“Cuba: el país de la desgastadora espera”
Torcuato Sánchez Garzón
“Dejé el camino por coger la vereda”El viernes 17 de noviembre salimos disparados del colegio para arreglar los últimos asuntos y marcharnos dirección al aeropuerto, lo típico: atascazo, prisas, nervios… pero llegamos al parking y de allí en el microbús a la terminal D del George Bush International Airport. Cola para facturar, cola para el control de seguridad, cola para el embarque… todo parecía pasar tan despacio que yo me desesperaba y mi natural concepción optimista de la vida en los últimos meses me hacía preguntarme si había hecho bien eligiendo un destino que había pensado para ir acompañado de otra persona, si sería capaz de dejar en Houston el tedio vital y mil preguntas retóricas más.
Despegamos, Torcuato se salía del cuerpo de las ganas que tenía de llegar, después de haber buscado en internet mil cosas que ver, de haber cenado con Héctor, un cubano que vive en Houston, amigo de un amigo de Torcu, de haber oído hablar de la belleza de las mujeres cubanas… cada loco con su tema, yo a lo mío y él preparado al máximo para disfrutar de ocho días.
El “puelco americano” tiene un bloqueo estúpido que impide viajar directamente a la isla a personas que no sean residentes cubanos que no hayan visitado la isla en tres años, así que nuestro vuelo aterrizaba en México DF y después de hacer noche en él volaríamos al aeropuerto habanero de José Martí.
Llegamos y tras una larguísima espera de la mía, dejamos las maletas en consigna, el mostrador de Cubana de Aviación no abría hasta las 5 AM, así que como no hay asientos en la zona de espera del aeropuerto mejicano Benito Juárez, intentamos buscar un hueco tranquilo y más o menos abrigado donde sentarnos. Difícil tarea, lo intentamos en la zona de comidas donde casi todos los asientos estaban ocupados por gente como nosotros, cuerpos con la cabeza apoyada en la mesa dormitando, personal de seguridad en su hora de pausa, medio vagabundos buscando un sitio en el que refugiarse de la intemperie de una noche fría de noviembre. Nos cambiamos de sitio, Torcuato, bendito él, cayó en un profundo sueño tirado en un pasillo, yo intenté un sudoku, escuchar música, escribir… pero los nervios que como ese desodorante pegajoso no me abandonan últimamente, me dejaron sólo la posibilidad de dar vueltas y vueltas y de comerme más y más la cabeza… no había manera de poder conciliar el sueño. El tiempo pasaba tan despacio que empezó a dolerme la cabeza y sentía las extremidades en tensión como si tuviera cables de acero entre los músculos, por fin dio la hora de poder hacer el embarque, sacamos las maletas de la consigna, facturamos y bajé a desayunar. No había comido en quince horas, macdonals me proporcionó un grasiento bocadillo de pescado con patatas fritas, según iba masticando sentía calor en la cara y grasa en la piel de la nariz. Por si acaso, sacamos pesos mejicanos en el cajero, habíamos hecho el tonto cambiando dólares a euros que después tendríamos que cambiar a peso convertible cubano, la moneda de Cuba para el turista, pero no lo supimos hasta tiempo después.
“En el barrio de la Cachimba se ha formado la corredera” (Sábado 18 de noviembre de 2006)Embarcamos, (por cierto que para entrar en Cuba hay que pagar veinte pesos convertibles a la entrada y veinticinco a la salida) un avión grande, cómodo y con luz clara. En la sala de embarque di una cabezada de 5 minutos, un grupo de estudiantes mejicanos que iban a un congreso, hacían ruido, animados por la aventura supongo… otra vez a pasear y a hacer la cuenta de las horas que llevaba sin dormir, veintitrés conté.
Entramos en el avión, me abroché el cinturón del asiento del medio, cedí la ventanilla a Torcu (siempre que puedo pido pasillo pero esta vez no pudo ser) y a mi lado se sentó una de las estudiantes mejicanas, una belleza de aspecto muy europeo que me preguntó de donde éramos y con la que bromeé sobre mi acento de cabra afónica después de tanto hablar y poco descansar. Ya era de día y a unos diez minutos de aterrizar caí en un sueño profundísimo que acabó con el aterrizaje y continuó en el trayecto del avión a la puerta de salida. La joven se despidió con un “¡que lo pasen muy bien!” que me despertó sobresaltado y tuve una reacción mala, un “¡¿Será sino que hoy no pueda dormir?!” del que me estuve arrepintiendo todo el viaje. Así soy de listo…
Un día nublado nos esperaba en La Habana, tras otro aguardar para entrar a recoger las maletas, la aduanera me miró fijamente, demasiado, como una especie de preludio de lo que pasaría después, preguntas típicas y para adentro a recoger las maletas. Esta vez fue la de Sánchez la que se retrasó, salimos los últimos de las cintas de equipaje y, casualidades del destino, un agente aduanero se nos acerca, nos pide los pasaportes y se lleva a Torcuato a una sala para registrarle y hacerle miles de preguntas estúpidas, muchas de ellas que tenían que ver conmigo (¿Qué tengo?). Le preguntó qué fumaba su amgio, si tomaba drogas… el tipo era un armario de dos por dos sacado de principios de los ochenta, otro anacronismo, el aeropuerto José Martí tiene un aspecto setentero absoluto. Yo esperaba y miraba a Torcuato, aguardaba mi turno que nunca llegó, otro agente me dio el pasaporte y me dijo “Espere fuera, señol”. Mientras esperaba, se me acercó un agente de información que en seis minutos tenía buscados para nosotros casa y taxi, las comisiones están a la orden del día. Salió Torcuato y antes de que nos diésemos cuenta estábamos en una furgoneta taxi, ahí desperté y le pregunto al conductor: “¿Qué nos va a costar esto?” y responde “veintisinco” Torcu y yo nos miramos y dijimos: “no, déjelo”. El tío se cabreó pero decidimos hacer las cosas al estilo Torcuato, que empezó a hacer llamadas, pedir información, moverse aquí y allí… se nos acercó un taxista que a la postre sería el artífice del comienzo de una serie de cosas que nos trajeron felicidad momentánea. Queríamos encontrar una habitación con dos camas para abaratar gastos, pero era difícil, y nos dijo: “miren, ustedes pueden dormir como hermanos, respetándose, nada de ser maricones… ustedes ya me entienden…” a mí me dio la risa, una de las muchas que por suerte tuve en el viaje y que tanta falta me hacían.
Después de pelear, Idalberto, el taxista, nos encontró dos habitaciones en la casa de “su hermano” en el barrio de El Vedado por veinte pesos convertibles al día, una GANGA por lo que después vimos, la temporada no era alta y la casa estaba vacía. Nos llevó allí por veinticinco más cinco de propina, Torcuato le daba conversación (muela, como dicen allí) como es él siempre interesado por conocer y aprender cosas nuevas.
En una de las ocasiones el taxista dijo que era ingeniero y que su papá era “doctol, en siensia filosófica” los cubanos tienen un uso magnífico del español, nada que ver con el fronterizo al que estamos acostumbrados. Yo miraba el paisaje, coches antiguos, fábricas medio derruidas, miseria, plantas tropicales que crecían en estado casi salvaje… la gente se acercaba a motos y coches en los semáforos y se montaban, un medio de transporte muy habitual en Cuba y que me dio que pensar de la bondad que todavía queda en algunas partes del mundo.
Llegamos al número 704 de la calle A (entre la 29 y Zapata), una casa construida en el año 36, majestuosa y antigua, Óscar, el dueño, nos la enseñó y nos gustó tanto como el precio, ya teníamos casa. Deshicimos maletas y cada uno a su cuarto. Yo no podía con mi alma, pero salimos a pasear, era sábado por la mañana y allí estábamos.
No recuerdo la hora, sólo que estaba como en una nube, caminábamos calle 23 abajo observando casas antiguas, coches antiguos, a los cubanos, a las cubanas… me quedé mirando a una chica bellísima que esperaba el autobús y que me devolvió una sonrisa que me trajo a la vida. Torcuato y yo curioseábamos sobre todo lo que veíamos, hasta que casi al llegar al Malecón nos encontramos con los protagonistas de la primera aventura. Una pareja que iba de la mano, se nos acercó y nos hablaron en italiano, en seguida se separaron y empezaron a darnos conversación por separado. Nos hablaron de los amigos que tienen en España y Torcu que tenía un hambre canina les preguntó: “¿Dónde comemos bien y barato?” y nos llevaron a un paladar, un restaurante no controlado por el gobierno, donde nos siguieron dando muela, yo estaba ya mareado, el tipo tenía un aspecto muy fibroso, tirillas, pero fibroso, después me dijo que había sido boxeador y me lo creo por cómo se movía. Antes de comer, mojitos; nunca los había probado, me encantaron pero se subían.
No comí, tampoco tengo hambre últimamente, observaba y veía como el fuego se le iba subiendo a Torcu que al final acabó pagando la comida, sablazo, naturalmente. El tipo cuando la conversación derivó al género femenino y vio que ninguno de los dos le hacíamos caso a la que ahora era su tía Carla, me miró y me dijo: “¿Te gustan las mulatas? Te voy a presental a unas amigas que te van a sacal esa tritesa que llevas en los ojos, Canlos.” Estaba exaltado, quizá se frotaba las manos pensando en lo que había pescado. Salimos del paladar y nos enseñaron los alrededores de Habana Vieja, el barrio más jodido de los céntricos, nos llevaron al callejón de Hamel del que luego os hablaré y no preguntéis como, acabamos en su casa. Querían vendernos puros para sacar dinero para la fiesta de cumpleaños de la hija de Carla, y la cosa se puso fea, subimos a la segunda planta de la casa, en la de abajo había una mujer que veía tele y en un cuarto del fondo a oscuras, un gorila cubano. “Hoy es mi día”, pensé para mis adentros, mientras me acordaba del hambre canina de Torcu y de los mojitos tan buenos que llevaba en el estómago. Insistían e insistían en que compráramos puros a setenta dólares, recién robados de la fábrica y frescos, frescos. Yo sólo llevaba veintiséis, pero la cosa se ponía tan extraña que estaba dispuesto a pagar lo que pidieran, en una casa en el medio de ninguna parte de una ciudad que no conocíamos… al final, la terquedad de Torcu y la suerte nos hicieron pagar cuarenta y seis, cuatro menos de lo que es precio normal a turistas desconocidos. Salimos de la casa a toda hostia con dirección al Malecón, al salir, el gorila del cuarto oscuro hablaba por teléfono, uno de esos que te da medio cate y te tiras tres días en la cama.
Jodidos y descontentos nos dirigimos a casa, bautismo de fuego, el ave rapaz cubana había robado algunos de nuestros polluelos, aprendimos una lección que nos sirvió para el resto del camino.
Ducha y lamentos de pardillo colocado, nos arreglamos y nos fuimos a la Casa de la Música, el sitio de baile por excelencia para turistas. Previamente el taxista nos dijo donde cenar barato, y allí fuimos, había bocadillos por un peso convertible a los que llamaré CUC desde ahora, cerveza y cuba libres baratos… allí sentados se nos acercó Luis, otro buscavidas, que me miró a la cara y me dijo: “Tengo una farlopa buenísima y también maría…” , era la cuarta vez que me habían ofrecido cocaína ese día, a mí, y no a Torcu, y me estaba minando anímicamente, ya que tengo ojeras y he perdido algo de peso. Amablemente rechazamos la oferta y le invité a comer, nos contó la historia que después oiríamos tantas veces, gente deseosa de dejar el país, harta de no tener qué comer… el tío me volvió a ofrecer precio especial si le compraba unos gramos, y yo no podía más, le dejé claro que no consumo drogas y nos pidió dinero. Le di un capotazo, ya le había invitado a comer y yo no soy el turista típico español. Salimos del bar restaurante y nos pusimos en la fila de la Casa de la Música, media hora para entrar y quince CUC, un paraíso para bailones. Un sitio normal para los demás, vimos un espectáculo espectacular de baile, un traga fuegos, un cantante que interpretó “la distancia” una de mis canciones favoritas de Roberto Carlos, y seguía la paliza emocional. Salió la banda, enorme y con buen sonido, la gente bailaba, nosotros mirábamos y yo bebía cuba libres como si fueran agua. En un cierto momento una cubana guapísima se sentó a mi lado y me preguntó: “¿Te impolta que me siente aquí?” le dije que no y nos presentamos. Era muy tímida, me pareció una puta nueva, era callada, hablé con ella y me dijo que trabajaba de contable. Le pregunté si se vivía bien con ese sueldo y me dijo que no, que tenía otro trabajo. En esas apareció Luis que había conseguido entrar en el local diciendo que era miembro del equipo de tae kwondo cubano, pero no le duró mucho la alegría a los quince minutos le echaron.
