Lo malo de ser honrado es que aprecias lo bueno, el pobre abuelo acabó trabajando de portero en una finca de ricachones en la zona alta de la ciudad, los domingos por la tarde mi abuela y yo nos íbamos andando hasta allí.
La portería de la finca era un lujo, había una habitación llena de bicicletas y juguetes que los niños bien guardaban allí. Así que precisamente allí aprendí a montar en bicicleta con una de los niñatos aquellos...el abuelo me animaba: "coge la que quieras pero no te vayas muy lejos no vayan a venir". Había una caja donde guardaban los muñecos de vaqueros...yo escarbaba y me los llevaba al bolsillo (sin que me viera el abuelo) ¡¡Joder!!! Eran de color, tenían camisas blancas, sombreros marrones y hasta color de piel, y no los putos vaqueros que compraba en el kiosko que eran o bien todos rojos o bien azules. ¡¡Estos tenían color !! Descubrí que existían vaqueros con pistolas plateadas.
El plato fuerte era recoger por la noche la basura, pillábamos el ascensor de servicio, un cubo grande e íbamos piso por piso metiendo las bolsas de mierda en el cubo. Tenían la delicadeza de dejar los tebeos fuera de las bolsas porque sabían que al nieto (yo) del portero Dionisio le gustaban. Aquello era la hostia, un Mortadelo y Filemón con extra de páginas. ¡Dios! Estaban nuevos, inmaculados, leían y tiraban... Lo recuerdo muy grato, qué coño, eso sí era apreciar lo bueno de la vida de estos niñatos, cuantos más tebeos compraran, más tebeos leía el nieto del portero Dionisio.
Es más ahora mismo me viene a la cabeza que mi abuelo estaba orgulloso de su trabajo, y de verdad os juro que él no se sentía humillado, pero yo tampoco me venía abajo cuando, a lo mejor, un domingo algún nano de estos como yo bajaba al cuarto a coger su bici y a mi me ignoraba, como si no hubiese nadie... ¡Coño cómo en la peli “Los otros”! Yo me aseguraba los vaqueros del bolsillo tocándome el pantalón y notando que allí estaban y que este no tuviese opción a darse cuenta del cambio de dueño, pero sobre todo me aseguraba que llegara la hora de recoger la basura.
Es más ahora mismo me viene a la cabeza que mi abuelo estaba orgulloso de su trabajo, y de verdad os juro que él no se sentía humillado, pero yo tampoco me venía abajo cuando, a lo mejor, un domingo algún nano de estos como yo bajaba al cuarto a coger su bici y a mi me ignoraba, como si no hubiese nadie... ¡Coño cómo en la peli “Los otros”! Yo me aseguraba los vaqueros del bolsillo tocándome el pantalón y notando que allí estaban y que este no tuviese opción a darse cuenta del cambio de dueño, pero sobre todo me aseguraba que llegara la hora de recoger la basura.
Pedro Martínez
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