Monday, April 30, 2007

Dios me lo traía todo.

Dios me dio todo lo que necesitaba, me dio un cuerpo sano y una mente brillante, me dio pasión y amor repartidos por igual. Dios me dio fuerza y aguante, me dio ganas de aprender, me dio inteligencia, sabiduría y buena conversación; Dios me dio unos ojos lectores, ávidos de arte, me dio mundos que descubrir; me dio un pelo bonito, me dio unos labios para besar y unos ojos color tierra para mirar; Dios me dio cariño, comprensión y ternura; Dios me dio ganas de reir, de ser feliz y de compartir. Dios me dio un cuerpo atlético y bello con ganas de dar y de recibir amor; me dio una vida limpia y ordenada, me dio una maestra y una madre que me enseñaran, me dio una abuela que me consintiera y una madrina que me regalara. Dios me dio elegancia y modales, me dio sentimientos y ganas de vivir.
Dios me dio todo lo que necesitaba… pero aquel día estaba muy ocupado frente al espejo, mirando lo bien que me veía con aquella foto en la mano; no oí el timbre de la puerta y Dios se cansó de llamar. Dios me lo traía todo.
Narciso

Monday, April 23, 2007

Una tarde de jaripeo

Una tarde de domingo en el jaripeo, rodeo mejicano, en la ciudad de Houston, Texas. El rancho El Dorado albergaba el primero de la temporada y a las cuatro y media comenzaba el espectáculo, así que para hacer tiempo comimos tamales y un oaxaqueño en Doña Tere, y para beber un "jarritos" de mandarina (una especie de Mirinda) y un champurrado, una mezcla de chocolate, canela y harina.
El aparcamiento de El Dorado era descomunal, todos los coches eran trocas (pick up trucks), TODOS, aparcados en batería, lastima de una buena foto, a los mejicanos les gustan los coches grandes, cuanto más grandes mejor, y las trocas en particular les vuelven locos, aquello parecía una concentración.
El precio ofrecía actuación musical, monta de quince toros, rifas... el ambiente era familiar, veías entrar a estirpes vestidas de rancheros y llamaba la atención el hecho de que niños de muy corta edad ya llevaban sus botitas, sus hebillas y sus sombreros de vaquero. Irremediablemente unidas a esta fiesta vienen la comida y la cerveza, esta ultima vendida en cubos de plástico llenos de hielo, mucha cerveza, demasiada quizás, que iba y venia por las gradas.
El jaripeo comienza con un reparto de dulces entre los niños en el medio de la plaza, después una monta de un pony a medio domar para ver que niño se lleva la bicicleta o la tarjeta regalo de veinticinco dólares, unas cuantas risas, el segundo participante es más grande que el propio pony y el primero se levantó de forma muy digna después de un buen revolcón. Cada uno consigue su premio todos están felices, el presentador comienza a decir los nombres de los jinetes que van a participar, unos quince en total, también salen los jinetes a caballo que se van a encargar de echarle el lazo al toro si hay problemas. Todos se reúnen en el centro, se quitan sus sombreros y rezan una oración a Dios rodilla en tierra, una de esas cosas inventadas para jugar con el ánimo y las esperanzas de los espectadores: "Señor, nosotros los jinetes no te pedimos favores especiales, solamente nos des valor y destreza para realizar nuestras montas en cada uno de los jaripeos donde arriesgamos la vida. Señor, tu que fuiste jinete del Apocalipsis en esta vida, vida que quieres que vivamos, con el único fin de ganarnos el pan de cada día y divertir a tus hijos, queremos pedirte humildemente que llegando el último e inevitable gran jaripeo para nosotros y cuando las piernas con todo y espuelas se aflojen y cuando nuestros brazos no soporten el chicoteo del último reparo y tú señor nos llames allá contigo, donde todas las tardes serán de triunfo y gloria para nosotros, nos digas: ¡dale puertas, fuera capas! Vengan mis cabezales valientes, tu monta la he dado por buena."
Todos los participantes, ganaderos y jinetes a caballo dan una vuelta a la plaza saludando al público, la banda hace sonar sus bandoneones, los jinetes se retiran, la banda sigue tocando música norteña y los caballos empiezan a bailar a su son, la plaza se va llenando y el día se pone algo frío, los niños se animan y se hacen más ruidosos, el hambre empieza a apretar y la gente pide nachos, chicharrón (piel de cerdo cocida con repollo, pimentón y tomate sobre una especie de oblea muy ancha), vasos de fruta, churros, “chetos”... corre la cerveza y los ayudantes siguen atando unas cuerdas alrededor del toro para que el jinete se pueda agarrar a él. Llega la primera rifa, el seis de espadas da un vale de cien dólares a un espectador que, claro esta, no era yo. Un perro estaba dando vueltas por la plaza, acostumbrado ya al jaleo del gentío, sus patas de atrás no eran ágiles, quizá por accidente, quizá por la edad.
La banda ameniza la espera con canciones de esas en las que alguien se lamenta por haber sido malo con la mujer a la que amaba y porque ya no la puede recuperar, se lamenta porque la mujer a la que amaba se marcho con alguien de mejor posición social, o se lamenta por tener que huir de la policía con el maletero cargado de algo… a veces desearía no tener esa fijación musical que tengo, la cosa es lamentarse, es que no hay otra...


