La situacion se está haciendo hacerlos experimentados arqueros, sí Señor, arqueros, ya no nos quedan opciones, pero lo descorazonador es que se han quedado casi ciegos, una intoxicación de alcohol metílico les ha hecho perder la vista, lo sé Señor, lo sé pero no linsostenible, pero la respuesta es no, no hay rendición, no, no hay capitulación, todo sigue en estado de alerta. De nuevo nos han barrido, de nuevo estamos hechos trizas. Conseguimos reunir un pequeño batallón de setenta hombres, aunque lo de hombres es un simple fomalismo de papeles rellenos en un despacho, Señor. La mayoría no son más que adolescentes, y lo que es peor son formados en la academia del aire y como tal apenas tienen experiencia en infantería; conseguimos es pude impedir aquello. Ahora el entrenamiento va a durar meses y apenas podremos hacer maniobras, demasiado arriesgado, no habrá más remedio que convertir toda la práctica en tácticas teóricas que van a tener que imaginar, e intentar alguna razia muy contada. Sabemos a lo que nos enfrentamos, a los meses de hastío, a las noches de insomnio y soledad, pero mañana, Señor, volveremos a salir otra vez en batalla a vivir, a creer en lo imposible, a creer en los sueños, a creer en la fe, en la esperanza de que lo hermoso aparezca, de que los deseos se cumplan. Eso está en juego, Señor, ya no se trata sólo de ganar o perder, no se trata de no querer admitir la derrota. Se trata de creer en los sueños, creer en que hay una brecha en la realidad por la que pueden entrar en tropel conquistas fantásticas. Pero no en estas palabras, Señor, no en la literatura, hemos sido capaces de hacer que nevase en Granada en Marzo con palabras,;insisto, no creemos en el convencimiento literario, Señor, no; sino en la vida, en lo que vemos, en lo que tocamos; se trata de que no queremos sobrevivir, queremos vivir. Qué año ha sido este, Señor, las tropas diezmadas por la enfermedad que ha abierto las puertas a catástrofes sinnúmero y que se enseña veinticuatro horas al día, en una presencia sorda, como una molestia en el costado, constante, perenne que nos dice: “estoy aquí, estoy aquí”. Y sus enfermedades hermanas, a cual peor, ahí están en el aire volando, en un posible futuro, y la ruina económica, ahogados en deudas, encerrados en las trincheras, sin poder permitirnos excesos bélicos o caprichos personales que nos dieran breves momentos de opio; sin amor, solos, sin consuelo...
Pero la vida está para soñarla, para conquistarla, yo no he venido aquí a conformarme con las migajas que me ofrezca la realidad para contentarme y para que pase a formar parte de su ejército de hombrecillos somnolientos que deambulan en la factoría del gris. Yo he venido aquí a reinventar, a ponerle nombre a las estrellas, a abrir las grietas por donde se filtre lo mágico, lo imposible. Yo he venido aquí a soñar, a imaginar, a pelear por lo elevado, por lo hermoso, por lo puro, por lo justo. Así me deje la piel, así me arrasen las lágrimas como todos estos días y como ahora mismo. No hay rendición, Señor, fuera de la lucha, no hay nada, pues estamos dentro, así nos zahiera cada instante, así nos ataque la tristeza, la enfermedad, la miseria, sin piedad como hasta ahora. Nos da igual, esto es igual que ponerse frente a las olas cuando rompen con fuerza, ponemos el pecho, anclamos los pies, o a veces de rodillas y gritamos: “!!!Sin moverse ni un milímetro!!!” y que rompan las olas en el pecho y en la cara, y nos empujen y nos tiren, Señor, y mareados, sin parar de reír, de nuevo nos ponemos en posición, firmes. No nos rendimos, no renunciamos, sólo cambiaremos un sueño por un sueño mejor. No cambiaremos un sueño por la calma, no queremos morfina indolora. Cuando los hombres estaban doloridos parecía que no fuese un dolor agudo, era más bien una molestia, un recordatorio, todo el día, todos los días. El doctor nos suministró algo para el dolor, pronto se terminó, Señor, sí, también las medicinas se han acabado... Al final nuestro dolor nos recuerda lo hermosa que es la vida, que hay que vivir, que hay tanto por aprender, por soñar, por querer; ese dolor que nos hace estar en una tensión enorme por existir, desde que el sol se levanta.
