Vacaciones en el sur de Florida (11 al 16 de marzo de 2007)
16/03/07
De nuevo en la cárcel, abrí la puerta de casa y me senté delante del ordenador a mirar los emails. Después de una semana sin enredarme en Internet, había mucha basura en alguna de mis cuentas, vacié y vacié, y después salí a la terraza a mirar mis plantas que no estaban tan secas como suponía, las tormentas de Houston debieron ayudar. Guardé la pizza que había sobrado en la nevera, Collina’s es un lugar que me trae recuerdos igual de buenos que de malos, allí cenamos Dania y yo al llegar a la ciudad, después de que el avión se retrasara más de una hora y casi otra de conducción en la cincuenta y nueve sur y la seiscientos diez. Noche de viernes, había mucho lío y ruido, y sentado allí esperando la comida ya sabía la que se me iba a venir encima. Me puse a recordar como había sido ese medio viernes de vacaciones, el día había amaneció nublado en Miami y al poco empezó a llover como sólo se ve en Houston y Miami, aún así tras el desayuno que compré en el quiosco de comida cubana “Rodríguez” salimos a dar una vuelta por la ciudad. Nos acercamos a Coral Gables y sacamos unas fotos a la mansión Merrick House que por fin encontramos, la lluvia nos respetó el último paseo fotográfico y desde allí cogimos la noventa y cinco norte hasta Ft. Lauderdale para ir al aeropuerto. En un tramo de obras la lluvia era tan fuerte que vi como el charco en el que estaba a punto de meterme subía por encima de las ruedas de un todo terreno que iba delante, paré y en cuanto tuve sitio suficiente para dos coches pisé el acelerador a fondo pensando que con aquello nos quedaríamos en el medio con el agua en el motor y perderíamos el vuelo (íbamos con el tiempo algo justo), o saldríamos como un rayo. Por suerte ocurrió lo segundo, quizá que mirara al cielo y que Alguien me viese cara de desgraciado ayudó, no sé, el caso es que salimos del apurazo del que Dania no se percató porque iba pendiente del mapa. Llegamos muy bien, la semana de entrenamiento de la portorriqueña leyendo un mapa (no lo había hecho en su vida) ayudó y la facilidad innata que tengo para perderme en un pasillo parecía haber desaparecido ese día.
Dejamos el Dodge Caliber con ochocientas veinte millas y el depósito vacío, pasamos los controles de seguridad y nos pusimos a esperar sentaditos, yo con la sensación de condenado a cárcel al que van a llevar al presidio más lejano de su casa y Dania algo pensativa, quizá melancólica porque las vacaciones se nos terminaban, las inclemencias meteorológicas retrasaban el vuelo y la espera se alargaba.
Me acordé de las risas que nos dieron aquellas habitaciones con espejos en el techo y garaje privado y en aquel desayuno estilo cubano que compré en el quiosquito Rodríguez en la Okeechobee.
Volví a la prisión con barrotes blandos que es la terraza de mi casa, volvió a salir humo de mi garganta mientras recordaba la foto que tome al mostrador de la Continental. Pensaba en que iba a ser la primera noche en seis en la que no se iban a escuchar las carcajadas de Dania, en el trayecto desde el parking del aeropuerto internacional George Bush de Houston, en que el tiempo pasa rápido cuando uno disfruta y los días se hacen semanas cuando Aprieta y te Ahoga, y así, deshaciéndome los sesos, me dio la una de la mañana con la cabeza llena de mis gilipolleces habituales, esperando a que me venciera el sueño, recordé que no me había acordado de sacarle una foto al cartel del Motel Fantasía, y volví a pensar en Torcuato, que probablemente ya estaría de camino a Houston.