Llega el turno del primer montador y se torna en algo decepcionante, el toro es muy pequeño y apenas se queja de tener a alguien en su lomo, por lo que sus espasmos, saltos y bramidos son casi nulos, aunque por suerte, después nos resarciríamos.
Los jinetes a caballo juegan con sus lazos y las monturas siguen bailando la música que toca la banda, esto sirve para que la gente no se aburra en el intervalo de unos cuatro minutos en los que los ayudantes atan la cuerda alrededor del animal, realmente la monta no suele durar más de cinco o seis segundos pero cuando ese tiempo se alarga el jinete es considerado héroe por la plebe cuyos ánimos y vítores se encienden al mismo ritmo que sus hígados con la cerveza. Y siguen saliendo toros, y parece que Dios escuchó la oración porque no hay ningún herido, los que se caen se incorporan rápidamente sacudiéndose el polvo. Hay más rifas, ahora tocan boletos para el siguiente jaripeo; otra vez los niños montan el pony, un chiquitín de no más de cuatro años, hijo de uno de los jinetes levanta la ovación del publico por su estilo y su aguante, lo lleva en la sangre, claro, se levanta lleno de polvo y algo dolorido, pero se coloca el sombrero como si nada y sigue caminando.
Con la cerveza a la mitad me acerco a comprar un chicharrón, justo en la zona de comidas que está debajo de una de las gradas un caballo se desboca y causa el pánico entre la gente que estaba por allí sentada, las herraduras hacen chispas en el suelo, el caballo resbala y choca de costado contra el escenario de los músicos que van a amenizar el baile una vez todo termine, por suerte no hay heridos, el caballo pinto pasó a mi lado como un huracán, el mocerío empezó a gritarle y claro, el équido se asustó aún más.
Siguen saliendo toros, siguen montando jinetes, siguen mis ojos fijándose en todo lo que puedo, intento sacar fotos con la cámara de Tania que come el chicharrón y disfruta de su sabor “chiloso”, el tiempo se hace mas frío, los caballos bailan y la gente sigue tomando y tomando. La espera se hace larga a pesar de que ameniza la banda, los jinetes ya no se esconden para tomar la cerveza… la plaza está ya llena de muchachos con sobreros con el ala muy doblada y con insignias de metal que ponen el nombre de su lugar de origen en Méjico, los cubos de cerveza siguen pasando, yo me termino el chicharrón al que le he acabado cogiendo el gustillo, se termina mi cerveza y llega la hora de marcharse, nos queda un rato de camino a casa, es domingo, una domenica un pò triste, así que nos perdemos el baile que queda pendiente para el próximo jaripeo, volví con la frente marchita y con ganas de que hubiera durado más, pero era domingo, una domenica un pò triste, el lunes ya dejaba asomar su lomo blanco entre las olas y resoplaba con sus ojos inyectados en sangre.


Mr. Blue Pachuco

http://picasaweb.google.com/deputydude/TardeDeJaripeoEnHouston220407

Sunday, April 15, 2007

Semana Santa, 2007

1ª estación: Jesús sentenciado a muerte
Apartamentos Sterling Point, cuatro de abril de 2007, once y veinte minutos de la noche. “Tenga cuidado, papi, llámeme cuando llegue a la camioneta, esta zona es bien peligrosa”.

Conduje desde la calle Dunlap hasta la Yorktown escuchando “Cosmic girl” de Jamiroquai, (sí, sí Rotten, Jamiroquai…)
Al llegar a casa me encontré con Torcuato observando noticias en internet, llevábamos unos días que por mil motivos apenas hablábamos, llegué a pensar que se iría por su cuenta o acompañado de otra persona.
El plan original de visitar las cuevas y los restos de dinosaurios de Glen Rose no parecía convencernos mucho, me habló de Amarillo, pensé en Lubbock, pueblo natal de Buddy Holly y en el Cadillac Ranch de Stanley Marsh III… Tenía una nube en la cabeza pero acepté y reservamos el coche a las doce menos veinticinco de la noche. Tendríamos que salir de la escuela e ir lanzados a por él, pero las cosas son así cuando viajamos, todo última hora.

