Friday, December 29, 2006

Yo detrás y tú siempre delante.

Estoy harto de que todo el mundo tenga simpatía por ti, de que los niños se rían cuando me pasa algo, de que los padres te usen como modelo a seguir y les expliquen a sus hijos lo que te ocurre si eres malo como yo.
Estoy cansado de gastar lo que tengo en tecnología punta que acaba en la basura porque no hay forma de poder seguirte la pista, de comer comida de lata porque no consigo lo que necesito.
Estoy enfermo de que todo me estalle en las manos, de que siempre sea el único en caer y que a la gente encima le dé risa y a ti sonrisa de sorna. Me duelen los huesos y ya casi no puedo mover los dedos que me quedan, las piernas no me responden, estoy mal de los nervios y los riñones no me depuran. Empiezo a verme viejo y feo, y sólo tengo treinta y tres, no quiero beber más por ti, estoy afónico de aullarle a la luna pidiéndote.
Estoy agotado de que te creas sólo una obsesión de caprichoso, de que dé igual lo mucho que pueda hacer o correr, de que las zancadillas me las pongan sólo a mí porque me las merezco. Así que, ¿sabes qué…? Me voy.
Me marcho a un pueblo de jubilados de Florida a intentar hacer amistades y dejar de estar solo en medio de este puto desierto de Nuevo Méjico, quizá hasta tenga la oportunidad de casarme y vivir mis últimos días en compañía de alguien que no piense que tengo instintos asesinos y que soy capaz de hacer lo que sea por conseguir lo que quiero, que miento más que pestañeo y mil cosas más.
Adiós, gracias por los momentos compartidos, en serio, buena suerte en tu carrera, me hubiera encantado acabar contigo.

W. E. Coy Ote

Friday, December 08, 2006

Los Piconeros

Si las casualidades existen o no es tema que trae su aquel en conversaciones triviales o de tono esotérico; sean intencionadas o provocadas por demiurgos de tres al cuarto, el picón y los piconeros han rondado mi cabeza en el último año y pico de mi vida.

El picón
Diccionario de la R.A.E., su quinta acepción dice así:
m. Especie de carbón muy menudo, hecho de ramas de encina, jara o pino, que sólo sirve para los braseros.
La parte materna de mi familia tiene un origen extremeño muy humilde, los braseros son la forma de mantener caliente el cuerpo en los inviernos de esa zona tan extrema como dura, y el combustible de ese tipo de calefactor es el carbón vegetal, que allí se denomina picón.
Para que desprenda la potencia calorífera la leña debe ser carbonizada sin que arda, la forma de hacer este carbón tiene dos variedades, una es excavar una fosa donde se apila la madera sobre el suelo y se cubre la parva (montón o cantidad grande de leña) con tierra. Con la otra, la madera, se encierra dentro de una cámara, impermeable al aire, hecha con tierra. Se prefiere la parva en zonas agrícolas, donde las fuentes de leña pueden hallarse dispersas, y se prefiere hacer el carbón vegetal cerca de los pueblos u otros emplazamientos permanentes. El sitio de una parva puede ser usado repetidamente, mientras que la tendencia con las fosas es de usarlas pocas veces, para luego abrir otras nuevas, con lo cual el trabajo es mayor en cuanto a excavación y transporte de la madera hacia ella. Hay un enlace muy bueno en el que se explica más detenidamente la elaboración del picón, por si os interesa:
http://www.arlanza.com/web/comarca/ficha.asp?id=138


Los carboneros
La vida del carbonero era muy difícil, el piconero trabajaba muy duro bajo situaciones meteorológicas bastante adversas, durante la elaboración del carbón no había tiempo para el descanso ni el sueño. Tanto de día como de noche el carbonero debía controlar varias hoyas que se encontraban en diferentes fases del proceso, lo que exigía una vigilancia continua. Esto hacía que el aspecto del carbonero fuera casi fantasmagórico, con la cara oscurecida por el carbón y las ropas rasgadas por la maleza, lo que despertaba la curiosidad de la gente del pueblo cuando intentaban adivinar el nombre del carbonero que volvía después del trabajo que podía durar hasta varios días.

Antonio Duque Duque
Mi bisabuelo era piconero, trabajando en una hoya todos los hombres del pueblo fueron llamados bajo la noticia de una desgracia en Navas del Madroño, localidad de donde la mayoría eran natales y residían. Tenían que volver para ayudar a las víctimas de sabe Dios qué. Era enero de 1938, los subieron a un camión y los llevaron al ayuntamiento de Navas, allí estuvieron tres días y después en unos autobuses amarillos los trasladaron a Cáceres. Tras un tiempo encarcelados los llevaron “de paseo”, es decir los fusilaron en el muro de la prisión y los enterraron en la parte de fuera del mismo muro.
Según cuenta mi abuela, su padre era un tipo muy fuerte, incansable en el trabajo, capaz de no dormir en varios días sin que se notara, él fue el último en salir de la celda, fue escuchando las ráfagas, pensando como sus vecinos iban cayendo por grupos… sabía lo que iba a pasar y se agarró a los barrotes tan fuerte que cuatro guardas tuvieron que aporrearlo hasta que se soltó, por el dolor de sus dedos rotos mientras gritaba que no había hecho nada y preguntaba a voces por qué lo iban a matar.
La Guerra Civil no distinguía de ideologías, todas las familias tienen una desgracia que contar, y en este caso, se habla muy poco de ella. Antonio dejó viuda, Martina, y siete hijos. Mi abuela Isabel, una de ellas, tuvo que abandonar las clases para trabajar en la escuela sirviendo, sólo tenía diez años.

La chiquita piconera
Uno de los amores más puros que debía existir era el de la mujer del piconero, veía poco a su marido que se iba de casa con el alba y no sabía cuando volvería. A su regreso el trabajo duro empezaba para ella, ropa rota, suciedad, heridas que había que curar con aceite de oliva, como a veces me ha contado mi abuela Isabel la Chota… Hablamos de los años cuarenta, plena posguerra, sin lavadoras -ya sabéis- ni métodos anticonceptivos, ni luz eléctrica, ni agua corriente… La mujer del piconero era una sufridora nata o daba el amor más fuerte que un hombre pueda sentir.




Los piconeros de Ramón Perelló
Ramón Perelló es alguien que nadie conoce por nombre pero del que todo el mundo ha tarareado alguna de sus canciones: "La bien pagá", "Falsa monea", "Échale guindas al pavo", "Los Piconeros", “Mi jaca”, "Soy minero", "Adiós a España" o "¡Ay mi sombrero!", el enlace de turno: http://www.antonioburgos.com/enlaces/varios/perello.html
Ni idea de él hasta que un día me fijo en una canción, viendo el programa que Miguel Bosé tenía hace años llamado “El 7º de Caballería”, un dueto entre Juan Luis Cano y la cantante de copla Carmen Linares, me quedé boquiabierto, el de Gomaespuma canta muy bien, al menos ese día, y la folclórica dio una lección de grandeza vocal.
El tema se archivó en la oficina musical de mi cabeza hasta que escuché la versión de Penélope Cruz en “La niña de sus ojos”, que es lamentable pero que me sirvió como acicate para buscar la buena.
Volví al clásico, busqué versiones y encontré en e-mule las de Sara Montiel, Concha Piquer, Imperio Argentina, Amalia Rodrigues, Emilio el Moro, Manolo Escobar (otra coincidencia, ¿Será sino…?), incluso hay una versión en alemán que parece que hizo que el mismísimo Führer se enamorase de Imperio Argentina…
La versión definitiva para mí es la de la portuguesa Amalia Rodrigues, pero la que es base de este texto es la de Rocío Jurado que se puede encontrar en su disco “Canciones de España” de 1981, o en la mula, claro. En ese LP también viene el tema “La niña de la puerta oscura” otra canción que me trae recuerdos bien amargos.
Lógicamente las grabaciones antiguas no tienen la claridad de sonido de esta, pero la Jurado desata un torrente de voz que te arrolla como una ola del Mar Cantábrico mientras la escuchas; poderosa, plena y no hueca como me dijo Torcuato el día que empecé a escribir esta paranoia.
El cambio de tono en los versos “ya ha abierto su ventana la piconera, madre, y el piconero, va a la sierra cantando con el lucero, con el lucero”, te derrite y la subida en “Ya viene el día, ya viene madre, ya viene el día, ya viene madre” se te clava en el corazón, la piconera llora de rabia porque ya amanece y el día comienza, los dos se separan.

