Me han preguntado alguna vez el porqué de las elegías y
recordatorios de fallecimiento que en estos cinco años he hecho para
el Mini rojo. Explicar que te duela la pérdida de algo material y
reemplazable es una tarea imposible. Nadie con un mínimo de
intelecto entendería una imbecilidad de este estilo pero después de
lo que acabo de descubrir se hace necesario porque, paradójicamente, le va a servir de despedida definitiva.
Ya en EE.UU. después de un par de años de estancia muy complicada por falta de
madurez, adicciones y taras de origen genético de muy díficil solución,
en un momento determinado algo (que aún no he conseguido saber lo que fue) me hizo
iniciar un despertar. Un florecimiento tan notable que empecé a eliminar complejos e incluso logré soltarme las
cadenas de estupidez que unían mis dos pies por los tobillos.
Comencé a sonreír a la vida y ella a cambio me sonreía más a mí, viví
cada hora de ocio como si fuera la última, encontré la felicidad que puede
dar una pareja y por primera vez sentí que estaba viviendo y
disfrutando el presente, sin miradas al pasado y sin temor al futuro.
Tuve la inmensa fortuna de vivir aquel presente durante tres años siendo
consciente de ello.
El símbolo de toda aquella felicidad fue un Mini Cooper S de color
rojo, mi primer coche nuevo, encargado a capricho y al que, para hacerse más deseado aún, tuve que esperar varios meses. La conducción empezó a tener otro sentido y
se sumó a todo aquello tan satisfactorio que se me iba amontonando
en la vida. Hasta que me empeñé en ver el sol demasiado de cerca
y me dejé vencer por una prepotencia estúpida basada en el autoengaño de una predicción errónea: la que decía que tendría
que marcharme de EE.UU. en 2010. Y fue entonces que a la vuelta de unas
vacaciones navideñas en España empecé el año rompiendo un
corazón que me amaba, después me convertí en un cretino de una crueldad de proporciones
inmensurables, fui perdiendo todo poco a poco hasta que un día,
después del trabajo y a siete minutos en coche de mi casa, tuve el
accidente de tráfico más tonto de la historia y perdí el Cooper. A
partir de ahí todo fue cayendo en picado. Aunque llevé las cosas con mucha dignidad y llegué a retomar el vuelo
unos meses después todo fue ya a un nivel de altitud de felicidad menor y
con una velocidad de crucero pre seleccionada para el futuro y no
para el disfrutar el presente. Llegaron otros coches, cuatro en concreto, y hasta
este año ninguno logró llenar el vacío que dejó el Mini rojo.
Han sido cinco años de recuerdo y de homenaje en forma de palabras
pero cuando terminé la entrada del mes de enero de 2016 me planteé
seriamente la necesidad de dejar soltar ese peso. Tenía que aceptar de verdad y no sólo de palabra que de
los errores cometidos es mejor sacar conclusiones que eviten volver a
caer en ellos en lugar de lamentarse de por vida. Y un buen día, así
por las buenas, encuentro en una página web de compra y venta de
Houston un anuncio en el que un tipo de Katy vende un Mini Cooper S
de 2009 de color rojo, reconstruído, y con 270.369 kilómetros de historia;
más de la mitad de una vuelta al mundo y 160.000 kilómetros más de
los que yo he hecho a mis coches en este tiempo. Y sí, el número de
bastidor demostraba que aquel era mi Mini. En un giro tan irónico como
significativo para mi, resulta que el vehículo ha visto más vida que yo y
probablemente una mejor establecida que la mía. El Mini rojo ha vivido una existencia
paralela que quiero creer que ha sido tan buena y plena como era la
mía nada más aparecer en mi vida.
A finales de 2015, en una soleada
tarde de diciembre Carlos Rodríguez Duque se encontró de casualidad
con Fernando Fernández “Terminal” en la Elipa. Le propuso
una entrevista y Fernando aceptó encantado de inmediato. A
continuación vais a leer lo que nos contó, muchas gracias Fernando
por tu amabilidad.
Fernando, ¿cómo entras en el
mundo de la música?
La afición por la música desde
pequeño me llevo a ello, estaba escrito... Nací en 1954 y a
principios de los 60 escuchaba todos los días a The Beatles, Elvis,
Ray Charles, Otis Redding, Ike & Tina Turner, Paul Anka, Rolling
Stones, etc, gracias a que mi hermano y sus amigos compraban aquellos
discos para los guateques de la época. Aquello marcó mi gusto por
la música rock y mi interés por tocarla y sobre todo por cantarla.
Mi padre, que de joven tocaba en rondallas, me enseño a tocar la
guitarra con 13 años. Con 15 conocí a Ramón Bravo, un tío que
tocaba guitarra solista, que quería hacer un grupo de rock y además
tenía local de ensayo en una buhardilla encima del taller donde su
padre fabricaba lapidas para tumbas en la Av. de Daroca. Con José y
Emilio (batería y bajo respectivamente), dos chavales del barrio de
Quintana, formamos el grupo 'Los Diabólicos' y entre las cruces se
nos oía versionear a Cream, Free, Steppenwolf, Spencer Davis Group,
Cannet Heat, Allman Brothers Band, MC5, etc. Una temeridad
¡¡Jajaja!!, pero el grupo no sonaba mal. Nuestra primera actuación
fue en la fiesta de fin de curso de mi último año de colegio de
bachiller superior y reválida, y dejamos anonadados a más de uno.
Nadie se esperaba tal cosa, encima Emilio y yo ligamos con dos tías
de impresión. También actuamos en garitos de la época como el
Milojuma, o en el Paraíso en San Blas en los que siempre había
peleas.