Empecé a bromear con la chica y a preguntarle si era espía del gobierno y bobadas alcohólicas como esa, no se decidía a decirme lo que era, y no hacía más que mirar a la puerta, esperaba a una amiga que acabó llegando con su experiencia e intentó cerrar el trato por cien CUC por barba en nuestra casa, Torcuato la picaba y ella se encendía, me miró y me dijo: “¿Nos vamos?”, rechacé la “oferta” y ella replicó, con la chica de mi lado absolutamente callada y algo avergonzada, pobrecita mía: “Mira, estoy segura de que mi amiga es una diosa hasiendo el amol…” y yo la miré y pensé “a las diosas se les ofrecen sacrificios como pago” pero le dije: “no voy a pagar, así que buena suerte” se levantaron y se fueron, Torcu y yo nos sonreímos y seguimos tomando cubalibres hasta que nos cansó el ambiente turista y nos fuimos a casa.
“¿Qué te importa que te ame, si tú no me quieres ya?” (Domingo 19 de noviembre de 2006)Cuando me desperté todavía estaba a mi lado la jinetera Resaca, un desayuno copioso en la casa por tres CUC, ducha, intento de dar esquinazo a esa resaca y a caminar, patear la Habana iba a ser la tónica del viaje. Nos dirigimos al hotel Habana Libre (antes Habana Hilton…), allí cogimos un plano de la parte mas turística de la ciudad y Torcu compró uno en la tienda de al lado. No podía vencer a la falta de bebida así que pedí una cerveza a la hora del Ángelus. Nos hicimos un plan de visita y enseguida se nos acercó una mujer negra que se ofreció a ser guía turística por seis CUC, le cogimos el teléfono pero no la llamamos, iba bien vestida y fue muy discreta al entrarnos y dejarnos. Nos pusimos a caminar por el Malecón donde Torcu hizo unas fotos magníficas y nos metimos por el paseo Martí, donde vi unas casas preciosas, (algunas de estilo andalusí), el paseo es alucinante, hay un bulevar y a cada lado la arquitectura te quita el sentido, volví a darle vueltas al coco y me vinieron recuerdos de otros viajes y de lo que había vivido. Había una especie de mercadillo que ya estaba terminando, la gente bailaba en la calle, los puestos vendían “pan con lechón” (bocadillos de jamón cocido), los pintores intentaban vender sus cuadros, los camellos me ofrecían su mercancía… caminando, caminando… llegamos al Capitolio, donde cientos de cubanos se sentaban en las escaleras del palacio charlando y mirando a la gente pasar. Torcu y yo entramos a visitarlo, pasamos a todas las salas que pudimos incluso en algunas que no se podía pero cuyas puertas encontramos abiertas, entramos, vimos, fotografiamos, nos echaron del senado… más risas. Visitamos los hoteles de al lado, el Inglaterra y el Telégrafo, de nuevo edificios que son una maravilla pura, ambiente festivo en la calle, ofrecimientos de cocaína (¡Qué cruz!), paseo, cubanas bellísimas y de repente un hambre canina, sentí ganas de comer por primera vez de verdad en tres semanas, buscamos el café París y allí nos sentamos a tomar una cerveza primero y después a comer, pizza y algo más que no recuerdo, con los mapas encima de la mesa, y con una orquesta que tocaba allí, muy bien (tenían un saxo y una percusión que sonaba a gloria) pero con demasiado volumen, devoraba la pizza, que no estaba muy buena pero ya saben: la filosofía es para cuando no hay hambre y cuando hay hambre no hay pan duro. Al poco de entrar, se sentaron a nuestro lado dos chicas que hablaban una lengua extraña que no pudimos reconocer, tomaron mojitos y sacaron sus planos. Una de ellas tenía un pelo negro y largo precioso que me recordó mucho al de una señorita que veía dos veces al mes (si tenía suerte) en la academia en la que trabajé casi cinco años, me acordé mucho de las cosas que hacía para salir a abrirle la puerta o hacerla sonreír… pero esa es ya otra historia, el caso es que mi cabeza volvió durante unos minutos a Madrid.
Las chicas nos miraban, sobre todo la morena con la que crucé una mirada y le dije “yeah?”, ella respondió con una sonrisa y un movimiento de cabeza negando. Y el asunto quedó ahí, ellas también pidieron pizza para amenizar el plan de viaje que estaban haciendo, no sabíamos que si la casualidad existe ese día tendríamos una prueba de ello.
Salimos del café Paris y seguimos caminando, nos hicimos unas fotos en la parte de fuera de la Bodeguita del Medio, otro local típico, donde Hemingway tomaba sus mojitos y en cuyas paredes puedes escribir cosas. No pudimos entrar, estaba hasta arriba y es un local muy pequeño. Así que después de escuchar algo a la banda llegamos al lugar más mágico de la Habana para mí, la plaza de la catedral. El templo tiene una fachada preciosa con una piedra que parece que acaban de sacar del mar, al lado hay un restaurante llamado el Patio, cuyas mesas cubren la plaza al estilo terraza del café de Oriente en Madrid, y el interior es precioso. Incluso hay una terraza en el piso de arriba en la que puedes cenar, pensé en que algún día volvería, cenaría en la terraza, pediría la mano de la señorita de Avignon y me casaría con ella en la catedral (¿soñador? Nah…). La imagen se rompió en mil pedazos cuando vi a un gañán español con una camiseta que ponía “el agua pa las ranas” que gritaba: “Mira, mira… Toñín allí hay una mesa…” mierda de turistas ad hoc…
Miré hacia las mesas y ¿a quienes vimos? A las chicas del café París que seguían con sus cábalas, nosotros empezamos las nuestras entre mojito y mojito y canciones de son que tocaba la banda que amenizaba en el Patio. Un lujo, había anochecido, la luz de las torres de la catedral parecían dos cirios y la música envolvía el ambiente cálido que nos ofrecía el tiempo. La morena nos volvió a mirar y la saludé, sonrió y seguimos cada uno a lo nuestro.
Torcu y yo no sabíamos como llegar al pueblo que queríamos visitar, Pinar del Río, autobús, coche alquilado…. No sabíamos nada de precios, los mojitos me relajaban, y de repente le digo: “Oye, polla… ¿y si le preguntamos a las guiris si y donde han alquilado el coche?”, Torcuato me dijo dubitativo algo que no entendí, me levanté, me acerqué a la mesa y le dije a la morena que queríamos viajar pero que no sabíamos los precios de los coches de alquiler y si ella sabía de precios… en fin, las invité a sentarse en nuestra mesa y empezamos a hablar, ellas querían ir a Pinar del Río, a Viñales y a Soroa. DIANA, justo los sitios que queríamos visitar… nos dijeron que podríamos compartir gastos de coche y así no alquilar nosotros, les dijimos que perfecto y empezaron las risas de nuevo. Me salió la vena chistosa y entre bebida y bebida nos fuimos a la Bodeguita del Medio a beber más mojito, que no nos gustó mucho, la verdad, demasiada azúcar… disfruté de una banda muy buena, hablé con las chicas, me cachondeé de Torcu que estaba algo colocado y sacamos fotos. Le expliqué a la morena que en el café París el camarero le decía al oído que por un beso suyo haría locuras, compartimos risas, cigarrillos… escribí en la pared un nombre con un rotulador y quedamos con las chicas para salir juntos de viaje al día siguiente. Una gran noche, la primera buena en casi dos meses para mí.
Por cierto, al salir, las acompañamos al coche como buenos caballeros españoles que somos a pesar de lo que piensen algunas personas y nos presentamos, la morena Abigail, la del pelo rizado Leen, de Bélgica y doctoras ambas. Torcu y servidor caminamos por el Malecón y en los soportales otras dos chicas se nos acercaron, hablamos en inglés y nos ofrecieron sus servicios por cuarenta CUC, más risas y tras un paseo cogimos un taxi. El taxista, Lázaro, trabajaba aquella noche para sacar dinero para una fiesta familiar al día siguiente, nos invitó a ir, claro, y nos dio el teléfono para que le llamáramos.
A la cama con la misma chica de la noche anterior, caliente pero venenosa.
“De Alto Cedro voy para Marcané” (Lunes 20 de noviembre de 2006)“De noche todo el mundo va a misa”, eso dice mi madre cuando lo que se planeó ayer no se hace al día siguiente, pero la cosa salió, lógicamente no nos marchamos a la hora convenida. Desayunamos en la casa, lo mismo que el día anterior, la gastronomía cubana es muy escasa y tras un intercambio de llamadas, nos fuimos a hacer tiempo a la plaza de la Revolución, donde estaban ensayando el desfile que se celebraría en dos de diciembre. Yo había oído desde la cama al de megafonía anunciar y a la gente aplaudir, sólo faltaba el protagonista del cuento que por lo que parece al final no ha aparecido. Vimos camiones militares, soldados, las gradas se estaban montando…
El tipo que hospedaba a las chicas en su casa, André, pasó a recogernos, un holandés retirado que se casó con una cubana y al que le encanta hablar de su vida. De camino, paramos a cambiar los pesos mejicanos que habíamos sacado en Méjico por CUC y llegamos, allí estaban Leen y Abi con todo listo, paramos un poco más en la casa y conocí a una mujer jamaicana, tía de la mujer del holandés, 96 años de fumadora y bebedora que en cada fiesta que se hace trata de llevarse a un hombre a su cama, un personaje, sin duda.
Salimos en dirección a Pinar de Río y en una gasolinera un cubano, de rodillas, nos pedía que le lleváramos a Pinar porque su “car kaput”, nos hablaba en inglés, no hubo manera de decirle que no, así que Torcu, que iba conduciendo cogió las de Villadiego y le dejamos allí, no me dio pena, era otro truco, había coches de cubanos allí repostando y le hubieran llevado con total seguridad. Después hablado en frío, estuvimos de acuerdo en que fue la mejor opción si no lo hubiéramos tenido todo el viaje con nosotros.
Llegamos a Pinar, un sitio con edificios preciosos, miles de personas en la calle (parecía una de Bombay) y HUMO, en Cuba los coches queman casi la misma cantidad de combustible que de aceite y las emisiones de gases te ahogan. Repostamos, y nos dirigimos a Viñales, un sitio de campo con una carretera de llegada que era un infierno, vimos un accidente entre un Chevrolet de los 50 y un flamante Toyota Aris de alquiler que había invadido el carril contrario y había dejado la dirección del coche americano tocada y su morro japonés poco reconocible, me dio una pena inmensa y las risas desaparecieron de golpe, era noche oscura y otra de las cosas que faltan en Cuba es iluminación artificial. Llegamos al pueblo, las belgas tenían la dirección de una casa, Casa Yolanda, que no sabíamos donde estaba, dimos a una calle sin salida e intentando dar la vuelta nos encontramos con una mujer que nos preguntó dónde íbamos, “a casa Yolanda” le dijimos y resulta que era la dueña, casualidades… no tenía sitio en su casa y nos recomendó Casa Hilda, nos dirigimos allí, nos repartimos las habitaciones (con dos camas cada una, cosa rara), nos acomodamos y empezamos con los mojitos que nos dieron la bienvenida, risas, comentarios del cubano de la gasolinera, mojitos y cena de cola de langosta. Abi insistió en pedir una botella de vino cubano, jo… nunca lo hagáis, le dimos un sorbo y allí se quedó entera, imbebible, no había forma, el vino de cocinar que uso en España sabía mejor. Seguimos con mojitos y en la terraza de la casa empezamos a oír música que llegaba de la lejanía. Salimos en medio de una noche totalmente oscura del alma pero llegamos, nos sentamos y la banda acaba de terminar de tocar, se puso a llover… y el ron fluía y fluía, Leen me contaba cosas de su novio, veinte años mayor, Torcu bromeaba con Abi y llegó un momento en el que dejé de escuchar, no adrede es que no podía más, no duermo mucho últimamente y el cansancio me vencía, recuerdo que asentía con mi cabeza a las cosas que decía Leen pero poco más. Llegaron las 3 AM y era hora de llegar a casa, de vuelta nos perdimos, dimos vueltas y vueltas y al final el vigilante del pueblo nos llevó a donde no era pero acabamos encontrando la casa, tuvimos que despertar al “custodio” para que nos abriera. Me acosté y dormí cuatro horas.
