Me llamo María Rosita Martínez y en mi vida hay mucha alegría, soy mojada y crusé el río Grande en 1994 no por nada especial, crusamos el río de la ilusión porque mi hermano mayor tenía diabetes. Mi mamá ya llevaba cuatro años en Arizona, y se regresó para crusar con nosotros, mi hermano necesitaba tratamiento urgente y había que llevárselo a los Estados Unidos.
Una mañana de junio agarramos el bus en DF con destino a Matamoros, allí nos íbamos a encontrar con mi papá que llevaba diesisiete años en Texas y ya tenía papeles. Pasamos todo el día en la calle, después de buscar un teléfono y llamarle, él crusó por Brownsville, por un puente que une los dos países y que se tarda diez minutos en pasar, justo en el medio hay un control que te hase a veses tardar más de diez horas.
Esperamos en la calle a que anochesiera, sentados como la mayor parte de la gente que allí había y que iba a lo mismo que nosotros. Echaba de menos a mi hermano Jandrito que se quedó en DF con mi tía Adela, pensaba en qué estarían hasiendo, cayó la noche y mi papá habló con el coyote que había buscado en Texas, el sólo dijo “síganme” y comensamos a andar mientras que papá se marchó con la troca en dirección a la frontera Americana.
El coyote nos llevó caminado hasta un serro, nos tardamos dos horas en llegar y de allí nos asercó a la orilla. Algunos coyotes crusan a la gente en balsa, otros en llantas de carro pero el nuestro eligió junio porque el Grande bajaba más lento y vasío, había que crusar el río andando, el agua estaba fría y olía bien feo, yo tenía mucho miedo, la noche estaba muy oscura. Caminábamos en el agua vestidos y con zapatos; cuando empesó a cubrirnos, el coyote, que andaba marihuano, le dijo a mi mamá que se agarrara resio a mi hermano Roberto y que él me sujetaría a mí y así iríamos más rápido. Mi mamá le gritó que no, que iríamos todos juntos; yo entonses no caí en lo que el coyote buscaba de mi. Ella iba bien cansada, aquellos veinticinco minutos se hisieron como veinticinco horas, el tiempo paresía que no pasaba.
Por fin alcansamos la otra orilla con lo único que teníamos, los unos a los otros y la ropa mojada, después nos tocó caminar dos horas por un pedregal, mi mamá se cayó al suelo y yo pensé que se había muerto pero se levantó jadeando y yo me alegré mucho porque mi hermano estaba débil y el coyote se miraba medio loco. Llegamos a una highway y la crusamos, los coches no paraban de pasar y dimos con el almacén abandonado en el que nos veríamos con mi papá, que llegó, y también un carro color café en el que se marchó el coyote, no nos había hablado nada, aquel silencio, que entendí cuando me hise mayor, me había dado ganas de llorar.
Subimos a la camioneta y papá nos llevó a un hotel para que nos bañáramos y nos cambiáramos de ropa por fin, nos había traído dos mudas. Al amanecer crusamos a los Estados Unidos por la garita de Corpus Christi, mi papá tenía papeles, se había marchado a USA al nacer mi hermano Roberto para hacer dinero y mandaba con regularidad, sólo volvía de visita cada año por una semana. Pero llegó un día en que dejó de mandar y mi mamá se tuvo que ir a Arizona para trabajar; ella tuvo suerte, mi mamá siempre fue una mujer afortunada, ella crusó en el techo de plástico de un camión, y allí estuvo cuatro años. En ese tiempo nosotros nos quedamos en casa de mi tía Adelita en el DF.
En la troca mis papás se pusieron a discutir bien feo, yo no entendía nada, estaba muy cansada y no sabía a donde iba, con sus gritos no me podía dormir, mi hermano no tenía buena cara. Mi papá se puso bien bravo y la dejó en Brownsville gritándola que se fuera otra ves a Arizona, que no la quería en Houston. Pero mi mamá siempre tuvo suerte, siempre, y allí dio con otro coyote y al final llegó a Houston en avión, incluso le dio la vuelta a la migra que estaba al lado de ella en el aeropuerto.
Cuando llegamos a Houston me di cuenta de lo que ocurría y de por qué habían discutido tanto, llevamos a mi hermano al hospital que ya estaba muy grave y después fuimos al apartamento. Allí conocí a mis otros hermanos, los hijos de la esposa de mi papá; vi su otra vida, de la que yo y Roberto no tuvimos más remedio que entrar a formar parte. A mí no me gustaba nada aquella mujer, yo sólo quería estar con mi tía Adelita. En menos de un mes mi hermano salió del hospital e hisimos un plan para salir de aquella casa.
La vida siguió son sus tristesas y alegrías, me embarasé, me gradué en la high school, llegaron los maltratos, el asesinato de mi papá… llevo trece años en esta jaula de oro, en este tiempo he ido a Méjico una ves, cuando murió mi tía Adela, y otra a San Antonio, allí se puede ir sin miedo porque no hay retén de migra. Ahora tengo papeles legales de residencia y dos joyas que son mi vida, y en mi vida hay mucha alegría.