La Elipa parece que era un
territorio musical...
¡Sí! Fíjate que en aquella época
conocí a Pepe Risi, que vivía como yo en La Elipa, y se pasaba de
vez en cuando por la buhardilla para tocar con nosotros.
Con 18 años me fui a la mili y el
grupo se disolvió. Al finalizar el servicio militar volví a
coincidir con Pepe Risi que estaba ya formando Burning y me propuso
entrar en la banda, pero no como cantante que era lo que yo quería
porque ya había conocido a Antonio y él iba a ser el cantante de la
banda. A Johnny le conocí nada más entrar a formar parte de
Burning, ya que en esa misma época mi banda coincidió con Burning
en los mismos locales de ensayo en “Papi” en la carretera de
Barcelona.
Y entonces...
Decidí formar mi banda propia y con
Alfonso Murillo (guitarra solista), Carlos Baby (bajista) y Nono
Abalo (batería) nació, en 1974, 'La Banda de Blues'. Una banda muy
profesional y con muy buen nivel instrumental.
Hacíamos Rhythm & Blues super
caliente y muy tirao palante, tanto en inglés como en castellano, no
blues arrastrado. La banda conectaba rápido con la gente y gustaba
su directo. En ella desarrollé la armónica totalmente pues era uno
de los instrumentos solistas de la banda.
¿Y lo de la armónica, Fernando?
Debía ser un instrumento poco común para elegir allá por los 70...
Elegí la armónica como instrumento
solista por eso mismo. Nadie la tocaba y era un instrumento que podía
dar mucho juego en una banda que hiciera R&B o rock que era la
música que quería hacer en aquel tiempo.
Empecé a tocarla ya en mi primera
banda con 17-18 años después de un arduo aprendizaje a base de
escuchar a músicos como John Mayall. También por llevar la
contraria porque nadie tocaba armónica a principios de los 70 en
España y eso me animó a hacerlo.
¿Seguiste en contacto con Burning?
En aquellos 70 seguí en contacto con
Pepe y Burning y recuerdo haber subido a tocar con ellos en el Parque
de Atracciones de Madrid (no recuerdo el año, la verdad, pero sería
seguramente en el 76) y también asistir a un concierto suyo en la
sala MM, en la Calle Béjar de Madrid, nada más editar su primer
single. En MM a mitad de la actuación nos desalojó la policía de
la sala, previa petición del DNI, por ser unos rockeros
facinerosos... ¡jajaja!
También en aquellos años, segundo
lustro de los 70, Pepe subía a tocar con mi banda en algún garito
de Madrid donde actuábamos. Hacíamos algunos temas propios la
mayoría eran versiones de temas de rhythm & blues y al ser las
estructuras las mismas que las del rock & roll no había ningún
problema para interpretarlos y añadir ruedas de compases para que
Pepe hiciera solos de guitarra en ellos.
Eramos buenos amigos y aunque no
teníamos un contacto continuo nos veíamos de vez en cuando. A
principios de los 80 perdí un poco el contacto con Burning, supongo
que por las circunstancias profesionales y personales de cada uno.
¿Recuerdas como
era el setlist del concierto de Burning en el parque de atracciones?
Dices que tocaste la armónica con ellos, ¿en todos los temas?
Recuerdo que toqué
en varios temas que eran versiones de clásicos del rock como “Johnny
B. Goode” tema que siempre ha acompañado a Burning. Pero fue un
concierto raro porque duró una hora o poco más con un descanso de
10 minutos a los 30 - 35 minutos para que la gente consumiera
bebidas. Así lo tenían programado los del parque de atracciones.
Sería porque era verano, hacía un calor de la leche y las gradas
estaban a pleno sol, ya que la actuación empezó a las seis y media
de la tarde.
Háblanos más de tu carrera como
músico, ya mencionas los “temidos” 80... ¿Qué fue de Fernando
el músico en aquella década?
En 1982 mi grupo 'La Banda de Blues'
fue contratado para actuar en las fiestas de San Isidro de Madrid. El
día de la actuación salíamos a escena en último lugar, a las 12
de la noche, y después de que actuara una banda llamada 'Brass' que
hacían soul y temas de Blood, Sweat & Tears. Sonaban de la
hostia los tíos, con una sección de metales que era una maravilla.
En esa actuación habíamos incorporado un batería nuevo, Chema
Gonzalez, porque un mes antes nuestro batería se había ido a vivir
fuera del país. Ya conocía a Chema de antes, soberbio batería que
tocaba todos los palos y un fenónemno haciendo jazz - rock. Con un
mes de ensayo subimos a actuar con el convencimiento de darlo todo
porque el grupo anterior había elevado mucho el listón y encima
ante 30.000 personas, figúrate...
Después de dos horas de set tuvimos
que hacer otras dos y cuarto de bises, cuando queríamos bajarnos del
escenario la gente nos pedía otra y otra... teníamos que volver a
salir. Cuando al fin cerramos el concierto nos abrazamos como si
hubiésemos alcanzado el cielo, absolutamente increíble e
indescriptible la sensación de gozo por lo que habíamos hecho. ¡¡El
concejal de cultura que nos contrato estaba alucinado!!
Al año siguiente, 1983, volvimos al
paseo de coches del Retiro, otra vez, y cerrábamos de nuevo el día.
Antes que nosotros estaba en programa Micky (el de Los Tonys)....
¡Hostiaaa...! ¡Vaya personaje!
¡Si! Se quejó al concejal de cultura
diciendo que él era la estrella y que a nosotros no nos conocía
nadie, y por tanto debería ser él el que fuese el último. Nos
pidió por favor que cambiaramos el orden de actuación y asi lo
hicimos.