2ª estación: Jesús cargado con la cruz
Cinco de abril de 2007, el día fue de locos en la escuela elemental Benavidez, tuve que hacer una corrección en grupo de un examen de prueba que había suspendido el ochenta por ciento de los niños por no querer leer ni subrayar las partes importantes de los enunciados de los problemas y no usar las estrategias en las que llevamos meses trabajando, y por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa. Descargué toda la tensión, me salieron sapos y culebras de la boca pero cumplí el objetivo, lo que no sabía era el agotamiento al que estaba llegando. Al acabar las tutorías me encuentro de bruces con María Martínez, compañera de curso que me pedía que le firmara unos exámenes que tenía que haber revisado yo y rubricado hacía más de una semana. “Lo de todo a última hora pasa también en Perú… otra herencia española” pensé, firmé a todo trapo, recogí a Quinín en la urbanización y nos fuimos al Thrifty de la 610 con Richmond a recoger el Dodge Caliber. El gallego había tenido un día de perros, con sólo ver su cara uno se hacía a la idea, además seguía en “arresto domiciliario” y no podría venirse con nosotros como en algún momento de felicidad etílica habíamos convenido.
En la casa de alquiler de coches no tenían el que habíamos reservado, me ofrecían un Jeep Commander que bebía más que Oliver Reed, Torcuato no me respondía al teléfono y cuando por fin lo hizo me confirmó que no podía acercarse a firmar los papeles para ser segundo conductor. Volvimos a casa, Quinín conduciendo mi Chevrolet y yo con una Dodge Grand Caravan, nos despedimos sabiendo que no nos veríamos hasta el lunes a pesar de las esperanzas de que se pudiera apuntar a última hora. Torcuato tardó un siglo en llegar, cosa que agradecí porque fui terminando cosas y mentalizándome de que iba a ser un viaje apresurado pero bueno. Por fin llegó, hablamos un rato, dimos el último vistazo al mapa, cargamos el coche y nos dirigimos al aeropuerto a intentar cambiar de coche y añadir su nombre a los papeles para que pudiera conducir sin riesgos a multazos. Así fue, nos acercamos y de camino le llaman por teléfono, qué puta cruz ¡Señor! Qué puta cruz… Por fin solucionamos todo y volvimos a la 45 norte, la canción número uno del disco de Gainsbourg Melody Nelson, fue banda sonora de esa noche, también “Extraño en la ciudad” de Burning, que nos dio pie a una conversación que a mí me quitó un cierto peso de encima, estados de ánimo y otros asuntos, acabamos cantando juntos la mejor canción del grupo madrileño que para mi desgracia va ir unida siempre a una imagen de una espada de fuego corta alas de fabricación alpujarreña, y que por como Torcuato se metía en la melodía tengo la sensación de que él también la asocia a algo. ¡Qué cruz!




Trescientas millas al volante me castigaron la espalda y el cuello, Tor tomó el relevo; conduciendo, pasamos al lado de un concesionario de John Deere muy cerca de Dallas, donde hacía un año y medio habíamos parado a hacer unas fotos, se cerraba un círculo, yo seguía en el mismo sitio, y los otros habían avanzado años luz. Ahí es donde debería estar, conduciendo un John Deere, nada va como un Deere… Nada.
3ª estación: Jesús cae, por primera vez, bajo el peso de la cruz
Seguían cayendo millas y horas, las dos pasaban lentas, estas autopistas de rectas de 70 kilómetros no te permiten conducir a más de 90 por hora, cosas raras pero comprensibles. Caí, me ganó el sueño y sólo desperté tras el segundo bandazo del coche, sobresaltado le pregunté al pilotazo que había pasado y me dijo, “nada, nada….” Se había hecho doscientas treinta millas más y justo cuando le iba a decir que paráramos a dormir en algún sitio, vimos un merendero de la autopista y allí nos detuvimos. No quise preguntar, él no dijo nada, pero Torcuato es demasiado buen piloto para que el coche se moviese así.
Tras unas tres horas de sueño al raso dentro del coche, me desperté; no sentía los brazos, era como si fuesen de mármol y tuve la brillante idea de arrancarlo y poner la calefacción, el panorama cambió por completo y la última hora de sueño fue cordial, muy cordial con mi estado anímico, caí con mi cruz encima.

Seis de abril de 2007
El amanecer me despertó, salí del coche y le di los buenos días al sol con una dosis de nicotina, y una blasfemia, joder… Empezamos la marcha de nuevo y paramos en un pueblo de 1907, Post, en el que desayunamos, aquella fue mi primera comida desde las 11.30 AM del día anterior. Tras aquello nos marchamos a Lubbock, uno de los intereses de mi viaje, el pueblo natal de Buddy Holly, un sitio con sabor, una emisora de radio AM que todavía pone música de los 50 y los 60 de forma ininterrumpida, un paseo con una estatua del músico y un museo dedicado a su memoria en el que no se podían sacar fotos y que exhibía todo tipo de objetos. Muchos me llamaron la atención, en especial dos: una chaqueta vaquera Levi’s que también compró en su día Keith Richards, y las gafas de Holly recuperadas del accidente y perdidas en una caja de cartón en una comisaría de policía durante años y años, impresionaba ese modelo de pasta negra de fabricación mejicana…