La Piconera de Julio Romero De Torres
En el 2005 conocí y perdí a una mujer que según su estado de ánimo y sus poses puede recordarte a Audrey Hepburn en “Desayuno con diamantes”, a Audrey Tautou en “Amelie”, o a María Teresa López, “La Chiquita Piconera”, modelo de Julio Romero de Torres para lo que parece que fue su testamento pictórico (otro enlace muy bueno: http://www.elmundo.es/magazine/2002/156/1032451004.html).
La foto hace más justicia que el cuadro en cuanto al parecido, pero esa chica que conocí y me empeñé en perder, tuvo un ademán un día que me hizo decir espontáneamente: “Eres la chiquita piconera”, así lo ví, se me vino a la mente el cuadro.


Letras
La poesía murió hace tiempo, la poesía ahora se escucha con música y la gente la tararea, se le quedan en la memoria, las canciones te llegan al alma y no las olvidas, las recuerdas por alguna circunstancia o simplemente vuelven de nuevo tras años de no oírlas. Oír cantar es algo que toca a todos, da igual el estilo o el momento, desde la ducha a una habitación de hotel barato, o las letras de temas para cantar en bodas… comer y cantar todo es empezar.
Ramón Perelló es el autor de esta canción, poesía pura y dura, cultura popular. La copla tiene mucho de “lorquiano”, los autores tenían casi ninguna formación poética y en muchas ocasiones ni siquiera académica, pero las imágenes y figuras que usan te hacen preguntarte cómo conseguir una licenciatura en la universidad del vivir.

Los Piconeros
(Ramón Perelló/Juan Mostazo)

Ya se ocultó la luna, luna lunera…
ya ha abierto su ventana la piconera, madre,
y el piconero, va a la sierra cantando
con el lucero, con el lucero.


Comienza la agonía de la piconera, su hombre se marcha después de compartir noche con él, fuera como fuera aquella.
El adjetivo lunera es un claro ejemplo de creatividad léxica, bellamente redundante y de recuerdo infantil. La ventana abierta deja entrar el aire y la luz del alba, pasa la luz a un sitio oscuro como el picón, la luz la devuelve a la realidad, el día se lleva a su amado, el lucero lo guía.

Ya viene el día, ya viene “mare”,
ya viene el día, ya viene “mare”,
alumbrando su clara los olivares
alumbrando su clara los olivares.

Esta copla enlaza con la anterior, la luz del día ilumina con su claridad los olivos, árbol triste por excelencia junto al sauce llorón y los cipreses.
La voz de la Jurado se convierte en rabia de lágrimas, dolor e impotencia por no poder hacer nada para evitar la marcha.

¡Ay! Que me diga que sí,
¡Ay! Que me diga que no.
Como no lo ha querío ninguna
le quiero yo...
Da igual lo que diga o haga, la piconera ama, sea sí o sea no, nadie quiere o sufre como la esposa de un piconero, quizá el equivalente moderno sea la mujer de un camionero, qué sé yo, amor incondicional y entrega absoluta, lo que de verdad te hace sentirte amado si no eres un imbécil o estas ciego de sentimientos. Como no me ha querido ninguna me quiso ella.


mi piconero como el picón...

Aquí al cuarteto coplero se le añade un verso puente que enlaza la parte que es sin duda la más bella y estremecedora:

Por su culpa culpita yo tengo,
negro negrito mi corazón.
Por su culpa culpita yo tengo,
negro negrito mi corazón.
El símil del color del picón con la tristeza que su vida provoca en su corazón no tiene ilustración escrita u oral posible, simplemente evoca pena y empatía a cualquiera que pueda sentir lo más mínimo. El corazón se le ha ido tiznando con el tiempo, con la dureza de estar sin él o con él, con el maltrato de amarlo y que no esté a su lado, quizá con la agonía de estar con alguien que te quita el oxígeno como un brasero que consume mal y te deja la sensación de atontamiento y nulidad vital.
Faja de seda lleva mi piconero
y un marsella bordao de terciopelo
de terciopelo, madre
y en el sombrero una cinta que dice:
por ti me muero, por ti me muero.

El bordado era parte de las labores con carácter social de la ama de casa de antaño, por ejemplo en Navas del Madroño las vecinas se juntaban para coser y bordar, se comentaban las cosas del pueblo o se cantaban canciones, tengo un vago recuerdo de infancia sobre eso.
La faja se identifica claramente pero el marsella no sé lo que es, tampoco lo he visto en internet así que tendremos que suponer que es otra prenda de vestir.
Que un piconero llevase faja de seda y marsella de terciopelo bordado es una hipérbole que refleja las atenciones de la mujer que da su vida, como pone en la cinta de su sombrero, por su amado.


Ya viene el día, ya viene madre,
ya viene el día, ya viene madre,
alumbrando su clara los olivares
alumbrando su clara los olivares.
¡Ay! que me diga que si,
¡Ay! que me diga que no.
Como no lo ha querío ninguna
le quiero yo,
mi piconero como el picón.
Por su culpa culpita yo tengo,
negro negrito mi corazón.
Por su culpa culpita yo tengo,
negro negrito mi corazón.


Ramón Gómez de la Serna: "Todo borrón se seca. Así es la vida"



Carlos Rodríguez Duque

Monday, December 04, 2006

“La experiencia es un peine que te regalan, cuando te quedas pelado." Óscar Bonavena