Cuando Micky estaba tocando la octava
canción de su repertorio las miles de personas asistentes al
concierto nos estaban pidiendo otra aún. El bochorno que pasó fue
apoteósico (risas). Ahí tienes una buena anécdota...
Al día siguiente actuó Banzai, el
grupo de heavy del guitarrista Salvador Dominguez. No les pidieron
bises.
Fernando, ¿cuándo se forma
entonces L.A. Terminal?
Fue en aquel año, 1983, cuando se
empezó a gestar la nueva banda 'L.A. Terminal'. Chema González y yo empezábamos a
pensar en hacer un nuevo grupo que escalara un peldaño más en la
música y que llegara a grabar un disco.
En el 84 lo formamos incorporando a
Miguel Angel Rojas “Biberón”, bajista experimentado y
profesional y a Javier Vargas guitarra más que conocido. Una noche
estábamos tocando en un garito en la Calle de la Palma de Madrid (no
recuerdo el nombre) y de buenas a primeras se subió a tocar con
nosotros Ignacio Vidaechea (saxo), así como el que no quiere la
cosa. De repente vemos a un tío con pinta de Blues Brother sacando
un saxo de un estuche que se sube al escenario y se pone a tocar
arreglos de metal en los temas que hacíamos. Nos hizo tanta gracia
el tío y tocaba tan bien que lo fichamos ese mismo día. Resultó
ser un pedazo de músico y una excelente persona con la que siempre
te reías. Siempre tenía un chascarrillo para eliminar cualquier
tensión.
Alquilamos un local de ensayo en
Carabox (donde también ensayaban grupos como Ketama, Ciudad Jardin,
Un pingüino en mi ascensor, Radio Futura…) y empezamos a trabajar
temas propios sin Javier Vargas. Nos hartamos de que su
interpretación fuese un solo de guitarra continuo en las actuaciones
que habíamos hecho.
Grabamos una maqueta con cinco temas e
incorporamos a Javier Fuertes como guitarra solista, de los mejores
de este país, y a Damián Rabal como teclista, aunque posteriormente
fue Fermín Villaescusa el que sutituyó en los teclados a Damián,
ambos músicos geniales.
Nació así 'L.A. Terminal' con su
formación definitiva: Javier Fuertes (guitarra solista y coros),
Ignacio Vidaechea, alias “Buho” (saxo y coros), Fermín
Villaescusa (piano y teclados), Miguel Angel Rojas, alias “Biberón”
(bajo y coros), José Maria Gonzalez, alias “Chema” (batería y
coros) y yo (voz, armónica y segunda guitarra).
Un sexteto que hacia AOR con
influencias de rock clásico, rhythm & blues y westcoast, con
temas propios en castellano, buenos arreglos de metal e
instrumentales y con la idea clara de plasmarlos en un disco.
¿Llegásteis a grabar?
La discográfica de 'El último de la
fila' se interesó en editar el producto pero en condiciones muy
leoninas y declinamos su oferta. Polygram estuvo dos meses pensando
en sacarlo pero no sabían como promocionar un grupo de tios de más
de 30 tacos que hacia música adulta y de calidad en plena movida
madrileña de grupos como Radio Futura, Alaska y los Pegamoides,
Gabinete Galigari, Glutamato Ye-Ye, etc, que aunque no tocaban una
mierda eran la moda. No tuvieron los cojones de apostar por la música
en vez de por la imagen.
Posteriormente llegamos a grabar con
una independiente de Antequera (Málaga) llamada Cambaya Records, que
por falta de presupuesto no finalizó la edición del disco.
Eso sí en aquellos años, segundo
lustro de los 80, no paramos de tocar en innumerables garitos de
Madrid y de fuera. Algunos semana sí y semana no, sitios míticos
como Café del Mercado, Vientos, Bwana, Bambu, Honky Town, Comix,
Ya’sta, San Mateo, King Creole y alguno más como Manivela.
El mítico pub de la Elipa al que
iba Risi...
¡Ese mismo! El antiguo dueño del
Manivela Antonio Támara (Maxwell para los amigos) estuvo buscándonos
hasta encontrarnos para que actuásemos en su local. Curiosamente
estaba en la zona de La Elipa donde vivía Pepe Risi que muchos días
se pasaba por allí con su mujer Marifé a vernos y a tomar una copa
juntos, y retomamos así el contacto que habíamos perdido un poco.
¿Y empiezas a colaborar con
Burning entonces?
El primer disco en el que participe
con Burning fue “Regalos para mamá” en el año 1989. Pepe Risi me llamó para
decirme que había pensado meter una armónica en un tema y que si
quería colaborar con ellos. Indudablemente le dije que lo haría encantado y grabé el tema “Como un
huracán”. Ahí empecé una fructífera colaboración con el grupo,
totalmente desinteresada sólo por la amistad que me unía a Pepe que
volvió a llamarme para grabar con ellos el disco “Burning En
Directo” en Diciembre del 90 y editado en el 91 y en el que
intervinieron como invitados Rosendo, Los Secretos, Sabina, Miguel
Rios, Loquillo y Antonio Vega.
En el 92 Burning realizó una
grabación con una unidad móvil en su local de ensayo en La Factoría
en la que intervine en un par de temas pero que no se editaron ese
año, desconozco el motivo. Una lástima porque lo que recuerdo haber
oído estaba muy bien. Espero que algún día vea la luz.
Debió ser el “Miéntelas versión
country” que acabó saliendo en 'Sin miedo a perder', ¿recuerdas
el título del otro tema?
La verdad es que no recuerdo el nombre
del segundo tema que grabé. De hecho no recordaba ni como se llamaba
el tema que aparece en “Sin miedo a perder” hasta que tú me has
refrescado la memoria.
