Apartamentos Sterling Point, cuatro de abril de 2007, once y veinte minutos de la noche. “Tenga cuidado, papi, llámeme cuando llegue a la camioneta, esta zona es bien peligrosa”.
Al llegar a casa me encontré con Torcuato observando noticias en internet, llevábamos unos días que por mil motivos apenas hablábamos, llegué a pensar que se iría por su cuenta o acompañado de otra persona.
El plan original de visitar las cuevas y los restos de dinosaurios de Glen Rose no parecía convencernos mucho, me habló de Amarillo, pensé en Lubbock, pueblo natal de Buddy Holly y en el Cadillac Ranch de Stanley Marsh III… Tenía una nube en la cabeza pero acepté y reservamos el coche a las doce menos veinticinco de la noche. Tendríamos que salir de la escuela e ir lanzados a por él, pero las cosas son así cuando viajamos, todo última hora.
2ª estación: Jesús cargado con la cruz
Cinco de abril de 2007, el día fue de locos en la escuela elemental Benavidez, tuve que hacer una corrección en grupo de un examen de prueba que había suspendido el ochenta por ciento de los niños por no querer leer ni subrayar las partes importantes de los enunciados de los problemas y no usar las estrategias en las que llevamos meses trabajando, y por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa. Descargué toda la tensión, me salieron sapos y culebras de la boca pero cumplí el objetivo, lo que no sabía era el agotamiento al que estaba llegando. Al acabar las tutorías me encuentro de bruces con María Martínez, compañera de curso que me pedía que le firmara unos exámenes que tenía que haber revisado yo y rubricado hacía más de una semana. “Lo de todo a última hora pasa también en Perú… otra herencia española” pensé, firmé a todo trapo, recogí a Quinín en la urbanización y nos fuimos al Thrifty de la 610 con Richmond a recoger el Dodge Caliber. El gallego había tenido un día de perros, con sólo ver su cara uno se hacía a la idea, además seguía en “arresto domiciliario” y no podría venirse con nosotros como en algún momento de felicidad etílica habíamos convenido.
En la casa de alquiler de coches no tenían el que habíamos reservado, me ofrecían un Jeep Commander que bebía más que Oliver Reed, Torcuato no me respondía al teléfono y cuando por fin lo hizo me confirmó que no podía acercarse a firmar los papeles para ser segundo conductor. Volvimos a casa, Quinín conduciendo mi Chevrolet y yo con una Dodge Grand Caravan, nos despedimos sabiendo que no nos veríamos hasta el lunes a pesar de las esperanzas de que se pudiera apuntar a última hora. Torcuato tardó un siglo en llegar, cosa que agradecí porque fui terminando cosas y mentalizándome de que iba a ser un viaje apresurado pero bueno. Por fin llegó, hablamos un rato, dimos el último vistazo al mapa, cargamos el coche y nos dirigimos al aeropuerto a intentar cambiar de coche y añadir su nombre a los papeles para que pudiera conducir sin riesgos a multazos. Así fue, nos acercamos y de camino le llaman por teléfono, qué puta cruz ¡Señor! Qué puta cruz… Por fin solucionamos todo y volvimos a la 45 norte, la canción número uno del disco de Gainsbourg Melody Nelson, fue banda sonora de esa noche, también “Extraño en la ciudad” de Burning, que nos dio pie a una conversación que a mí me quitó un cierto peso de encima, estados de ánimo y otros asuntos, acabamos cantando juntos la mejor canción del grupo madrileño que para mi desgracia va ir unida siempre a una imagen de una espada de fuego corta alas de fabricación alpujarreña, y que por como Torcuato se metía en la melodía tengo la sensación de que él también la asocia a algo. ¡Qué cruz!
Trescientas millas al volante me castigaron la espalda y el cuello, Tor tomó el relevo; conduciendo, pasamos al lado de un concesionario de John Deere muy cerca de Dallas, donde hacía un año y medio habíamos parado a hacer unas fotos, se cerraba un círculo, yo seguía en el mismo sitio, y los otros habían avanzado años luz. Ahí es donde debería estar, conduciendo un John Deere, nada va como un Deere… Nada.