El frío era intenso, ya lo sabíamos, pero en Houston ya había puesto el aire acondicionado del coche algún día… y noté el cambio.
Nos esperaban los parques naturales, seguían cayendo las millas, Torcu me dio conversación, sabe lo que me gusta hablar de burning y me preguntó por varias cosas, volvimos a darle una oportunidad a “Atrapado en el amor” su disco del 82… Un gran disco a medias. Llegamos, primero nos acercamos a Caprock Canyon State Park, que me gustó pero que sería nada en comparación con lo que nos esperaba después. Unas fotos, una crucifixión en las alturas y a correr.

4ª estación: encuentro con la virgen
Dejamos el primer parque y nos marchamos a toda pastilla al segundo, el Palo Duro Canyon State Park, si llegábamos antes de las seis de la tarde la entrada era gratis. Allí estaba el motivo del viaje de Torcuato, el Lighthouse, yo no tenía ni puta idea pero despertaría de mi ignorancia natural al día siguiente. Recorrimos el parque, el segundo cañón más grande después del Grand Canyon. Tras una hora y media de nieve, frío y un cartel que ponía “Tramo de autopista adoptado por: club de motoristas cristianos” dimos con el lugar.
Las vistas eran impresionantes, tierra de color chilanga, monte bajo, nieve y frío. Llegamos muy tarde, preguntamos a unos chicos cuanto se tardaba en llegar al Lighthouse y nos dijeron que unas cinco horas ida y vuelta, demasiado tarde, estaba oscureciendo y yo no podía más, estaba hecho migas. Convencí fácilmente al trascendentalista de que no era el momento, frunció el ceño pero se dio cuenta irremediablemente de que tenía razón. Si embargo, algo me decía que la cosa no iba a quedar así.
Amarillo sólo estaba a veintiséis millas, llegamos en nada pero no teníamos mapa ni sabíamos donde ir, demasiadas horas sin comer, muchas sin dormir, mucho coche.... Llamamos a los hoteles y el que nos convenció por precio fue el “Cowboy Motel” en la calle Amarillo Boulevard. No os hablaré de aquella habitación, sólo decirles que saqué una foto a la bañera para que me crean. Cenamos en ella porque no dimos con ningún sitio decente donde comer, así que el Macdonalds otra vez nos llenó el cuerpo de bazofia, me acordé mucho de Dania esa noche y del viaje que nos habíamos hecho por Florida no hacía mucho.
Me acojonó un calefactor de gas que había, una estufa de pared que bajé todo lo que pude por miedo a una mala combustión, otra gran idea pero desperté tiritando, ya de día, y la volví a encender.

5ª estación: el Cirineo ayuda al Señor a llevar la cruz
Siete de abril de 2007,
Torcuato se levantó eufórico, algo planeaba, y eso me dio alas para moverme, empezar el día y desayunar con la cabeza bastante clara. El plan era ir a la oficina de información al turista y preguntar por todo lo que se pudiera ver en Amarillo y cercanías. Recogimos y nos marchamos, ya sabíamos donde estaba porque la vuelta nocturna por el pueblo el día anterior nos había hecho verla y admirar las luces de neón del cine Paramount.
6ª estación: la Verónica enjuga el rostro de Jesús
La que nos informó me dio ánimos, había una parte de la ruta 66 que se podía visitar y que la noche anterior no encontramos, nos habló de un museo en un pueblo cercano, Canyon, de un restaurante llamado Big Texan y de varias cosas más. Era nuestra tercera visita a la ruta, esta vez no fue gran cosa, algunas tiendas de antigüedades y restaurantes de época ya cerrados, hicimos fotos y algo se cocía, Torcuato quería hacerse el camino hasta el Lighthouse.


El Cadillac Ranch es una dehesa en la que podéis encontrar diez Cadillacs con el morro enterrado, empeiza con uno de 1949 y termina con otro de 1963. Nevaba mucho y hacía un frío tremendo, el paisaje era espectacular, las vacas pastando y los coches rodeados de los botes de pintura vacíos con los que la gente pintó sus cosas. La mecánica es increíble, los ejes de esos coches todavía funcionan, igual que sus frenos, despues de más de treinta años... aquello eran coches y no lo que hay ahora.