A veces es agotador este estado, me pregunto como los hombres no se derrumban, como seguimos en esta tensión, en guerra todo el día, todo el día, todos los días, sin apenas instantes de reposo, de evasión de uno mismo, pensando como mejorar, como reconstruir nuestras vidas, como ser mejor con los demás. No nos rendimos, Señor. Hay que soñar, hay que creer, nos derrotan y nos levantamos, nos aniquilan pero volvemos a nuestra posición. Y creo, Señor, que aún me quedan unos días de sólo llorar y llorar, pero ya me estoy rearmando otra vez. Llegan los refuerzos, mis soldados ciegos, a algunos los veo volar en el horizonte, veo el polvo que levantan otros en la lejanía. Llevamos unos días sufriendo bajas espantosas, cualquier ejército se habría retirado, los nuestros no, Señor !Cuánto les debo! Mis soldados siguen, los pocos que aún no están moribundos, ciegos o delirantes por la fiebre, los que no están destrozados en pedazos creen que podemos ganar, creen que es hermoso creer, creen que la guerra es su razón de existir, la guerra por el infinito, la guerra por hacer posible lo imposible. Entro en mi enfermería, Señor, pasando revista y veo a todos esos soldados, los que sueñan por mí, los que resisten por mí, con toda clase de heridas espantosas, mutilados, la mayoría morirán y me dicen: “ganaremos, Señor”. Les seco el sudor de agonía, les cojo la mano para que sientan calor humano antes de partir para siempre a la nada y me dicen “ganaremos, siga soñando por nosotros, Señor, siga construyendo, siga inventando, siga suspirando, siga creyendo”.
No, ni hablar de rendirnos, Señor. Jamás.
Pero la vida está para soñarla, para conquistarla, yo no he venido aquí a conformarme con las migajas que me ofrezca la realidad para contentarme y para que pase a formar parte de su ejército de hombrecillos somnolientos que deambulan en la factoría del gris. Yo he venido aquí a reinventar, a ponerle nombre a las estrellas, a abrir las grietas por donde se filtre lo mágico, lo imposible. Yo he venido aquí a soñar, a imaginar, a pelear por lo elevado, por lo hermoso, por lo puro, por lo justo. Así me deje la piel, así me arrasen las lágrimas como todos estos días y como ahora mismo. No hay rendición, Señor, fuera de la lucha, no hay nada, pues estamos dentro, así nos zahiera cada instante, así nos ataque la tristeza, la enfermedad, la miseria, sin piedad como hasta ahora. Nos da igual, esto es igual que ponerse frente a las olas cuando rompen con fuerza, ponemos el pecho, anclamos los pies, o a veces de rodillas y gritamos: “!!!Sin moverse ni un milímetro!!!” y que rompan las olas en el pecho y en la cara, y nos empujen y nos tiren, Señor, y mareados, sin parar de reír, de nuevo nos ponemos en posición, firmes. No nos rendimos, no renunciamos, sólo cambiaremos un sueño por un sueño mejor. No cambiaremos un sueño por la calma, no queremos morfina indolora. Cuando los hombres estaban doloridos parecía que no fuese un dolor agudo, era más bien una molestia, un recordatorio, todo el día, todos los días. El doctor nos suministró algo para el dolor, pronto se terminó, Señor, sí, también las medicinas se han acabado... Al final nuestro dolor nos recuerda lo hermosa que es la vida, que hay que vivir, que hay tanto por aprender, por soñar, por querer; ese dolor que nos hace estar en una tensión enorme por existir, desde que el sol se levanta.
A veces es agotador este estado, me pregunto como los hombres no se derrumban, como seguimos en esta tensión, en guerra todo el día, todo el día, todos los días, sin apenas instantes de reposo, de evasión de uno mismo, pensando como mejorar, como reconstruir nuestras vidas, como ser mejor con los demás. No nos rendimos, Señor. Hay que soñar, hay que creer, nos derrotan y nos levantamos, nos aniquilan pero volvemos a nuestra posición. Y creo, Señor, que aún me quedan unos días de sólo llorar y llorar, pero ya me estoy rearmando otra vez. Llegan los refuerzos, mis soldados ciegos, a algunos los veo volar en el horizonte, veo el polvo que levantan otros en la lejanía. Llevamos unos días sufriendo bajas espantosas, cualquier ejército se habría retirado, los nuestros no, Señor !Cuánto les debo! Mis soldados siguen, los pocos que aún no están moribundos, ciegos o delirantes por la fiebre, los que no están destrozados en pedazos creen que podemos ganar, creen que es hermoso creer, creen que la guerra es su razón de existir, la guerra por el infinito, la guerra por hacer posible lo imposible. Entro en mi enfermería, Señor, pasando revista y veo a todos esos soldados, los que sueñan por mí, los que resisten por mí, con toda clase de heridas espantosas, mutilados, la mayoría morirán y me dicen: “ganaremos, Señor”. Les seco el sudor de agonía, les cojo la mano para que sientan calor humano antes de partir para siempre a la nada y me dicen “ganaremos, siga soñando por nosotros, Señor, siga construyendo, siga inventando, siga suspirando, siga creyendo”.
No, ni hablar de rendirnos, Señor. Jamás.
George Mc Stagger
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