A Óscar “Ringo” Bonavena lo mataron de un balazo en el corazón en Nevada el 22 de mayo de 1976 cuando intentaba entrar por la fuerza en el local. Joe Conforte, dueño del prostíbulo “The Mustang Ranch”, dio órdenes expresas de finiquitarle si aparecía de nuevo por allí. Así que su chofer y guardaespaldas personal, William Ross Bryner, se aseguró de que el grandullón no volviera más.
"Ringo" vivía en una casa rodante cercana al burdel situado en las afueras
de Reno, propiedad del matrimonio compuesto por Joe y Sally. Sally Conforte se había hecho manager de la ya decadente carrera de Óscar y según su esposo y Robert De Carlo, el sheriff del lugar, algo más... cosa esta poco creíble a tenor de la diferencia de edad entre ambos. Otra de las versiones que corrieron es que Joe Conforte perdió dinero en las apuestas por "culpa" de Óscar, sea como fuere Bonavena murió instantáneamente a la entrada del lupanar a las seis y veinte de la mañana. Brymer sólo cumplió una condena de 15 meses.
A Óscar Natalio Bonavena empezaron a llamarle “Ringo” porque los norteamericanos veían en él un cierto parecido al batería de los Beatles, Ringo Starr. Sus inicios fueron como los de cualquier otra persona que se dedicase a aquello, el séptimo hijo de los nueve que tuvo el matrimonio de ancestros italianos formado por Vicente Bonavena y Dominga Grilla. Había nacido en Buenos Aires el 25 de setiembre de 1942, cerca de la pobreza y muy lejos de las luces del éxito que empezaron a alumbrar su camino cuando se hizo famoso.
Estudió lo mínimo y trabajó de repartidor de pizza, vendedor de Coca Cola en el estadio de Huracán, empleado en una carnicería y como picapedrero; en la adolescencia, a los 16 años, después de ser expulsado del club San Lorenzo de Almagro, comenzó a entrenar en el Club Atlético Huracán, del que era simpatizante y en 1959, con 17 años de edad, debutó como amateur en el Club Unidos de Pompeya. En esos años demostró que lo que realmente se le daba bien era golpear, le pegaba por su aspecto tosco, su voz extraña y su andar sin elegancia por culpa de aquel pie plano. Tras cinco años de entrenamiento diario en gimnasio y en la calle, participó en los Juegos Panamericanos de Sao Paulo donde se enfrentó a Lee Carr en una contienda que marcaría su vida para siempre. La frustración, compañera de viaje a lo largo de su existencia, creada por la incapacidad e impotencia de ver y sentir la mejor labor de su contendiente estadounidense, hizo que Bonavena, en un ataque de rabia, le mordiese una teta al norteamericano. Inmediatamente fue descalificado y la Federación Argentina le aplicó una sanción que le impediría competir en el país durante seis años, aquello demostró que ni se fijaba ni se iba fijar demasiado en los límites clásicos de ese mundo tan duro. La salida del callejón fue irse a Estados Unidos acompañado por su hermano José, donde creció en el oficio de dar y recibir.
“Ringo” debutó como profesional en el Madison Square Garden, la Meca del boxeo mundial, derrotando por KO técnico en el primer asalto a Lou Hicks el 1 de marzo de 1964. Aquello hizo que superara complejos y creyera en sí mismo y le ayudó a salir del círculo de cierta desconfianza en el que estaba sumido; el día uno, en su primer combate en EE.UU., en el Madison, en el primer round, en el primer minuto y por KO... Después de pelear contra varios rivales de segunda línea se enfrenta a Zora Foie y aunque el veterano lo derrotó a los puntos tras diez asaltos, sacó coraje y decidió volver a Argentina aprovechando que la sanción de la FAB estaba a punto de terminar. Allí se labró un futuro entre las cuerdas que alcanzó el clímax aquel 4 de septiembre de 1965 ante Goyo Peralta a quien venció en el estadio porteño Luna Park, al que conmovió con un lleno histórico.
En Estados Unidos Óscar recuperó la confianza en su capacidad, la que había demostrado siempre en enfrentamientos amateur en su país, pero además conoció a la figura que haría de modelo de su carrera deportiva, por aquel entonces se llamaba Cassius Clay. Observando al estadounidense aprendió todo lo referente al arte de la autopromoción, estudió muy bien el comportamiento pre y post combate de Clay y lo terminó aplicando a su regreso a Argentina.
Todas esas actitudes arrogantes no lo acercaron a los amantes del boxeo argentino, más cercanos al significado primigenio del deporte de caballeros, y que veían en él a un fanfarrón de escasa prestancia que pretendía superar su poca autoestima con palabras estridentes y comportamientos de cara a la galería.
Así fue que atosigó con bravuconadas a un héroe del pueblo argentino, tras un combate en Buenos Aires ante un rival de medio pelo llamado Rodolfo Díaz, a quien fulminó por KO técnico en el cuarto round. En declaraciones posteriores a la pelea dejó claro que a quien quería era a Gregorio Peralta, un provinciano de familia militar, favorito de las mujeres en los años 60, de origen más adinerado y que fue elegido concejal por el partido justicialista en unas elecciones que después fueron anuladas. Gregorio había despreciado a Bonavena en su “exilio” en Norteamérica, y Óscar se ocupó muy mucho de que se hablara todo lo posible en los medios de aquella pelea por el título argentino de pesos pesados.
¿Resultado? El 4 de septiembre de 1965 el Luna Park tuvo la mayor asistencia de su historia.
Goyo perdió en doce rounds algo más que un combate y un título, aquello acabó con su idilio con el público que jamás toleró que un villano como Óscar le quitase la corona. Fueron 25.236 los espectadores que vieron in situ la consagración de Bonavena, quien empezó a cambiar la consideración de payaso de circo que se le tenía por la de boxeador respetable y con agallas.
“Si no gano, me tengo que exiliar", había dicho Bonavena al llegar al estadio y contemplar una verdadera multitud que en su mayoría aclamaba a Peralta, favorito natural para ganar el combate. El inefable "Ringo" no se achicó ante esa responsabilidad y, ya en los vestuarios, irrumpió en el de Peralta, dándole un empujón a la puerta y gritándole: "¡Buuuh! ¡Ahora vas a pelear contra el cuco, te voy a arrancar la cabeza!"
Al día siguiente de la pelea, un domingo, después de la obligada comida familiar que era costumbre en aquella época en la casa de Doña Dominga y Don Vicente, en la calle Orientales número 33, siguieron los festejos... Ringo con un elegantísimo traje gris y corbata fina de corte sesentero, se puso el cinturón de campeón y salió a las calles del barrio para mostrarse como un pavo real con su cola extendida... la procesión en honor al púgil terminó en la cancha de su querido Huracán que curiosamente jugaba ese día contra el rival histórico... los cuervos de Boedo.
De nuevo volvió a Norteamérica, a un combate en Nueva York el 1 de septiembre de 1966 contra otra figura, Joe Frazier, al que tiró a la lona dos veces, lástima que no terminase su faena, porque al final Frazier ganó a los puntos en un combate pactado a 10 rounds.
Como resultado de su popularidad grabó una película, “Muchachos Impacientes”, y llegó una etapa de felicidad para su ego. Pero esa alegría le duró poco, exactamente trece meses, el 6 de octubre de 1966 Óscar Bonavena es despojado de su título por conductas antideportivas.
Cosas de una vida desordenada, el 21 de agosto de 1967, sin mover un dedo, fue reconocido nuevamente como campeón argentino al retirar su desafío el púgil Eduardo Corletti al que se iba a enfrentar.
Empezaron entonces a tener más importancia en su vida el deportivo Mercedes Benz blanco tapizado en cuero negro, la suite en el hotel Alvear, el habano, los perfumes y ropa caros, la vida nocturna, los programas de televisión, el disco del “Pío, Pío” que grabó con The Seasons…
Algo decepcionado con el boxeo en su tierra natal y deseoso de volver a las luces que le deslumbraron años antes, en septiembre de 1968, Oscar Bonavena abandonó el título argentino después de siete victorias consecutivas en su país y se centró en pelear de nuevo a Estados Unidos.
Volvió a luchar contra Frazier, esta vez por el título de pesos pesados versión Nueva York, en Filadelfia, el 10 de diciembre de 1968 pero de nuevo, a pesar de haber hecho una buena actuación Frazier ganó a los puntos después de 15 larguísimos asaltos.
Regresó a Sudamérica, al año siguiente Peralta y Bonavena se volvieron a enfrentar en Uruguay, en El Cilindro de Montevideo, en la llamada pelea de las “cuerdas flojas”, en la que Goyo sacó otra victoria a los puntos (sí, otra vez…), fue el 8 de agosto de 1969.
El tiempo pasaba, llegaban las victorias, los escándalos y su momento mágico se acercaba, podría ser su consagración definitiva, pasar por encima del más grande en el país que tanto le gustaba… Tras una preparación que le llevó a ganar cinco combates consecutivos por KO técnico, el 7 de diciembre de 1970 otra vez en Nueva York, Bonavena le aguantó 15 asaltos al mismísimo Muhammad Ali.
“La bestia”, “el asno terco” eran otros apelativos que Óscar se había ganado, su capacidad para sacar golpes y fuerza cuando las cosas le iban peor se había convertido en algo épico, un “asno terco” porque, después de ser golpeado hasta la extenuación se ponía aún más salvaje y más enfadado, y no mostraba la menor señal de debilidad.
Su preparador para aquella pelea, Gil Clancy, le había dicho a Bonavena que no fuese a por Ali sino que esperara a que él fuese a buscarle. Durante tres asaltos Óscar siguió sus instrucciones, pero en el cuarto Ali seguía sin retirarse de las cuerdas. “La bestia” pensó que aquél era su momento, que estaría cansado y que el combate pintaba bien, pero Muhammad se limitaba a aguantar los golpes del argentino para que las fuerzas de este fuesen mermando. Esa era una estrategia que “el más grande” había desarrollado a medida que había ido perdiendo la velocidad de sus piernas. Ringo no pensaba en aquello, golpeaba y se zafaba, golpeaba y aguantaba las embestidas de aquellos poderosos guantes negros; pensaba que todo iba perfecto, Ali llegó a perder el equilibrio tras un tremendo gancho de izquierda de Bonavena. Eso hizo que Óscar se envalentonara aún más y fuera a por todas, pasaban los asaltos y allí estaba, cansado, pero el asno seguía coceando ignorante del desgaste al que estaba sometiendo a su cuerpo, ciego por las ganas de derrotar a Ali y consciente de que su única oportunidad era la de terminar con él por KO.
En el decimoquinto asalto el de Louisville dio el golpe quasi definitivo, un fortísimo gancho de izquierda que tiró al argentino al suelo, Bonavena “sobrevivió” a la cuenta, pero Ali sacó una serie de golpes que hizo que Óscar besara la lona otra dos veces, tres en total y eso en boxeo significa el final del combate y la victoria para el que se mantiene en pie.
Bonavena después de dar y recibir a lo grande se levantó, quizá sin ser ya consciente de que era la tercera vez que había caído, y vio a Ali levantando los brazos y a la gente rodeándole entre gritos de alegría y flashes de cámara.
Derrota en el cuadrilátero y en su vida, Ringo tuvo al alcance de la mano su sueño pero lo perdió, después del esfuerzo, de los entrenamientos, del sufrimiento, de la tensión provocada por la rabia, después de la paciencia, de verse campeón de la felicidad… allí estaba llorando de pena y de desesperación y no de dolor físico.
A pesar de aquello no se rindió, Ringo preparó otro gran combate contra Floyd Patterson, otro púgil legendario. Tenía que ganar a algún gran nombre, ya había acabado con boxeadores de medio pelo, necesitaba alcanzar la gloria de verdad.
El once de febrero de 1972 Bonavena tuvo otra pelea brutal en Nueva York, y de nuevo, otra broma del destino, Floyd Patterson ganó a los puntos al terminar el combate pactado a diez asaltos. Se repitió una historia parecida a la que ocurrió ante Ali, desgaste físico inhumano y sensación de tener la zanahoria al alcance de la boca... para nada.
Lo que vino después fueron victorias en Estados Unidos, en Roma, otra derrota de dolor contra Ron Lyle
en Denver, Colorado, tras diez asaltados pactados… sí otra derrota a los putos puntos, tras dejarse la vida en la última oportunidad que se le presentaba contra un nombre medio-alto y que le hubiera servido para intentar encontrar a otro rival de más renombre. Bonavena recibió bien, tenía buena barbilla, pero Lyle arrastraba más fuerza en sus golpes y Óscar llevaba ya ocho años dejándolo todo entre las doce cuerdas, independientemente de la calidad de su rival.
Ringo ganó de forma consecutiva los siguientes siete combates, pero su estrella se apagaba, la desazón de preguntarse por qué no conseguía ganar a boxeadores de primera línea a pesar de ponerlo todo, la incapacidad de aceptar que eran mejor que él, la vida desordenada, los golpes recibidos… hicieron mella en él.
Los Conforte se hicieron cargo de su dirección deportiva pero por motivos que apenas tenían que ver con el deporte y al poco empezaron los rumores de apuestas y tongos.
El último combate de Bonavena nunca debió ser una victoria, aguantó los diez asaltos pactados y esta vez, cruel ironía del destino, los jueces le dieron ganador a los puntos. Fue el 6 de febrero de 1976, Bonavena llevaba un tiempo instalado en Nevada, viviendo sólo en una especie de caravana, su mujer Dora y sus dos hijos Adriana y Óscar hacía ya mucho que no vivían con él. Empezaron a atormentarle la soledad, la sensación de vida perdida, de fracaso, de momentos vacíos que le habían parecido plenos, de falta de amor... Óscar sólo quería una dosis de cariño pagado, algo que le sacara de aquella miseria afectiva en la que vivía aunque fuera de manera fugaz, pero el beso en el pecho fue de plomo y salió de los labios de un rifle Winchester del calibre 30-30.