Una mañana de junio agarramos el bus en DF con destino a Matamoros, allí nos íbamos a encontrar con mi papá que llevaba diesisiete años en Texas y ya tenía papeles. Pasamos todo el día en la calle, después de buscar un teléfono y llamarle, él crusó por Brownsville, por un puente que une los dos países y que se tarda diez minutos en pasar, justo en el medio hay un control que te hase a veses tardar más de diez horas.
Esperamos en la calle a que anochesiera, sentados como la mayor parte de la gente que allí había y que iba a lo mismo que nosotros. Echaba de menos a mi hermano Jandrito que se quedó en DF con mi tía Adela, pensaba en qué estarían hasiendo, cayó la noche y mi papá habló con el coyote que había buscado en Texas, el sólo dijo “síganme” y comensamos a andar mientras que papá se marchó con la troca en dirección a la frontera Americana.
El coyote nos llevó caminado hasta un serro, nos tardamos dos horas en llegar y de allí nos asercó a la orilla. Algunos coyotes crusan a la gente en balsa, otros en llantas de carro pero el nuestro eligió junio porque el Grande bajaba más lento y vasío, había que crusar el río andando, el agua estaba fría y olía bien feo, yo tenía mucho miedo, la noche estaba muy oscura. Caminábamos en el agua vestidos y con zapatos; cuando empesó a cubrirnos, el coyote, que andaba marihuano, le dijo a mi mamá que se agarrara resio a mi hermano Roberto y que él me sujetaría a mí y así iríamos más rápido. Mi mamá le gritó que no, que iríamos todos juntos; yo entonses no caí en lo que el coyote buscaba de mi. Ella iba bien cansada, aquellos veinticinco minutos se hisieron como veinticinco horas, el tiempo paresía que no pasaba.
Por fin alcansamos la otra orilla con lo único que teníamos, los unos a los otros y la ropa mojada, después nos tocó caminar dos horas por un pedregal, mi mamá se cayó al suelo y yo pensé que se había muerto pero se levantó jadeando y yo me alegré mucho porque mi hermano estaba débil y el coyote se miraba medio loco. Llegamos a una highway y la crusamos, los coches no paraban de pasar y dimos con el almacén abandonado en el que nos veríamos con mi papá, que llegó, y también un carro color café en el que se marchó el coyote, no nos había hablado nada, aquel silencio, que entendí cuando me hise mayor, me había dado ganas de llorar.
Subimos a la camioneta y papá nos llevó a un hotel para que nos bañáramos y nos cambiáramos de ropa por fin, nos había traído dos mudas. Al amanecer crusamos a los Estados Unidos por la garita de Corpus Christi, mi papá tenía papeles, se había marchado a USA al nacer mi hermano Roberto para hacer dinero y mandaba con regularidad, sólo volvía de visita cada año por una semana. Pero llegó un día en que dejó de mandar y mi mamá se tuvo que ir a Arizona para trabajar; ella tuvo suerte, mi mamá siempre fue una mujer afortunada, ella crusó en el techo de plástico de un camión, y allí estuvo cuatro años. En ese tiempo nosotros nos quedamos en casa de mi tía Adelita en el DF.
En la troca mis papás se pusieron a discutir bien feo, yo no entendía nada, estaba muy cansada y no sabía a donde iba, con sus gritos no me podía dormir, mi hermano no tenía buena cara. Mi papá se puso bien bravo y la dejó en Brownsville gritándola que se fuera otra ves a Arizona, que no la quería en Houston. Pero mi mamá siempre tuvo suerte, siempre, y allí dio con otro coyote y al final llegó a Houston en avión, incluso le dio la vuelta a la migra que estaba al lado de ella en el aeropuerto.
Cuando llegamos a Houston me di cuenta de lo que ocurría y de por qué habían discutido tanto, llevamos a mi hermano al hospital que ya estaba muy grave y después fuimos al apartamento. Allí conocí a mis otros hermanos, los hijos de la esposa de mi papá; vi su otra vida, de la que yo y Roberto no tuvimos más remedio que entrar a formar parte. A mí no me gustaba nada aquella mujer, yo sólo quería estar con mi tía Adelita. En menos de un mes mi hermano salió del hospital e hisimos un plan para salir de aquella casa.
La vida siguió son sus tristesas y alegrías, me embarasé, me gradué en la high school, llegaron los maltratos, el asesinato de mi papá… llevo trece años en esta jaula de oro, en este tiempo he ido a Méjico una ves, cuando murió mi tía Adela, y otra a San Antonio, allí se puede ir sin miedo porque no hay retén de migra. Ahora tengo papeles legales de residencia y dos joyas que son mi vida, y en mi vida hay mucha alegría.
Con mucho cariño,
María Rosita Martínez
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