Sunday, November 01, 2015

Sobre Dios y el hombre

-Hemos venido sólo por un rato.
-Pueden quedarse -dijo el padre Peregrine.
-Sólo por un rato -dijo la voz serenamente-. Hemos venido a deciros algo. Podíamos haber hablado antes. Pero creímos que si os dejábamos solos seguiríais quizá vuestro camino.
El padre Peregrine comenzó a hablar, pero la voz lo detuvo.
-Somos los viejos -dijo la voz, y las palabras entraron en el padre Peregrine como una llamarada de gases azules que ardieron en las cámaras de su cabeza-. Somos los viejos marcianos. Dejamos las ciudades de mármol y vinimos a las colinas, alejándonos de nuestra antigua vida material. Nos convertimos, hace mucho tiempo, en esto que somos ahora. Una vez fuimos hombres, con cuerpos y piernas y brazos como los vuestros. Dice la leyenda que uno de nosotros, un hombre sabio, descubrió el modo de liberar el alma y la mente del hombre, de liberarlos de las enfermedades corporales, la melancolía, la muerte, las transfiguraciones, los malos humores y la vejez, y entonces tomamos esta forma de luz y fuego azul, y comenzamos a vivir, para siempre, en el viento, el cielo y las colinas, ya nunca orgullosos ni arrogantes, ni ricos ni pobres, ni apasionados ni fríos.
Vivimos apartados de los hombres que habitan este mundo. Nadie recuerda cómo ha podido ocurrir. El método ha sido olvidado. Pero no morimos nunca, ni hacemos daño a nadie. Hemos dejado los pecados del cuerpo, y vivimos en estado de gracia. No deseamos los bienes ajenos; no tenemos bienes. No robamos y no matamos, desconocemos la concupiscencia y el odio. Vivimos felices. No podemos reproducirnos, no podemos beber, ni comer, ni guerrear. Cuando abandonamos nuestros cuerpos, abandonamos también las sensualidades y las debilidades de la carne. Nos hemos librado del pecado, padre Peregrine. Nuestros pecados han ardido como hojas de otoño, se han desvanecido como las flores sexuales de una primavera roja y amarilla, han quedado atrás como las noches sofocantes del más cálido verano. Y nuestra estación es templada, y en nuestro clima florecen los pensamientos.
El padre Peregrine se había incorporado, pues la voz lo tocaba de tal modo que se sentía casi fuera de sí. Era un éxtasis y una llama que le atravesaban el cuerpo.
-Deseamos deciros que apreciamos que hayáis construido este edificio para nosotros, pero no nos hace falta, pues cada uno de nosotros es un templo en sí mismo, y no necesita lugar alguno para purificarse. Perdonadnos que no hayamos venido antes, pero vivimos muy apartados los unos de los otros, y no hemos hablado con nadie durante diez mil años, ni hemos intervenido en la vida de este viejo planeta. Se os ha ocurrido ahora que somos como los lirios del campo: no trabajamos, no hilamos. Tenéis razón. Os sugerimos por lo tanto que llevéis este templo a las nuevas ciudades y allí limpiéis a otros hombres. Pues creedlo, nosotros vivimos felices, y en paz.
Los padres seguían arrodillados, envueltos en aquella vasta luz azul, y el padre
Peregrine se había arrodillado también, y todos lloraban. No les importaba haber perdido el tiempo. No les importaba.
Las esferas azules murmuraron y comenzaron a elevarse otra vez, en una ráfaga de aire fresco.
-Puedo... -gritó el padre Peregrine, titubeando, y con los ojos cerrados-, ¿puedo venir otra vez, algún día, a aprender de vosotros?
Los fuegos azules resplandecieron. El aire se estremeció.
Sí. Algún día podría volver. Algún día.
Y en seguida los globos de fuego se alejaron y desaparecieron, y el padre Peregrine era un niño arrodillado, con los ojos llenos de lágrimas, que gritaba:
-¡Vuelvan! ¡Vuelvan! -Y en cualquier momento el abuelo lo alzaría en brazos y lo llevaría escaleras arriba, a aquel dormitorio de un antiguo pueblo de Ohio...
Los padres abandonaron las colinas. Caía el sol. El padre Peregrine volvió la cabeza y vio los fuegos azules que ardían a lo lejos. No, pensó, no podemos levantar una iglesia para vosotros. Sois la belleza misma. ¿Qué iglesia puede competir con el fuego de un alma pura?
El padre Stone caminaba en silencio a su lado, y dijo al fin:
-Yo creo que hay una verdad en todos los mundos. Y todas ellas son partes de una misma verdad. Un día todas se unirán como trozos de un gran rompecabezas. Ha sido una verdadera experiencia, padre Peregrine. Nunca volveré a tener más dudas. Pues esta verdad es tan cierta como la verdad de la Tierra, y ambas concuerdan entre sí. Iremos a otros mundos, y sumaremos las distintas fracciones de la verdad hasta que el total se alce ante nosotros como la luz de un nuevo día.
-Es mucho decir viniendo de usted, padre Stone.
-Lamento, en cierto modo, que descendamos a la ciudad, para ocuparnos de seres de nuestra propia especie. Esas luces azules. Cuando se posaron alrededor de nosotros, y esa voz.
El padre Stone se estremeció.
El padre Peregrine lo tomó de un brazo. Caminaron juntos.
-Y sabe usted -dijo el padre Stone finalmente, con la vista fija en el hermano Matías que marchaba ante ellos, llevando cuidadosamente en los brazos aquella esfera de vidrio donde una fosforescencia azul brillaba para siempre-, sabe usted, padre Peregrine, ese globo...
-¿Sí?
-Es Él. Es Él, al fin y al cabo.
El padre Peregrine sonrió y juntos descendieron por las colinas, hacia la 
nueva ciudad.

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