No me gusta el blues, no me gusta.

(escrito y enviado por mail el 14 de noviembre de 2006)
Hola seguidores del blues:
Me llamo Reginald Johnson y soy negro, me hace gracia que todos los que somos negros queramos hacernos blancos y algunos blanquitos sientan el sufrimiento negro como algo propio. Me estoy refiriendo a la arquetípica frase “me gusta el blues”, ¡Venga, no me jodáis!
¿Cómo puede gustarle a alguien una música que es tan repetitiva? ¿Cómo se puede disfrutar de algo que se baila dando golpecitos en la mesa con la mano y moviendo un pie a la vez? ¿Cómo pueden llegarle a alguien los aullidos de un tipo que se queja porque tiene los dedos deshechos por las espinas de las putas plantas de algodón?
No sé qué es peor, si el blues en vivo, con un tipo blanco al que hay que tirarle una botella para que deje de mover los dedos por el traste y de dar el coñazo, con un bar lleno de gente blanca que oye pero no entiende cosas como “dust my broom” o “hoochie coochie man”, “Se llevó a mi chica, me robó la botella de güisqui, no puedo perseguirlos porque también se llevó mis zapatos…”?
¿Y las grabaciones? Vamos, vamos… los primeros discos de blues… pero si no se oye nada y si se oye, tío, no se entiende lo que quieren decir… pero si algunos grababan de espaldas al micro porque no había manera de atenuar el sonido, las grabaciones saturaban si se hacían de cara al micro…
Robert Johnson, el padre del blues, el icono al que todos los músicos de ojos azules admiran, ah bueno, y también Robert Cray que creo que vendió dieciséis discos cuando Eric Clapton empezó a tocar el otro día en Miami y dijo “Gracias, Robert, eres el gran heredero del legado del blues en este país”. Seis primos de Robert, ocho tíos que no sabían que Cray existía pero como Clapton le había nombrado, pues claro, Clapton es Clapton, y una pareja de Pittsburg que habían ido porque sus vecinos habían ganado en un concurso de la radio dos entradas, pero resulta que ellos tenían la fiesta de la Asociación de Padres de la escuela de su hija y no pudieron ir...
¿Por dónde iba? Ah, sí por Robert Johnson, el tipo murió por tomar güisqui envenenado, parece ser que preparado especialmente por el marido de la mujer con la que mi familiar se divertía… ¡Toma blues! Ahora sí que te va a dar pena, Robert, te merendó tu personaje, pariente. Sólo hay dos fotos de él y después de varios años actuando por todo el sur de mi país, pasó a acetato sus veintinueve legendarias canciones. En realidad hay cuarenta y dos cortes pero trece de los temas fueron grabados dos veces, registrados en dos sesiones en “estudio”: la primera en San Antonio, los días 23, 26 y 27 de Noviembre de 1936 y la segunda en Dallas, también en mi Tejas natal, el 19 y el 20 de junio de 1937. Contaba la leyenda que Robert Leroy Johnson vendió su alma al diablo en el cruce de la autopista 61 con la 49 en Clarksdale, Mississippi, a cambio de interpretar el blues mejor que nadie. Quizá fuese así pero eso nunca lo sabremos, sólo los que sufrían en aquella época lo supieron y ya están bajo tierra… seguro que el que grabó sus temas era blanco… joder y ese no vendió su alma al diablo para tener la mejor tecnología de grabación en aquellos años.
El caso es que… ¿De qué hablaba…? Mmmm, sí del blues, es verdad, el blues es mentira, dejó de ser verdad cuando la gente de color empezamos a olvidar las quejas y lo que queríamos era bailar, eso, bailar, dejar que la lengua se soltara con un par de cervezas e intentar conocer a alguna señorita a la que poder sacar a bailar para pasarlo bien, y dejarnos de quejidos. Al blues se le añadió ritmo, hay una cosa que se llama rhythm and blues, todavía hay tristeza en alguna cosa pero movemos los cuerpos y nos llega la alegría que sale a chorros de la banda, eso, ritmo, que fue evolucionando. ¿Sabéis? Hay vida después del blues, vida, dejad la guitarra a un lado y dejad que entren pianos, trompetas, saxos… queremos bailar, dejar que se nos anime el alma, el soul… ahora sufrimos por amor pero no lloramos rasgando una guitarra desafinada, no, decimos cosas como “Let’s get it on”, cantamos en falsete y alargamos vocales en otras como “The things I am sayin' are true and the way I explain them to you.”
Chicos, de veras, dejad de jodernos con el blues, ¿Estáis jodidos? Pues haberlo pensado antes de hacerlo, seguid tocando el blues pero no nos digáis que el blues es música negra, ERA música negra, ahora es música de blancos decadentes que no tienen trabajo, que les dejó su mujer por gilipollas o que se sienten morir.
La mejor canción de blues de todos los tiempos la escribió un muchacho de Londres que se supo retirar a tiempo del tostón del blues, Mick Jagger, ahí os dejo las letras, tristeza elegante, vientos, órgano... mezcladas con pena y unos cubitos de hielo.
Con la cantidad de estilos que tenemos, joder, poned un disco de jazz vocal, de soul, reggae, funk… no nos jodáis más, quedaos con el rock o el country, pero no deis más por saco, por favor.
Cuídense,
Reginald Johnson.




i got the blues

(m. jagger/k. richards)
as i stand by your flame i get burned once again
feelin' low down, i'm blue
as i sit by the fire of your warm desire
i've got the blues for you, yeah
every night you've been away
i've sat down and i have prayed that you're safe
in the arms of a guy who will bring you alive
won't drag you down with abuse
in the silk sheet of time
i will find peace of mind
love is a bed full of blues
and i've got the blues for you
and i've got the blues for you
and i'll bust my brains out for you
and i'll tear my hair out i'm gonna tear my hair out just for you
if you don't believe what i'm singing at three o'clock in the morning,
babe, well i'm singing my song for you

La “fabulosa centrifugadora de regresión temporal.”