Torcuato hizo unas fotos magníficas, grandiosas de la fila de coches, la nieve cubrió las mangas de mi chaqueta y el ala del sombrero. Salimos por la puerta del rancho y nos fuimos a ver más cosas que estaban del otro lado de la autopista.

http://www.libertysoftware.be/cml/cadillacranch/ranch/crabtr.htm

7ª estación: segunda caída en el camino de la cruz
El día anterior había llamado a mis padres que estaban de vacaciones en Asturias patria querida, pero nadie contestó al teléfono. Llamé de nuevo y lo sabía, lo sabía… Mi tía María (la tía de mi padre) había muerto el día anterior a las siete de la mañana, aquella vieja de noventa años lo había hecho bien hasta el día en que murió cuando todos estaban de vacaciones y su familia, panda de hijos de puta, por fin, había ido a verla. Tuve la misma sensación de alivio que de tristeza, la pobre María debía haber muerto hacía cinco años cuando ya no se pudo valer por si misma y no podía cuidar de su hijo casi ciego y sordo y de su hija mayor con retraso mental. Mierda de vida.
8ª Jesús consuela a las hijas de Jerusalén
Llamé a la casa de la fallecida, hablé con mi primo Alfonso al que di el pésame después con Manuel, que fue todo para María, especialmente ella cuando dejó de valerse.
9ª estación: Jesús cae por tercera vez
Hablamos de idioteces y le dije lo que sentía la muerte de su madre, daba igual, todo daba igual. Nunca le había oído tan triste, nunca; había muerto su razón de vivir y yo me caí al suelo.
10ª estación: Jesús despojado de sus vestiduras
Dos grados bajo cero fuera del coche y nieve, le solté a Torcuato: “vámonos a hacer sendero hasta el Lighthouse” su cara cambió, sabía que la hernia me dejaba sin fuerzas y que no tengo pulmones pero fuimos y subimos, nieve, barro arcilloso hasta las orejas, aire… Dos horas de camino pero llegamos, ascendimos y vencimos. La naturaleza es algo que llena al granaíno, disfruté pero nada que ver con lo que él sintió. Nos enfrentamos a caminos de cabras, resbalones, manos cortadas por el frío, narices llenas de agua. Nos cubrió la nieve y el barro arcilloso, no llevábamos la ropa idónea para un viaje así, pero ya daba igual, todo daba igual, un sueño cumplido y una manera de penitencia, eso es lo que significó subirse al Lighthouse, Torcuato me paró los pies cuando quise rizar el rizo y subirme a la parte plana de una de las elevaciones del lugar, demasiada nieve y barro para hacer el gilipollas, demasiado riesgo a una caída que podía haber sido cojonuda.
Torcuato se sintió indio, un lugar de doscientos cincuenta millones años, cuando no existía Jesucristo, ni siquiera el concepto de dioses, Torcuato adoró el Lighthouse de la misma manera en que yo me encaro con Dios casi cada domingo en la Iglesia de Santa Ana. “nada como esto, ni el edificio Sears de Chicago ni nada de hormigón.” Torcuato S. Garzón.
11ª estación: Jesús clavado en la cruz
Nos marchamos de allí, la bajada fue mejor que la subida, pero yo ya respiraba mal, me dolía la espalda y las piernas, las agujetas se hundían como clavos y el frío seguía aumentando. Comida, nos habíamos ganado la comida y ¿dónde iba a ser? Sí, en el Big Texan.
El Big Texan es un restaurante y motel muy orientados al turismo, su hotel está hecho como si fuese uno de aquellos de películas del oeste. El restaurante está decorado con todo tipo de artilugios, cabezas de ciervo, búfalo, un oso disecado un cartel de la plaza de toros de linares y mil cosas más. La cena estaba amenizada por un trío que cantaba canciones de country a petición, casualidades, nos dieron la serenata con canciones tristes… Torcuato fotografiaba, y yo escuchaba aquellas letras mientras esperábamos nuestras cenas, lógicamente carne. Pedí un solomillo de cuatrocientos gramos, quien me conoce sabe que eso es lo que como de carne al mes y di cuenta de él.
El quid de aquel sitio es una especie de concurso, si te comes un filete de setenta y dos onzas (dos kilos) en menos de una hora la cena te sale gratis. Un chavalote se presentó a la historia, era gordo y alto, nuestro camarero, Derrin, que había vivido una temporada en Gandia nos dijo que le daba la impresión de que no lo conseguiría.
En la mesa de al lado, un viejo rezó antes de comer, y aquello me llamó la atención casi tanto como a Torcuato las camareras vestidas de vaqueras.
Acabé mi filete, parecía que me iba a dar una trombosis, me sentía como una culebra que acabara de engullir un huevo, pedimos un postre, un postre, que tardó en llegar la tira. A la fiesta de las setenta y dos onzas se unió un tipo de Phoenix que era un tirillas, el grandote se lo acabó, se comió el filete de dos kilos, la patata asada, el cóctel de gambas, la ensalada y el bollo de pan y al hijo de puta todavía le sobraron quince minutos. Entró en la lista de héroes que no pagaron, setenta y dos dólares de cena gratis. Un poco menos de salud pero setenta y dos dólares más en su bolsillo, que al final es lo que cuenta en una sociedad capitalista en la que como premio deberías dar golosinas a tus alumnos cuando hacen bien las cosas…. ¡qué cruz!