15/03/07
Pasamos una tienda de saldos llamada “ÑoooOO, qué precios!”, conducía de vuelta al hotel que ya conocíamos, el Hialeah Motel, llevado por unos cubanos muy simpáticos. No sabíamos si íbamos a encontrar habitación y bromeaba con Dania sobre la posibilidad de tener que volver a preguntar en el Motel Fantasía, pensaba en Rafa Rotten y en esa cosa que tiene clavada de los hoteles de carretera (motor hotels, motels) norteamericanos. Dania, bendita, me daba conversación para mantenerme alerta, y yo intentaba salir de la concha en la que llevo metido treinta y tres años, lo hice lo mejor que pude y me sentí muy bien. Por fin llegamos al cruce de la sexta con Okeechobee y allí me esperaba el mismo tipo que me atendió la otra vez. Nos dio alojamiento con garaje privado que a mí no me dio que pensar pero que a la otra parte, sexto sentido femenino, le dio mala espina. Llegué a la habitación ciento catorce y cuando entré a meter las maletas me quedé boquiabierto mirando al techo, aquello traería risas posteriores, había espejos, espejos en el techo, una de esas cosas de las que siempre has oído hablar pero nunca has visto se cumplió. Me quedé mirándome fijamente, me vi mala cara. Espejos…
Habíamos dejado Maratón Key por la mañana, relativamente temprano tras desayunar en el hotel fruta y otras cosas que habíamos comprado en el supermercado. El viaje se hizo ameno y corto, nos sorprendieron las señales de aviso de ciervos en la carretera, ciervos tan cerca del mar… y llegamos.
La primera vuelta por Key West me gustó, un montón de casas de madera de diferentes colores, calles estrechas, vida en ellas, lluvia… al fin encontramos el faro y subimos hasta la final, subió debería decir. Desde que estoy en este país he conocido dos ejemplos de superación personal corajuda y de ganas de vivir, de uno ya os he hablado hasta el aburrimiento de “escritor” y lectores, el otro es esta portorriqueña que no se rinde ni ante ochenta y ocho escalones de hierro de una escalera de caracol. Impresionante. Hicimos las típicas fotos desde las alturas, vimos que la casa de Ernest Hemingway estaba cruzando la calle y nos dispusimos a bajar. Picaresca española, dejamos el coche aparcado en el faro y nos fuimos andando a la casa del escritor acompañados ahora de un sol que picaba.
Personalmente me encantó, muebles españoles del siglo XVII, un gato de cerámica regalo de Pablo Picasso, baños de ensueño, una casa aparte para que Ernest escribiera, una piscina que costó doce mil dólares más que la propia casa, la primera piscina de Key West que pilló a Hemingway de sorpresa a su regreso de Europa. Una verdadera sorpresa cuando su mujer le dijo que había costado veinte mil dólares y que causó que el escritor sacara un centavo de su bolsillo y bromeara con él, diciendo que era lo que tenía, y que está puesto en el suelo como recuerdo. Un urinario sacado de su bar favorito iba a funcionar como bebedero de gatos, pero claro, los felinos son de todo menos gilipollas y beben de una vasija española que su esposa mandó instalar para cubrir el desaguisado… Hemingway llegó a tener más de sesenta gatos y muchos de ellos tenían una particularidad, seis dedos, algo característico de los antepasados gatunos que llevaron los marineros de Boston a Key West. Vimos pisadas en el cemento que aseveraban el tema, pero no recuerdo si llegamos a verle las garras a alguno de ellos, los gatos nunca fueron santo de mi devoción, no lo puedo evitar. Mil cosas más, una casa preciosa y un jardín de cuento que estropeaba un intenso hedor a gato.
Desde allí, ya en coche llegamos al avispero turístico de Key West, aparcamos en parking privado de pago, claro, y caminamos hasta uno de los puntos que yo había marcado en la ruta, el museo de “freakadas” “Ripley’s Believe it, or not!”.
Robert Ripley era un artista bon vivant de San Francisco que se dedicó a ver mundo coleccionando rarezas naturales y otras singularidades (http://www.ripleysf.com/ripleypage.htm)
El museo está bien, algo para pasar un par de horitas pero a mí me trajo recuerdos de infancia sin yo haber caído en el tema al marcar la ruta en Houston. Mi tío Antonio me dio un libro que regalaba Caja Murcia cuando yo era más crío y en él había una sección llamada “Aunque no te lo creas… por Robert Ripley” en la que se comentaban cosas extrañas del mundo exterior que empezaba fuera de la puerta de la casa de mis padres, esa que se abriría diez años después y por la que se cerró un círculo. Tras ver animales con dos cabezas, artefactos de tortura, cabezas reducidas, esculturas de hueso de ballena, flautas de hueso fémur humano… nos marchamos a otro museo con artilugios recogidos de naufragios en las costas del Cayo. Ni fu, ni fa… pero había otra torre que reproducía la que existía para divisar los desastres navales y ¿Quién dijo que sí a subir? Dania Santiago, que vio caracolas, tocó una campana y se merendó los cuatro pisos de torre de madera como si fueran un trozo de chocolate. En la parte de arriba hicimos más fotos, esas que antes me daban igual y que ahora me hacen recordar dos rollos de los que no preocupé por tener copias.