(enviado por email el 3 de octubre de 2006, escrito en un avión de houston a san francisco el 29 de septiembre)

Eran las 7.24 a.m. del lunes y en el coche de camino al trabajo desde Michigan Avenue hasta Potrero Drive, con el café quedándose frío y en la radio, de fondo, una canción que repetía “sigo buscando el corazón de oro”; Timmy McMare se devanaba los sesos intentando encontrar algo que uniese las piezas de la patente que le haría feliz y millonario a partes iguales.
Su idea seria el invento más grande alguna vez ideado tras la lavadora y el mando a distancia, después de todo, eso era lo que iba a usar como base para el aparato.
Pensaba y pensaba en como crear la “fabulosa centrifugadora de regresión temporal”, seria un acontecimiento, la gente podría rebobinar sus vidas cuando no estuvieran contentos con el camino por el que fuesen discurriendo y así ir mejorando para que al final sus sueños se hiciesen realidad.
“Va a ser como si Dios nos diese un número ilimitado de ensayos hasta que llegase el momento importante y así acertar de pleno – se decía ilusionado. ¡Qué gran idea! Mezclar vidas reales con el VHS…y todo eso en una maquina que podría caber perfectamente en el garaje, al lado de la secadora… y con un desembolso inicial relativamente barato” – su mente hacia inventario:
“Tengo la lavadora, el video, el mando a distancia, pilas… ahora sólo necesito encontrar la clave que enlace todo, aprender algo de mecánica, de electrónica, comprar algunas herramientas de precisión, un poco de cinta aislante, bridas, pedir a Mike que me ayude a moverla y con eso, en nada de tiempo y con un poco de suert…”
Tras unos segundos de luz ya verde en el semáforo, de mirada perdida en el cuentakilómetros y algunos pitidos impacientes de claxon, dijo en voz alta:
“Mierda… me olvidaba de eso…”
mr. blue