Cambiamos de hotel, la experiencia del Cowboy motel ya había sido demasiado y buscando buscando nos encontramos con el Motel 6, que nos pareció el Ritz. Antes de registrarnos nos llamó una compañera del colegio de primer curso, su fin de semana había terminado el viernes con un accidente que dejó su trocota (imaginaos el tamaño de su camioneta pick up) siniestro total, estaba muy baja de ánimos. Empecé a pensar en la fugacidad de todo esto, en mi tía María, en Samuel del grupo Despreciables que había muerto hacía unos días, en mil cosas más. “Cada día tenemos que celebrar que estamos vivos” Torcuato S. Garzón hablando por teléfono con Alicia Martínez.
Dejamos las cosas, nos quitamos el barro y nos marchamos a un club que nos recomendó Derrin, el camarero del Big Texan. El Graham Central Station, un lugar con varias pistas con música diferente, acabamos en la de ambiente hispano porque las chicas eran más bonitas y porque yo ya no escuchaba la música ni quería hablar. A las dos nos marchamos, cansados ya de no decidirnos a comprar nada en la lonja de aquella discoteca, nos perdimos para llegar al hotel (qué novedad...) Yo había comido demasiado, mi estómago no acababa de vencer a aquella comida pantagruélica.

Ocho de abril de 2007
12ª estación: Jesús muere en la cruz
Me levanté anímicamente muerto, era como si ya no pudiese ni parpadear ni tuviera ganas de nada, físicamente me dolían las piernas, el costado y las manos. Habíamos decidido dormir hasta más tarde porque el museo de Canyon abría a la una y en Amarillo ya no nos quedaba nada que ver, desayunamos, pasamos por el Walmart a comprar alguna que otra vianda y nos marchamos a sacar unas fotos al cine Paramount, justo cuando el fotógrafo estaba encuadrando llega una furgoneta de mantenimiento y se para al lado, Torcuato montó en cólera: “¡Vamos no me jodas! Si le preguntas a ese tío: ¿Tú para qué existes? Para joder, te diría...” Y la risa volvió a mi ser.
Salimos hacia Canyon y llegamos con una hora de antelación sin saber si quiera si el museo abría en Domingo de Resurrección, condujimos por el pueblo, sacamos fotos de una casa con un busto de Elvis muy kitsch en el jardín, de unos edificios antiguos y de una tienda retro, el tiempo no pasaba, nos dirigimos a una carretera menor y dimos con un cruce de caminos de postal, Torcuato retrató una parte y regresamos al pueblo. Sí, el museo estaba abierto y nos metimos en una máquina del tiempo de la que salimos varias horas después con la sensación de que habían pasado sólo unos minutos.
Todo estaba repartido haciendo una diferenciación impresionante entre biología (la vida), la sociología (relaciones vitales) y tecnología (formas de hacer la vida más sencilla). Historia india, armas, agricultura, automoción, industria petrolífera, naturaleza, fósiles, un pueblo de 1900… Impresionante, mereció la pena, y no nos acordamos de las doce horas de coche que nos quedaban, paseamos, leímos, fotografió…
Http://www.panhandleplains.org/

13ª estación: Jesús en brazos de su madre
Comimos en McDonalds muy cerca del museo, un bocadillo horrible de pescado frito, y me acordé de los guisos de mi abuela, de los de mi madre y de otras personas que acaban haciendo de madre de uno mismo de distintas formas… Aquel era el día de mi verdugo, treinta y cuatro abriles…
Carretera y manta de calefacción para calentarnos, millas y millas, dos horas con Burning en el lector (sí, otra vez…), Torcuato dormía. En la 84E paramos a ver un restaurante de carretera llamado “Jesse Jane’s”, hacía muuuucho frío y nos tocaban otras diez horas, mínimo, de autopista.
De camino vi varios anuncios en carteles de carretera con mensajes religiosos: “¿Teoría del Big Bang? Debes estar de coña. Dios” y otro: “Si tienes que maldecir usa tu propio nombre. Dios”. Dimos un cambio musical al viaje y Torcuato me pidió que pusiera el disco de buena vista social club, llegaron los recuerdos de Cuba y una conversación muy divertida por teléfono, notaba una cierta vuelta a la vida de camino a casa, Torcuato se partía de risa con mis juegos de palabras y picardías… Mantenía la atención todo lo que podía, miraba a las líneas de la carretera y a los otros coches de forma continua, hacía frío, tenía sueño y notaba la paliza de subir al Lighthouse. Nos dieron las doce de la noche a cinco horas de Houston.

