Monday, April 23, 2007

Una tarde de jaripeo

Una tarde de domingo en el jaripeo, rodeo mejicano, en la ciudad de Houston, Texas. El rancho El Dorado albergaba el primero de la temporada y a las cuatro y media comenzaba el espectáculo, así que para hacer tiempo comimos tamales y un oaxaqueño en Doña Tere, y para beber un "jarritos" de mandarina (una especie de Mirinda) y un champurrado, una mezcla de chocolate, canela y harina.
El aparcamiento de El Dorado era descomunal, todos los coches eran trocas (pick up trucks), TODOS, aparcados en batería, lastima de una buena foto, a los mejicanos les gustan los coches grandes, cuanto más grandes mejor, y las trocas en particular les vuelven locos, aquello parecía una concentración.
El precio ofrecía actuación musical, monta de quince toros, rifas... el ambiente era familiar, veías entrar a estirpes vestidas de rancheros y llamaba la atención el hecho de que niños de muy corta edad ya llevaban sus botitas, sus hebillas y sus sombreros de vaquero. Irremediablemente unidas a esta fiesta vienen la comida y la cerveza, esta ultima vendida en cubos de plástico llenos de hielo, mucha cerveza, demasiada quizás, que iba y venia por las gradas.
El jaripeo comienza con un reparto de dulces entre los niños en el medio de la plaza, después una monta de un pony a medio domar para ver que niño se lleva la bicicleta o la tarjeta regalo de veinticinco dólares, unas cuantas risas, el segundo participante es más grande que el propio pony y el primero se levantó de forma muy digna después de un buen revolcón. Cada uno consigue su premio todos están felices, el presentador comienza a decir los nombres de los jinetes que van a participar, unos quince en total, también salen los jinetes a caballo que se van a encargar de echarle el lazo al toro si hay problemas. Todos se reúnen en el centro, se quitan sus sombreros y rezan una oración a Dios rodilla en tierra, una de esas cosas inventadas para jugar con el ánimo y las esperanzas de los espectadores: "Señor, nosotros los jinetes no te pedimos favores especiales, solamente nos des valor y destreza para realizar nuestras montas en cada uno de los jaripeos donde arriesgamos la vida. Señor, tu que fuiste jinete del Apocalipsis en esta vida, vida que quieres que vivamos, con el único fin de ganarnos el pan de cada día y divertir a tus hijos, queremos pedirte humildemente que llegando el último e inevitable gran jaripeo para nosotros y cuando las piernas con todo y espuelas se aflojen y cuando nuestros brazos no soporten el chicoteo del último reparo y tú señor nos llames allá contigo, donde todas las tardes serán de triunfo y gloria para nosotros, nos digas: ¡dale puertas, fuera capas! Vengan mis cabezales valientes, tu monta la he dado por buena."
Todos los participantes, ganaderos y jinetes a caballo dan una vuelta a la plaza saludando al público, la banda hace sonar sus bandoneones, los jinetes se retiran, la banda sigue tocando música norteña y los caballos empiezan a bailar a su son, la plaza se va llenando y el día se pone algo frío, los niños se animan y se hacen más ruidosos, el hambre empieza a apretar y la gente pide nachos, chicharrón (piel de cerdo cocida con repollo, pimentón y tomate sobre una especie de oblea muy ancha), vasos de fruta, churros, “chetos”... corre la cerveza y los ayudantes siguen atando unas cuerdas alrededor del toro para que el jinete se pueda agarrar a él. Llega la primera rifa, el seis de espadas da un vale de cien dólares a un espectador que, claro esta, no era yo. Un perro estaba dando vueltas por la plaza, acostumbrado ya al jaleo del gentío, sus patas de atrás no eran ágiles, quizá por accidente, quizá por la edad.
La banda ameniza la espera con canciones de esas en las que alguien se lamenta por haber sido malo con la mujer a la que amaba y porque ya no la puede recuperar, se lamenta porque la mujer a la que amaba se marcho con alguien de mejor posición social, o se lamenta por tener que huir de la policía con el maletero cargado de algo… a veces desearía no tener esa fijación musical que tengo, la cosa es lamentarse, es que no hay otra...


Llega el turno del primer montador y se torna en algo decepcionante, el toro es muy pequeño y apenas se queja de tener a alguien en su lomo, por lo que sus espasmos, saltos y bramidos son casi nulos, aunque por suerte, después nos resarciríamos.
Los jinetes a caballo juegan con sus lazos y las monturas siguen bailando la música que toca la banda, esto sirve para que la gente no se aburra en el intervalo de unos cuatro minutos en los que los ayudantes atan la cuerda alrededor del animal, realmente la monta no suele durar más de cinco o seis segundos pero cuando ese tiempo se alarga el jinete es considerado héroe por la plebe cuyos ánimos y vítores se encienden al mismo ritmo que sus hígados con la cerveza. Y siguen saliendo toros, y parece que Dios escuchó la oración porque no hay ningún herido, los que se caen se incorporan rápidamente sacudiéndose el polvo. Hay más rifas, ahora tocan boletos para el siguiente jaripeo; otra vez los niños montan el pony, un chiquitín de no más de cuatro años, hijo de uno de los jinetes levanta la ovación del publico por su estilo y su aguante, lo lleva en la sangre, claro, se levanta lleno de polvo y algo dolorido, pero se coloca el sombrero como si nada y sigue caminando.
Con la cerveza a la mitad me acerco a comprar un chicharrón, justo en la zona de comidas que está debajo de una de las gradas un caballo se desboca y causa el pánico entre la gente que estaba por allí sentada, las herraduras hacen chispas en el suelo, el caballo resbala y choca de costado contra el escenario de los músicos que van a amenizar el baile una vez todo termine, por suerte no hay heridos, el caballo pinto pasó a mi lado como un huracán, el mocerío empezó a gritarle y claro, el équido se asustó aún más.
Siguen saliendo toros, siguen montando jinetes, siguen mis ojos fijándose en todo lo que puedo, intento sacar fotos con la cámara de Tania que come el chicharrón y disfruta de su sabor “chiloso”, el tiempo se hace mas frío, los caballos bailan y la gente sigue tomando y tomando. La espera se hace larga a pesar de que ameniza la banda, los jinetes ya no se esconden para tomar la cerveza… la plaza está ya llena de muchachos con sobreros con el ala muy doblada y con insignias de metal que ponen el nombre de su lugar de origen en Méjico, los cubos de cerveza siguen pasando, yo me termino el chicharrón al que le he acabado cogiendo el gustillo, se termina mi cerveza y llega la hora de marcharse, nos queda un rato de camino a casa, es domingo, una domenica un pò triste, así que nos perdemos el baile que queda pendiente para el próximo jaripeo, volví con la frente marchita y con ganas de que hubiera durado más, pero era domingo, una domenica un pò triste, el lunes ya dejaba asomar su lomo blanco entre las olas y resoplaba con sus ojos inyectados en sangre.


Mr. Blue Pachuco

http://picasaweb.google.com/deputydude/TardeDeJaripeoEnHouston220407

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