Torcuato Sánchez Garzón
“Dejé el camino por coger la vereda”El viernes 17 de noviembre salimos disparados del colegio para arreglar los últimos asuntos y marcharnos dirección al aeropuerto, lo típico: atascazo, prisas, nervios… pero llegamos al parking y de allí en el microbús a la terminal D del George Bush International Airport. Cola para facturar, cola para el control de seguridad, cola para el embarque… todo parecía pasar tan despacio que yo me desesperaba y mi natural concepción optimista de la vida en los últimos meses me hacía preguntarme si había hecho bien eligiendo un destino que había pensado para ir acompañado de otra persona, si sería capaz de dejar en Houston el tedio vital y mil preguntas retóricas más.
Despegamos, Torcuato se salía del cuerpo de las ganas que tenía de llegar, después de haber buscado en internet mil cosas que ver, de haber cenado con Héctor, un cubano que vive en Houston, amigo de un amigo de Torcu, de haber oído hablar de la belleza de las mujeres cubanas… cada loco con su tema, yo a lo mío y él preparado al máximo para disfrutar de ocho días.
El “puelco americano” tiene un bloqueo estúpido que impide viajar directamente a la isla a personas que no sean residentes cubanos que no hayan visitado la isla en tres años, así que nuestro vuelo aterrizaba en México DF y después de hacer noche en él volaríamos al aeropuerto habanero de José Martí.
Llegamos y tras una larguísima espera de la mía, dejamos las maletas en consigna, el mostrador de Cubana de Aviación no abría hasta las 5 AM, así que como no hay asientos en la zona de espera del aeropuerto mejicano Benito Juárez, intentamos buscar un hueco tranquilo y más o menos abrigado donde sentarnos. Difícil tarea, lo intentamos en la zona de comidas donde casi todos los asientos estaban ocupados por gente como nosotros, cuerpos con la cabeza apoyada en la mesa dormitando, personal de seguridad en su hora de pausa, medio vagabundos buscando un sitio en el que refugiarse de la intemperie de una noche fría de noviembre. Nos cambiamos de sitio, Torcuato, bendito él, cayó en un profundo sueño tirado en un pasillo, yo intenté un sudoku, escuchar música, escribir… pero los nervios que como ese desodorante pegajoso no me abandonan últimamente, me dejaron sólo la posibilidad de dar vueltas y vueltas y de comerme más y más la cabeza… no había manera de poder conciliar el sueño. El tiempo pasaba tan despacio que empezó a dolerme la cabeza y sentía las extremidades en tensión como si tuviera cables de acero entre los músculos, por fin dio la hora de poder hacer el embarque, sacamos las maletas de la consigna, facturamos y bajé a desayunar. No había comido en quince horas, macdonals me proporcionó un grasiento bocadillo de pescado con patatas fritas, según iba masticando sentía calor en la cara y grasa en la piel de la nariz. Por si acaso, sacamos pesos mejicanos en el cajero, habíamos hecho el tonto cambiando dólares a euros que después tendríamos que cambiar a peso convertible cubano, la moneda de Cuba para el turista, pero no lo supimos hasta tiempo después.
“En el barrio de la Cachimba se ha formado la corredera” (Sábado 18 de noviembre de 2006)Embarcamos, (por cierto que para entrar en Cuba hay que pagar veinte pesos convertibles a la entrada y veinticinco a la salida) un avión grande, cómodo y con luz clara. En la sala de embarque di una cabezada de 5 minutos, un grupo de estudiantes mejicanos que iban a un congreso, hacían ruido, animados por la aventura supongo… otra vez a pasear y a hacer la cuenta de las horas que llevaba sin dormir, veintitrés conté.
Entramos en el avión, me abroché el cinturón del asiento del medio, cedí la ventanilla a Torcu (siempre que puedo pido pasillo pero esta vez no pudo ser) y a mi lado se sentó una de las estudiantes mejicanas, una belleza de aspecto muy europeo que me preguntó de donde éramos y con la que bromeé sobre mi acento de cabra afónica después de tanto hablar y poco descansar. Ya era de día y a unos diez minutos de aterrizar caí en un sueño profundísimo que acabó con el aterrizaje y continuó en el trayecto del avión a la puerta de salida. La joven se despidió con un “¡que lo pasen muy bien!” que me despertó sobresaltado y tuve una reacción mala, un “¡¿Será sino que hoy no pueda dormir?!” del que me estuve arrepintiendo todo el viaje. Así soy de listo…
Un día nublado nos esperaba en La Habana, tras otro aguardar para entrar a recoger las maletas, la aduanera me miró fijamente, demasiado, como una especie de preludio de lo que pasaría después, preguntas típicas y para adentro a recoger las maletas. Esta vez fue la de Sánchez la que se retrasó, salimos los últimos de las cintas de equipaje y, casualidades del destino, un agente aduanero se nos acerca, nos pide los pasaportes y se lleva a Torcuato a una sala para registrarle y hacerle miles de preguntas estúpidas, muchas de ellas que tenían que ver conmigo (¿Qué tengo?). Le preguntó qué fumaba su amgio, si tomaba drogas… el tipo era un armario de dos por dos sacado de principios de los ochenta, otro anacronismo, el aeropuerto José Martí tiene un aspecto setentero absoluto. Yo esperaba y miraba a Torcuato, aguardaba mi turno que nunca llegó, otro agente me dio el pasaporte y me dijo “Espere fuera, señol”. Mientras esperaba, se me acercó un agente de información que en seis minutos tenía buscados para nosotros casa y taxi, las comisiones están a la orden del día. Salió Torcuato y antes de que nos diésemos cuenta estábamos en una furgoneta taxi, ahí desperté y le pregunto al conductor: “¿Qué nos va a costar esto?” y responde “veintisinco” Torcu y yo nos miramos y dijimos: “no, déjelo”. El tío se cabreó pero decidimos hacer las cosas al estilo Torcuato, que empezó a hacer llamadas, pedir información, moverse aquí y allí… se nos acercó un taxista que a la postre sería el artífice del comienzo de una serie de cosas que nos trajeron felicidad momentánea. Queríamos encontrar una habitación con dos camas para abaratar gastos, pero era difícil, y nos dijo: “miren, ustedes pueden dormir como hermanos, respetándose, nada de ser maricones… ustedes ya me entienden…” a mí me dio la risa, una de las muchas que por suerte tuve en el viaje y que tanta falta me hacían.
Después de pelear, Idalberto, el taxista, nos encontró dos habitaciones en la casa de “su hermano” en el barrio de El Vedado por veinte pesos convertibles al día, una GANGA por lo que después vimos, la temporada no era alta y la casa estaba vacía. Nos llevó allí por veinticinco más cinco de propina, Torcuato le daba conversación (muela, como dicen allí) como es él siempre interesado por conocer y aprender cosas nuevas.
En una de las ocasiones el taxista dijo que era ingeniero y que su papá era “doctol, en siensia filosófica” los cubanos tienen un uso magnífico del español, nada que ver con el fronterizo al que estamos acostumbrados. Yo miraba el paisaje, coches antiguos, fábricas medio derruidas, miseria, plantas tropicales que crecían en estado casi salvaje… la gente se acercaba a motos y coches en los semáforos y se montaban, un medio de transporte muy habitual en Cuba y que me dio que pensar de la bondad que todavía queda en algunas partes del mundo.
Llegamos al número 704 de la calle A (entre la 29 y Zapata), una casa construida en el año 36, majestuosa y antigua, Óscar, el dueño, nos la enseñó y nos gustó tanto como el precio, ya teníamos casa. Deshicimos maletas y cada uno a su cuarto. Yo no podía con mi alma, pero salimos a pasear, era sábado por la mañana y allí estábamos.
No recuerdo la hora, sólo que estaba como en una nube, caminábamos calle 23 abajo observando casas antiguas, coches antiguos, a los cubanos, a las cubanas… me quedé mirando a una chica bellísima que esperaba el autobús y que me devolvió una sonrisa que me trajo a la vida. Torcuato y yo curioseábamos sobre todo lo que veíamos, hasta que casi al llegar al Malecón nos encontramos con los protagonistas de la primera aventura. Una pareja que iba de la mano, se nos acercó y nos hablaron en italiano, en seguida se separaron y empezaron a darnos conversación por separado. Nos hablaron de los amigos que tienen en España y Torcu que tenía un hambre canina les preguntó: “¿Dónde comemos bien y barato?” y nos llevaron a un paladar, un restaurante no controlado por el gobierno, donde nos siguieron dando muela, yo estaba ya mareado, el tipo tenía un aspecto muy fibroso, tirillas, pero fibroso, después me dijo que había sido boxeador y me lo creo por cómo se movía. Antes de comer, mojitos; nunca los había probado, me encantaron pero se subían.
No comí, tampoco tengo hambre últimamente, observaba y veía como el fuego se le iba subiendo a Torcu que al final acabó pagando la comida, sablazo, naturalmente. El tipo cuando la conversación derivó al género femenino y vio que ninguno de los dos le hacíamos caso a la que ahora era su tía Carla, me miró y me dijo: “¿Te gustan las mulatas? Te voy a presental a unas amigas que te van a sacal esa tritesa que llevas en los ojos, Canlos.” Estaba exaltado, quizá se frotaba las manos pensando en lo que había pescado. Salimos del paladar y nos enseñaron los alrededores de Habana Vieja, el barrio más jodido de los céntricos, nos llevaron al callejón de Hamel del que luego os hablaré y no preguntéis como, acabamos en su casa. Querían vendernos puros para sacar dinero para la fiesta de cumpleaños de la hija de Carla, y la cosa se puso fea, subimos a la segunda planta de la casa, en la de abajo había una mujer que veía tele y en un cuarto del fondo a oscuras, un gorila cubano. “Hoy es mi día”, pensé para mis adentros, mientras me acordaba del hambre canina de Torcu y de los mojitos tan buenos que llevaba en el estómago. Insistían e insistían en que compráramos puros a setenta dólares, recién robados de la fábrica y frescos, frescos. Yo sólo llevaba veintiséis, pero la cosa se ponía tan extraña que estaba dispuesto a pagar lo que pidieran, en una casa en el medio de ninguna parte de una ciudad que no conocíamos… al final, la terquedad de Torcu y la suerte nos hicieron pagar cuarenta y seis, cuatro menos de lo que es precio normal a turistas desconocidos. Salimos de la casa a toda hostia con dirección al Malecón, al salir, el gorila del cuarto oscuro hablaba por teléfono, uno de esos que te da medio cate y te tiras tres días en la cama.
Jodidos y descontentos nos dirigimos a casa, bautismo de fuego, el ave rapaz cubana había robado algunos de nuestros polluelos, aprendimos una lección que nos sirvió para el resto del camino.