Fui un par de tardes a La Factoría
para grabarlos y estaban todos Pepe, Johnny, Edu, Carlos y Nacho, que
era el batería en aquel entonces, para ensayar un poco los temas
juntos antes de grabarlos, pillarles el swing y ver en qué parte/s
de los temas encajaba mejor la armónica.
En el 93 otra vez Pepe me llamó para
que grabase con ellos en el disco “No mires atrás” y puse mi
grano de arena en “Weekend”, “Ojos de ladrón” y “Las
chicas del Drugstore”. Nos lo pasamos muy bien en la grabación,
habia un ambiente fenomenal. Nuestra relación era muy buena y nos
apreciábamos mucho. Actué con Burning después de la grabación en
la sala Argentina de San Blas en Madrid. También lo hice con mi
grupo.
O sea que 'L.A. Terminal' seguía
en activo...
Durante todo ese tiempo mi banda
seguía haciendo un directo contundente y de gran nivel instrumental.
A pesar de los avatares que nos impidieron plasmar nuestra música en
un disco nos manteníamos unidos porque había trabajo y hacerla en
directo era una satisfacción personal para todos. A partir del 95
empezaron a cerrar muchos sitios en donde anteriormente habíamos
actuado y el rock empezó a estar proscrito por la radio, la TV, las
discográficas …
A partir de ahí decidimos de común
acuerdo dar por finalizada nuestra relación profesional; no tenía
sentido trabajar en algo que no se podía mostrar. La relación de
amistad continúa a día de hoy porque la música creó un vínculo
que durará siempre.
Cuentanos algo
más de la actuación de L.A. Terminal en TV. ¿Cómo surge? ¿Quién
os llama? ¿Tuvo repercusión?
Nos fichó para
actuar en TV el director de programas en aquella época. Nos vio
tocando en el Café del Mercado, le gustó mucho el concierto y nos
propuso grabar para un programa que emitían en aquella época con
actuaciones de artistas no conocidos y en directo. El programa de
llamaba 'El Salero' y nos pagaron 150.000,- pesetas por grabar dos
temas. Se emitió en Marzo del 91.
Repercusión a
nivel de compañías discográficas no tuvo. A nivel de fans y amigos
mucha. Y digo fans porque había mucha gente que se recorría los
garitos donde tocábamos para vernos. Era curioso ver las mismas
caras en diferentes sitios. De hecho alguno y alguna llegaron a ser
amigos nuestros.
¿Pensaste en iniciar otro proyecto?
El nivel musical e instrumental de la
banda era tan elevado que realizar un nuevo proyecto a la misma
altura era prácticamente una quimera. No sólo se trataba de
encontrar a músicos-instrumentistas de alto nivel sino además que
coincidieran en el mismo gusto por la música a desarrollar con el
hándicap de que ni por asomo se podría editar a finales de los 90
un disco de música de calidad hecha para adultos. La mediocridad, lo
comercial y la imagen era y sigue siendo el negocio de las
discográficas.
Con gran satisfacción abandoné
entonces la música profesional ya que el matrimonio que había
experimentado con L.A. Terminal no podía ser superado por ningún
otro posterior. Ese mismo sentimiento a quedado en el resto de sus
componentes que en su mayoría han seguido trabajando como músicos
de otros artistas.
No obstante eso no me impidió
realizar colaboraciones con otras bandas.
Y poco después se nos fue Risi.
Sí... en el 97 falleció Pepe Risi,
una desgracia que sentí enormemente. Pensé que mi relación con
Burning había llegado a su fin y quizá también Burning como banda
pero Johnny tuvo el acierto de mantener viva la llama de su música
de lo cual siempre me he alegrado. Me alegro de que después de
cuarenta años puedan seguir ofreciendo su música con total
honestidad.
De hecho Johnny vuelve a pedirte
que grabes con él...
En el 2002 me vino a buscar para que
grabara con ellos un tema en el disco “Altura” y me emocionó que
Johnny contara conmigo de nuevo. “Desde el pantano” fue el tema
y quedó genial. Lo grabamos en el estudio de Jaime Arsua
(guitarrista de Alarma).
Después hicimos juntos la
presentación en directo del disco para la prensa en el Chesterfield
Café y la presentación para el público general en la sala El Sol
de Madrid. Dos conciertos de excelente recuerdo. Y también la
grabación en directo del programa Los Conciertos de Radio3 de TVE.
Mi relación con Burning siempre fué una relación de amistad y
afecto hacia Pepe y Johnny y después hacia Edu, Carlos y Cacho y mis
colaboraciones siempre desde el respeto a su música, como así lo
hice con otros artistas.
¿Recuerdas alguna anécdota o algo
de cómo transcurrieron las diferentes sesiones con Burning?
Anécdotas no hubo pero si muchas
risas y buen rollo en todas las grabaciones. El disco “Altura” se
grabó directamente con ordenador. La mesa de mezclas era ya virtual.
¿Qué ha sido de tu carrera
artística? ¿Sigues en la música? ¿Tienes algún proyecto nuevo?
Como te digo, decidí poner fin a mi
carrera en la música cuando L.A. Terminal dejó de existir.
¿De dónde
salen los nombres de los diferentes grupos que tuviste?
¡Ja,ja! Buena
pregunta. El de mi primera banda. 'Los Diabólicos' nació del
entorno donde ensayábamos. Te asomabas a la ventana de la buhardilla
y veías cruces y lapidas para tumbas. Que sonara rock entre ellas
era algo irreverente y diabólico, de ahí el nombre.
