Monday, December 04, 2006

“La experiencia es un peine que te regalan, cuando te quedas pelado." Óscar Bonavena

A Óscar “Ringo” Bonavena lo mataron de un balazo en el corazón en Nevada el 22 de mayo de 1976 cuando intentaba entrar por la fuerza en el local. Joe Conforte, dueño del prostíbulo “The Mustang Ranch”, dio órdenes expresas de finiquitarle si aparecía de nuevo por allí. Así que su chofer y guardaespaldas personal, William Ross Bryner, se aseguró de que el grandullón no volviera más.
"Ringo" vivía en una casa rodante cercana al burdel situado en las afueras
de Reno, propiedad del matrimonio compuesto por Joe y Sally. Sally Conforte se había hecho manager de la ya decadente carrera de Óscar y según su esposo y Robert De Carlo, el sheriff del lugar, algo más... cosa esta poco creíble a tenor de la diferencia de edad entre ambos. Otra de las versiones que corrieron es que Joe Conforte perdió dinero en las apuestas por "culpa" de Óscar, sea como fuere Bonavena murió instantáneamente a la entrada del lupanar a las seis y veinte de la mañana. Brymer sólo cumplió una condena de 15 meses.
A Óscar Natalio Bonavena empezaron a llamarle “Ringo” porque los norteamericanos veían en él un cierto parecido al batería de los Beatles, Ringo Starr. Sus inicios fueron como los de cualquier otra persona que se dedicase a aquello, el séptimo hijo de los nueve que tuvo el matrimonio de ancestros italianos formado por Vicente Bonavena y Dominga Grilla. Había nacido en Buenos Aires el 25 de setiembre de 1942, cerca de la pobreza y muy lejos de las luces del éxito que empezaron a alumbrar su camino cuando se hizo famoso.
Estudió lo mínimo y trabajó de repartidor de pizza, vendedor de Coca Cola en el estadio de Huracán, empleado en una carnicería y como picapedrero; en la adolescencia, a los 16 años, después de ser expulsado del club San Lorenzo de Almagro, comenzó a entrenar en el Club Atlético Huracán, del que era simpatizante y en 1959, con 17 años de edad, debutó como amateur en el Club Unidos de Pompeya. En esos años demostró que lo que realmente se le daba bien era golpear, le pegaba por su aspecto tosco, su voz extraña y su andar sin elegancia por culpa de aquel pie plano. Tras cinco años de entrenamiento diario en gimnasio y en la calle, participó en los Juegos Panamericanos de Sao Paulo donde se enfrentó a Lee Carr en una contienda que marcaría su vida para siempre. La frustración, compañera de viaje a lo largo de su existencia, creada por la incapacidad e impotencia de ver y sentir la mejor labor de su contendiente estadounidense, hizo que Bonavena, en un ataque de rabia, le mordiese una teta al norteamericano. Inmediatamente fue descalificado y la Federación Argentina le aplicó una sanción que le impediría competir en el país durante seis años, aquello demostró que ni se fijaba ni se iba fijar demasiado en los límites clásicos de ese mundo tan duro. La salida del callejón fue irse a Estados Unidos acompañado por su hermano José, donde creció en el oficio de dar y recibir.
“Ringo” debutó como profesional en el Madison Square Garden, la Meca del boxeo mundial, derrotando por KO técnico en el primer asalto a Lou Hicks el 1 de marzo de 1964. Aquello hizo que superara complejos y creyera en sí mismo y le ayudó a salir del círculo de cierta desconfianza en el que estaba sumido; el día uno, en su primer combate en EE.UU., en el Madison, en el primer round, en el primer minuto y por KO... Después de pelear contra varios rivales de segunda línea se enfrenta a Zora Foie y aunque el veterano lo derrotó a los puntos tras diez asaltos, sacó coraje y decidió volver a Argentina aprovechando que la sanción de la FAB estaba a punto de terminar. Allí se labró un futuro entre las cuerdas que alcanzó el clímax aquel 4 de septiembre de 1965 ante Goyo Peralta a quien venció en el estadio porteño Luna Park, al que conmovió con un lleno histórico.
En Estados Unidos Óscar recuperó la confianza en su capacidad, la que había demostrado siempre en enfrentamientos amateur en su país, pero además conoció a la figura que haría de modelo de su carrera deportiva, por aquel entonces se llamaba Cassius Clay. Observando al estadounidense aprendió todo lo referente al arte de la autopromoción, estudió muy bien el comportamiento pre y post combate de Clay y lo terminó aplicando a su regreso a Argentina.
Todas esas actitudes arrogantes no lo acercaron a los amantes del boxeo argentino, más cercanos al significado primigenio del deporte de caballeros, y que veían en él a un fanfarrón de escasa prestancia que pretendía superar su poca autoestima con palabras estridentes y comportamientos de cara a la galería.