Desde allí nos dirigimos a la pequeña casa blanca de Truman, una especie de villa de veraneo que el presidente tenía allí, pero que por cansancio mutuo no visitamos. El tiempo se echaba encima, teníamos que hacer noche en Miami y nos quedaban casi cuatro horas de millas en el Dodge Caliber. Paramos a cenar en IHOP, salimos con el día ya muriendo de camino a Miami y me dije: “Estos días me han sentado bien, me he visto mejor cara en el espejo del baño.”
14/03/07
Amaneció en la habitación a las nueve y media y desayunamos esa mañana en el hotel, mientras veíamos un episodio del Equipo A. Desde crío siempre he soñado con tener lo mejor de cada personaje: La fuerza física de M.A., las ganas de volar del loco, la inteligencia de Aníbal, y la labia y la planta del guapo, pero mientras disfrutaba de una de aquellas naranjas tan caras pensé en lo que me había tocado: la labia, parte de la intelegencia y la belleza de M.A., la fuerza del loco, la planta de Aníbal y la otra parte de inteligencia de Fénix… el mundo reparte mal estas cosas.
Dejamos la habitación número cuatro del hotel Anchor y nos fuimos a llevar las maletas al otro, el Pelican, desde allí nos marchamos a pasar un día de playa, uno de esos que pedía mi cabeza: sol, lectura y sueño. Y tuvimos las tres cosas además de aire, arena y una playa más orientada a observar que a turistear. La playa del parque natural Curry Hammock era la más cercana, disfruté, dormí y comimos las sobras de la cena de la noche anterior que se acabó convirtiendo en pescado volador porque el aire era tremendo. También empezó a nublarse así que decidimos irnos al hotel, quitarnos el quintal de arena y marcharnos a dar una vuelta, que nos acabó llevando al bar “Parrotdise” donde me hicieron una persona feliz cuando me pidieron documentación al pedir una cerveza, “You’ve made my day, darling”, le dije a la simpática camarera. Paseamos por los alrededores del bar, nos hicimos fotos con el Land Rover inglés que tenían allí de exposición, me subí en una hamaca por primera vez en mi vida y nos acercamos al embarcadero donde no me atreví a llegar hasta el final porque los pasamanos temblaban más que mi pulso. El ascensor de sillas de ruedas que usamos para subir al bar también se las traía, un ruido sospechoso, tembleque y la falta de techo arriba me hizo sentirme algo nervioso, la boricua se reía sin parar y me ha quedado una fama de miedoso que para que contarte…
Dania me contó una de las historias más geniales que he escuchado, un día a su madre le dio la fiebre de la pesca, compró una caña y se marchó a pescar con la familia. Uno se imagina la típica imagen de un pescador novato sacando una bota o una rueda de carretilla del agua pero lo que doña Alma sacó fue otra caña de pescar, un anzuelo sacó una caña, muy paradójico, el caso es que se llevaron la caña a casa y ahora tienen dos, en fin... Fuimos a ver otras partes de un Cayo intermedio, casas preciosas con embarcadero, buzones muy creativos… volvimos al hotel y cenamos en el bar de al lado, pescado y patatas fritas otra vez, compartimos mesa y conversación, nos marchamos al hotel para descansar y me entró el sueño viendo vídeos musicales modernos y de tristeza, las canciones más tontas del planeta que ofrecía la Country Music Television. El country moderno me aburre mucho en general, sobre todo esta especie de cuarenta principales del country con el que nos asediaron.
13/04/07
Nos dirigimos a desayunar al mismo sitio que el día anterior, la barbacoa cuyo nombre no recuerdo, y hoy sí había pan pero la camarera uruguaya nos dijo que el cocinero se había dormido, tras unas risas a cuenta de la situación, nos fuimos al quiosco de comida cubana “Rodríguez” en plena Ocheekobee, nos sentamos en un banco y aquel bocadillo con pan “pan” me supo a gloria. Desde allí carretera y manta hacia uno de los sitios mas bellos que yo he visitado en mi vida construido por la mano del hombre. Estando allí me acordé de varias personas, entre las que estaba Torcuato, trascendentalista como él solo, defensor a ultranza de la naturaleza como fuente creadora de maravillas, empiezo a estar de acuerdo, pero la mano creativa del hombre también tiene mucho que decir, especialmente si ves un sitio como “Coral Castle”, donde el infame Billy Idol llegó a grabar un vídeo musical.