Ducha y lamentos de pardillo colocado, nos arreglamos y nos fuimos a la Casa de la Música, el sitio de baile por excelencia para turistas. Previamente el taxista nos dijo donde cenar barato, y allí fuimos, había bocadillos por un peso convertible a los que llamaré CUC desde ahora, cerveza y cuba libres baratos… allí sentados se nos acercó Luis, otro buscavidas, que me miró a la cara y me dijo: “Tengo una farlopa buenísima y también maría…” , era la cuarta vez que me habían ofrecido cocaína ese día, a mí, y no a Torcu, y me estaba minando anímicamente, ya que tengo ojeras y he perdido algo de peso. Amablemente rechazamos la oferta y le invité a comer, nos contó la historia que después oiríamos tantas veces, gente deseosa de dejar el país, harta de no tener qué comer… el tío me volvió a ofrecer precio especial si le compraba unos gramos, y yo no podía más, le dejé claro que no consumo drogas y nos pidió dinero. Le di un capotazo, ya le había invitado a comer y yo no soy el turista típico español. Salimos del bar restaurante y nos pusimos en la fila de la Casa de la Música, media hora para entrar y quince CUC, un paraíso para bailones. Un sitio normal para los demás, vimos un espectáculo espectacular de baile, un traga fuegos, un cantante que interpretó “la distancia” una de mis canciones favoritas de Roberto Carlos, y seguía la paliza emocional. Salió la banda, enorme y con buen sonido, la gente bailaba, nosotros mirábamos y yo bebía cuba libres como si fueran agua. En un cierto momento una cubana guapísima se sentó a mi lado y me preguntó: “¿Te impolta que me siente aquí?” le dije que no y nos presentamos. Era muy tímida, me pareció una puta nueva, era callada, hablé con ella y me dijo que trabajaba de contable. Le pregunté si se vivía bien con ese sueldo y me dijo que no, que tenía otro trabajo. En esas apareció Luis que había conseguido entrar en el local diciendo que era miembro del equipo de tae kwondo cubano, pero no le duró mucho la alegría a los quince minutos le echaron.
Empecé a bromear con la chica y a preguntarle si era espía del gobierno y bobadas alcohólicas como esa, no se decidía a decirme lo que era, y no hacía más que mirar a la puerta, esperaba a una amiga que acabó llegando con su experiencia e intentó cerrar el trato por cien CUC por barba en nuestra casa, Torcuato la picaba y ella se encendía, me miró y me dijo: “¿Nos vamos?”, rechacé la “oferta” y ella replicó, con la chica de mi lado absolutamente callada y algo avergonzada, pobrecita mía: “Mira, estoy segura de que mi amiga es una diosa hasiendo el amol…” y yo la miré y pensé “a las diosas se les ofrecen sacrificios como pago” pero le dije: “no voy a pagar, así que buena suerte” se levantaron y se fueron, Torcu y yo nos sonreímos y seguimos tomando cubalibres hasta que nos cansó el ambiente turista y nos fuimos a casa.
“¿Qué te importa que te ame, si tú no me quieres ya?” (Domingo 19 de noviembre de 2006)Cuando me desperté todavía estaba a mi lado la jinetera Resaca, un desayuno copioso en la casa por tres CUC, ducha, intento de dar esquinazo a esa resaca y a caminar, patear la Habana iba a ser la tónica del viaje. Nos dirigimos al hotel Habana Libre (antes Habana Hilton…), allí cogimos un plano de la parte mas turística de la ciudad y Torcu compró uno en la tienda de al lado. No podía vencer a la falta de bebida así que pedí una cerveza a la hora del Ángelus. Nos hicimos un plan de visita y enseguida se nos acercó una mujer negra que se ofreció a ser guía turística por seis CUC, le cogimos el teléfono pero no la llamamos, iba bien vestida y fue muy discreta al entrarnos y dejarnos. Nos pusimos a caminar por el Malecón donde Torcu hizo unas fotos magníficas y nos metimos por el paseo Martí, donde vi unas casas preciosas, (algunas de estilo andalusí), el paseo es alucinante, hay un bulevar y a cada lado la arquitectura te quita el sentido, volví a darle vueltas al coco y me vinieron recuerdos de otros viajes y de lo que había vivido. Había una especie de mercadillo que ya estaba terminando, la gente bailaba en la calle, los puestos vendían “pan con lechón” (bocadillos de jamón cocido), los pintores intentaban vender sus cuadros, los camellos me ofrecían su mercancía… caminando, caminando… llegamos al Capitolio, donde cientos de cubanos se sentaban en las escaleras del palacio charlando y mirando a la gente pasar. Torcu y yo entramos a visitarlo, pasamos a todas las salas que pudimos incluso en algunas que no se podía pero cuyas puertas encontramos abiertas, entramos, vimos, fotografiamos, nos echaron del senado… más risas. Visitamos los hoteles de al lado, el Inglaterra y el Telégrafo, de nuevo edificios que son una maravilla pura, ambiente festivo en la calle, ofrecimientos de cocaína (¡Qué cruz!), paseo, cubanas bellísimas y de repente un hambre canina, sentí ganas de comer por primera vez de verdad en tres semanas, buscamos el café París y allí nos sentamos a tomar una cerveza primero y después a comer, pizza y algo más que no recuerdo, con los mapas encima de la mesa, y con una orquesta que tocaba allí, muy bien (tenían un saxo y una percusión que sonaba a gloria) pero con demasiado volumen, devoraba la pizza, que no estaba muy buena pero ya saben: la filosofía es para cuando no hay hambre y cuando hay hambre no hay pan duro. Al poco de entrar, se sentaron a nuestro lado dos chicas que hablaban una lengua extraña que no pudimos reconocer, tomaron mojitos y sacaron sus planos. Una de ellas tenía un pelo negro y largo precioso que me recordó mucho al de una señorita que veía dos veces al mes (si tenía suerte) en la academia en la que trabajé casi cinco años, me acordé mucho de las cosas que hacía para salir a abrirle la puerta o hacerla sonreír… pero esa es ya otra historia, el caso es que mi cabeza volvió durante unos minutos a Madrid.
Las chicas nos miraban, sobre todo la morena con la que crucé una mirada y le dije “yeah?”, ella respondió con una sonrisa y un movimiento de cabeza negando. Y el asunto quedó ahí, ellas también pidieron pizza para amenizar el plan de viaje que estaban haciendo, no sabíamos que si la casualidad existe ese día tendríamos una prueba de ello.
Salimos del café Paris y seguimos caminando, nos hicimos unas fotos en la parte de fuera de la Bodeguita del Medio, otro local típico, donde Hemingway tomaba sus mojitos y en cuyas paredes puedes escribir cosas. No pudimos entrar, estaba hasta arriba y es un local muy pequeño. Así que después de escuchar algo a la banda llegamos al lugar más mágico de la Habana para mí, la plaza de la catedral. El templo tiene una fachada preciosa con una piedra que parece que acaban de sacar del mar, al lado hay un restaurante llamado el Patio, cuyas mesas cubren la plaza al estilo terraza del café de Oriente en Madrid, y el interior es precioso. Incluso hay una terraza en el piso de arriba en la que puedes cenar, pensé en que algún día volvería, cenaría en la terraza, pediría la mano de la señorita de Avignon y me casaría con ella en la catedral (¿soñador? Nah…). La imagen se rompió en mil pedazos cuando vi a un gañán español con una camiseta que ponía “el agua pa las ranas” que gritaba: “Mira, mira… Toñín allí hay una mesa…” mierda de turistas ad hoc…
Miré hacia las mesas y ¿a quienes vimos? A las chicas del café París que seguían con sus cábalas, nosotros empezamos las nuestras entre mojito y mojito y canciones de son que tocaba la banda que amenizaba en el Patio. Un lujo, había anochecido, la luz de las torres de la catedral parecían dos cirios y la música envolvía el ambiente cálido que nos ofrecía el tiempo. La morena nos volvió a mirar y la saludé, sonrió y seguimos cada uno a lo nuestro.
Torcu y yo no sabíamos como llegar al pueblo que queríamos visitar, Pinar del Río, autobús, coche alquilado…. No sabíamos nada de precios, los mojitos me relajaban, y de repente le digo: “Oye, polla… ¿y si le preguntamos a las guiris si y donde han alquilado el coche?”, Torcuato me dijo dubitativo algo que no entendí, me levanté, me acerqué a la mesa y le dije a la morena que queríamos viajar pero que no sabíamos los precios de los coches de alquiler y si ella sabía de precios… en fin, las invité a sentarse en nuestra mesa y empezamos a hablar, ellas querían ir a Pinar del Río, a Viñales y a Soroa. DIANA, justo los sitios que queríamos visitar… nos dijeron que podríamos compartir gastos de coche y así no alquilar nosotros, les dijimos que perfecto y empezaron las risas de nuevo. Me salió la vena chistosa y entre bebida y bebida nos fuimos a la Bodeguita del Medio a beber más mojito, que no nos gustó mucho, la verdad, demasiada azúcar… disfruté de una banda muy buena, hablé con las chicas, me cachondeé de Torcu que estaba algo colocado y sacamos fotos. Le expliqué a la morena que en el café París el camarero le decía al oído que por un beso suyo haría locuras, compartimos risas, cigarrillos… escribí en la pared un nombre con un rotulador y quedamos con las chicas para salir juntos de viaje al día siguiente. Una gran noche, la primera buena en casi dos meses para mí.
Por cierto, al salir, las acompañamos al coche como buenos caballeros españoles que somos a pesar de lo que piensen algunas personas y nos presentamos, la morena Abigail, la del pelo rizado Leen, de Bélgica y doctoras ambas. Torcu y servidor caminamos por el Malecón y en los soportales otras dos chicas se nos acercaron, hablamos en inglés y nos ofrecieron sus servicios por cuarenta CUC, más risas y tras un paseo cogimos un taxi. El taxista, Lázaro, trabajaba aquella noche para sacar dinero para una fiesta familiar al día siguiente, nos invitó a ir, claro, y nos dio el teléfono para que le llamáramos.
A la cama con la misma chica de la noche anterior, caliente pero venenosa.
“De Alto Cedro voy para Marcané” (Lunes 20 de noviembre de 2006)“De noche todo el mundo va a misa”, eso dice mi madre cuando lo que se planeó ayer no se hace al día siguiente, pero la cosa salió, lógicamente no nos marchamos a la hora convenida. Desayunamos en la casa, lo mismo que el día anterior, la gastronomía cubana es muy escasa y tras un intercambio de llamadas, nos fuimos a hacer tiempo a la plaza de la Revolución, donde estaban ensayando el desfile que se celebraría en dos de diciembre. Yo había oído desde la cama al de megafonía anunciar y a la gente aplaudir, sólo faltaba el protagonista del cuento que por lo que parece al final no ha aparecido. Vimos camiones militares, soldados, las gradas se estaban montando…
El tipo que hospedaba a las chicas en su casa, André, pasó a recogernos, un holandés retirado que se casó con una cubana y al que le encanta hablar de su vida. De camino, paramos a cambiar los pesos mejicanos que habíamos sacado en Méjico por CUC y llegamos, allí estaban Leen y Abi con todo listo, paramos un poco más en la casa y conocí a una mujer jamaicana, tía de la mujer del holandés, 96 años de fumadora y bebedora que en cada fiesta que se hace trata de llevarse a un hombre a su cama, un personaje, sin duda.
Salimos en dirección a Pinar de Río y en una gasolinera un cubano, de rodillas, nos pedía que le lleváramos a Pinar porque su “car kaput”, nos hablaba en inglés, no hubo manera de decirle que no, así que Torcu, que iba conduciendo cogió las de Villadiego y le dejamos allí, no me dio pena, era otro truco, había coches de cubanos allí repostando y le hubieran llevado con total seguridad. Después hablado en frío, estuvimos de acuerdo en que fue la mejor opción si no lo hubiéramos tenido todo el viaje con nosotros.