Así fue que atosigó con bravuconadas a un héroe del pueblo argentino, tras un combate en Buenos Aires ante un rival de medio pelo llamado Rodolfo Díaz, a quien fulminó por KO técnico en el cuarto round. En declaraciones posteriores a la pelea dejó claro que a quien quería era a Gregorio Peralta, un provinciano de familia militar, favorito de las mujeres en los años 60, de origen más adinerado y que fue elegido concejal por el partido justicialista en unas elecciones que después fueron anuladas. Gregorio había despreciado a Bonavena en su “exilio” en Norteamérica, y Óscar se ocupó muy mucho de que se hablara todo lo posible en los medios de aquella pelea por el título argentino de pesos pesados.
¿Resultado? El 4 de septiembre de 1965 el Luna Park tuvo la mayor asistencia de su historia.
Goyo perdió en doce rounds algo más que un combate y un título, aquello acabó con su idilio con el público que jamás toleró que un villano como Óscar le quitase la corona. Fueron 25.236 los espectadores que vieron in situ la consagración de Bonavena, quien empezó a cambiar la consideración de payaso de circo que se le tenía por la de boxeador respetable y con agallas.
“Si no gano, me tengo que exiliar", había dicho Bonavena al llegar al estadio y contemplar una verdadera multitud que en su mayoría aclamaba a Peralta, favorito natural para ganar el combate. El inefable "Ringo" no se achicó ante esa responsabilidad y, ya en los vestuarios, irrumpió en el de Peralta, dándole un empujón a la puerta y gritándole: "¡Buuuh! ¡Ahora vas a pelear contra el cuco, te voy a arrancar la cabeza!"
Al día siguiente de la pelea, un domingo, después de la obligada comida familiar que era costumbre en aquella época en la casa de Doña Dominga y Don Vicente, en la calle Orientales número 33, siguieron los festejos... Ringo con un elegantísimo traje gris y corbata fina de corte sesentero, se puso el cinturón de campeón y salió a las calles del barrio para mostrarse como un pavo real con su cola extendida... la procesión en honor al púgil terminó en la cancha de su querido Huracán que curiosamente jugaba ese día contra el rival histórico... los cuervos de Boedo.
De nuevo volvió a Norteamérica, a un combate en Nueva York el 1 de septiembre de 1966 contra otra figura, Joe Frazier, al que tiró a la lona dos veces, lástima que no terminase su faena, porque al final Frazier ganó a los puntos en un combate pactado a 10 rounds.
Como resultado de su popularidad grabó una película, “Muchachos Impacientes”, y llegó una etapa de felicidad para su ego. Pero esa alegría le duró poco, exactamente trece meses, el 6 de octubre de 1966 Óscar Bonavena es despojado de su título por conductas antideportivas.
Cosas de una vida desordenada, el 21 de agosto de 1967, sin mover un dedo, fue reconocido nuevamente como campeón argentino al retirar su desafío el púgil Eduardo Corletti al que se iba a enfrentar.
Empezaron entonces a tener más importancia en su vida el deportivo Mercedes Benz blanco tapizado en cuero negro, la suite en el hotel Alvear, el habano, los perfumes y ropa caros, la vida nocturna, los programas de televisión, el disco del “Pío, Pío” que grabó con The Seasons…
Algo decepcionado con el boxeo en su tierra natal y deseoso de volver a las luces que le deslumbraron años antes, en septiembre de 1968, Oscar Bonavena abandonó el título argentino después de siete victorias consecutivas en su país y se centró en pelear de nuevo a Estados Unidos.
Volvió a luchar contra Frazier, esta vez por el título de pesos pesados versión Nueva York, en Filadelfia, el 10 de diciembre de 1968 pero de nuevo, a pesar de haber hecho una buena actuación Frazier ganó a los puntos después de 15 larguísimos asaltos.
Regresó a Sudamérica, al año siguiente Peralta y Bonavena se volvieron a enfrentar en Uruguay, en El Cilindro de Montevideo, en la llamada pelea de las “cuerdas flojas”, en la que Goyo sacó otra victoria a los puntos (sí, otra vez…), fue el 8 de agosto de 1969.
El tiempo pasaba, llegaban las victorias, los escándalos y su momento mágico se acercaba, podría ser su consagración definitiva, pasar por encima del más grande en el país que tanto le gustaba… Tras una preparación que le llevó a ganar cinco combates consecutivos por KO técnico, el 7 de diciembre de 1970 otra vez en Nueva York, Bonavena le aguantó 15 asaltos al mismísimo Muhammad Ali.
“La bestia”, “el asno terco” eran otros apelativos que Óscar se había ganado, su capacidad para sacar golpes y fuerza cuando las cosas le iban peor se había convertido en algo épico, un “asno terco” porque, después de ser golpeado hasta la extenuación se ponía aún más salvaje y más enfadado, y no mostraba la menor señal de debilidad.