3ª estación: Jesús cae, por primera vez, bajo el peso de la cruz
Seguían cayendo millas y horas, las dos pasaban lentas, estas autopistas de rectas de 70 kilómetros no te permiten conducir a más de 90 por hora, cosas raras pero comprensibles. Caí, me ganó el sueño y sólo desperté tras el segundo bandazo del coche, sobresaltado le pregunté al pilotazo que había pasado y me dijo, “nada, nada….” Se había hecho doscientas treinta millas más y justo cuando le iba a decir que paráramos a dormir en algún sitio, vimos un merendero de la autopista y allí nos detuvimos. No quise preguntar, él no dijo nada, pero Torcuato es demasiado buen piloto para que el coche se moviese así.
Tras unas tres horas de sueño al raso dentro del coche, me desperté; no sentía los brazos, era como si fuesen de mármol y tuve la brillante idea de arrancarlo y poner la calefacción, el panorama cambió por completo y la última hora de sueño fue cordial, muy cordial con mi estado anímico, caí con mi cruz encima.
Seis de abril de 2007
El amanecer me despertó, salí del coche y le di los buenos días al sol con una dosis de nicotina, y una blasfemia, joder… Empezamos la marcha de nuevo y paramos en un pueblo de 1907, Post, en el que desayunamos, aquella fue mi primera comida desde las 11.30 AM del día anterior. Tras aquello nos marchamos a Lubbock, uno de los intereses de mi viaje, el pueblo natal de Buddy Holly, un sitio con sabor, una emisora de radio AM que todavía pone música de los 50 y los 60 de forma ininterrumpida, un paseo con una estatua del músico y un museo dedicado a su memoria en el que no se podían sacar fotos y que exhibía todo tipo de objetos. Muchos me llamaron la atención, en especial dos: una chaqueta vaquera Levi’s que también compró en su día Keith Richards, y las gafas de Holly recuperadas del accidente y perdidas en una caja de cartón en una comisaría de policía durante años y años, impresionaba ese modelo de pasta negra de fabricación mejicana…
El frío era intenso, ya lo sabíamos, pero en Houston ya había puesto el aire acondicionado del coche algún día… y noté el cambio.
Nos esperaban los parques naturales, seguían cayendo las millas, Torcu me dio conversación, sabe lo que me gusta hablar de burning y me preguntó por varias cosas, volvimos a darle una oportunidad a “Atrapado en el amor” su disco del 82… Un gran disco a medias. Llegamos, primero nos acercamos a Caprock Canyon State Park, que me gustó pero que sería nada en comparación con lo que nos esperaba después. Unas fotos, una crucifixión en las alturas y a correr.
Dejamos el primer parque y nos marchamos a toda pastilla al segundo, el Palo Duro Canyon State Park, si llegábamos antes de las seis de la tarde la entrada era gratis. Allí estaba el motivo del viaje de Torcuato, el Lighthouse, yo no tenía ni puta idea pero despertaría de mi ignorancia natural al día siguiente. Recorrimos el parque, el segundo cañón más grande después del Grand Canyon. Tras una hora y media de nieve, frío y un cartel que ponía “Tramo de autopista adoptado por: club de motoristas cristianos” dimos con el lugar.
Las vistas eran impresionantes, tierra de color chilanga, monte bajo, nieve y frío. Llegamos muy tarde, preguntamos a unos chicos cuanto se tardaba en llegar al Lighthouse y nos dijeron que unas cinco horas ida y vuelta, demasiado tarde, estaba oscureciendo y yo no podía más, estaba hecho migas. Convencí fácilmente al trascendentalista de que no era el momento, frunció el ceño pero se dio cuenta irremediablemente de que tenía razón. Si embargo, algo me decía que la cosa no iba a quedar así.
