Salió con sus zapatillas viejas, unos guantes del todo a cien llenos de arena seca,
las herramientas de jardín y las gafas de sol. Miró a los tres
metros por cincuenta centímetros de tierra que tenía delante de la
ventana del salón y se puso a pensar en qué hacer, como si
realmente aquello tuviera una solución.
Hacía tiempo que había
quitado las sansevieras y las había devuelto a donde pertenecían,
al interior, pero el resto no salía adelante. Los helechos se
mantenían pero no medraban más, ni los potos, y las otras plantas
no acababan de crecer en condiciones. Tampoco aquello tenía arreglo, pero él no
lo quería reconocer y seguía aireando la tierra, haciendo canales
para que el agua llegase bien a toda aquella superficie triste,
podando, abonando, mirando... todo para nada. La tierra llevaba tanto
tiempo inculta que ya nada podía crecer en ella, de hecho,
era un milagro que aquello plantado siguiera vivo y con una salud
relativa.
Se puso a remover la
tierra de la superficie con el rastrillo mientras por la ventana del salón salían las canciones del
disco del Rat Pack que escuchaba, ese que le traía tan buenos
recuerdos de una vida que aquellos años consideraba buena. Y tan
metido estaba en su labor que cometió el error de no ver que se
acercaba la vieja del perro y no se dio cuenta hasta que se puso a hablarle.
- Hola...
¿Arreglando las plantas? Su jardín se ve muy bonito, joven. – Dijo
aquella septuagenaria que vivía sola con su perro y su gato.
- Sí... -masculló
él, lamentándose de no haberla visto venir.
- Este es Frosty-
dijo la anciana mientras tiraba de la correa del perro- un
desalmado lo tiró desde el coche en la calle Greenridge justo
cuando pasaba delante de mí. Es un perro muy dulce y bien
portado... Lo he llevado al veterinario y está muy sano, un poco
viejo pero muy sano y además se lleva muy bien con mi gato...
Sabía que aquella iba
a ser una conversación interminable, lo sabía, había ocurrido
tantas veces que era capaz de sabérsela de memoria, igual sabía que lo
siguiente iba a ser que...
- No quería dejarlo
en la perrera, me dio tanta pena, hay tanta gente perversa por
ahí....
Justo las palabras que
él iba pronunciando con sus labios en silencio mientras miraba al potos, pensando que aquello iba a ser como las otras mil veces y que nunca
iba a terminar.
Pero, de repente, ocurrió algo
milagroso: el teléfono empezó a sonar. Con la disculpa se despidió
apresurado de la anciana y entró en la casa dejando fuera
todas las herramientas y los guantes tiradas en el suelo. Iba desesperado, con las zapatillas llenas de tierra húmeda sin habérselas limpiado en el felpudo, con ganas de responder, aunque no le gustase hablar por teléfono...
todas las herramientas y los guantes tiradas en el suelo. Iba desesperado, con las zapatillas llenas de tierra húmeda sin habérselas limpiado en el felpudo, con ganas de responder, aunque no le gustase hablar por teléfono...
(Continuará...)
Mr. Blue
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