Llegamos a Pinar, un sitio con edificios preciosos, miles de personas en la calle (parecía una de Bombay) y HUMO, en Cuba los coches queman casi la misma cantidad de combustible que de aceite y las emisiones de gases te ahogan. Repostamos, y nos dirigimos a Viñales, un sitio de campo con una carretera de llegada que era un infierno, vimos un accidente entre un Chevrolet de los 50 y un flamante Toyota Aris de alquiler que había invadido el carril contrario y había dejado la dirección del coche americano tocada y su morro japonés poco reconocible, me dio una pena inmensa y las risas desaparecieron de golpe, era noche oscura y otra de las cosas que faltan en Cuba es iluminación artificial. Llegamos al pueblo, las belgas tenían la dirección de una casa, Casa Yolanda, que no sabíamos donde estaba, dimos a una calle sin salida e intentando dar la vuelta nos encontramos con una mujer que nos preguntó dónde íbamos, “a casa Yolanda” le dijimos y resulta que era la dueña, casualidades… no tenía sitio en su casa y nos recomendó Casa Hilda, nos dirigimos allí, nos repartimos las habitaciones (con dos camas cada una, cosa rara), nos acomodamos y empezamos con los mojitos que nos dieron la bienvenida, risas, comentarios del cubano de la gasolinera, mojitos y cena de cola de langosta. Abi insistió en pedir una botella de vino cubano, jo… nunca lo hagáis, le dimos un sorbo y allí se quedó entera, imbebible, no había forma, el vino de cocinar que uso en España sabía mejor. Seguimos con mojitos y en la terraza de la casa empezamos a oír música que llegaba de la lejanía. Salimos en medio de una noche totalmente oscura del alma pero llegamos, nos sentamos y la banda acaba de terminar de tocar, se puso a llover… y el ron fluía y fluía, Leen me contaba cosas de su novio, veinte años mayor, Torcu bromeaba con Abi y llegó un momento en el que dejé de escuchar, no adrede es que no podía más, no duermo mucho últimamente y el cansancio me vencía, recuerdo que asentía con mi cabeza a las cosas que decía Leen pero poco más. Llegaron las 3 AM y era hora de llegar a casa, de vuelta nos perdimos, dimos vueltas y vueltas y al final el vigilante del pueblo nos llevó a donde no era pero acabamos encontrando la casa, tuvimos que despertar al “custodio” para que nos abriera. Me acosté y dormí cuatro horas.
“El cuarto de Tula se cogió candela.” (Martes 21 de noviembre de 2006)Desayunamos, pagamos las deudas y salimos disparados hacia Pinar del Río, vimos el pueblo desde el coche, dando vueltas para encontrar la carretera a Las Terrazas, un monte repoblado y reconstruido para el turismo, donde se podían ver restos de un cafetal, montaña, arboledas, un lago artificial… Leen tenía curiosidad por el Mural de la Prehistoria. Sonaba bien, a pintura rupestre, una curiosidad, conseguimos llegar y sorpresa… el mural tenía unos treinta años y estaba hecho en la pared desnuda de una montaña. Allí aparecían el monstruo del lago Ness y su novio, unos caracoles, un hígado a punto de ser transplantado y Spiderman, su señora y su hijo. RISAS, de nuevo volvieron, sacrosantas… y nos dirigimos a Soroa, a ver una cascada que tenía un camino a pie de cuarto de kilómetro, tras el paseo y las fotos una bebida refrescante y de nuevo al coche, esta vez con dirección a la Cueva del Indio, una atracción natural muy digna, compuesta por un paseo a pie hasta coger una barca que va por un río que discurre por dentro de la gruta, formaciones geológicas y visita a la tienda de souvenirs. Mereció la pena, de verdad que sí. Hablamos mucho, mucho, las chicas estaban a gusto con nosotros porque les solucionábamos el problema del idioma y la conducción, y yo con ellas, eran cultas e inteligentes, bromistas y nunca decían no a una bebida. De camino de vuelta no nos detuvimos en el Palenque un bar cueva en el que habíamos parado antes de llegar a la Cueva del Indio. Paramos a sacar fotos del valle, compré postales y encontré un momento de volver a desgastarme los sesos, de allí a Pinar del Río a buscar una plantación de tabaco. Después de unas decenas de metros conduciendo en dirección prohibida (en Cuba también falta señalización) me detuve y preguntamos por la fábrica de tabaco del pueblo, llegamos y una vez llegados un tipo nos recomendó que visitáramos la plantación de San Luis que era mucho mejor que la fábrica, casualmente él tenía que ir a llevar un documento… no le podíamos llevar, el coche estaba hasta arriba de trastos. Nos indicó más o menos cómo llegar y después de mil vueltas llegamos; en el desvío un enano en bici se ofreció a llevarnos a cambio de nada, el hombre pedaleaba y pedaleaba y solucionaba sus problemas de cadena, todo por la comisión por llevar turistas ya sabéis. Le dimos una propina cuando llegamos allí, se la había ganado a pulso ¡coño!, el único cubano que he conocido en la isla que se ha ganado una propina.
La visita a la plantación de don Alejandro Robaina resultó un fiasco, nos enseñaron donde se planta el tabaco, un secadero y poco más, intentaron vendernos puros, metí una rueda del coche en una zanja, nos dejaron sin ver la fábrica de Pinar del Río donde las mujeres hacen los cigarros, en fin... de camino al pueblo nos cruzamos con carros, burros, bicis, personas a pie, tractores, tractores con remolque que hacen las veces de transporte escolar… paramos a comer en Pinar en un paladar y de allí con la barriga llena (mal asunto) a la autopista, noche cerrada y gente en bici en la vía rápida, coches con las luces largas fijas, gente andando, empezó a llover… decidimos que Leen iría delante para darle conversación a Torcu, y atrás yo hablaba con Abi, Abi la del corazón roto, una chica bien interesante, hablamos de musicales, de cine en general, tenía mucho sueño y se intentó quedar dormida, hicimos millas y millas y llegó el cambio, cogí el volante y llegamos a la Habana como a la hora.
Ya que la casa de las chicas quedaba lejos, les dijimos que se quedaran en la nuestra, que quizá habría otra habitación, llamamos a Óscar y nos dijo que no tenía pero que en la misma calle conocía a un tipo que tenía sitio de sobra. Llegamos por fin, las acompañamos a su casa y quedamos para tomar algo en nuestra terraza sobre las once. Me acerqué a comprar refrescos, descansamos, agua al cuerpo, afeitado y enseguida a tomar cubalibres y fumar un puro con las belgas, Torcuato entró en terrenos pantanosos de filosofías y preguntas sobre angustias vitales. En un cambio de asientos yo me puse al lado de Abigail, que se choteó de mi camisa hawaiana, iba notando como los nervios la agarrotaban, se veía tormento en su cara y no había manera de parar la conversación porque el ron Havana Club hacía estragos, la vi al límite y le dije: “mira, ven que te enseño la otra camisa que tengo” la llevé a la habitación y bromeé con ella, le dije por qué las uso y sonrió otra vez. Se la quiso poner y se la dejé, no me pregunten cómo, pero se animó, le dio la risa, las flores de las camisas horteras tienen algo que funcionan con todos menos conmigo.
Volvimos al ataque y acabamos con la botella, hora de irse, quedamos para desayunar a las once todos juntos en nuestra casa, las acompañé a la suya y me quedé con Abi un rato hablando, la chica del corazón roto, que fue a Cuba para exactamente lo mismo que yo, olvidarse de todo, beber ron, escuchar música y ver cosas. Había algo que nos unía sin que lo supiéramos, quizá el destino hizo que intercambiáramos una sola palabra en el café París, qué sé yo. Le dije que no se preocupara, que era una cuestión de tiempo y que todo se iba a arreglar, ya sabéis cosas que se dicen cuando no sabes qué decir y no sabes cómo arreglar las tuyas, lágrimas belgas llenaron mi camisa de palmeras y barcos, se me partió otro trozo de corazón de licenciado vidrieras, nos dimos un abrazo que me hizo sentirme extraño, pero querido de alguna forma y yo le besé el pelo.
Otra noche de menos de cuatro horas de sueño.
“Hay un suave murmullo en el silencio de una noche azul” (miércoles 22 de noviembre de 2006)Desayunamos las mismas viandas de días atrás en nuestra casa, nos levantamos más tarde que Torcuato que llegó cuando Leen, Abi y servidor ya estábamos terminando el desayuno, se había ido a pasear por el barrio chino y otros lugares de La Habana. Se sentó a la mesa y con ese rictus serio de senador indignado soltó otra de esas frases legendarias que me hizo salir al pasillo a reírme atragantado, comenzó con un “Hohtiaa, compay…” que me descompuso la tristeza y continuó con una sucesión de palabras y onomatopeyas que casi me matan de risa, las chicas miraban desconcertadas y yo me desternillaba, no había manera de parar el torrente de carcajadas.
Nos preparamos y nos fuimos a ver el Cementerio de Colón, fue un día extraño, me sentía raro, el sitio es inmenso, cinco kilómetros cuadrados de tumbas, con una parte a la que recomiendan no acceder por seguridad, donde se volvieron a dirigir a mí en italiano y donde vimos algunos panteones y tumbas de impresión. Una mujer enterrada con sus joyas (de dos millones de dólares de valor) bajo dos metros de cemento, mármol italiano, mármol cubano, un ángel de un millón de dólares, pirámides, techos hechos de fichas de dominó de piedra, apellidos asturianos… y la tumba de Amelia de Goire. Amelia Goire murió el 3 de mayo de 1901 casi al término de su embarazo, fue sepultada con su hijo a sus pies, se cuenta que al abrir el sepulcro tiempo después para enterrar al suegro de la fallecida, se encontró su cuerpo incorrupto y con el niño en sus brazos, ¿milagro? Hay un protocolo que seguir para pedir los favores, nunca darle la espalda, no tener sombrero puesto, tocar las argollas de la tumba como si estuvieras llamando, tocar la espalda del niño y la de ella y pedir. Lo hice, pedí por la salud del ser de mis tormentos, y pedí por mi futuro. El guarda que nos hizo de guía me dijo que si se cumplía debía volver a llevar flores o poner una placa de agradecimiento.
La Habana está llena de perros abandonados que duermen la siesta en cualquier sitio o buscan comida, todos tienen tiña o vete tú a saber qué enfermedad, y vimos bastantes ese día. Torcuato se fue a casa, yo me fui con las chicas a dar un paseo en coche, las llevé al Callejón de Hamel y les encantó, dimos un paseo por la Habana vieja e hicieron unas fotos. No recuerdo qué hicimos después, por lo menos sé que acabamos en la terraza de la plaza de la Catedral, ellas se fueron a mirar algo en internet y a llamar por teléfono y yo me quedé solo con mi soledad oyendo al grupo que tocaba las canciones del disco Buena Vista Social Club (ya os hablaré de esto más tarde). El cantante, viejo conocido de las chicas desde la noche del sábado (se fue con ellas a la Casa de la Música, donde también estuvimos nosotros), lo intentaba pero no tenía buena voz, sacó a bailar a Leen, habló conmigo, me dijo que habían dado un concierto en Burgos, firmó los discos que le compró ella y desapareció cuando llegó su novia o esposa. Precaución amigo conductor…
Cayó la noche, Torcuato no aparecía, la cita era a las 8.30 para recoger pronto y marcharnos de viaje los cuatro a Trinidad y a Cienfuegos, las torres de la catedral ya parecían cirios, el ambiente era más frío, poca gente, música buena con mala voz, dos niñas bailaban en la plaza... Dieron las nueve y veinte y Torcuato no apareció, pero sí un gran cabreo y un montón de palabras en flamenco que acabaron con un “bueno, quizá sea mejor que no vengáis con nosotras”, me dio pena pero no podía evitar pensar en que a veces uno tiene que escoger un camino u otro, mi compay escogió el mejor para él y me alegré infinitamente. Llegamos a casa de las chicas bastante tarde, el casero se había acostado y llegaron más nervios, ellas salían de viaje temprano y la papeleta era de tómbola. Al final les abrieron, dejaron sus cosas y me despedí de una Leen algo resentida, cayó por los suelos la concepción de caballeros españoles que tenía de nosotros, pero yo seguía contento por él.
Abi y su conductor de Madrid se fueron dirección a Vedado, nos perdimos pero llegamos al final. Compartimos mil cosas, hablamos, reímos y dormimos tres horas.