Amarillo sólo estaba a veintiséis millas, llegamos en nada pero no teníamos mapa ni sabíamos donde ir, demasiadas horas sin comer, muchas sin dormir, mucho coche.... Llamamos a los hoteles y el que nos convenció por precio fue el “Cowboy Motel” en la calle Amarillo Boulevard. No os hablaré de aquella habitación, sólo decirles que saqué una foto a la bañera para que me crean. Cenamos en ella porque no dimos con ningún sitio decente donde comer, así que el Macdonalds otra vez nos llenó el cuerpo de bazofia, me acordé mucho de Dania esa noche y del viaje que nos habíamos hecho por Florida no hacía mucho.
Me acojonó un calefactor de gas que había, una estufa de pared que bajé todo lo que pude por miedo a una mala combustión, otra gran idea pero desperté tiritando, ya de día, y la volví a encender.
5ª estación: el Cirineo ayuda al Señor a llevar la cruz
Siete de abril de 2007, Torcuato se levantó eufórico, algo planeaba, y eso me dio alas para moverme, empezar el día y desayunar con la cabeza bastante clara. El plan era ir a la oficina de información al turista y preguntar por todo lo que se pudiera ver en Amarillo y cercanías. Recogimos y nos marchamos, ya sabíamos donde estaba porque la vuelta nocturna por el pueblo el día anterior nos había hecho verla y admirar las luces de neón del cine Paramount.
6ª estación: la Verónica enjuga el rostro de Jesús
La que nos informó me dio ánimos, había una parte de la ruta 66 que se podía visitar y que la noche anterior no encontramos, nos habló de un museo en un pueblo cercano, Canyon, de un restaurante llamado Big Texan y de varias cosas más. Era nuestra tercera visita a la ruta, esta vez no fue gran cosa, algunas tiendas de antigüedades y restaurantes de época ya cerrados, hicimos fotos y algo se cocía, Torcuato quería hacerse el camino hasta el Lighthouse.
El Cadillac Ranch es una dehesa en la que podéis encontrar diez Cadillacs con el morro enterrado, empeiza con uno de 1949 y termina con otro de 1963. Nevaba mucho y hacía un frío tremendo, el paisaje era espectacular, las vacas pastando y los coches rodeados de los botes de pintura vacíos con los que la gente pintó sus cosas. La mecánica es increíble, los ejes de esos coches todavía funcionan, igual que sus frenos, despues de más de treinta años... aquello eran coches y no lo que hay ahora.
Torcuato hizo unas fotos magníficas, grandiosas de la fila de coches, la nieve cubrió las mangas de mi chaqueta y el ala del sombrero. Salimos por la puerta del rancho y nos fuimos a ver más cosas que estaban del otro lado de la autopista.
http://www.libertysoftware.be/cml/cadillacranch/ranch/crabtr.htm
7ª estación: segunda caída en el camino de la cruz
El día anterior había llamado a mis padres que estaban de vacaciones en Asturias patria querida, pero nadie contestó al teléfono. Llamé de nuevo y lo sabía, lo sabía… Mi tía María (la tía de mi padre) había muerto el día anterior a las siete de la mañana, aquella vieja de noventa años lo había hecho bien hasta el día en que murió cuando todos estaban de vacaciones y su familia, panda de hijos de puta, por fin, había ido a verla. Tuve la misma sensación de alivio que de tristeza, la pobre María debía haber muerto hacía cinco años cuando ya no se pudo valer por si misma y no podía cuidar de su hijo casi ciego y sordo y de su hija mayor con retraso mental. Mierda de vida.
8ª Jesús consuela a las hijas de Jerusalén
Llamé a la casa de la fallecida, hablé con mi primo Alfonso al que di el pésame después con Manuel, que fue todo para María, especialmente ella cuando dejó de valerse.
9ª estación: Jesús cae por tercera vez
Hablamos de idioteces y le dije lo que sentía la muerte de su madre, daba igual, todo daba igual. Nunca le había oído tan triste, nunca; había muerto su razón de vivir y yo me caí al suelo.