Madrugada del nueve de abril de 2007, gracias Torcuato, otra vez. Gracias
14ª estación: el cadáver de Jesús puesto en el sepulcro
Las cuatro de la mañana, eran las cuatro cuando llegamos a los límites de la ciudad de Houston, y eran las 4.40 cuando entramos en casa, dejé todo como estaba y me metí en la cama, muerto, muerto de cansancio, la cama estaba fría y vacía como una piedra.

Alma de Cristo, santifícame.

Cuerpo de Cristo, sálvame.
Sangre de Cristo, embriágame.
Agua del costado de Cristo, lávame.
Pasión de Cristo, confórtame.
Oh buen Jesús, óyeme.
Dentro de tus llagas, escóndeme.
No permitas que me aparte de ti.
Del maligno enemigo, defiéndeme.
En la hora de mi muerte, llámame y mándame ir a ti, para que con tus Santos te alabe, por los siglos de los siglos.
Amén.
Por la señal, de la Santa Cruz de nuestros enemigos líbranos, Señor, Dios nuestro.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Acto de contrición
Señor mío Jesucristo, Dios y hombre verdadero, Creador, Padre y Redentor mío; por ser vos quien sois, bondad infinita, y porque os amo sobre todas las cosas, me pesa de todo corazón de haberos ofendido; también me pesa porque podéis castigarme con las penas del infierno. Ayudado de vuestra divina gracia, propongo firmemente nunca más pecar, confesarme, y cumplir la penitencia que me fuere impuesta. Amén.

Señor, pequé, ten piedad y misericordia de mí.
Escúchame, hijo de Puta…, escúchame