“Qué terrible es vivir una vida de fidelidad y esperar el regreso de aquello que no ha de volver” o cómo sobrevivir con seis CUC tres días en la Habana (jueves 25 de noviembre de 2006)8.30 AM: cogí el coche y dejé a Abi en la parte del Malecón que da al túnel para llegar a su casa, la despedida fue para siempre, amarga y somnolienta, ella siguió su camino por carretera, yo seguí el mío a pie y acabé paseando por la calle de la Amargura (oh, sí), di con la única Iglesia abierta que pude ver, la de San Francisco de Asís, prometí volver, y caminé hasta que casi me desmayo del agotamiento. Al final de una calle vi un Chrysler negro de los años cincuenta, el taxista desayunaba y le dije “¿me llevas a Vedado?” Convinimos un precio asequible, baje la ventanilla me senté con los brazos extendidos en ese asiento con capacidad para cuatro personas y empezamos la marcha, me sentí libre, el aire me daba en la cara, se oía el ruido de la calle, el del motor, música en la radio… me creí el virrey de la Habana durante los minutos que duró el trayecto, pero todo tiene su fin, llegamos a la calle A, y la casa me devolvió a la realidad: me quedaban seis CUC para tres días. En la habitación me encontré una nota de escritura a mano de médico, llamé para saber si Abi había llegado bien a su destino, nos volvimos a despedir y Torcu apareció. Risas de perdedor retumbaban en la terraza mientras él me hablaba, perdedor: lo tengo escrito al revés en la frente para que cada vez que me mire al espejo lo pueda leer.
Yo le conté la espera, la desespera y la esperanza en la plaza, y de nuevo llegaron las risas y un abrazo, no tenía fuerzas, era como si estuviera muerto, además no pudimos desayunar en la casa esa mañana y lo hicimos en un kiosco de comida rápida y también en uno de esos sitios donde comen los cubanos en el que tomamos zumo de guayaba y unas galletas, ahí supimos que podíamos comer en esos sitios si pagabas con monedas de poco valor en CUC, gran descubrimiento, como la penicilina para mi bolsillo, volvimos a patear, ya no había dinero para taxis.
La mente no me daba para más, intentamos buscar la fórmula para alquilar un coche y dirigirnos a Cienfuegos y Trinidad por nuestra cuenta pero los cálculos no daban, yo no podía pensar, Torcuato quería ir, yo también pero no había combinación posible. Aún así reservamos un coche porque Sánchez (bendito sea…) se había traído su tarjeta de crédito española, hizo fotos al Callejón de Hamel, paseamos por todas las calles, hubo un tirón a la cámara de Torcu que por suerte aguantó el envite…
Nos dirigimos a ver el museo Casa de los Capitanes, un lugar con un patio en el que había dos pavos reales, palmeras… diversas salas con material bélico, de transporte, antigüedades, pinturas… una maravilla con bañeras talladas en mármol italiano. Allí conocimos a una de las bedeles, Mercedes, los cuarenta y siete años más bonitos que he visto, dejando a un lado los de Sofía Loren, claro está. Simpatiquísima, nos enseñó una zona “prohibida” del museo y se hizo una foto con nosotros, nos dio el teléfono que nunca marcamos, fumé y conversamos con las otras bedeles, nos reímos más. Cenamos lo mismo que habíamos comido, comida barata para cubanos, al mediodía pan con lechón y un perrito, y a la noche, pizza de grasa, sí, sí… de grasa. Decidimos quedarnos en la Habana y no viajar, estaba escrito que tenía que ser así, tuvimos la oportunidad y nos la dejamos escapar, estoy pensando en dedicarme a ser conferenciante de este tema.
Caminamos a casa, no me acuerdo de mucho más pero sí que tuve que ir a buscar a Torcu porque no volvía de un sitio al que había ido. El asunto se resolvió felizmente, alguien lo vio y lo distinguió en la lejanía, aquello me impresionó, me llamaron “buen amigo” por primera vez en mucho tiempo, me acosté y esa noche tampoco dormí bien, al menos creo que no me ofrecieron polvo nasal aquel día. Torcuato siguió con su vida feliz “ella es sencilla, le brinda al hombre virtudes todas y el corazón”.
“Yo no sé qué me está pasando que no dejo un momento de pensar en ti.” (Viernes 26 de noviembre de 2006)Desayuno en casa, sí, otra vez huevos y fruta, a mí me quedaban cuatro CUC, caminamos a la Habana vieja, hablamos con Analeida, la santera de la Plaza de la Catedral que nos recomendó qué monumentos ver y nos pidió algún regalo que prometimos llevar al día siguiente. No recuerdo qué más hicimos ese día, sé que no pude tampoco ver la catedral por dentro, la plaza estaba reservada para un grupo de quinientos turistas franceses y la habían cerrado antes de tiempo por aquel motivo.
Acabamos en casa y no salimos por la noche, Torcuato siguió con sus vacaciones, yo me senté en la puerta a hablar con Óscar (el dueño) y Pocho (el vigilante) a conversar de lo no divino y de lo inhumano, Óscar era pariente lejano del dictador Batista, un buscavidas con una ex mujer y un hijo en Miami, con varios años de alcohol en sus costillas, por suerte para él abandonado hacía siete, Pocho, el típico joven lujurioso y derrochador.
La conversación tuvo dos perlas, una de Óscar: “en Cuba ni uno mismo, es de uno mismo, todo es del estado.” Todos los cubanos tienen algo que decir pero ninguno se atreve, me río yo de los que piensan que es un estado libre y lo tienen como modelo de algo tan trasnochado como oxidado. Pocho lo definió de otra forma: “Cuba… tremendo drama”. Óscar me regaló una moneda de la suerte, la de Camilo Cienfuegos, una igual a la que él tuvo durante veinte años y después regaló a su hijo cuando se fue a Miami, y me consiguió otra del Ché por calderilla. Yo le había dado unas cosas: jabón, maquinillas de afeitar, medicamentos… Él me dio una lección de historia cubana, de cómo Fidel se había quitado del medio a Guevara y a Cienfuegos. Y después se fue a acostar.
Me quedé con Pocho hasta las dos, tiempo suficiente para darme cuenta de que no “estaba completo” y le regalé una camiseta que agradeció en el alma, me dio muela y yo lo agradecí también infinitamente, quedamos para dar una vuelta al día siguiente y me dio un teléfono donde le podía localizar porque estaría pintando una casa.
Esa noche fue de cinco horas. Estoy perdiendo facultades.
“Yo soy el árbol conmovido y triste, tú eres la niña que mi tronco hirió” (sábado 27 de noviembre de 2006)Último desayuno en la casa, fuimos a un Cadeca del centro a sacar pasta POR FIN, fuimos a darle los regalos a Analeida, le encantaron el maquillaje y las aspirinas, me habló de Elegguá, me dijo cosas que me encogieron el corazón, nos dio un amuleto de yeso para ir desgastando y darnos en la piel con el polvo, más polvo blanco sí, y nos hicimos un par de fotos magníficas con ella, no hubo manera de ver ninguna iglesia abierta, cerradas para comer y a la vuelta se hizo demasiado tarde. Sólo de casualidad dimos con una que era un edificio del siglo XVII pero con un altar moderno dentro.
Nos fuimos a ver el Convento de San Francisco de Asís y tuvimos una experiencia parecida a la del jueves en la casa de los Capitanes, las bedeles nos daban muela sin parar, Ana se encaprichó conmigo, me llamó bombón y yo le respondí “bombón tú querida, que tienes hasta el colorcito…”, más risas, intentaron sacarnos la comida por la cara pero ellas se quedaron trabajando y nosotros nos marchamos a comer al sitio que nos habían recomendado, el Hanoi, donde la comida era buena pero “escasa” según opinión de la trituradora de Granada Torcuato Sánchez.
De camino a ninguna parte tuvimos más acercamientos de buscavidas que se dirigían a ti con expresiones del tipo “te lo juro, colega”, “de Madrid al cielo” y cosas así. Uno de ellos nos preguntó si éramos españoles, Torcu y yo nos miramos y nos dio la risa. “No”, le respondimos, y entonces él nos dijo: “ah… pues entonces del País Vasco” y a mí me vino a la cabeza la imagen de un vasco fumado y bebido que le contaba el rollo separatista vasco y el opresor del Estado español a un cubano al que lo único que le importaba es que estaba fumando y bebiendo a cuenta del gallego… este tipo de cosas te hace sentirte “orgulloso de ser un turista español”, ya sabéis por donde voy.
Volvieron a salir en la conversación las belgas, nos preguntábamos como les estaría yendo y de nuevo llegaron los golpes en el hombro con risas de perdedor de guarnición.
Tomando un daiquiri en el Floridita hicimos tiempo para ver el cañonazo de las nueve, una tradición que se celebra en una fortificación del otro lado de la bahía, Torcu quería pillar un taxi antiguo, tener la experiencia, ninguno de los que pasaban por el hotel Parque Central paraban, una chica cubana bebida nos ofrecía en italiano de forma insistente sus servicios a cambio de nada, insistía e insistía pero nosotros queríamos un taxi antiguo, después nos enteramos que una convención de Mitsubishi los había alquilado todos, al final cogimos un Lada “124”.
A principios de los 80 Lada compró los derechos de fabricación del modelo SEAT 124, también conocidos como “las locas”, Cuba es el paraíso del coleccionista de locas, es el coche del pueblo, de los taxistas, de la policía… llegamos al Castillo de los Tres Reyes Magos del Morro, vimos la fortaleza, el fotógrafo tomó fotos… compramos una boina del Ché y una gorra del comandante Castro, vimos (lo que pudimos, había muchísima gente que impedía ver y oír la ceremonia) y escuchamos el cañonazo, les hicimos unas fotos a unas andaluzas con sus cámaras y nos fuimos a buscar un taxi.
Cosas del destino, nos esperaba un Chevrolet Bel Air del año 60 que nos cobraba tres veces lo que un Lada pero París bien vale una misa, bajamos la ventanilla y nos dirigimos a Vedado como transportados en una máquina del tiempo, sacamos fotos, a mi me daba el aire en la cara, cerré los ojos y respiré hondo, no olía a jazmín de Cadiar ni a aire de Sierra Nevada, olía a gasolina y a aceite quemado de coche, pero daba igual.
Llegamos a casa a eso de las 10.30 pero no cenamos hasta las doce, aquella noche nos invitaba Óscar a cenar, pollo con ensalada y arroz moro, y Torcuato se acostó y durmió en ese período. Mientras tanto hice la maleta, había que salir de la casa a las 3.45 AM con dirección al aeropuerto. Cenamos y tras una foto de despedida en la terraza con las gorras puestas, me di el último paseo por la planta de arriba, miré mi cuarto, y me eché en la cama a escribir en el cuaderno que siempre llevo encima, no quería dormir pero la selección musical de la radio cubana no ayudó mucho y a eso de la una me quedé frito. Aquella tarde no llamé a Pocho, me acordé pero no me hubiera hecho ningún bien, todo lo contrario, ese día estaba hecho polvo anímicamente, volví a sentir el hierro oxidado clavado en el corazón.
“Mueren ya, las ilusiones del ayer” (domingo 28 de noviembre de 2006)Los golpes de Óscar en la puerta me despertaron, parecía que hubiesen pasado sólo veinte minutos, me vestí y apenas podía con la maleta. Llamé a la puerta de Torcuato y bajé, metí la maleta en el maletero de la loca de Óscar, habíamos hablado de que nos llevaría al aeropuerto por quince CUC uno de los días de atrás. A Torcuato le costó salir de su habitación era como si se quisiera quedar. Por fin bajó y nos dirigimos al José Martí, le pregunté a Óscar qué decir si nos paraba la policía y me dijo: “di que el taxi no venía y me despertaste para que os llevara.” No hizo falta de camino, a pesar de los semáforos en rojo que nos saltamos, de los cedas que no se respetaron… llegamos al aeropuerto y nos dejó algo lejos de la terminal, nos deseamos lo mejor y caminamos hacia la puerta de entrada. En la cola para plastificar las maletas (obligatorio cuando sales de Cuba en avión) me llamó un policía y me pidió el pasaporte, me sacó a la calle y me preguntó por el conductor que nos había llevado al aeropuerto, que qué regalo le habíamos hecho, que si le habíamos pagado el combustible… le capeé bien, no pude mirar si a Óscar también lo habían parado, pero imagino que sí, la policía cubana es muy represiva con los cubanos y permisiva con el turista.
