La madre Dolores Cabello había nacido en Modubar de la Emparedada pero había dejado su juventud en un monasterio claretiano de Aranda de Duero.
Cada día se levantaba a las cinco de la mañana sin ayuda del despertador, se aseaba y comenzaba el mismo ritual de cada mañana. Frente al espejo se preguntaba por qué ella mientras se colocaba el crucifijo que le había regalado su tía Angustias cuando se ordenó, y pensaba en su padre Efraín y en aquella ley no escrita por la que las familias como Dios manda entregaban a uno de sus hijos a la Iglesia, mientras se miraba al espejo y veía aquella palidez nuclear, sus labios finísimos y sus enormes gafas de pasta de color marrón.
Como cada día echaba de menos aquella larga melena negra que un día lejano enamoró a Nazario Díez cuando eran tan jóvenes que no sabían nada de la vida.
El tiempo pasaba en aquella habitación y la madre Dolores Cabello miraba la hora en el reloj que su padre le había regalado y que se enterraba en su muñeca para mofa de sus alumnos, porque la madre Dolores Cabello era profesora de álgebra en el colegio San Antonio María Claret y allí llevaba cinco años, viviendo en la residencia de la escuela y compartiendo noticias y día a día con su amiga la hermana María Goretti.
Como cada mañana la Madre Dolores Cabello despertaba de sus pensamientos a las 5:45 y tras pasar quince minutos arrodillada rezando y pidiendo perdón a Dios por no apreciar que Él se hubiera quedado con su lozanía y juventud, se levantaba, cada día con más dificultad, abrochaba el cinturón que dividía en dos bultos su cintura y como cada mañana la Madre Dolores Cabello a las 6:50 en punto se dirigía a las aulas pensando por qué con casi sesenta años aquellos salvajes se riesen de su acento, de sus piernas sin tobillo y de a saber qué más.
Durante el día, en la clase, apretaba fuerte sus llaves para no gritar a los más lentos y las movía para relajar tensión cuando notaba que se acaloraba. A veces se atusaba su corto pelo gris y después se tapaba la boca con los dedos, en pose reflexiva y durante unos segundos los números se veían derrotados por Nazario y por su padre, y de su boca de labios finos salían expresiones del tipo: “Pero mujer, ¿serás tontaaaaaaaaaaa?” sin saber muy bien si se las dirigía a ella misma.
La madre Dolores Cabello era española y vivía en Puerto Rico, pero nunca se reía.
Cada día se levantaba a las cinco de la mañana sin ayuda del despertador, se aseaba y comenzaba el mismo ritual de cada mañana. Frente al espejo se preguntaba por qué ella mientras se colocaba el crucifijo que le había regalado su tía Angustias cuando se ordenó, y pensaba en su padre Efraín y en aquella ley no escrita por la que las familias como Dios manda entregaban a uno de sus hijos a la Iglesia, mientras se miraba al espejo y veía aquella palidez nuclear, sus labios finísimos y sus enormes gafas de pasta de color marrón.
Como cada día echaba de menos aquella larga melena negra que un día lejano enamoró a Nazario Díez cuando eran tan jóvenes que no sabían nada de la vida.
El tiempo pasaba en aquella habitación y la madre Dolores Cabello miraba la hora en el reloj que su padre le había regalado y que se enterraba en su muñeca para mofa de sus alumnos, porque la madre Dolores Cabello era profesora de álgebra en el colegio San Antonio María Claret y allí llevaba cinco años, viviendo en la residencia de la escuela y compartiendo noticias y día a día con su amiga la hermana María Goretti.
Como cada mañana la Madre Dolores Cabello despertaba de sus pensamientos a las 5:45 y tras pasar quince minutos arrodillada rezando y pidiendo perdón a Dios por no apreciar que Él se hubiera quedado con su lozanía y juventud, se levantaba, cada día con más dificultad, abrochaba el cinturón que dividía en dos bultos su cintura y como cada mañana la Madre Dolores Cabello a las 6:50 en punto se dirigía a las aulas pensando por qué con casi sesenta años aquellos salvajes se riesen de su acento, de sus piernas sin tobillo y de a saber qué más.
Durante el día, en la clase, apretaba fuerte sus llaves para no gritar a los más lentos y las movía para relajar tensión cuando notaba que se acaloraba. A veces se atusaba su corto pelo gris y después se tapaba la boca con los dedos, en pose reflexiva y durante unos segundos los números se veían derrotados por Nazario y por su padre, y de su boca de labios finos salían expresiones del tipo: “Pero mujer, ¿serás tontaaaaaaaaaaa?” sin saber muy bien si se las dirigía a ella misma.
La madre Dolores Cabello era española y vivía en Puerto Rico, pero nunca se reía.
Mr. Blue
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