Hace ya algún tiempo les conté la historia de las hermanas gemelas Angustias y Soledad, que hacían autostop en una carretera y nos acompañaron durante gran parte del viaje que Torcuato y yo hicimos en Navidad. Ya saben, una de esas leyendas que se escuchan desde niño, paras, se suben y en un cierto momento te dicen que en aquella curva se mataron un seis de mayo de 2006, asustado giras la cabeza y resulta que han desaparecido del coche.
Ayer volvieron a pasar por mi vida, las vi, estaban en el complejo de apartamentos en los que vivo y vinieron a casa a visitarme. Las encontré muy desmejoradas como si hubiesen pasado cuarenta años por ellas. Siguen teniendo la misma fuerza pero ahora ya no son atractivas y la edad les ha hecho agriar su carácter, ser reprochonas, tener siempre ira y ganas de castigar, como aquellas maestras antiguas que te daban en la mano con una regla de madera en lugar de explicarte por qué no debías hacer lo que habías hecho, para aprender y así evitar crecer con resentimientos y pensando que la equivocada era ella y tú siempre hacías bien las cosas.
Ayer se quedaron, cuando me marché esta mañana a trabajar las vi durmiendo con la boca abierta en el sofá, se habían terminado la botella de Southern Comfort y se habían fumado todo el paquete de Marlboro, además, se cenaron toda la comida que me quedaba, toda, y yo ya no tengo fuerzas para salir a hacer la compra, no puedo ponerme a pensar qué voy a llevar, dónde lo voy a poner en la cocina, cómo lo voy a tener que cocinar, cómo lo tendré que servir… ya no puedo más, ya no tengo fuerzas ni para seguir haciéndome daño.
Ojalá cuando vuelva ya no estén, pero por si acaso intentaré no regresar a casa hoy, ya saben, otro día más por ahí sin ganas de nada.
Ayer volvieron a pasar por mi vida, las vi, estaban en el complejo de apartamentos en los que vivo y vinieron a casa a visitarme. Las encontré muy desmejoradas como si hubiesen pasado cuarenta años por ellas. Siguen teniendo la misma fuerza pero ahora ya no son atractivas y la edad les ha hecho agriar su carácter, ser reprochonas, tener siempre ira y ganas de castigar, como aquellas maestras antiguas que te daban en la mano con una regla de madera en lugar de explicarte por qué no debías hacer lo que habías hecho, para aprender y así evitar crecer con resentimientos y pensando que la equivocada era ella y tú siempre hacías bien las cosas.
Ayer se quedaron, cuando me marché esta mañana a trabajar las vi durmiendo con la boca abierta en el sofá, se habían terminado la botella de Southern Comfort y se habían fumado todo el paquete de Marlboro, además, se cenaron toda la comida que me quedaba, toda, y yo ya no tengo fuerzas para salir a hacer la compra, no puedo ponerme a pensar qué voy a llevar, dónde lo voy a poner en la cocina, cómo lo voy a tener que cocinar, cómo lo tendré que servir… ya no puedo más, ya no tengo fuerzas ni para seguir haciéndome daño.
Ojalá cuando vuelva ya no estén, pero por si acaso intentaré no regresar a casa hoy, ya saben, otro día más por ahí sin ganas de nada.
Carmelo Román Domínguez
1 comment:
Un campesino, que luchaba con muchas dificultades, poseía algunos caballos para que lo ayudaran en los trabajos de su pequeña hacienda.
Un día, su capataz le trajo la noticia de que uno de los caballos había caído en un viejo pozo abandonado. El pozo era muy profundo y sería extremadamente difícil sacar el caballo de allí.
El campesino fue rápidamente hasta el lugar del accidente, y evaluó la situación, asegurándose que el animal no se había lastimado. Pero, por la dificultad y el alto precio para sacarlo del fondo del pozo, creyó que no valía la pena invertir en la operación de rescate.
Tomó, entonces, la difícil decisión: Determinó que el capataz sacrificase al animal tirando tierra en el pozo hasta enterrarlo, allí mismo. Y así se hizo.
Los empleados, comandados por el capataz, comenzaron a lanzar tierra adentro del pozo de forma de cubrir al caballo.
Pero, a medida que la tierra caía en el animal este la sacudía y se iba acumulando en el fondo, posibilitando al caballo para ir subiendo. Los hombres se dieron cuenta que el caballo no se dejaba enterrar, sino al contrario, estaba subiendo hasta que finalmente, consiguió salir!
Si estás "allá abajo", sintiéndote poco valorado, y los otros lanzan sobre ti la tierra de la incomprensión, la falta de oportunidad y de apoyo, recuerda el caballo de esta historia. No aceptes la tierra que tiraron sobre ti, sacúdela y sube sobre ella. Y cuanto más tiren, más irás subiendo, subiendo, subiendo...
Lo importante es levantarse si es que se ha caído, siempre valemos lo mismo para Dios y ninguna persona nos puede quitar ese valor.
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