Facturamos, pagamos los veinticinco CUC de rigor para dejar el aeropuerto y, otra ironía, cambiamos los CUC sobrantes en dólares norteamericanos, embarcamos rápidamente y en el vuelo me entró el sueño eterno, ni siquiera pedí el desayuno, sólo dormí y dormí hasta que el contacto de las ruedas del tren de aterrizaje con el suelo mejicano me despertó.
Recogimos las maletas y nos fuimos a facturar para el vuelo de Houston, unas cuatro horas de espera que se pasaron recapitulando experiencias, recordando sensaciones extremas de amargura absoluta y de felicidad real o irreal, pero de felicidad al fin y al cabo.
Aterrizamos en Houston y la cola de casi dos horas para entrar por inmigración nos devolvió a la dura realidad de la rutina que nos esperaba tras muchos días en otro mundo; eso sí, los puros habanos llegaron sanos y salvos.
“El cariño que te tengo yo no lo puedo negar” (Epílogo):
En Cuba todo el mundo espera algo, el autobús, que llegue la oportunidad de salir de la isla, la cola para comprar el pan, para llevarse el arroz y los frijoles de las unidades (tiendas de reparto estatal)… pero parece que nunca ocurre ese algo. En la espera hay una acumulación de ruido en las calles que no deja ninguno de los canales de percepción de sonido vacío, la gente ríe, canta, discute, habla contigo, el mar rompe en el malecón, los cláxones de los coches son musicales, las bocinas de las bici-taxis, silbidos, motores de coches, cascos de caballos, silbatos de policía… todo se mezcla y te envuelve. La vida cotidiana del cubano esta vacía de silencio, es un mar de sonidos que van y vienen y a los que te acostumbras, la música esta presente en cada bar de la Habana, una atracción turística más, todos deseamos escuchar las canciones del disco Buena Vista Social Club que en su día produjera y arreglara Ry Cooder y que grabó con nombres legendarios del son y la trova cubana, no sabemos mucho más de la música de allí, Celia Cruz, Tito Puente, Machín…
Aquel disco no era de mis favoritos, de hecho pensé que era un sacacuartos para llenar el bolsillo de Cooder pero una vez en Cuba me di cuenta de que realmente esos músicos pudieron viajar y grabar en condiciones gracias a su labor, y que la música cubana pro Castro tuvo un reconocimiento generalizado por su trabajo. La música de las canciones te pueden llegar más o menos, las letras te quitan la respiración si les prestan la atención debida, los títulos que ilustran cada uno de los días del diario son versos de canciones de ese disco.
El olor de las calles es también una mezcla de perfumes europeos, olor a comida, gasolina con aceite, fritura, cigarro puro, café… los habaneros presumidos llevan un perfume que huele a pachulí, debe ser el perfume o el jabón asequible para todos ellos, olor que no olvidaré.
Cuba está llena de luz pero la electricidad es escasa y en esta época anochece a las seis y no hay iluminación apenas, las calles se hacen complicadas de cruzar, ya casi no puedes ver nada… cuando vayáis procurad ir en temporada en la que anochezca más tarde.
Su olor, sus luces, sus sombras, su risa, su dolor, sus mujeres, su vida, su muerte... Volveré a Cuba contigo, en esta vida o en otra, seguro.
Otra noche de menos de cuatro horas de sueño.
“Hay un suave murmullo en el silencio de una noche azul” (miércoles 22 de noviembre de 2006)Desayunamos las mismas viandas de días atrás en nuestra casa, nos levantamos más tarde que Torcuato que llegó cuando Leen, Abi y servidor ya estábamos terminando el desayuno, se había ido a pasear por el barrio chino y otros lugares de La Habana. Se sentó a la mesa y con ese rictus serio de senador indignado soltó otra de esas frases legendarias que me hizo salir al pasillo a reírme atragantado, comenzó con un “Hohtiaa, compay…” que me descompuso la tristeza y continuó con una sucesión de palabras y onomatopeyas que casi me matan de risa, las chicas miraban desconcertadas y yo me desternillaba, no había manera de parar el torrente de carcajadas.
Nos preparamos y nos fuimos a ver el Cementerio de Colón, fue un día extraño, me sentía raro, el sitio es inmenso, cinco kilómetros cuadrados de tumbas, con una parte a la que recomiendan no acceder por seguridad, donde se volvieron a dirigir a mí en italiano y donde vimos algunos panteones y tumbas de impresión. Una mujer enterrada con sus joyas (de dos millones de dólares de valor) bajo dos metros de cemento, mármol italiano, mármol cubano, un ángel de un millón de dólares, pirámides, techos hechos de fichas de dominó de piedra, apellidos asturianos… y la tumba de Amelia de Goire. Amelia Goire murió el 3 de mayo de 1901 casi al término de su embarazo, fue sepultada con su hijo a sus pies, se cuenta que al abrir el sepulcro tiempo después para enterrar al suegro de la fallecida, se encontró su cuerpo incorrupto y con el niño en sus brazos, ¿milagro? Hay un protocolo que seguir para pedir los favores, nunca darle la espalda, no tener sombrero puesto, tocar las argollas de la tumba como si estuvieras llamando, tocar la espalda del niño y la de ella y pedir. Lo hice, pedí por la salud del ser de mis tormentos, y pedí por mi futuro. El guarda que nos hizo de guía me dijo que si se cumplía debía volver a llevar flores o poner una placa de agradecimiento.
La Habana está llena de perros abandonados que duermen la siesta en cualquier sitio o buscan comida, todos tienen tiña o vete tú a saber qué enfermedad, y vimos bastantes ese día. Torcuato se fue a casa, yo me fui con las chicas a dar un paseo en coche, las llevé al Callejón de Hamel y les encantó, dimos un paseo por la Habana vieja e hicieron unas fotos. No recuerdo qué hicimos después, por lo menos sé que acabamos en la terraza de la plaza de la Catedral, ellas se fueron a mirar algo en internet y a llamar por teléfono y yo me quedé solo con mi soledad oyendo al grupo que tocaba las canciones del disco Buena Vista Social Club (ya os hablaré de esto más tarde). El cantante, viejo conocido de las chicas desde la noche del sábado (se fue con ellas a la Casa de la Música, donde también estuvimos nosotros), lo intentaba pero no tenía buena voz, sacó a bailar a Leen, habló conmigo, me dijo que habían dado un concierto en Burgos, firmó los discos que le compró ella y desapareció cuando llegó su novia o esposa. Precaución amigo conductor…
Cayó la noche, Torcuato no aparecía, la cita era a las 8.30 para recoger pronto y marcharnos de viaje los cuatro a Trinidad y a Cienfuegos, las torres de la catedral ya parecían cirios, el ambiente era más frío, poca gente, música buena con mala voz, dos niñas bailaban en la plaza... Dieron las nueve y veinte y Torcuato no apareció, pero sí un gran cabreo y un montón de palabras en flamenco que acabaron con un “bueno, quizá sea mejor que no vengáis con nosotras”, me dio pena pero no podía evitar pensar en que a veces uno tiene que escoger un camino u otro, mi compay escogió el mejor para él y me alegré infinitamente. Llegamos a casa de las chicas bastante tarde, el casero se había acostado y llegaron más nervios, ellas salían de viaje temprano y la papeleta era de tómbola. Al final les abrieron, dejaron sus cosas y me despedí de una Leen algo resentida, cayó por los suelos la concepción de caballeros españoles que tenía de nosotros, pero yo seguía contento por él.
Abi y su conductor de Madrid se fueron dirección a Vedado, nos perdimos pero llegamos al final. Compartimos mil cosas, hablamos, reímos y dormimos tres horas.
“Qué terrible es vivir una vida de fidelidad y esperar el regreso de aquello que no ha de volver” o cómo sobrevivir con seis CUC tres días en la Habana (jueves 25 de noviembre de 2006)8.30 AM: cogí el coche y dejé a Abi en la parte del Malecón que da al túnel para llegar a su casa, la despedida fue para siempre, amarga y somnolienta, ella siguió su camino por carretera, yo seguí el mío a pie y acabé paseando por la calle de la Amargura (oh, sí), di con la única Iglesia abierta que pude ver, la de San Francisco de Asís, prometí volver, y caminé hasta que casi me desmayo del agotamiento. Al final de una calle vi un Chrysler negro de los años cincuenta, el taxista desayunaba y le dije “¿me llevas a Vedado?” Convinimos un precio asequible, baje la ventanilla me senté con los brazos extendidos en ese asiento con capacidad para cuatro personas y empezamos la marcha, me sentí libre, el aire me daba en la cara, se oía el ruido de la calle, el del motor, música en la radio… me creí el virrey de la Habana durante los minutos que duró el trayecto, pero todo tiene su fin, llegamos a la calle A, y la casa me devolvió a la realidad: me quedaban seis CUC para tres días. En la habitación me encontré una nota de escritura a mano de médico, llamé para saber si Abi había llegado bien a su destino, nos volvimos a despedir y Torcu apareció. Risas de perdedor retumbaban en la terraza mientras él me hablaba, perdedor: lo tengo escrito al revés en la frente para que cada vez que me mire al espejo lo pueda leer.
Yo le conté la espera, la desespera y la esperanza en la plaza, y de nuevo llegaron las risas y un abrazo, no tenía fuerzas, era como si estuviera muerto, además no pudimos desayunar en la casa esa mañana y lo hicimos en un kiosco de comida rápida y también en uno de esos sitios donde comen los cubanos en el que tomamos zumo de guayaba y unas galletas, ahí supimos que podíamos comer en esos sitios si pagabas con monedas de poco valor en CUC, gran descubrimiento, como la penicilina para mi bolsillo, volvimos a patear, ya no había dinero para taxis.
La mente no me daba para más, intentamos buscar la fórmula para alquilar un coche y dirigirnos a Cienfuegos y Trinidad por nuestra cuenta pero los cálculos no daban, yo no podía pensar, Torcuato quería ir, yo también pero no había combinación posible. Aún así reservamos un coche porque Sánchez (bendito sea…) se había traído su tarjeta de crédito española, hizo fotos al Callejón de Hamel, paseamos por todas las calles, hubo un tirón a la cámara de Torcu que por suerte aguantó el envite…
Nos dirigimos a ver el museo Casa de los Capitanes, un lugar con un patio en el que había dos pavos reales, palmeras… diversas salas con material bélico, de transporte, antigüedades, pinturas… una maravilla con bañeras talladas en mármol italiano. Allí conocimos a una de las bedeles, Mercedes, los cuarenta y siete años más bonitos que he visto, dejando a un lado los de Sofía Loren, claro está. Simpatiquísima, nos enseñó una zona “prohibida” del museo y se hizo una foto con nosotros, nos dio el teléfono que nunca marcamos, fumé y conversamos con las otras bedeles, nos reímos más. Cenamos lo mismo que habíamos comido, comida barata para cubanos, al mediodía pan con lechón y un perrito, y a la noche, pizza de grasa, sí, sí… de grasa. Decidimos quedarnos en la Habana y no viajar, estaba escrito que tenía que ser así, tuvimos la oportunidad y nos la dejamos escapar, estoy pensando en dedicarme a ser conferenciante de este tema.
Caminamos a casa, no me acuerdo de mucho más pero sí que tuve que ir a buscar a Torcu porque no volvía de un sitio al que había ido. El asunto se resolvió felizmente, alguien lo vio y lo distinguió en la lejanía, aquello me impresionó, me llamaron “buen amigo” por primera vez en mucho tiempo, me acosté y esa noche tampoco dormí bien, al menos creo que no me ofrecieron polvo nasal aquel día. Torcuato siguió con su vida feliz “ella es sencilla, le brinda al hombre virtudes todas y el corazón”.
“Yo no sé qué me está pasando que no dejo un momento de pensar en ti.” (Viernes 26 de noviembre de 2006)Desayuno en casa, sí, otra vez huevos y fruta, a mí me quedaban cuatro CUC, caminamos a la Habana vieja, hablamos con Analeida, la santera de la Plaza de la Catedral que nos recomendó qué monumentos ver y nos pidió algún regalo que prometimos llevar al día siguiente. No recuerdo qué más hicimos ese día, sé que no pude tampoco ver la catedral por dentro, la plaza estaba reservada para un grupo de quinientos turistas franceses y la habían cerrado antes de tiempo por aquel motivo.
