Querido
Original Archibald:
Soy un
tipo del barrio de Canillas que trabaja de profesor de español en Galveston,
Texas, desde hace nueve años.Hace uno y medio estoy contratado en un colegio concertado en el Norheast Galveston,
una zona que tuvo una época dorada en los 70 y que ahora es un ghetto de
marginalidad y pobreza que poca gente no acostumbrada a la realidad de EE.UU.
podría creer que existe.
La
bella (y jovencísima) Victoria da clases también de profesora de segundo en el
mismo colegio que yo desde que empecé. El trabajo, es el trabajo, vas a hacerlo
lo mejor que puedes, a veces sales con sensación de haberlo hecho bien y otras
con el pesar de que un descuidero te ha robado el día...
Son
cosas como ver a Victoria las que te hacen tener la esperanza de que algo puede
ser distinto; un amor en silencio, disfrazado de admiración profesional, simplemente
eso.
El día
a día es una rutina calcada: acabo una clase, abro la puerta, saco a los chicos
y el siguiente grupo está esperándome en el pasillo con el profesor o profesora
de turno. No es hasta la una que el asunto cambia en mí, a esa hora la reina Victoria trae a sus
súbditos a mi clase, los Houston Cougars, y algo, Original Archibald, imposible
de describir con palabras, pasa en mí. Todo es rápido: un saludo, una mirada de
pies a cabeza cuando está distraída, un suspiro interno... y ella deja a los
chicos y se marcha caminando por el colorido pasillo mientras mis ojos apuran
hasta el último segundo de esa visión.
La
sangre viaja del corazón al cerebro a diferente velocidad durante los
siguientes cuarenta y cinco minutos a la espera de que la clase termine y ella
venga a buscarlos. Y es entonces cuando ocurre: todos los días (todos los días
de lunes a viernes, Original Archibald), mi corazón empieza a latir recreando
los acordes de “I'm
Gonna Love You Just A Little Bit More, Baby” cuando la reina Victoria entra en
mi clase a recogerlos. Justo después tengo una pausa de cinco minutos antes de
que venga en siguiente grupo, y desde hace tres meses, tres largos meses, Original Archibald, a la una y cuarenta
minutos de la tarde Juan se va al baño a intentar calmarse echándose agua fría
en la cara.
Victoria
es una belleza negra que parece, por su complexión física y su manera de vestir,
una cantante de los 60 (sí, ya lo sé… tengo la cabeza llena pájaros felices). Tiene
mucho estilo, es una persona muy educada y eso es todo lo que sé de ella.
Hace unos sábados se celebró el cumpleaños del profesor de educación física del
colegio y e invitó a varios compañeros, entre ellos a Victoria y a mí.
Es
tanta la diferencia de edad, Original Archibald, que intentar acercarse sería
casi inmoral pero aquella tarde noche tuve la oportunidad de poder hablar un
poco con ella y enseguida noté una hiriente indiferencia. Creo que tiene algo
con otro tío que trabaja en el colegio que es más o menos de su edad y, claro,
si además de la diferencia generacional y cultural añades que yo sólo soy negro
por dentro, el que sobraba en la combinación era obviamente yo...
Aquella
noche también estaba entre las invitadas Tina Redmington, una negraza apabullante
de dos metros y ciento veinte kilos de peso que lleva loca por mí desde hace un
par de años. La chica se tomó dos copas y me declaró su amor. Estaba yo
sentado en una silla en la terraza del local de moda y se puso a bailar delante
de mí. Sabía que aquel iba a ser su momento, ella lo sabía... y yo también. Me
miró a los ojos y después los desvió para decirme: “Martínez, me pareces el tío más sexy del colegio. Cuando me ves por las mañanas y me dices buenos días en español ¡hmmm! me
derrito... lo siento pero tenía que decírtelo." Se dio la vuelta y
empezó a restregar su fibroso trasero contra mí, un twerking de todas todas, Original Archibald. La pasión mezclada con
aquel par de gotas etílicas se le subió a la cabeza y después fue ella la que
se me subió encima para hacerme un lapdance.
Mi lucha por zafarme de aquella encerrona tuvo su cierta gracia pero fue
curioso que Victoria fuese la única de los presentes que no se riera.
Tina
desapareció, consciente de su osadía, supongo, y entonces llegó lo peor, en las
cinco cartas restantes había dobles parejas de figuras negras, y un naipe de
color rojo: un jack of hearts, una puta sota de bastos, que decidió que
lo mejor que podía hacer era marcharse a casa. Apretones de manos para los
chicos y estrujones de medio lado para las dos princesas. No lo pude evitar, en
el abrazo a Victoria le di un beso en la sien cubierta por sus rizos...
Y Martínez
se fue caminando hacia su coche, bajó la capota, encendió la radio y mientras
sonaba “I'll be here (when you get home)” de Gladys Knight and the Pips, miró
fugazmente al asiento vacío y sintió como Original Archibald ponía la mano
izquierda en el hombro derecho de Martínez.
Querido
Original Archibald, quizá te estés preguntando ¿por qué a mí este rollo?
La respuesta es sencilla: porque no hay nadie más en el mundo, nadie, Original Archibald,
que pueda entender esto. Las cosas de ser un confitero sonoro tan fino como tú
traen emails como este. Nunca me pierdo tu programa.
Juan Martínez Conde