Edward Leedskalnin nació en Lituania en 1887, emigró a EE.UU. y tras trabajar de cowboy y vivir en Texas, Canadá y California, a la edad de 26 años su sueño estaba a punto de cumplirse. Se había ido a Florida por razones de salud en 1918 y tiempo después se iba a casar con Agnes Scuffs, una jovencita a la que Ed llamaba, por su edad, “dulces dieciséis”. Pero cosas de la vida Agnes canceló la boda un día antes de la ceremonia; con el corazón roto y lleno de melancolía Ed se marcó la meta de crear un monumento para su verdadero amor, algo que acabó llamándose “El Castillo de Coral”, en lugar de escribir gilipolleces (gracias Kurotora) o dar la paliza a los amigos.
Sin ninguna ayuda o maquinaria específica, el tío recogía piezas de coches en desguaces para trabajar en la cantera. Cómo un tipo de uno cincuenta y cuarenta y cincuenta quilos pudo esculpir rocas de coral enormes que cortaba y movía solo, nunca se supo. Corre el rumor de que había desarrollado una técnica para evitar la fuerza de la gravedad, la cuestión es que siempre trabajaba de noche con una linterna (en aquel lugar no había electricidad ni agua corriente). Una vez completa la disposición de sus monumentos construyó muros para darle intimidad, Ed sólo estudió hasta cuarto de primaria, pero escribió tres libros e hizo algo que jamás yo podré hacer.
Leedskalnin creó un universo personal de soledad, tenía un castillo de coral con camas, un baño con bañera que calentaba el sol, una barbacoa, una mesa para invitados de piedra, una mesa para pedirle la mano a su amor, un parque para sus hijos, una pared para ponerlos de cara a ella cuando se portaran mal, un pozo, una fuente de los deseos, lunas y planetas para mirar cuando los del firmamento no eclipsasen la belleza de su amada, un telescopio para mirar la nada, una piscina y una puerta de varias toneladas que se puede cerrar y abrir con un empujón de tu dedo índice, mecedoras que se balancean para llorar en ellas lágrimas de piedra… un homenaje pétreo al fin y al cabo a la mujer más bella del mundo.
Nunca se casó ni tuvo más relaciones que se sepa, dedicó veintiocho años a lanzar su dolor contra las piedras y a hacer estudios físicos que se murieron con él, pero dejó una herencia de desamor que tenéis que ver, tenéis que ver…
En diciembre de 1951 enfermó, puso un cartel en la puerta del museo que decía “Me voy al hospital”, cogió el autobús a Miami y murió tres días después.
Ya sabéis que soy más de mil palabras que de imágenes, pero en este caso no hay descripción posible y yo no puedo llenar esto con las cosas que allí hay, así que: http://www.coralcastle.com/pictures.asp
Dania y yo disfrutamos la visita enormemente, la boricua se subió en todo lo que se podía subir, sacamos fotos, nos sentamos en las tumbonas y me sentí trasladado al universo universal, flotaba, y sentía el calor acumulado en la piedra, una MARAVILLA, seguro que los lagartos que hay por allí piensan lo mismo.
Salimos y nos dirigimos a los Cayos, íbamos a dormir en Key Marathon pero conducir y hablar por teléfono con Torcuato a la vez, que ya estaba en también en Florida con su coche alquilado, no ayudó demasiado a mi orientación y nos pasamos. Regresamos y encontrar hotel se hizo tarea imposible, los Cayos no tienen calles, bueno sí, pero las localizaciones se hacen por el número de milla en la que se encuentra cada cosa.
Ese día volví a ver la playa después de siete meses, la sensación fue agridulce, me he acordado muchas veces de la ultima vez que estuve en la playa de Galveston, intenté desconectar y me puse los cascos, en el MP3 sonaba el disco de Gainsbourg “Melody Nelson”, Dania hizo lo propio y ambos empezamos a cantar nuestras canciones y a desentonar como coyotes aullándole a la luna, pero era igual, estábamos en la playa, oliendo el mar y tomando el sol de la tarde. Después nos dimos un largo paseo por la orilla y charlamos de cualquier asunto trivial.