El nombre de mi
segunda banda nació simplemente como exponente de la música que
interpretábamos. Como hacíamos rhythm & blues pues 'La Banda de
Blues', así de fácil. Curiosamente en aquella época había una
banda inglesa formada por Paul Jones, Tom McGuinness, Dave Kelly,
Gary Fletcher y Rob Townsend que se llamaban The Bues Band y hacían
lo mismo que nosotros.
El nombre de 'L.A.
Terminal' se nos ocurrió a Chema y a mí por haber llegado a
culminar el proyecto de la banda que queríamos hacer. El lugar al
que llegas después de un viaje. En todos los sitios nos anunciaban
como “La Terminal” o “Terminal”, pero la puntuación después
de la L y la A encerraba las palabras Los Angeles. Un guiño al
estilo aor/westcoast...
¿A qué dedica Fernando Fernández
ahora el tiempo libre?
Sobre todo a seguir disfrutando de la
música que me gusta, tanto en lata como en directo, hecha por
músicos viejos y con solera y otros más jóvenes pero con gran
nivel y ahí va una muestra: 'Find Me', 'Blood Red Saints', 'Champlin
Williams & Friestedt', 'FM', 'House Of Lords',
'Jim Peterik & Marc Scherer', 'Last Autumn’s Dream', 'Newman',
'Praying Mantis', 'Toto', 'Revolution Saints', 'Khymera', 'Art
Nation', 'C.O.P', 'Care Of Night', 'Work Of Art', y sólo por
mencionar algunos de los mejores discos de rock/AOR/westcoast
editados en 2015. Seguro que muchos son desconocidos para la mayoría
pero os aseguro que merece la pena disfrutar de su música tambien.
En Youtube tenéis todos sus videos promocionales y podréis juzgar.
Hace un momento
te he oído hablar de tus nietos con un vecino del barrio, ¿saben
que su abuelo tuvo varios grupos, que colaboró con los más grandes
y que salió actuando en TV? ¿qué te dicen?
Sí, además de
dedicar mi tiempo libre a escuchar mucha música también se lo
dedico a ellos ahora, es muy gratificante su compañía, poder jugar
con ellos y enseñarles como es el mundo que les rodea de manera
lúdica y tratando de preservarles de aquello que les pueda influir
negativamente como personas cuando sean mayores.
engo un nieto de 2
años de mi hijo al que le encanta la misma música que a mí, porque
es también la que le gusta a él. Ya me encargue de educarle el
gusto, jajaja.
De mi hija tengo 2
nietas, una de 3 años que es un torbellino y otra de 6 que es una
princesa. La de 6 años (Idún se llama) empieza a ser consciente de
que su abuelo era cantante y ya ha escuchado mis grabaciones y ha
visto la grabación de TV, pero aún son muy pequeños para que
entiendan hasta donde pudo llegar la faceta artística de su abuelo.
La música me ha
dado mucho y también mi familia. Si pudiera ahora elegir otra vida
volvería a elegir la que he tenido.
Muchas gracias,
“Terminal”...
Hablar con vosotros
ha sido un placer y espero que también lo haya sido leernos para los
seguidores de Burning.
No fue porque su pick up le hubiese dado el enésimo problema ni
porque acabase de pagar $360, ni tampoco porque estuviese bastante
perdido en general con aquel programa de enseñanza Montessori, no.
Marcos tuvo una sensación extraña cuando la empleada del
Whataburger le llevó su hamburguesa y retiró aquella pieza de
plástico naranja con un número siete en blanco. Estaba algo
desorientado... no sabía a quién se le había ocurrido la idea de
cambiar de bar para ir a jugar las partidas de los lunes. En su
eterno cansancio y somnolencia aquellos días no comprendía qué
tenía de especial trocar un bar con mesas de billar gratis los
lunes por otro en el que había que pagar para jugar. Tampoco sabía
porqué aquella hamburguesería pero pensó que sería un sitio tan
bueno como otro cualquiera para cenar mientras hacía tiempo; estaba
cerca del taller donde acababa de recoger su coche y también del bar
en el que iba a econtrarse con Joaquín y Torcu. Para añadir más
caos a aquella tarde de lunes se rompía la costumbre de cenar
después de las partidas. Marcos tenía una extraña costumbre que
ponía en práctica desde adolescente sin saber (tampoco esto) el
porqué: como si fuese un estratego preparando sobre el mapa la
disposición de sus tropas, siempre se sentaba en un sitio desde el
que pudiera ver con claridad la puerta en una línea recta lo menos
imperfecta posible. Y ocurrió una vez sentado exactamente donde
quería, que mientras masticaba aquella carne de algo disimulada con
finísimas rodajas de tomate, cebolla y lechuga entre pan, vio
acercarse a la puerta a un hombre que llevaba puesta en la cara una
máscara de hockey. No le dio tiempo a pensar qué tipo de
espéctaculo era aquello, enseguida el enmascarado levantó la mano
que sujetaba una pistola y gritó con un marcado acento de Luisiana:
¡Qué no se mueva nadie, esto es un atraco! Detrás de él entraron
cinco más, algunos se tapaban el rostro con bufandas pero los de
atrás iban a cara descubierta. Dos de los atracadores se fueron
a por las cajeras, otros dos entraron en el cuarto de empleados y
aquello fue lo último que Marcos vio antes de bajar la cabeza y
poner las manos estiradas encima de la mesa. Para ser una
situación en la que nunca había estado mantuvo una extraordinaria
claridad mental, mucho mayor que la que llevaba antes de entrar a
aquel Whataburger. Su inexperiencia le hizo pensar que quizá los
ladrones se marcharían tras llevarse la recaudación, pero no fue
así. Uno de los tipos gritó en el comedor a los cuatro clientes que
había que sacaran todo el dinero que llevasen encima y a Marcos, de
inmediato, le vino a la cabeza el carnet de conducir que tanto
trabajo le había costado conseguir y su acreditación como profesor
del distrito escolar... Así que decidió sacar la cartera y dejar
todos los billetes encima de la mesa para que el recaudador los
metiese en el saco e intentar evitar así que se la llevase con todos
los documentos dentro. La sacó muy despacio del bolsillo trasero
del pantalón, la abrió, extrajo los $32 que le habían sobrado
después de pagar al mecánico y la cena, y dejó dos dedos haciendo
hueco en la parte de la billetera para mostrar que no quedaba nada en
ella. Aquella había sido una idea estupenda pero no cayó en la
cuenta de que a su izquierda, justo detrás de las plantas de
plástico que estaban encima del medio muro que separaba el mostrador