Sunday, December 03, 2006

“Cuba: el país de la desgastadora espera”
Torcuato Sánchez Garzón

“Dejé el camino por coger la vereda”El viernes 17 de noviembre salimos disparados del colegio para arreglar los últimos asuntos y marcharnos dirección al aeropuerto, lo típico: atascazo, prisas, nervios… pero llegamos al parking y de allí en el microbús a la terminal D del George Bush International Airport. Cola para facturar, cola para el control de seguridad, cola para el embarque… todo parecía pasar tan despacio que yo me desesperaba y mi natural concepción optimista de la vida en los últimos meses me hacía preguntarme si había hecho bien eligiendo un destino que había pensado para ir acompañado de otra persona, si sería capaz de dejar en Houston el tedio vital y mil preguntas retóricas más.
Despegamos, Torcuato se salía del cuerpo de las ganas que tenía de llegar, después de haber buscado en internet mil cosas que ver, de haber cenado con Héctor, un cubano que vive en Houston, amigo de un amigo de Torcu, de haber oído hablar de la belleza de las mujeres cubanas… cada loco con su tema, yo a lo mío y él preparado al máximo para disfrutar de ocho días.
El “puelco americano” tiene un bloqueo estúpido que impide viajar directamente a la isla a personas que no sean residentes cubanos que no hayan visitado la isla en tres años, así que nuestro vuelo aterrizaba en México DF y después de hacer noche en él volaríamos al aeropuerto habanero de José Martí.
Llegamos y tras una larguísima espera de la mía, dejamos las maletas en consigna, el mostrador de Cubana de Aviación no abría hasta las 5 AM, así que como no hay asientos en la zona de espera del aeropuerto mejicano Benito Juárez, intentamos buscar un hueco tranquilo y más o menos abrigado donde sentarnos. Difícil tarea, lo intentamos en la zona de comidas donde casi todos los asientos estaban ocupados por gente como nosotros, cuerpos con la cabeza apoyada en la mesa dormitando, personal de seguridad en su hora de pausa, medio vagabundos buscando un sitio en el que refugiarse de la intemperie de una noche fría de noviembre. Nos cambiamos de sitio, Torcuato, bendito él, cayó en un profundo sueño tirado en un pasillo, yo intenté un sudoku, escuchar música, escribir… pero los nervios que como ese desodorante pegajoso no me abandonan últimamente, me dejaron sólo la posibilidad de dar vueltas y vueltas y de comerme más y más la cabeza… no había manera de poder conciliar el sueño. El tiempo pasaba tan despacio que empezó a dolerme la cabeza y sentía las extremidades en tensión como si tuviera cables de acero entre los músculos, por fin dio la hora de poder hacer el embarque, sacamos las maletas de la consigna, facturamos y bajé a desayunar. No había comido en quince horas, macdonals me proporcionó un grasiento bocadillo de pescado con patatas fritas, según iba masticando sentía calor en la cara y grasa en la piel de la nariz. Por si acaso, sacamos pesos mejicanos en el cajero, habíamos hecho el tonto cambiando dólares a euros que después tendríamos que cambiar a peso convertible cubano, la moneda de Cuba para el turista, pero no lo supimos hasta tiempo después.
“En el barrio de la Cachimba se ha formado la corredera” (Sábado 18 de noviembre de 2006)Embarcamos, (por cierto que para entrar en Cuba hay que pagar veinte pesos convertibles a la entrada y veinticinco a la salida) un avión grande, cómodo y con luz clara. En la sala de embarque di una cabezada de 5 minutos, un grupo de estudiantes mejicanos que iban a un congreso, hacían ruido, animados por la aventura supongo… otra vez a pasear y a hacer la cuenta de las horas que llevaba sin dormir, veintitrés conté.
Entramos en el avión, me abroché el cinturón del asiento del medio, cedí la ventanilla a Torcu (siempre que puedo pido pasillo pero esta vez no pudo ser) y a mi lado se sentó una de las estudiantes mejicanas, una belleza de aspecto muy europeo que me preguntó de donde éramos y con la que bromeé sobre mi acento de cabra afónica después de tanto hablar y poco descansar. Ya era de día y a unos diez minutos de aterrizar caí en un sueño profundísimo que acabó con el aterrizaje y continuó en el trayecto del avión a la puerta de salida. La joven se despidió con un “¡que lo pasen muy bien!” que me despertó sobresaltado y tuve una reacción mala, un “¡¿Será sino que hoy no pueda dormir?!” del que me estuve arrepintiendo todo el viaje. Así soy de listo…
Un día nublado nos esperaba en La Habana, tras otro aguardar para entrar a recoger las maletas, la aduanera me miró fijamente, demasiado, como una especie de preludio de lo que pasaría después, preguntas típicas y para adentro a recoger las maletas. Esta vez fue la de Sánchez la que se retrasó, salimos los últimos de las cintas de equipaje y, casualidades del destino, un agente aduanero se nos acerca, nos pide los pasaportes y se lleva a Torcuato a una sala para registrarle y hacerle miles de preguntas estúpidas, muchas de ellas que tenían que ver conmigo (¿Qué tengo?). Le preguntó qué fumaba su amgio, si tomaba drogas… el tipo era un armario de dos por dos sacado de principios de los ochenta, otro anacronismo, el aeropuerto José Martí tiene un aspecto setentero absoluto. Yo esperaba y miraba a Torcuato, aguardaba mi turno que nunca llegó, otro agente me dio el pasaporte y me dijo “Espere fuera, señol”. Mientras esperaba, se me acercó un agente de información que en seis minutos tenía buscados para nosotros casa y taxi, las comisiones están a la orden del día. Salió Torcuato y antes de que nos diésemos cuenta estábamos en una furgoneta taxi, ahí desperté y le pregunto al conductor: “¿Qué nos va a costar esto?” y responde “veintisinco” Torcu y yo nos miramos y dijimos: “no, déjelo”. El tío se cabreó pero decidimos hacer las cosas al estilo Torcuato, que empezó a hacer llamadas, pedir información, moverse aquí y allí… se nos acercó un taxista que a la postre sería el artífice del comienzo de una serie de cosas que nos trajeron felicidad momentánea. Queríamos encontrar una habitación con dos camas para abaratar gastos, pero era difícil, y nos dijo: “miren, ustedes pueden dormir como hermanos, respetándose, nada de ser maricones… ustedes ya me entienden…” a mí me dio la risa, una de las muchas que por suerte tuve en el viaje y que tanta falta me hacían.
Después de pelear, Idalberto, el taxista, nos encontró dos habitaciones en la casa de “su hermano” en el barrio de El Vedado por veinte pesos convertibles al día, una GANGA por lo que después vimos, la temporada no era alta y la casa estaba vacía. Nos llevó allí por veinticinco más cinco de propina, Torcuato le daba conversación (muela, como dicen allí) como es él siempre interesado por conocer y aprender cosas nuevas.
En una de las ocasiones el taxista dijo que era ingeniero y que su papá era “doctol, en siensia filosófica” los cubanos tienen un uso magnífico del español, nada que ver con el fronterizo al que estamos acostumbrados. Yo miraba el paisaje, coches antiguos, fábricas medio derruidas, miseria, plantas tropicales que crecían en estado casi salvaje… la gente se acercaba a motos y coches en los semáforos y se montaban, un medio de transporte muy habitual en Cuba y que me dio que pensar de la bondad que todavía queda en algunas partes del mundo.
Llegamos al número 704 de la calle A (entre la 29 y Zapata), una casa construida en el año 36, majestuosa y antigua, Óscar, el dueño, nos la enseñó y nos gustó tanto como el precio, ya teníamos casa. Deshicimos maletas y cada uno a su cuarto. Yo no podía con mi alma, pero salimos a pasear, era sábado por la mañana y allí estábamos.
No recuerdo la hora, sólo que estaba como en una nube, caminábamos calle 23 abajo observando casas antiguas, coches antiguos, a los cubanos, a las cubanas… me quedé mirando a una chica bellísima que esperaba el autobús y que me devolvió una sonrisa que me trajo a la vida. Torcuato y yo curioseábamos sobre todo lo que veíamos, hasta que casi al llegar al Malecón nos encontramos con los protagonistas de la primera aventura. Una pareja que iba de la mano, se nos acercó y nos hablaron en italiano, en seguida se separaron y empezaron a darnos conversación por separado. Nos hablaron de los amigos que tienen en España y Torcu que tenía un hambre canina les preguntó: “¿Dónde comemos bien y barato?” y nos llevaron a un paladar, un restaurante no controlado por el gobierno, donde nos siguieron dando muela, yo estaba ya mareado, el tipo tenía un aspecto muy fibroso, tirillas, pero fibroso, después me dijo que había sido boxeador y me lo creo por cómo se movía. Antes de comer, mojitos; nunca los había probado, me encantaron pero se subían.
No comí, tampoco tengo hambre últimamente, observaba y veía como el fuego se le iba subiendo a Torcu que al final acabó pagando la comida, sablazo, naturalmente. El tipo cuando la conversación derivó al género femenino y vio que ninguno de los dos le hacíamos caso a la que ahora era su tía Carla, me miró y me dijo: “¿Te gustan las mulatas? Te voy a presental a unas amigas que te van a sacal esa tritesa que llevas en los ojos, Canlos.” Estaba exaltado, quizá se frotaba las manos pensando en lo que había pescado. Salimos del paladar y nos enseñaron los alrededores de Habana Vieja, el barrio más jodido de los céntricos, nos llevaron al callejón de Hamel del que luego os hablaré y no preguntéis como, acabamos en su casa. Querían vendernos puros para sacar dinero para la fiesta de cumpleaños de la hija de Carla, y la cosa se puso fea, subimos a la segunda planta de la casa, en la de abajo había una mujer que veía tele y en un cuarto del fondo a oscuras, un gorila cubano. “Hoy es mi día”, pensé para mis adentros, mientras me acordaba del hambre canina de Torcu y de los mojitos tan buenos que llevaba en el estómago. Insistían e insistían en que compráramos puros a setenta dólares, recién robados de la fábrica y frescos, frescos. Yo sólo llevaba veintiséis, pero la cosa se ponía tan extraña que estaba dispuesto a pagar lo que pidieran, en una casa en el medio de ninguna parte de una ciudad que no conocíamos… al final, la terquedad de Torcu y la suerte nos hicieron pagar cuarenta y seis, cuatro menos de lo que es precio normal a turistas desconocidos. Salimos de la casa a toda hostia con dirección al Malecón, al salir, el gorila del cuarto oscuro hablaba por teléfono, uno de esos que te da medio cate y te tiras tres días en la cama.
Jodidos y descontentos nos dirigimos a casa, bautismo de fuego, el ave rapaz cubana había robado algunos de nuestros polluelos, aprendimos una lección que nos sirvió para el resto del camino.
Ducha y lamentos de pardillo colocado, nos arreglamos y nos fuimos a la Casa de la Música, el sitio de baile por excelencia para turistas. Previamente el taxista nos dijo donde cenar barato, y allí fuimos, había bocadillos por un peso convertible a los que llamaré CUC desde ahora, cerveza y cuba libres baratos… allí sentados se nos acercó Luis, otro buscavidas, que me miró a la cara y me dijo: “Tengo una farlopa buenísima y también maría…” , era la cuarta vez que me habían ofrecido cocaína ese día, a mí, y no a Torcu, y me estaba minando anímicamente, ya que tengo ojeras y he perdido algo de peso. Amablemente rechazamos la oferta y le invité a comer, nos contó la historia que después oiríamos tantas veces, gente deseosa de dejar el país, harta de no tener qué comer… el tío me volvió a ofrecer precio especial si le compraba unos gramos, y yo no podía más, le dejé claro que no consumo drogas y nos pidió dinero. Le di un capotazo, ya le había invitado a comer y yo no soy el turista típico español. Salimos del bar restaurante y nos pusimos en la fila de la Casa de la Música, media hora para entrar y quince CUC, un paraíso para bailones. Un sitio normal para los demás, vimos un espectáculo espectacular de baile, un traga fuegos, un cantante que interpretó “la distancia” una de mis canciones favoritas de Roberto Carlos, y seguía la paliza emocional. Salió la banda, enorme y con buen sonido, la gente bailaba, nosotros mirábamos y yo bebía cuba libres como si fueran agua. En un cierto momento una cubana guapísima se sentó a mi lado y me preguntó: “¿Te impolta que me siente aquí?” le dije que no y nos presentamos. Era muy tímida, me pareció una puta nueva, era callada, hablé con ella y me dijo que trabajaba de contable. Le pregunté si se vivía bien con ese sueldo y me dijo que no, que tenía otro trabajo. En esas apareció Luis que había conseguido entrar en el local diciendo que era miembro del equipo de tae kwondo cubano, pero no le duró mucho la alegría a los quince minutos le echaron.
Empecé a bromear con la chica y a preguntarle si era espía del gobierno y bobadas alcohólicas como esa, no se decidía a decirme lo que era, y no hacía más que mirar a la puerta, esperaba a una amiga que acabó llegando con su experiencia e intentó cerrar el trato por cien CUC por barba en nuestra casa, Torcuato la picaba y ella se encendía, me miró y me dijo: “¿Nos vamos?”, rechacé la “oferta” y ella replicó, con la chica de mi lado absolutamente callada y algo avergonzada, pobrecita mía: “Mira, estoy segura de que mi amiga es una diosa hasiendo el amol…” y yo la miré y pensé “a las diosas se les ofrecen sacrificios como pago” pero le dije: “no voy a pagar, así que buena suerte” se levantaron y se fueron, Torcu y yo nos sonreímos y seguimos tomando cubalibres hasta que nos cansó el ambiente turista y nos fuimos a casa.