Muchas risas, recuerdo que hubo muchas risas y una alegría que traíamos de Coral Castle con la que no pudo acabar ni la música del CMT del motel Anchor. Tras la cena en Keyfisheries donde había un pescado fresquísimo que por desgracia siempre hacen frito, no encontramos ningún bar, ya nos dijeron en la oficina de información al turista que Key Marathon era un sitio tranquilo y eso era lo que en realidad buscábamos. Pensé en piedras y no dormí muy bien porque el colchón parecía hecho de guijarros de playa.
12/03/07
Desayunamos en un sitio que nos recomendaron en el hotel, un local de barbacoa atendido por una chica uruguaya que nos dijo que se les había acabado el pan de tostada. No importó mucho, ambos estuvimos de acuerdo en que cuando hay hambre no hay pan duro, charlamos sobre la banda sonora de pasión que se oyó en los pasillos del hotel por la noche y de nuevo las risas despejaron la nubosidad mental.
¡Qué día! Nos llevó más de una hora encontrar el Antiguo Monasterio Español, una locura de un ricachón, William Randolph Hearst que de viaje por Europa pasó por Segovia y compró un monasterio cisterciense abandonado que se llevó a Nueva York piedra a piedra. Una crisis económica hizo que las piedras se quedaran en un almacén años y años, tantos que el plano original se perdió, Florida lo adquirió como atracción turística y se tuvo que reconstruir a ojo. El edificio es el más antiguo de EE.UU. y está muy bien cuidado, tienes la sensación de que durante la visita te trasladas a España, pero como casi todo en Miami está muy mal señalizado. Fotos de rigor, disfrute del claustro, el banquito al sol del jardín, conversación con Dania… me marché muy contento, como si esas piedras se hubieran quedado con malas vibraciones.
Desde aquel sitio tan bonito nos dirigimos a la oficina de turismo y de camino pasamos por el barrio Haitiano, mucho colorido en las casitas pequeñas y varios coches de policía patrullando por allí. Cómo no… nos perdimos y acabamos en la isla de Miami Beach, intentamos durante horas dar con la oficina de turismo, nadie sabía dónde estaba el mapa no ayudaba… hubo un momento en el que perdimos las señales que nos dirigían hasta allí, giré la cabeza y vi la mano del Holocaust Memorial, ese sería el sitio que ver cuando diésemos con la oficina de turismo para encontrar información sobre los Cayos. Conduje, conduje y conduje pero no aparecía, la oficina de turismo no estaba, así que después de cansarme aparqué para ver el Memorial y ¿Qué ví? Sí, la oficina de turismo, estaba justo enfrente del monumento que me distrajo al girar a la derecha y que nos hizo perder dos horas. Hablamos sobre el holocausto, los nazis y qué sé yo y nos dirigimos a ver Little Havana, antes paramos a hacer una foto a la oficina de correos de Miami Beach en honor del tipo que tendría que haberse venido a este viaje: Torcuato Sánchez Garzón, al que le gusta fotografiar esos edificios.
Comimos en un restaurante de la Calle Ocho, el sitio donde hay más negocios de cubanos y centroamericanos de Miami, al fin paseamos por allí y nos dirigimos en coche a la Plaza de la Cubanidad, el lugar de reunión de isleños antirrevolucionarios para jugar al dominó, hablar y disfrutar de otras actividades. Se nos hacía de noche, pero de ir al hotel nada de nada, nos marchamos al barrio de Coconut Grove para ver el Barnacle (una mansión del Comodoro Ralph Munroe, echa parque histórico estatal) y el famoso teatro Coconut Grove Play House que no es más que una especie de caja sucia enfrente del Barnacle… otra vez, sí, nos perdimos. El mapa que nos dieron en la oficina de información al turista era aún peor que el que habíamos cogido en el hotel, pero al final perderse te hace ver más cosas que no esperabas. En concreto la fachada de un hotel de las cercanías cuyo nombre no recuerdo y que era un tanto gaudiana. De camino a casa paramos cerca de la Freedom Tower, el sitio al que llevaban a los cubanos refugiados para regularizar su situación y que tiene una puerta con una marquesina alucinante.