10ª estación: Jesús despojado de sus vestiduras
Dos grados bajo cero fuera del coche y nieve, le solté a Torcuato: “vámonos a hacer sendero hasta el Lighthouse” su cara cambió, sabía que la hernia me dejaba sin fuerzas y que no tengo pulmones pero fuimos y subimos, nieve, barro arcilloso hasta las orejas, aire… Dos horas de camino pero llegamos, ascendimos y vencimos. La naturaleza es algo que llena al granaíno, disfruté pero nada que ver con lo que él sintió. Nos enfrentamos a caminos de cabras, resbalones, manos cortadas por el frío, narices llenas de agua. Nos cubrió la nieve y el barro arcilloso, no llevábamos la ropa idónea para un viaje así, pero ya daba igual, todo daba igual, un sueño cumplido y una manera de penitencia, eso es lo que significó subirse al Lighthouse, Torcuato me paró los pies cuando quise rizar el rizo y subirme a la parte plana de una de las elevaciones del lugar, demasiada nieve y barro para hacer el gilipollas, demasiado riesgo a una caída que podía haber sido cojonuda.
Torcuato se sintió indio, un lugar de doscientos cincuenta millones años, cuando no existía Jesucristo, ni siquiera el concepto de dioses, Torcuato adoró el Lighthouse de la misma manera en que yo me encaro con Dios casi cada domingo en la Iglesia de Santa Ana. “nada como esto, ni el edificio Sears de Chicago ni nada de hormigón.” Torcuato S. Garzón.
11ª estación: Jesús clavado en la cruz
Nos marchamos de allí, la bajada fue mejor que la subida, pero yo ya respiraba mal, me dolía la espalda y las piernas, las agujetas se hundían como clavos y el frío seguía aumentando. Comida, nos habíamos ganado la comida y ¿dónde iba a ser? Sí, en el Big Texan.
El Big Texan es un restaurante y motel muy orientados al turismo, su hotel está hecho como si fuese uno de aquellos de películas del oeste. El restaurante está decorado con todo tipo de artilugios, cabezas de ciervo, búfalo, un oso disecado un cartel de la plaza de toros de linares y mil cosas más. La cena estaba amenizada por un trío que cantaba canciones de country a petición, casualidades, nos dieron la serenata con canciones tristes… Torcuato fotografiaba, y yo escuchaba aquellas letras mientras esperábamos nuestras cenas, lógicamente carne. Pedí un solomillo de cuatrocientos gramos, quien me conoce sabe que eso es lo que como de carne al mes y di cuenta de él.
El quid de aquel sitio es una especie de concurso, si te comes un filete de setenta y dos onzas (dos kilos) en menos de una hora la cena te sale gratis. Un chavalote se presentó a la historia, era gordo y alto, nuestro camarero, Derrin, que había vivido una temporada en Gandia nos dijo que le daba la impresión de que no lo conseguiría.
En la mesa de al lado, un viejo rezó antes de comer, y aquello me llamó la atención casi tanto como a Torcuato las camareras vestidas de vaqueras.
Acabé mi filete, parecía que me iba a dar una trombosis, me sentía como una culebra que acabara de engullir un huevo, pedimos un postre, un postre, que tardó en llegar la tira. A la fiesta de las setenta y dos onzas se unió un tipo de Phoenix que era un tirillas, el grandote se lo acabó, se comió el filete de dos kilos, la patata asada, el cóctel de gambas, la ensalada y el bollo de pan y al hijo de puta todavía le sobraron quince minutos. Entró en la lista de héroes que no pagaron, setenta y dos dólares de cena gratis. Un poco menos de salud pero setenta y dos dólares más en su bolsillo, que al final es lo que cuenta en una sociedad capitalista en la que como premio deberías dar golosinas a tus alumnos cuando hacen bien las cosas…. ¡qué cruz!
Dejamos las cosas, nos quitamos el barro y nos marchamos a un club que nos recomendó Derrin, el camarero del Big Texan. El Graham Central Station, un lugar con varias pistas con música diferente, acabamos en la de ambiente hispano porque las chicas eran más bonitas y porque yo ya no escuchaba la música ni quería hablar. A las dos nos marchamos, cansados ya de no decidirnos a comprar nada en la lonja de aquella discoteca, nos perdimos para llegar al hotel (qué novedad...) Yo había comido demasiado, mi estómago no acababa de vencer a aquella comida pantagruélica.