de pedidos del salón comedor, había otro enmascarado. Un tipo que
movido por la curiosidad de no saber exactamente qué hacía Marcos
decidió averiguarlo poniéndole el cañón de su arma en la
sien. Aquel frío círculo de metal paró el tiempo. Marcos
recordó la frase que un día le dijo su abuela: “hijo, tú vas a
morir con los zapatos puestos...” y pensó en que había elegido un
sitio muy lejano para ir a morir. Todo aquel polvo de pensamiento se
esfumó cuando en forma de soplido le llegó un “¿Qué estás
haciendo?” que le devolvió a la vida. - He puesto todo el
efectivo encima de la mesa, no os llevéis mis documentos por
fav... No le dio tiempo a acabar la respuesta. No le hizo falta una
señal, él mismo pensó que había hablado demasiado, que se había
crecido y que el quinqui aquel le iba a volar la tapa de los sesos.
Sin embargo, lo que escuchó no fue a la muerte escupiendo un disparo
sino un extrañamente amigable: -Ah, vale... El del saco pasó
por las mesas como un huracán, barrió con su huesudo y negro brazo
el dinero que había encima de la suya cuando Marcos era incapaz de
distinguir ya si el cañón de la pistola seguía pegado en su sien.
En lo que él pensó que habían sido segundos aquellas sombras
desaparecieron más rápido de lo que habían entrado. De inmediato
dos trabajadoras corrieron a cerrar las puertas del local por dentro
como parte, probablemente, del protocolo para aquellos casos. Una
empleada comenzó a llorar de miedo y rabia y se lamentaba en
español. Marcos alzó la vista y vio como la pareja que comía en
una mesa a su derecha seguía debajo de ella y como el chico buscaba algo,
giró la cabeza y miró al cliente del gabán de cuero negro sentado
solo como él; tenía la vista perdida y parecía estar a punto de
desmayarse quizá por la tensión, pensó en su ignorancia. Marcos
sintió que no le quedaba fuerza, que la sangre no le fluía e
instintivamente agarró unas patatas ensangrentadas con ketchup y
siguió comiendo mientras pensaba que haber pedido una hamburguesa en
lugar de una ensalada no había sido tan mala idea después de
todo. ----------------------------------------------------------------------- Herminia
llevaba trabajando en aquel Whataburguer ocho meses. El dinero no
sobraba, no pagaban mucho pero no necesitaba tener número de seguro
social ni saber inglés para freír patatas o preparar la carne al
grill. Aquel estaba siendo un lunes como cualquier otro, quitando
el jaleo de las doce del mediodía todo iba despacio e incluso le
había dado tiempo a pensar el daño que aquel hombre les estaba
haciendo a sus tres hijos y a ella. Él no era así cuando lo
conoció, pero aquella ciudad combinada con la cerveza lo había
transformado. Acaba de poner entre pan, tomate, cebolla y
pepinillo el que pensaba iba a ser su último filete del día. La
grasa hacía que la redecilla que llevaba para sujetar aquel pelo de
Taxco largo y negro tuviese la viscosidad de una medusa y eso le
indicaba que ya estaba a punto de llegar la hora de coger el autobús
para irse a casa y acostar a sus hijos. Aquel lunes además de
tranquilo había sido también de paga, al día siguiente iría a
cobrar el cheque a la casa de cambios y se puso a hacer planes. El
martes le tocaría ir a recoger a sus sobrinos al colegio y por fin
conocería a aquel maestro nuevo que tenía un acento tan raro y del
que su hermana decía que era tan guapo... Y así estaba a punto de
terminar su jornada cuando de repente oyó a un hombre gritar. Giró
la cabeza y vio una mano negra que sujetaba una pistola del mismo
color. Se echó al suelo y no se levantó de allí hasta que oyó
a su supervisora hablando por teléfono con la policía. De inmediato
Herminia fue al vestuario y comprobó que se habían llevado su
bolso. Salió de nuevo al restaurante y rompió a llorar
desconsoladamente, y al poco los sollozos se confundieron con sus
gritos de impotencia: - ¡Pinches morenos! ¡¡Ya cuatro veces en
seis meses, yo me marcho de aquí!! ¡¡Ay no, yo aquí no trabajo
más!! ¡¡Mi cheque... mi celular...!! Alzó la vista y vio como
un gringo con bigote y gabán negro de cuero la miraba como embrujado
y a la izquierda de aquel, otro hombre con aspecto extraño, muy
pálido, seguía comiendo absorto como si nada hubiese
pasado. ----------------------------------------------------------------------- Kathy
era estudiante de pedagogía en la universidad de Houston y llevaba
saliendo con Miguel once meses. Él era empleado a media jornada pero
tres veces en semana por las tardes, después del trabajo, estudiaba
un curso de contabilidad en un “community college”. Kathy
había tenido una férrea educación católica pero no era por eso
por lo que no quería acostarse con Miguel pese a su insitencia, sino
porque su anterior novio se había llevado su tesoro, guardado con
mimo durante diecinueve largos años. No había sido una experiencia
muy agradable para ella principalmente porque el tío se había comportado como un
auténtico cerdo. Por aquello y porque no acaba de ver en él a un
chico con quien compartir el futuro seguía dándole largas a Miguel,
que era un buen muchacho pero nada más que eso. Kathy no tenía
muchas ganas pero aquel lunes una carambola del destino hizo que se
pudieran ver un rato y decidieron quedar en un sitio intermedio para
ambos: el Whataburger de la calle Chimney Rock. Pidieron su cena
y se sentaron en una mesa para dos, uno enfrente del otro, y allí se
pusieron a hablar del domingo y de cómo les había ido a cada uno en
su lugar de estudios cuando de repente, justo cuando se metía la
mano en el bolsillo de la chaqueta, Miguel vio como un grupo de
hombres armados entraban al local al grito de "¡Quietos, u os frío a
tiros!" Sus carteras, teléfonos y otros enseres estaban encima de la
mesa y por rapidísima recomendación del chico se metieron debajo de
ella sin pensar en nada más. Allí, a cubierto, Kathy empezó a
pensar que Miguel le traía mala suerte, que ella debería estar en
casa, relajada, con su pijama y las gafas en lugar de las lentillas,
viendo la novela con su madre y rellenando el papel que le permitiría
ser profesora en prácticas en aquel colegio de HISD, el único del
distrito con el programa de estudios ideado por María Montessori...