Mr. Blue Pachuco

Tuesday, April 03, 2007

A pistol for Paddy Garcia

El día de San Patricio se ha hecho ya una fiesta global mundial universal, da igual el lugar el mundo en el que estés, o te encuentras con un irlandés o das con alguien que dice tener sangre irlandesa, todo el mundo quiere ser irlandés, no lo dudes, si no me crees vuelve a ver lo que dice Morgan Freeman al principio de Million Dollar Baby.
Nunca he encontrado en el camino a alguien que haya vivido en Irlanda y hable mal de ese país, los irlandeses son todos gente maravillosa, verdaderos samaritanos, todos buenos, nobles y leales. Irlanda es el país favorito de cualquier persona que haya vivido en él, Dublín es la capital mundial del bienestar, de la felicidad completa… Ay... República de Irlanda, Eire,
Paddyland…
Desde siempre los irlandeses han sido, son, y pronto dejarán de ser emigrante
s, el principal motivo de éxodo fue el llamado hambre de la patata de 1845 al 1849 un potente motor de inmigración porque no hay nada peor que un estómago sin nada, bueno quizá un corazón vacío, o quizá ambos. El caso es que los destinos preferidos, determinados por el idioma, fueron sobre todo Australia, Estados Unidos y Gran Bretaña. En este último país hasta hace relativamente poco a los paddies se les llamaba “los negros de Europa”, los irlandeses hacían cualquier tipo de trabajo que se les pidiera, eran luchadores y sufridores natos.
A donde fuera que emigraran con ellos se iba la festividad nacional, St. Patrick’s Day, resumida de forma muy básica como sigue: cerveza, canciones tradicionales, baile y comida; que para nuestra desgracia se han convertido en cerveza con colorante verde y mal servida por las prisas, canciones de cualquier tipo (sobre todo de estilo “celta”) y comida rápida. A eso hay que sumarle los cientos de gilipollas con gorros de color verde, camisetas que dicen: “Kiss me, I´m Irish” y discursos del tipo: “Know what? My great grandfather was Irish, dude…” y para más inri a veces el que te lo dice es de un color que te hace sospechar de que algo no cuadra bien, porque ni siquiera su lengua logra ponerse verde.
Todos queremos ser irlandeses, todos.
Sin embargo esa visión de bondad no siempre fue así, los irlandeses emigrantes solían provenir de zonas paupérrimas, cuidaban poco la higiene personal, hablaban con un acento casi incomprensible, la tasa de analfabetismo era alta, eran ultra católicos, con familias muy numerosas, con un extenso nivel de alcoholismo y por ende malos tratos… incluso tenían fama de sodomitas. Hay un término de jerga británica antigua que se refería a esa curiosa afición: “the Irish job" denominado así porque era la única forma de contracepción de la que disponían y sobre la que la Iglesia obviaba cualquier comentario, por lo que no estaba explícitamente prohibida.
Los irlandeses no eran bien aceptados, el famoso cartel “no Irish need apply” cuando se solicitaba un empleado en algún comercio es un ejemplo más de que los patrones tampoco confiaban en las maneras de los rudos inmigrantes. Todo aquel ambiente de recelo general les llevó a formar guetos en los que vivían y a defender su nacionalidad, lo que hizo que nunca se perdiera el orgullo de ser nacido en Irlanda ni que el día nacional del país dejase de celebrarse por
todo lo alto, algo que se mantuvo en el tiempo.
Poco a poco los paddies se fueron mezclando con otras culturas, la fiesta se abrió a todo el mundo y ahora no es raro encontrar un cartel en la puerta de un bar de Navalcarnero que diga “ven a celebrar el día de San Patricio con nosotros”, la fiesta está totalmente adaptada. El trébol con el que el Santo explicó el misterio de la trilogía católica para convertir a los habitantes celtas de la isla se ha convertido en uno de cuatro hojas que cuelga en ristras de todos los lados; el duende con bombín que corre entre tréboles con un arco iris a su espalda y una olla de monedas de oro en las cercanías, es ahora algo que se reconoce por una marca de cereales de desayuno… la cerveza negra por excelencia ya se puede mamar de una botella sin necesidad de esperar al tiempo de reposado… ya saben clichés de un país, igual que el símbolo de Osborne, la flamenca y el toro banderilleado encima de la tele… pero lo irlandés mola más, por eso no hay unos cereales de desayuno que se llamen Flamenca y Toro, pero sí hay unos que se llaman “Lucky Charms”.
Hubo una figura que ayudó inmensamente a la aceptación general del legado irlandés en el mundo, y no me refiero a James Joyce cuyo Ulises hace de peralte en muchas curvas de scalextric en todo el mundo, y tampoco al cantante Bono, sino a John Fitzgerald Kennedy a pesar de que fuera al sexo lo que Eisenhower al desarrollo del golf, aunque esa es ya otra historia... JFK abrió un camino de respeto y reconocimeinto para la masa irlandesa.
Durante años mi irlandés favorito fue Shane McGowan hasta que en 1998 conocí a Francis Peter Duffy en la fábrica en la que empecé a trabajar el día de San Valentín de aquel año 98 en Brighton, Reino Unido.
Frank tenía 62 años y cáncer de próstata, me pareció un tipo extraño y me costaba horrores entenderlo. Como trabajábamos en la misma mesa empezamos a conversar y a compartir, y pronto a compadrear pintas en los pubs que Frank frecuentaba. Supe de su vida, alocada y llena de pérdidas de todas las oportunidades que se le ofrecieron. Trabajó en la fábrica de Guinness de Dublín, de vigilante en el Museo Británico de Londres… pero fue perdiendo una a una todas las que se le presentaban por no tener las ideas claras. Con 62 y cáncer tenía que trabajar porque no tenía jubilación pero sí tenía que vivir; cuando lo conocí, Frank acababa de perder un trabajo “mejor” en una fábrica de montar bolígrafos, lo contaba con mucha resignación el hombre.
Pronto el vigilar que Frank no bebiera demasiado cuando salíamos después de la cena se convirtió en llegar a casa torciendo un pié y sin ser capaz de hablar muy claro; una de aquellas noches me contó que en Londres, en medio de una mala racha tuvo que ponerse a mendigar en la calle. Una vez se acercó a pedirle limosna a una pareja que acababa de salir de un teatro, elegantes ellos; cuando les habló, la mujer se tapó la boca con un pañuelo y girándose murmuró:
“Oh God! He is Irish.”
Frank salió adelante en su vida laboral, consiguió vencer al cáncer pero no logró convencer a su novia irlandesa, Kathy, de que viviese con él, a pesar de que se fue a vivir de Londres a Brighton por ella, y aquello significara otra oportunidad laboral perdida de la que ella no fue consciente, cuando Frank ya era demasiado mayor para tomar riesgos de esa envergadura.
Yo me tuve que marchar de Inglaterra y mantuvimos el contacto por email (Frank se compró un portátil de tercera mano sin saber nada de informática) y cada vez que volvía a Brighton le llamaba para compartir de nuevo conversación y bebida. Hace unos meses perdí la agenda de teléfonos, más tarde empezaron a devolverme los emails que le envío con el mensaje de que su buzón está lleno y con la racha que llevo esto ya me trae a mal vivir también.
A diferencia del resto del mundo yo no conozco a todos los irlandeses, lo único que puedo decir es que Francis Peter Duffy es un tipo excelente y es dublinés, simpático, bailón, ligón, estiloso, boxeador amateur en sus tiempos… y va a los sitios en bicicleta, desde la que ha acabado besando el suelo tras unas pintas de más en varias ocasiones.
Un día le hablé de los Pogues y de Shane Macgowan, los conocía de oídas y le pregunté que era aquella frase que aparecía en todos sus vinilos “Pogue Mahone”, Frank empezó a partirse de risa y dijo que aquello en gaélico significaba “bésame el culo”.
Como me decías siempre, Francesco, la penúltima va en tu honor, one more for the road.
Carlos Rodríguez Duque