Ocho de abril de 2007
12ª estación: Jesús muere en la cruz
Me levanté anímicamente muerto, era como si ya no pudiese ni parpadear ni tuviera ganas de nada, físicamente me dolían las piernas, el costado y las manos. Habíamos decidido dormir hasta más tarde porque el museo de Canyon abría a la una y en Amarillo ya no nos quedaba nada que ver, desayunamos, pasamos por el Walmart a comprar alguna que otra vianda y nos marchamos a sacar unas fotos al cine Paramount, justo cuando el fotógrafo estaba encuadrando llega una furgoneta de mantenimiento y se para al lado, Torcuato montó en cólera: “¡Vamos no me jodas! Si le preguntas a ese tío: ¿Tú para qué existes? Para joder, te diría...” Y la risa volvió a mi ser.
Salimos hacia Canyon y llegamos con una hora de antelación sin saber si quiera si el museo abría en Domingo de Resurrección, condujimos por el pueblo, sacamos fotos de una casa con un busto de Elvis muy kitsch en el jardín, de unos edificios antiguos y de una tienda retro, el tiempo no pasaba, nos dirigimos a una carretera menor y dimos con un cruce de caminos de postal, Torcuato retrató una parte y regresamos al pueblo. Sí, el museo estaba abierto y nos metimos en una máquina del tiempo de la que salimos varias horas después con la sensación de que habían pasado sólo unos minutos.
Todo estaba repartido haciendo una diferenciación impresionante entre biología (la vida), la sociología (relaciones vitales) y tecnología (formas de hacer la vida más sencilla). Historia india, armas, agricultura, automoción, industria petrolífera, naturaleza, fósiles, un pueblo de 1900… Impresionante, mereció la pena, y no nos acordamos de las doce horas de coche que nos quedaban, paseamos, leímos, fotografió… Http://www.panhandleplains.org/
13ª estación: Jesús en brazos de su madre
Comimos en McDonalds muy cerca del museo, un bocadillo horrible de pescado frito, y me acordé de los guisos de mi abuela, de los de mi madre y de otras personas que acaban haciendo de madre de uno mismo de distintas formas… Aquel era el día de mi verdugo, treinta y cuatro abriles…
Carretera y manta de calefacción para calentarnos, millas y millas, dos horas con Burning en el lector (sí, otra vez…), Torcuato dormía. En la 84E paramos a ver un restaurante de carretera llamado “Jesse Jane’s”, hacía muuuucho frío y nos tocaban otras diez horas, mínimo, de autopista.
De camino vi varios anuncios en carteles de carretera con mensajes religiosos: “¿Teoría del Big Bang? Debes estar de coña. Dios” y otro: “Si tienes que maldecir usa tu propio nombre. Dios”. Dimos un cambio musical al viaje y Torcuato me pidió que pusiera el disco de buena vista social club, llegaron los recuerdos de Cuba y una conversación muy divertida por teléfono, notaba una cierta vuelta a la vida de camino a casa, Torcuato se partía de risa con mis juegos de palabras y picardías… Mantenía la atención todo lo que podía, miraba a las líneas de la carretera y a los otros coches de forma continua, hacía frío, tenía sueño y notaba la paliza de subir al Lighthouse. Nos dieron las doce de la noche a cinco horas de Houston.
Madrugada del nueve de abril de 2007, gracias Torcuato, otra vez. Gracias
14ª estación: el cadáver de Jesús puesto en el sepulcro
Las cuatro de la mañana, eran las cuatro cuando llegamos a los límites de la ciudad de Houston, y eran las 4.40 cuando entramos en casa, dejé todo como estaba y me metí en la cama, muerto, muerto de cansancio, la cama estaba fría y vacía como una piedra.
Alma de Cristo, santifícame.
Cuerpo de Cristo, sálvame.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Señor, pequé, ten piedad y misericordia de mí.
Escúchame, hijo de Puta…, escúchame
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