“¿Qué te importa que te ame, si tú no me quieres ya?” (Domingo 19 de noviembre de 2006)Cuando me desperté todavía estaba a mi lado la jinetera Resaca, un desayuno copioso en la casa por tres CUC, ducha, intento de dar esquinazo a esa resaca y a caminar, patear la Habana iba a ser la tónica del viaje. Nos dirigimos al hotel Habana Libre (antes Habana Hilton…), allí cogimos un plano de la parte mas turística de la ciudad y Torcu compró uno en la tienda de al lado. No podía vencer a la falta de bebida así que pedí una cerveza a la hora del Ángelus. Nos hicimos un plan de visita y enseguida se nos acercó una mujer negra que se ofreció a ser guía turística por seis CUC, le cogimos el teléfono pero no la llamamos, iba bien vestida y fue muy discreta al entrarnos y dejarnos. Nos pusimos a caminar por el Malecón donde Torcu hizo unas fotos magníficas y nos metimos por el paseo Martí, donde vi unas casas preciosas, (algunas de estilo andalusí), el paseo es alucinante, hay un bulevar y a cada lado la arquitectura te quita el sentido, volví a darle vueltas al coco y me vinieron recuerdos de otros viajes y de lo que había vivido. Había una especie de mercadillo que ya estaba terminando, la gente bailaba en la calle, los puestos vendían “pan con lechón” (bocadillos de jamón cocido), los pintores intentaban vender sus cuadros, los camellos me ofrecían su mercancía… caminando, caminando… llegamos al Capitolio, donde cientos de cubanos se sentaban en las escaleras del palacio charlando y mirando a la gente pasar. Torcu y yo entramos a visitarlo, pasamos a todas las salas que pudimos incluso en algunas que no se podía pero cuyas puertas encontramos abiertas, entramos, vimos, fotografiamos, nos echaron del senado… más risas. Visitamos los hoteles de al lado, el Inglaterra y el Telégrafo, de nuevo edificios que son una maravilla pura, ambiente festivo en la calle, ofrecimientos de cocaína (¡Qué cruz!), paseo, cubanas bellísimas y de repente un hambre canina, sentí ganas de comer por primera vez de verdad en tres semanas, buscamos el café París y allí nos sentamos a tomar una cerveza primero y después a comer, pizza y algo más que no recuerdo, con los mapas encima de la mesa, y con una orquesta que tocaba allí, muy bien (tenían un saxo y una percusión que sonaba a gloria) pero con demasiado volumen, devoraba la pizza, que no estaba muy buena pero ya saben: la filosofía es para cuando no hay hambre y cuando hay hambre no hay pan duro. Al poco de entrar, se sentaron a nuestro lado dos chicas que hablaban una lengua extraña que no pudimos reconocer, tomaron mojitos y sacaron sus planos. Una de ellas tenía un pelo negro y largo precioso que me recordó mucho al de una señorita que veía dos veces al mes (si tenía suerte) en la academia en la que trabajé casi cinco años, me acordé mucho de las cosas que hacía para salir a abrirle la puerta o hacerla sonreír… pero esa es ya otra historia, el caso es que mi cabeza volvió durante unos minutos a Madrid.
Las chicas nos miraban, sobre todo la morena con la que crucé una mirada y le dije “yeah?”, ella respondió con una sonrisa y un movimiento de cabeza negando. Y el asunto quedó ahí, ellas también pidieron pizza para amenizar el plan de viaje que estaban haciendo, no sabíamos que si la casualidad existe ese día tendríamos una prueba de ello.
Salimos del café Paris y seguimos caminando, nos hicimos unas fotos en la parte de fuera de la Bodeguita del Medio, otro local típico, donde Hemingway tomaba sus mojitos y en cuyas paredes puedes escribir cosas. No pudimos entrar, estaba hasta arriba y es un local muy pequeño. Así que después de escuchar algo a la banda llegamos al lugar más mágico de la Habana para mí, la plaza de la catedral. El templo tiene una fachada preciosa con una piedra que parece que acaban de sacar del mar, al lado hay un restaurante llamado el Patio, cuyas mesas cubren la plaza al estilo terraza del café de Oriente en Madrid, y el interior es precioso. Incluso hay una terraza en el piso de arriba en la que puedes cenar, pensé en que algún día volvería, cenaría en la terraza, pediría la mano de la señorita de Avignon y me casaría con ella en la catedral (¿soñador? Nah…). La imagen se rompió en mil pedazos cuando vi a un gañán español con una camiseta que ponía “el agua pa las ranas” que gritaba: “Mira, mira… Toñín allí hay una mesa…” mierda de turistas ad hoc…
Miré hacia las mesas y ¿a quienes vimos? A las chicas del café París que seguían con sus cábalas, nosotros empezamos las nuestras entre mojito y mojito y canciones de son que tocaba la banda que amenizaba en el Patio. Un lujo, había anochecido, la luz de las torres de la catedral parecían dos cirios y la música envolvía el ambiente cálido que nos ofrecía el tiempo. La morena nos volvió a mirar y la saludé, sonrió y seguimos cada uno a lo nuestro.
Torcu y yo no sabíamos como llegar al pueblo que queríamos visitar, Pinar del Río, autobús, coche alquilado…. No sabíamos nada de precios, los mojitos me relajaban, y de repente le digo: “Oye, polla… ¿y si le preguntamos a las guiris si y donde han alquilado el coche?”, Torcuato me dijo dubitativo algo que no entendí, me levanté, me acerqué a la mesa y le dije a la morena que queríamos viajar pero que no sabíamos los precios de los coches de alquiler y si ella sabía de precios… en fin, las invité a sentarse en nuestra mesa y empezamos a hablar, ellas querían ir a Pinar del Río, a Viñales y a Soroa. DIANA, justo los sitios que queríamos visitar… nos dijeron que podríamos compartir gastos de coche y así no alquilar nosotros, les dijimos que perfecto y empezaron las risas de nuevo. Me salió la vena chistosa y entre bebida y bebida nos fuimos a la Bodeguita del Medio a beber más mojito, que no nos gustó mucho, la verdad, demasiada azúcar… disfruté de una banda muy buena, hablé con las chicas, me cachondeé de Torcu que estaba algo colocado y sacamos fotos. Le expliqué a la morena que en el café París el camarero le decía al oído que por un beso suyo haría locuras, compartimos risas, cigarrillos… escribí en la pared un nombre con un rotulador y quedamos con las chicas para salir juntos de viaje al día siguiente. Una gran noche, la primera buena en casi dos meses para mí.
Por cierto, al salir, las acompañamos al coche como buenos caballeros españoles que somos a pesar de lo que piensen algunas personas y nos presentamos, la morena Abigail, la del pelo rizado Leen, de Bélgica y doctoras ambas. Torcu y servidor caminamos por el Malecón y en los soportales otras dos chicas se nos acercaron, hablamos en inglés y nos ofrecieron sus servicios por cuarenta CUC, más risas y tras un paseo cogimos un taxi. El taxista, Lázaro, trabajaba aquella noche para sacar dinero para una fiesta familiar al día siguiente, nos invitó a ir, claro, y nos dio el teléfono para que le llamáramos.
A la cama con la misma chica de la noche anterior, caliente pero venenosa.