Acabamos en casa y no salimos por la noche, Torcuato siguió con sus vacaciones, yo me senté en la puerta a hablar con Óscar (el dueño) y Pocho (el vigilante) a conversar de lo no divino y de lo inhumano, Óscar era pariente lejano del dictador Batista, un buscavidas con una ex mujer y un hijo en Miami, con varios años de alcohol en sus costillas, por suerte para él abandonado hacía siete, Pocho, el típico joven lujurioso y derrochador.
La conversación tuvo dos perlas, una de Óscar: “en Cuba ni uno mismo, es de uno mismo, todo es del estado.” Todos los cubanos tienen algo que decir pero ninguno se atreve, me río yo de los que piensan que es un estado libre y lo tienen como modelo de algo tan trasnochado como oxidado. Pocho lo definió de otra forma: “Cuba… tremendo drama”. Óscar me regaló una moneda de la suerte, la de Camilo Cienfuegos, una igual a la que él tuvo durante veinte años y después regaló a su hijo cuando se fue a Miami, y me consiguió otra del Ché por calderilla. Yo le había dado unas cosas: jabón, maquinillas de afeitar, medicamentos… Él me dio una lección de historia cubana, de cómo Fidel se había quitado del medio a Guevara y a Cienfuegos. Y después se fue a acostar.
Me quedé con Pocho hasta las dos, tiempo suficiente para darme cuenta de que no “estaba completo” y le regalé una camiseta que agradeció en el alma, me dio muela y yo lo agradecí también infinitamente, quedamos para dar una vuelta al día siguiente y me dio un teléfono donde le podía localizar porque estaría pintando una casa.
Esa noche fue de cinco horas. Estoy perdiendo facultades.
“Yo soy el árbol conmovido y triste, tú eres la niña que mi tronco hirió” (sábado 27 de noviembre de 2006)Último desayuno en la casa, fuimos a un Cadeca del centro a sacar pasta POR FIN, fuimos a darle los regalos a Analeida, le encantaron el maquillaje y las aspirinas, me habló de Elegguá, me dijo cosas que me encogieron el corazón, nos dio un amuleto de yeso para ir desgastando y darnos en la piel con el polvo, más polvo blanco sí, y nos hicimos un par de fotos magníficas con ella, no hubo manera de ver ninguna iglesia abierta, cerradas para comer y a la vuelta se hizo demasiado tarde. Sólo de casualidad dimos con una que era un edificio del siglo XVII pero con un altar moderno dentro.
Nos fuimos a ver el Convento de San Francisco de Asís y tuvimos una experiencia parecida a la del jueves en la casa de los Capitanes, las bedeles nos daban muela sin parar, Ana se encaprichó conmigo, me llamó bombón y yo le respondí “bombón tú querida, que tienes hasta el colorcito…”, más risas, intentaron sacarnos la comida por la cara pero ellas se quedaron trabajando y nosotros nos marchamos a comer al sitio que nos habían recomendado, el Hanoi, donde la comida era buena pero “escasa” según opinión de la trituradora de Granada Torcuato Sánchez.
De camino a ninguna parte tuvimos más acercamientos de buscavidas que se dirigían a ti con expresiones del tipo “te lo juro, colega”, “de Madrid al cielo” y cosas así. Uno de ellos nos preguntó si éramos españoles, Torcu y yo nos miramos y nos dio la risa. “No”, le respondimos, y entonces él nos dijo: “ah… pues entonces del País Vasco” y a mí me vino a la cabeza la imagen de un vasco fumado y bebido que le contaba el rollo separatista vasco y el opresor del Estado español a un cubano al que lo único que le importaba es que estaba fumando y bebiendo a cuenta del gallego… este tipo de cosas te hace sentirte “orgulloso de ser un turista español”, ya sabéis por donde voy.
Volvieron a salir en la conversación las belgas, nos preguntábamos como les estaría yendo y de nuevo llegaron los golpes en el hombro con risas de perdedor de guarnición.
Tomando un daiquiri en el Floridita hicimos tiempo para ver el cañonazo de las nueve, una tradición que se celebra en una fortificación del otro lado de la bahía, Torcu quería pillar un taxi antiguo, tener la experiencia, ninguno de los que pasaban por el hotel Parque Central paraban, una chica cubana bebida nos ofrecía en italiano de forma insistente sus servicios a cambio de nada, insistía e insistía pero nosotros queríamos un taxi antiguo, después nos enteramos que una convención de Mitsubishi los había alquilado todos, al final cogimos un Lada “124”.
A principios de los 80 Lada compró los derechos de fabricación del modelo SEAT 124, también conocidos como “las locas”, Cuba es el paraíso del coleccionista de locas, es el coche del pueblo, de los taxistas, de la policía… llegamos al Castillo de los Tres Reyes Magos del Morro, vimos la fortaleza, el fotógrafo tomó fotos… compramos una boina del Ché y una gorra del comandante Castro, vimos (lo que pudimos, había muchísima gente que impedía ver y oír la ceremonia) y escuchamos el cañonazo, les hicimos unas fotos a unas andaluzas con sus cámaras y nos fuimos a buscar un taxi.
Cosas del destino, nos esperaba un Chevrolet Bel Air del año 60 que nos cobraba tres veces lo que un Lada pero París bien vale una misa, bajamos la ventanilla y nos dirigimos a Vedado como transportados en una máquina del tiempo, sacamos fotos, a mi me daba el aire en la cara, cerré los ojos y respiré hondo, no olía a jazmín de Cadiar ni a aire de Sierra Nevada, olía a gasolina y a aceite quemado de coche, pero daba igual.
Llegamos a casa a eso de las 10.30 pero no cenamos hasta las doce, aquella noche nos invitaba Óscar a cenar, pollo con ensalada y arroz moro, y Torcuato se acostó y durmió en ese período. Mientras tanto hice la maleta, había que salir de la casa a las 3.45 AM con dirección al aeropuerto. Cenamos y tras una foto de despedida en la terraza con las gorras puestas, me di el último paseo por la planta de arriba, miré mi cuarto, y me eché en la cama a escribir en el cuaderno que siempre llevo encima, no quería dormir pero la selección musical de la radio cubana no ayudó mucho y a eso de la una me quedé frito. Aquella tarde no llamé a Pocho, me acordé pero no me hubiera hecho ningún bien, todo lo contrario, ese día estaba hecho polvo anímicamente, volví a sentir el hierro oxidado clavado en el corazón.
“Mueren ya, las ilusiones del ayer” (domingo 28 de noviembre de 2006)Los golpes de Óscar en la puerta me despertaron, parecía que hubiesen pasado sólo veinte minutos, me vestí y apenas podía con la maleta. Llamé a la puerta de Torcuato y bajé, metí la maleta en el maletero de la loca de Óscar, habíamos hablado de que nos llevaría al aeropuerto por quince CUC uno de los días de atrás. A Torcuato le costó salir de su habitación era como si se quisiera quedar. Por fin bajó y nos dirigimos al José Martí, le pregunté a Óscar qué decir si nos paraba la policía y me dijo: “di que el taxi no venía y me despertaste para que os llevara.” No hizo falta de camino, a pesar de los semáforos en rojo que nos saltamos, de los cedas que no se respetaron… llegamos al aeropuerto y nos dejó algo lejos de la terminal, nos deseamos lo mejor y caminamos hacia la puerta de entrada. En la cola para plastificar las maletas (obligatorio cuando sales de Cuba en avión) me llamó un policía y me pidió el pasaporte, me sacó a la calle y me preguntó por el conductor que nos había llevado al aeropuerto, que qué regalo le habíamos hecho, que si le habíamos pagado el combustible… le capeé bien, no pude mirar si a Óscar también lo habían parado, pero imagino que sí, la policía cubana es muy represiva con los cubanos y permisiva con el turista.
Facturamos, pagamos los veinticinco CUC de rigor para dejar el aeropuerto y, otra ironía, cambiamos los CUC sobrantes en dólares norteamericanos, embarcamos rápidamente y en el vuelo me entró el sueño eterno, ni siquiera pedí el desayuno, sólo dormí y dormí hasta que el contacto de las ruedas del tren de aterrizaje con el suelo mejicano me despertó.
Recogimos las maletas y nos fuimos a facturar para el vuelo de Houston, unas cuatro horas de espera que se pasaron recapitulando experiencias, recordando sensaciones extremas de amargura absoluta y de felicidad real o irreal, pero de felicidad al fin y al cabo.
Aterrizamos en Houston y la cola de casi dos horas para entrar por inmigración nos devolvió a la dura realidad de la rutina que nos esperaba tras muchos días en otro mundo; eso sí, los puros habanos llegaron sanos y salvos.
“El cariño que te tengo yo no lo puedo negar” (Epílogo):
En Cuba todo el mundo espera algo, el autobús, que llegue la oportunidad de salir de la isla, la cola para comprar el pan, para llevarse el arroz y los frijoles de las unidades (tiendas de reparto estatal)… pero parece que nunca ocurre ese algo. En la espera hay una acumulación de ruido en las calles que no deja ninguno de los canales de percepción de sonido vacío, la gente ríe, canta, discute, habla contigo, el mar rompe en el malecón, los cláxones de los coches son musicales, las bocinas de las bici-taxis, silbidos, motores de coches, cascos de caballos, silbatos de policía… todo se mezcla y te envuelve. La vida cotidiana del cubano esta vacía de silencio, es un mar de sonidos que van y vienen y a los que te acostumbras, la música esta presente en cada bar de la Habana, una atracción turística más, todos deseamos escuchar las canciones del disco Buena Vista Social Club que en su día produjera y arreglara Ry Cooder y que grabó con nombres legendarios del son y la trova cubana, no sabemos mucho más de la música de allí, Celia Cruz, Tito Puente, Machín…
Aquel disco no era de mis favoritos, de hecho pensé que era un sacacuartos para llenar el bolsillo de Cooder pero una vez en Cuba me di cuenta de que realmente esos músicos pudieron viajar y grabar en condiciones gracias a su labor, y que la música cubana pro Castro tuvo un reconocimiento generalizado por su trabajo. La música de las canciones te pueden llegar más o menos, las letras te quitan la respiración si les prestan la atención debida, los títulos que ilustran cada uno de los días del diario son versos de canciones de ese disco.
El olor de las calles es también una mezcla de perfumes europeos, olor a comida, gasolina con aceite, fritura, cigarro puro, café… los habaneros presumidos llevan un perfume que huele a pachulí, debe ser el perfume o el jabón asequible para todos ellos, olor que no olvidaré.
Cuba está llena de luz pero la electricidad es escasa y en esta época anochece a las seis y no hay iluminación apenas, las calles se hacen complicadas de cruzar, ya casi no puedes ver nada… cuando vayáis procurad ir en temporada en la que anochezca más tarde.
Su olor, sus luces, sus sombras, su risa, su dolor, sus mujeres, su vida, su muerte... Volveré a Cuba contigo, en esta vida o en otra, seguro.
Mr. Blue
4 comments:
¿De donde carajo sacas los hermosos títulos de cada uno de los capítulos?
de canciones cubanas, la mayoria del disco buena vista social club.
Cuba me recuerda a Mabel,que pudo ser y no fue...Que actuaba en el teatro con la misma pasion con la que hablaba de su familia,que no tenia papel para escribir cartas,que enviaba fotos y grandes sonrisas y con un hermano que se ilusionaba con las noticias de mi equipo de futbol...Cuba es una bella isla,sin duda...pero nada supera a los cubanos,dentro y fuera de la isla.Gente maravillosa,culta,abierta y musical desde que abren la boca,chico...Pero dejame que piense en Guillermo Cabrera Infante y que te diga:Viva Cuba Libre y Abajo el Dictador!!
Cine o Sardina? Cuba,sin duda.
este post debería llamarse "cuando Carlos escribía lo que de verdad le pasaba"
curioso
:-)
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