de los faroles, y al día siguiente habrá un sol incendiario. Interminable.
Empezará hablando de sus sueños.
Que una vez soñó con serpientes, dirá. Que soñó que estaba en una cama llena de serpientes y que no podía hacer nada. Y que otra vez soñó que se había muerto y que lo llevaban en su cajón al cementerio. Que recuerda los viajes por Estados Unidos con el chófer y el Cadillac y Willie Nelson en el radiocasete, y que nadie puede acostumbrarse a haber estado así y estar como está él: preso de sí, encerrado. Que de todos modos, si es que existe algo santo y grande y poderoso, lo que le pasó es todo bendición, porque antes de ser lo que fue era un chico que plantaba melones y sandías y después conoció grandes hoteles y mujeres y autos de lujo. Que no se quiere morir, pero que igual se muere. Que si tuviera muchísimo dinero arreglaría su Ford Bronco viejo y rojo e intentaría que sus hermanos no tengan apuros económicos. Que si alguien le hubiera dicho en su momento cuál era la diferencia entre 1.000, 10.000 y 100.000 dólares, habría hecho otras cosas. No sabe cuáles: otras.
–Pero los deportistas pobres no tenemos masters en economía.
En el silencio claro de la noche –el aire blando todavía de humedad– se agacha sobre las rodillas, se mira los pies inútiles.
–Qué pena que esto me pasó ahora. Si hubiera sido a los 50… Pero ahora…
Desde el cuarto de Carlitos llegan las risas, los ruidos de una película de Jackie Chan.

Sunday, June 03, 2007

Con todo el cariño

Houston, 2 de junio de 2007
Querida Chilanga:
Gracias por haberme recogido del suelo tantas veces, por curarme las heridas de las manos y de las rodillas, por haberme quitado la arena de los ojos y haberme sacado el polvo de la nariz. Gracias por haber puesto mi cabeza en tu pecho cuando estaba en la inconsciencia, por haber entendido lo incomprensible, por las pastillas de alegría que no sirvieron como antídoto para el líquido negro de mis venas, gracias por el tequila de su boca, la sal de sus labios y el limón de su indiferencia aquel día.
Gracias por el pozole, por los chilaquiles que comimos en aquella casa tan bonita, por la tinga en tostada hecha con la carne que deshebramos juntos y de la que repetí tres veces, por los chicharrones, por los tamales de Doña Tere, por explicarme cada vez que no la entendía, por llevarme a los jaripeos a pesar de que le gustasen, por enseñarme a bailar norteño y pasear conmigo por las pulgas.
Gracias por soportar mi veneno, ese mismo con el que enfermé al morderme la lengua hace ya casi dos años, por aceptar lo inaceptable, por reírse de mí cuando olía a borracho, por emosionarse cuando le llamaba indiesita en lugar de abofetearme. Gracias por estar a mi lado cuando siempre me quedaba dormido, por aceptar que soy un enfermo que no quiere tomar medicinas, por llevarme del brazo cuando estaba bien tomadito, por ponerse en contra de todos cuando le decían que era un español y no un mejicano correoso, por haberme llamado pinche cabrón por no saber que chingados quería de mi vida, esa misma que usted salvó una vez sin saberlo.
No puedo más, lindura, no puedo con esto. Qué le vaya muy bonito, ya sabe que no me queda mucho, que ya no tengo fuerzas para nada que no sea hacerme daño y no se me cierra la herida por más que la intenta usted curar, no se me cierra y no puede seguir de enfermera por siempre.
Gracias por haberme entendido.
Con todo el cariño,
Carlos Rodríguez Duque

Esperando un día de sol

Springsteen me aburre mucho, sé que muchos me crucifican por esto pero si no puedes con algo, no puedes. No negaré el inmenso respeto que siento por su figura pero no sé si es porque el primer disco suyo que escuché fue "Nebraska", una cinta que me dejó Gema, mi novia de COU (1991), y que tuviese todo el aspecto de ser un disco hecho para él mismo o quizá tuviese que ver que era muy joven y más inmaduro. Quizá que el vampiro de los Stones ya me hubiese mordido un año antes, quizá que durante mucho tiempo de mi juventud pensase que "Born In The USA" era una canción que ensalzaba los iu es ei en lugar de entender lo que significaba, idiotez de joven, supongo… El caso es que tengo un CD de canciones de Springsteen que me gustan, recopilé las que más me llegaban y es uno de los que pongo casi siempre en el lector.
“Waitin’ On A Sunny Day” es una cancion bellísima que está dentro del larga duracion “The Rising” que me encontré en un viaje de vuelta de Londres en un avión. El disco hace referencia al renacer, al tener que levantarse tras lo del once ese. La escucha me dejó un tanto indiferente (lo sé, Jesús Jerónimo, no tengo ni puta idea, lo sé…) pero “Waitin’ On A Sunny Day” se me clavó en el alma desde la primera escucha.
Llevo unos años buscando mi renacimiento, lo he llegado a tocar con mis dedos pero la sensación que tengo es que siempre llueve por mí, demasiado ciego y estúpido para darme cuenta de que soy yo el raro, y de que detrás de las nubes negras hay un sol reluciente, de ese de invierno que me gusta a mí, llueve pero no hay nubes en el cielo, hay brisa de verano, parece que corre el aire pero deben ser suspiros muy profundos. Me estoy cansando de esperar un día soleado y echar esas nubes de una vez. Llegaré a tenerlo, seguro, tan seguro como que el día se convierte en noche, pero necesito esa sonrisa que traiga luz de la mañana a mis ojos y lo único que veo es indiferencia y felicidad en la otra orilla.
Mientras tanto aquí sigo esperando un día de sol de invierno y pensando que esto es un coñazo de blog que creo que no vivirá más allá de julio.
Mr. Blue
Waitin' On A Sunny Day
(B. Springsteen)
2002


It's rainin' but there ain't a cloud in the sky
Must’ve been a tear from your eye
Everything'll be okay
Funny, thought I felt a sweet summer breeze
Must’ve been you sighin' so deep
Don't worry we're gonna find a way

I'm waitin', waitin' on a sunny day
Gonna chase the clouds away
Waitin' on a sunny day

Without you, I'm workin' with the rain fallin' down
I'm half a party in a one dog town
I need you to chase these blues away
Without you, I'm a drummer, girl, that can't keep a beat
An ice cream truck on a deserted street
I hope that you're coming to stay

I'm waitin', waitin' on a sunny day
Gonna chase the clouds away
Waitin' on a sunny day

Hard times, baby well they come to us all
Sure as the tickin' of the clock on the wall
Sure as the turnin' of the night into day
Your smile girl, brings the mornin' light to my eyes
Lifts away the blues when I rise
I hope that you're coming to stay

I'm waitin', waitin' on a sunny day
Gonna chase the clouds away
Waitin' on a sunny day