Cuando oyó que la supervisora del local y otra empleada habían
echado el cerrojo de las puertas salió de debajo y comprobó que
nada de lo que había dejado encima de la mesa estaba allí ya,
excepto los dos grasientos bocadillos de pollo frito, las patatas y
los vasos de refresco. Kathy, entonces, decidió que aquella iba a
ser la última cita con Miguel.
----------------------------------------------------------------------- Se
habían visto el sábado pero el domingo Miguel trabajó en la tienda
de piezas y cosas para automóviles en la que estaba empleado y sólo
pudo cambiar unos mensajes de texto con ella durante la tarde. El
lunes era su día libre y como sabía que Kathy salía de la
universidad a las seis le dijo que necesitaba verla para decirle una
cosa muy importante pero le costó algo convencerla. Si no la
conociese tan bien hubiese creído que ella realmente no quería
quedar. Miguel era un hombre tranquilo, buen chico, bebía con
moderación y apenas había fumado marihuana un par de veces por no
quedar mal con aquellos amigos que tuvo en su día. Estaba muy
enamorado de Kathy a quien había conocido en una reunión de un
grupo de jóvenes de la Iglesia de Santa Ana y enseguida se pusieron
a salir. Le gustaba mucho, tenía muchas ganas de intimar con ella
pero Kathy rehusaba hacerlo y Miguel empezó a pensar que ella era
también virgen y que no ocurriría hasta que no se casasen. El
día anterior le había pedido un adelanto a su jefe y con aquel
dinero se fue a comprar un anillo de compromiso que había visto en
una casa de empeños. Pagó $150 por él, una fortuna, y como quería
darle una sorpresa a Kathy también compró en una pequeña joyería que había
dentro de un supermercado una caja elegante de terciopelo azul para
guardarlo. Por la mañana, a pesar de ser su día libre, le había
hecho un favor a su jefe y había entregado un motor de arranque para
una Chevrolet Silverado del 96 en el taller de aquel mecánico
argentino y desde allí se había ido al "community college".
Al acabar la clase de contabilidad se metió en su Honda Civic y
evitó la 59 porque el tráfico era infernal. Callejeando por fin
llegó a Chimney Rock y allí esperó a que apareciese Kathy en el
Toyota Corolla de su madre. Cuando se vieron salieron de los
coches, se dieron un beso en los labios y entraron al Whataburger de
la mano. Los dos pidieron un sandwich de pollo, patatas fritas y dos
refrescos de cola y se sentaron en una mesa para dos por elección de
Miguel. Sabía que una hamburguesería no era el mejor lugar pero
algo le decía que no debía demorarse más. Por fin llegaron las
bandejas con la comida, Miguel dio un sorbo a su refresco se metió
la mano en el interior de la chaqueta y notó la suavidad del
terciopelo, puso la caja encima de la mesa y cuando iba a decirle a
Kathy que tenía algo para ella unos tipos irrumpieron en el local
pistola en mano. Ambos supieron lo que tenían que hacer, sacaron las
carteras, las dejaron al lado de los teléfonos móviles y se
metieron rápidamente debajo de la mesa. Miguel quería decirles a
los tipos que no se llevaran el anillo, incluso hizo amago de cogerlo
pero no lo pudo alcanzar y sintió una impotencia tan aguda que le
hizo llorar de rabia por dentro. Salieron del refugio cuando
oyeron a la encargada hablar por teléfono con la policía, los
ojos de Miguel buscaron aquella caja azul, en la mesa, por el
suelo... incluso, instintivamente, volvió a comprobar el bolsillo
interior de la chaqueta pero no estaba. Quizá pedirle matrimonio a
Kathy en aquel sitio no había sido buena idea. Tan positivo como
siempre era Miguel se alegró de no haberle comentado a nadie lo que
iba a hacer y pensó que en dos semanas pediría otro adelanto,
compraría otro anillo y haría las cosas como se tenían que
hacer. Al fin y al cabo sólo había perdido dinero. ----------------------------------------------------------------------- En
sus momentos de lucidez Matt no quería y sufría episodios muy
intensos de arrepentimiento pero aquello era superior a sus fuerzas.