Desde allí una pequeña parada en Bayshore Park, una especie de zona de ocio al lado de la playa y después a coger la autopista noventa y cinco norte para llegar al hotel y descansar, que es lo que estoy haciendo mientras escribo esto.
En Miami se nota la influencia latina, el tráfico es caótico, las obras están por doquier, ruido, cláxones, mala señalización… me voy a la cama estoy hecho polvo.
12/03/07
El hotel en el que encontramos habitación por la mañana es muy curioso, el cubano de la recepción me preguntó si la quería por horas o por noche, algo que debe ser muy habitual por estos lares. En general todo él tiene aspecto de ser un sitio de encuentros lujuriosos pero la verdad es que las habitaciones están muy bien, me llama la atención que hay una radio de coche instalada en el cabecero de las camas, nada que ver con el lujo del que dejamos por la mañana, incluso hay un abridor de botellas atornillado a la pared, cosas veredes, nada como viajar para ver cosas que te inspiren o te llamen la atención.
Hemos llegado de Miami Beach donde fuimos a dar un paseo y a disfrutar de una noche muy agradable, los bares de la calle Drexel parece que te trasladan al centro de Madrid, tienes la sensación de estar en la Latina, o en Tirso de Molina y me trajo recuerdos bonitos hasta que en un cierto momento de la conversación en la terraza en la que estábamos Dania me dijo que de repente mi cara se había puesto muy triste, tengo bajones de ánimo como todo el mundo, pero no sé que habrá visto; no he querido preguntarle. Nunca me ha gustado mucho mi cara pero desde que estuve en Cuba me gusta aún menos, ya no soy un tonto vanidoso del espejo. La verdad es que sí me entristecí y después tuve la sensación de que ella hubiera preferido quedarse a tomar otro refresco, pero la tristeza se me convirtió en un dolor de cabeza tremendo. El cambio de hora de la noche anterior quizá haya tenido algo que ver, o quizá que una gota de rocío caiga de una hoja a otra y esta se mueva, o quizá que el color azul en francés se diga bleu…
Eran alrededor de las 11.30 AM y nos marchamos del hotel Comfort Inn casi sin desayunar. Resulta que la sala de desayuno cerraba a las diez pero no sabíamos que por la noche se cambiaba la hora. Desde allí nos dirigimos a la famosísima Calle Ocho, peeeero, había un carnaval y toda la zona tenía calles cortadas al tráfico, nos resultó imposible aparcar, de hecho casi no podemos salir de allí, dimos vueltas y vueltas, esta ciudad es un poco caótica en cuanto a la señalización. Tras aquello nos acercamos al barrio de Coral Gables, una zona de casas muy bonitas situadas en calles con nombres de ciudades y regiones españolas, visitamos un antiguo depósito de agua que una mente genial decidió cubrir con un edificio en forma de faro, precioso, justo enfrente había dos Cadillacs de finales de los sesenta, iguales, enormes y con un color azul tan bonito…
Tras dejar de dar vueltas por allí la siguiente parada era la piscina veneciana, y llegamos, sorpresa, sin perdernos mucho. Esa piscina es sin duda la más bella del mundo, tiene torres de tres pisos, cascadas, cuevas de piedra de coral, palmeras… se llena con pozos subterráneos y el agua se limpia cada noche filtrándose a través de una arena especial de la zona. Otra maravilla, otra, allí nos quedamos mirando y oyendo el agua caer, deseando en que ojalá el resto de días de las vacaciones viésemos cosas tan bonitas como aquella. Las puertas de entrada eran de madera y estaban pintadas de un intenso color azul.
No me preguntéis cómo, pero lo conseguimos, las raciones de pizza con masa finísima pero de tamaño sábana eran más ligeras de lo que suponíamos, Dania no consiguió derrotar a su pedazo por KO técnico pero ganó el combate a los puntos. Nos reímos un montón a costa de mis tonterías, por fin me ha vuelto a salir la vena cómica, esa que hacía tanto que estaba desterrada de mi reino, y del recuento del número de veces que dimo vueltas a Coral Gables intentando encontrar la mansión The Merrick House, sin resultado fructífero. La verdad es que no nos costó nada dar con el restaurante donde comimos, el guía peruano del palacio Vizcaya nos indicó muy bien. Pasamos dos horas magníficas en el edificio y en los jardines.