Su preparador para aquella pelea, Gil Clancy, le había dicho a Bonavena que no fuese a por Ali sino que esperara a que él fuese a buscarle. Durante tres asaltos Óscar siguió sus instrucciones, pero en el cuarto Ali seguía sin retirarse de las cuerdas. “La bestia” pensó que aquél era su momento, que estaría cansado y que el combate pintaba bien, pero Muhammad se limitaba a aguantar los golpes del argentino para que las fuerzas de este fuesen mermando. Esa era una estrategia que “el más grande” había desarrollado a medida que había ido perdiendo la velocidad de sus piernas. Ringo no pensaba en aquello, golpeaba y se zafaba, golpeaba y aguantaba las embestidas de aquellos poderosos guantes negros; pensaba que todo iba perfecto, Ali llegó a perder el equilibrio tras un tremendo gancho de izquierda de Bonavena. Eso hizo que Óscar se envalentonara aún más y fuera a por todas, pasaban los asaltos y allí estaba, cansado, pero el asno seguía coceando ignorante del desgaste al que estaba sometiendo a su cuerpo, ciego por las ganas de derrotar a Ali y consciente de que su única oportunidad era la de terminar con él por KO.
En el decimoquinto asalto el de Louisville dio el golpe quasi definitivo, un fortísimo gancho de izquierda que tiró al argentino al suelo, Bonavena “sobrevivió” a la cuenta, pero Ali sacó una serie de golpes que hizo que Óscar besara la lona otra dos veces, tres en total y eso en boxeo significa el final del combate y la victoria para el que se mantiene en pie.
Bonavena después de dar y recibir a lo grande se levantó, quizá sin ser ya consciente de que era la tercera vez que había caído, y vio a Ali levantando los brazos y a la gente rodeándole entre gritos de alegría y flashes de cámara.
Derrota en el cuadrilátero y en su vida, Ringo tuvo al alcance de la mano su sueño pero lo perdió, después del esfuerzo, de los entrenamientos, del sufrimiento, de la tensión provocada por la rabia, después de la paciencia, de verse campeón de la felicidad… allí estaba llorando de pena y de desesperación y no de dolor físico.
A pesar de aquello no se rindió, Ringo preparó otro gran combate contra Floyd Patterson, otro púgil legendario. Tenía que ganar a algún gran nombre, ya había acabado con boxeadores de medio pelo, necesitaba alcanzar la gloria de verdad.
El once de febrero de 1972 Bonavena tuvo otra pelea brutal en Nueva York, y de nuevo, otra broma del destino, Floyd Patterson ganó a los puntos al terminar el combate pactado a diez asaltos. Se repitió una historia parecida a la que ocurrió ante Ali, desgaste físico inhumano y sensación de tener la zanahoria al alcance de la boca... para nada.
Lo que vino después fueron victorias en Estados Unidos, en Roma, otra derrota de dolor contra Ron Lyle
en Denver, Colorado, tras diez asaltados pactados… sí otra derrota a los putos puntos, tras dejarse la vida en la última oportunidad que se le presentaba contra un nombre medio-alto y que le hubiera servido para intentar encontrar a otro rival de más renombre. Bonavena recibió bien, tenía buena barbilla, pero Lyle arrastraba más fuerza en sus golpes y Óscar llevaba ya ocho años dejándolo todo entre las doce cuerdas, independientemente de la calidad de su rival.
Ringo ganó de forma consecutiva los siguientes siete combates, pero su estrella se apagaba, la desazón de preguntarse por qué no conseguía ganar a boxeadores de primera línea a pesar de ponerlo todo, la incapacidad de aceptar que eran mejor que él, la vida desordenada, los golpes recibidos… hicieron mella en él.
Los Conforte se hicieron cargo de su dirección deportiva pero por motivos que apenas tenían que ver con el deporte y al poco empezaron los rumores de apuestas y tongos.
El último combate de Bonavena nunca debió ser una victoria, aguantó los diez asaltos pactados y esta vez, cruel ironía del destino, los jueces le dieron ganador a los puntos. Fue el 6 de febrero de 1976, Bonavena llevaba un tiempo instalado en Nevada, viviendo sólo en una especie de caravana, su mujer Dora y sus dos hijos Adriana y Óscar hacía ya mucho que no vivían con él. Empezaron a atormentarle la soledad, la sensación de vida perdida, de fracaso, de momentos vacíos que le habían parecido plenos, de falta de amor... Óscar sólo quería una dosis de cariño pagado, algo que le sacara de aquella miseria afectiva en la que vivía aunque fuera de manera fugaz, pero el beso en el pecho fue de plomo y salió de los labios de un rifle Winchester del calibre 30-30.

2 comments:

Tom Bailey said...

I like the Ali photo but I dont speak spanish.

http://sms100.blogspot.com/

VIN said...

Muy, muy bueno tío. muy buena crónica. Felicitaciones. Te invito a pasar por mi blog por si a lo mejor te interesa leer cosas parecidas.

http://boxinitsprime.blogspot.com/

Saludos
VIN