Sentía una especie de fuego que le recorría las venas y que le
llevaba a hacerlo, un algo realmente irrefrenable contra lo que no
podía luchar. En la cárcel había recibido de forma voluntaria
sesiones de rehabilitación con varios psiquiatras y psicólogos, las
medicinas parecieron funcionar pero una vez en libertad era
complicado conseguir las recetas de una forma sencilla, había que ir
a un psiquiatra y aquello era demasiado en una ciudad nueva para él
como era Houston. Había llegado de Dallas (de donde se había marchado al día siguiente de perpetrar su última
fechoría) hacía dos semanas y media. Mientras conducía sin rumbo pensando en aquel
adolescente al que había asaltado terminó pasando con su coche por
una zona de talleres mecánicos y de reparación de neumáticos donde
vio a alguien que lo dejó sin respiración. Al lado de una Chevy
Silverado de color verde un hombre alto y delgado hablaba con un
mecánico que le entregaba unas llaves. Matt lo miró de arriba a
abajo, se fijó en su barba, en que era espigado y en que iba
ligeramente despeinado. Se mordió el labio inferior sin darse cuenta
y de inmediato notó aquel fuego y una tensión en la entrepierna que
le hizo tener un escalofrío. Abrió la guantera de su Ford Bronco y
de ella sacó la botella de cloroformo y un trapo. Apretó el tapón
que tenía algo de holgura, los guardó en el bolsillo interior de su
gabán de cuero negro y esperó a que aquel hombre joven se subiera
en su camioneta y arrancase. La Chevrolet Silverado giró a la
izquierda en Westpark Dr y Matt también. Le daba la sensación de que iba a ser
algo más arriesgado que el último asalto de Dallas pero aquella
visión lo había encendido. Ese desconocido era su tipo y nada podía
salir mal: tenía matrículas y documentos falsos, el haberse dejado
barba le ayudaría a no ser reconocido y probablemente aquel chico de
Dallas ni siquiera habría puesto una denuncia contra él... ¡qué
coño! ¡si se lo estaba pidiendo a gritos cuando lo vio esperando al
autobús en aquella parada! Además el cloroformo hacía que todo
fuese suave y limpio, no había que golpear y salir huyendo al
terminar, ni deshacerse a la carrera de un estorbo ensangrentado... nada podía salir mal. Matt estaba tan excitado que incluso podía
oír latir su corazón. La camioneta verde giró a la izquierda en
Chimney Rock y el conductor del Ford Bronco se sonrió porque había
podido pasar justo después sin que se le cerrase el semáforo. Tras
unos diez minutos de conducción la Chevy verde dio el intermitente
para girar de nuevo a la izquierda y meterse en el aparcamiento de un
Whataburger. - Nada puede salir mal- dijo Matt en voz baja
volviendo a sonreir. Dejó que el hombre entrase primero, tras un
par de minutos bajó del coche, se acercó a la camioneta verde y le deshinchó casi por completo el neumático trasero derecho. Entró
al local y se acercó al mostrador, pidió una hamburguesa con queso
y sin pepinillo y se sentó a una distancia razonable de su
presa. Empezó a planear dónde y cuándo lo abordaría. No era un
hombre muy corpulento por lo que usar la fuerza física para ponerle
el paño en la nariz era una posibilidad muy factible si el plan
fallaba. Su corazón seguía latiendo tan rápido y estaba tan
inmiscuido en aquellos pensamientos libidinosos que ni siquiera se
dio cuenta de que una de las trabajadoras del restaurante de basura
rápida le había dejado la bandeja con la comida encima de la
mesa. Abrió el papel, le dio un mordisco al bocadillo y masticó
con rapidez mientras seguía pensando en que con la rueda así
tendría que parar antes o después, y entonces aprovecharía para
detenerse él también y se ofrecería a echarle una mano para cambiarla.
Nada puede salir... y de repente sus pensamientos se vieron
interrumpidos por un tío que pistola en mano se puso a gritar:
¡Manos arriba, esto es un atraco! Matt sabía que lo siguiente
que dijese aquel tipo iba a ser que los comensales sacasen lo que
llevasen en los bolsillos y después alguno de aquellos negros
pasaría a recogerlo todo. Dudó durante un segundo pero finalmente
decidió no sacar el 38 especial corto que llevaba encima, eran
varios y aquel cargador sólo tenía seis balas. Dejó la cartera
encima de la mesa, puso las manos en alto y bajó la vista. Todo
sucedió como habría creído que ocurriría y mientras los
atracadores iban recogiendo su cosecha empezó a pensar en cómo
escapar de allí antes de que alguien llamara a la policía... Matt
tenía que irse antes de que llegasen o entonces tendría dos
problemas. Pensó en salir detrás de los atracadores pero quizá
creerían que querría detenerlos y recibir un disparo era lo último
que necesitaba. Entonces cayó en la cuenta de que en el local había
dos puertas. Lo que haría sería marcharse corriendo por la que no usasen aquellos malhechores. Nada podía salir mal... Cuando notó
que ya no había negros en la costa se incorporó con rapidez para
salir corriendo pero su gabán de cuero se había quedado enganchado
en aquella silla fijada al suelo y le hizo parar en seco. Dio un
tirón con fuerza sin resultado aparente y enseguida notó que se
mareaba, que la luz se le iba de los ojos... y de forma automática
se dejó caer de culo sobre el asiento. -La botella se ha abierto... la puta botella se ha abierto...- masculló- y
mientras pensaba en que ni siquiera recordaba el nombre que había
puesto en su documento de identidad falso empezó a oír las sirenas
de un coche de policía.