El Vizcaya es una villa de estilo neorrenacentista mandada construir por el industrial James Deering en 1916 como lugar para pasar los inviernos. La casa tiene treinta y cuatro habitaciones decoradas con antigüedades de entre los siglos XV al XIX. Los alrededores incluyen jardines divididos por fuentes, paredes y arbustos decorativos, parece ser que en su día también hubo una granja. Lo más llamativo es sin duda el embarcadero de estilo veneciano desde el que los ricachones de la época accedían en Góndola a las fiestas que allí se organizaban. Al morir Deering, un par de huracanes dejaron la casa y sobre todo los jardines bastante dañados, así que tras la primera reconstrucción y tras el segundo huracán sus herederos decidieron venderla al condado para que se usara de museo, parece ser que regalaron los muebles a condición de que la mansión fuese museo para siempre. Nos acompañó un día precioso y además había un concierto para cuerda en el patio central de la casa que nos agradó mucho, añadió un ingrediente más de tranquilidad y equilibrio a la visita. Tras escuchar unos minutos, salimos a la terraza que da al embarcadero, creo que intenté soñar con aquello por la noche, con el color del cielo que se reflejaba en el agua y que era de un intenso azul.
Teníamos mucha hambre y tras dejar el edificio y devolver por fin la silla de ruedas para recuperar mi carné de conducir, le preguntamos a un guía del palacio donde comer. Nos recomendó Casola’s por su buen servicio. Llegamos y nos quedamos boquiabiertos con el tamaño de aquellas raciones de pizza. Nos miramos y nos dijimos al unísono: “¿Podremos acabar lo que acabamos de pedir?”
Nos sentamos en la ruidosa y populosa sala de comedor y mientras cortaba aquella pizza tan grande leía en una pared la historia de la pizza que estaba escrita con letras de color azul.
11/03/07
Por fin... por fin dimos con el único hotel de Miami que tenía habitaciones, después de tres horas conduciendo por la ciudad en busca de posada, dimos con el Comfort Inn, un hotel carísimo que ha sido la única opción factible que nos quedaba. Estas son las cosas de viajar a lo loco sin reservas ni tener idea de cómo es la ciudad, además es sábado y este fin de semana tiene que haber algo gordo porque no es normal que TODO esté lleno, por suerte nos dan desayuno mañana y he cogido un plano que nos va a ayudar a tener una orientación mejor en la ciudad.
Hablamos del zopenco del aeropuerto que sacó a Dania en la silla fuera del edificio mientras yo acababa el papeleo del coche que hemos alquilado, me dijo que no tuvo opción de quedarse allí, que el tipo se la llevó y la dejó donde él quiso. El caso es que el Dodge Caliber que nos han dado no se conduce muy bien, apenas tiene visión por la parte de atrás, y este en concreto no va del todo chévere.
Dania es una logopeda portorriqueña que trabaja en mi escuela y vive en el mismo complejo de apartamentos que yo, creo que tiene tantas ganas de este viaje como un servidor, de salir de la cárcel que es su casa y auqella ciudad, abrir la puertecita de la jaula en la que estamos.
Cuando volví al coche intenté explicarle a Dania como era el interior del motel Fantasía, pero no he encontrado suficientes palabras, eso sí que ha sido una aventura. Llamé al timbre y a los cinco minutos me abre un tipo clavado a Willy Deville, justo al lado de su cara detrás del cristal había un cartel que decía: “Sólo por horas, dos horas veinticinco dólares”, me hice el tonto y le dije que si tenía dos para toda la noche, y en un acento extranjero que no pude reconocer me respondió: “Man, I’ll give you one for fifty bucks”, pero claro no servía… ¡Jooooooooder! El ambiente era tétrico, un auténtico sitio de encuentros para negocios económicos, imagino. Creo que debí haber alquilado dos habitaciones por Internet, estamos muy cansados… tenía que haberlo hecho cuando decidimos reservar vuelos para Miami, Dania y yo, ya que esta vez Torcuato tiene otros planes que ojalá le salgan muy bien. Tengo que sacarle una foto a ese cartel antes de volver a Houston, Motel Fantasía… lástima que Torcu no esté aquí, seguro que le gustaría, seguro.
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