“De Alto Cedro voy para Marcané” (Lunes 20 de noviembre de 2006)“De noche todo el mundo va a misa”, eso dice mi madre cuando lo que se planeó ayer no se hace al día siguiente, pero la cosa salió, lógicamente no nos marchamos a la hora convenida. Desayunamos en la casa, lo mismo que el día anterior, la gastronomía cubana es muy escasa y tras un intercambio de llamadas, nos fuimos a hacer tiempo a la plaza de la Revolución, donde estaban ensayando el desfile que se celebraría en dos de diciembre. Yo había oído desde la cama al de megafonía anunciar y a la gente aplaudir, sólo faltaba el protagonista del cuento que por lo que parece al final no ha aparecido. Vimos camiones militares, soldados, las gradas se estaban montando…
El tipo que hospedaba a las chicas en su casa, André, pasó a recogernos, un holandés retirado que se casó con una cubana y al que le encanta hablar de su vida. De camino, paramos a cambiar los pesos mejicanos que habíamos sacado en Méjico por CUC y llegamos, allí estaban Leen y Abi con todo listo, paramos un poco más en la casa y conocí a una mujer jamaicana, tía de la mujer del holandés, 96 años de fumadora y bebedora que en cada fiesta que se hace trata de llevarse a un hombre a su cama, un personaje, sin duda.
Salimos en dirección a Pinar de Río y en una gasolinera un cubano, de rodillas, nos pedía que le lleváramos a Pinar porque su “car kaput”, nos hablaba en inglés, no hubo manera de decirle que no, así que Torcu, que iba conduciendo cogió las de Villadiego y le dejamos allí, no me dio pena, era otro truco, había coches de cubanos allí repostando y le hubieran llevado con total seguridad. Después hablado en frío, estuvimos de acuerdo en que fue la mejor opción si no lo hubiéramos tenido todo el viaje con nosotros.
Llegamos a Pinar, un sitio con edificios preciosos, miles de personas en la calle (parecía una de Bombay) y HUMO, en Cuba los coches queman casi la misma cantidad de combustible que de aceite y las emisiones de gases te ahogan. Repostamos, y nos dirigimos a Viñales, un sitio de campo con una carretera de llegada que era un infierno, vimos un accidente entre un Chevrolet de los 50 y un flamante Toyota Aris de alquiler que había invadido el carril contrario y había dejado la dirección del coche americano tocada y su morro japonés poco reconocible, me dio una pena inmensa y las risas desaparecieron de golpe, era noche oscura y otra de las cosas que faltan en Cuba es iluminación artificial. Llegamos al pueblo, las belgas tenían la dirección de una casa, Casa Yolanda, que no sabíamos donde estaba, dimos a una calle sin salida e intentando dar la vuelta nos encontramos con una mujer que nos preguntó dónde íbamos, “a casa Yolanda” le dijimos y resulta que era la dueña, casualidades… no tenía sitio en su casa y nos recomendó Casa Hilda, nos dirigimos allí, nos repartimos las habitaciones (con dos camas cada una, cosa rara), nos acomodamos y empezamos con los mojitos que nos dieron la bienvenida, risas, comentarios del cubano de la gasolinera, mojitos y cena de cola de langosta. Abi insistió en pedir una botella de vino cubano, jo… nunca lo hagáis, le dimos un sorbo y allí se quedó entera, imbebible, no había forma, el vino de cocinar que uso en España sabía mejor. Seguimos con mojitos y en la terraza de la casa empezamos a oír música que llegaba de la lejanía. Salimos en medio de una noche totalmente oscura del alma pero llegamos, nos sentamos y la banda acaba de terminar de tocar, se puso a llover… y el ron fluía y fluía, Leen me contaba cosas de su novio, veinte años mayor, Torcu bromeaba con Abi y llegó un momento en el que dejé de escuchar, no adrede es que no podía más, no duermo mucho últimamente y el cansancio me vencía, recuerdo que asentía con mi cabeza a las cosas que decía Leen pero poco más. Llegaron las 3 AM y era hora de llegar a casa, de vuelta nos perdimos, dimos vueltas y vueltas y al final el vigilante del pueblo nos llevó a donde no era pero acabamos encontrando la casa, tuvimos que despertar al “custodio” para que nos abriera. Me acosté y dormí cuatro horas.

“El cuarto de Tula se cogió candela.” (Martes 21 de noviembre de 2006)Desayunamos, pagamos las deudas y salimos disparados hacia Pinar del Río, vimos el pueblo desde el coche, dando vueltas para encontrar la carretera a Las Terrazas, un monte repoblado y reconstruido para el turismo, donde se podían ver restos de un cafetal, montaña, arboledas, un lago artificial… Leen tenía curiosidad por el Mural de la Prehistoria. Sonaba bien, a pintura rupestre, una curiosidad, conseguimos llegar y sorpresa… el mural tenía unos treinta años y estaba hecho en la pared desnuda de una montaña. Allí aparecían el monstruo del lago Ness y su novio, unos caracoles, un hígado a punto de ser transplantado y Spiderman, su señora y su hijo. RISAS, de nuevo volvieron, sacrosantas… y nos dirigimos a Soroa, a ver una cascada que tenía un camino a pie de cuarto de kilómetro, tras el paseo y las fotos una bebida refrescante y de nuevo al coche, esta vez con dirección a la Cueva del Indio, una atracción natural muy digna, compuesta por un paseo a pie hasta coger una barca que va por un río que discurre por dentro de la gruta, formaciones geológicas y visita a la tienda de souvenirs. Mereció la pena, de verdad que sí. Hablamos mucho, mucho, las chicas estaban a gusto con nosotros porque les solucionábamos el problema del idioma y la conducción, y yo con ellas, eran cultas e inteligentes, bromistas y nunca decían no a una bebida. De camino de vuelta no nos detuvimos en el Palenque un bar cueva en el que habíamos parado antes de llegar a la Cueva del Indio. Paramos a sacar fotos del valle, compré postales y encontré un momento de volver a desgastarme los sesos, de allí a Pinar del Río a buscar una plantación de tabaco. Después de unas decenas de metros conduciendo en dirección prohibida (en Cuba también falta señalización) me detuve y preguntamos por la fábrica de tabaco del pueblo, llegamos y una vez llegados un tipo nos recomendó que visitáramos la plantación de San Luis que era mucho mejor que la fábrica, casualmente él tenía que ir a llevar un documento… no le podíamos llevar, el coche estaba hasta arriba de trastos. Nos indicó más o menos cómo llegar y después de mil vueltas llegamos; en el desvío un enano en bici se ofreció a llevarnos a cambio de nada, el hombre pedaleaba y pedaleaba y solucionaba sus problemas de cadena, todo por la comisión por llevar turistas ya sabéis. Le dimos una propina cuando llegamos allí, se la había ganado a pulso ¡coño!, el único cubano que he conocido en la isla que se ha ganado una propina.
La visita a la plantación de don Alejandro Robaina resultó un fiasco, nos enseñaron donde se planta el tabaco, un secadero y poco más, intentaron vendernos puros, metí una rueda del coche en una zanja, nos dejaron sin ver la fábrica de Pinar del Río donde las mujeres hacen los cigarros, en fin... de camino al pueblo nos cruzamos con carros, burros, bicis, personas a pie, tractores, tractores con remolque que hacen las veces de transporte escolar… paramos a comer en Pinar en un paladar y de allí con la barriga llena (mal asunto) a la autopista, noche cerrada y gente en bici en la vía rápida, coches con las luces largas fijas, gente andando, empezó a llover… decidimos que Leen iría delante para darle conversación a Torcu, y atrás yo hablaba con Abi, Abi la del corazón roto, una chica bien interesante, hablamos de musicales, de cine en general, tenía mucho sueño y se intentó quedar dormida, hicimos millas y millas y llegó el cambio, cogí el volante y llegamos a la Habana como a la hora.
Ya que la casa de las chicas quedaba lejos, les dijimos que se quedaran en la nuestra, que quizá habría otra habitación, llamamos a Óscar y nos dijo que no tenía pero que en la misma calle conocía a un tipo que tenía sitio de sobra. Llegamos por fin, las acompañamos a su casa y quedamos para tomar algo en nuestra terraza sobre las once. Me acerqué a comprar refrescos, descansamos, agua al cuerpo, afeitado y enseguida a tomar cubalibres y fumar un puro con las belgas, Torcuato entró en terrenos pantanosos de filosofías y preguntas sobre angustias vitales. En un cambio de asientos yo me puse al lado de Abigail, que se choteó de mi camisa hawaiana, iba notando como los nervios la agarrotaban, se veía tormento en su cara y no había manera de parar la conversación porque el ron Havana Club hacía estragos, la vi al límite y le dije: “mira, ven que te enseño la otra camisa que tengo” la llevé a la habitación y bromeé con ella, le dije por qué las uso y sonrió otra vez. Se la quiso poner y se la dejé, no me pregunten cómo, pero se animó, le dio la risa, las flores de las camisas horteras tienen algo que funcionan con todos menos conmigo.
Volvimos al ataque y acabamos con la botella, hora de irse, quedamos para desayunar a las once todos juntos en nuestra casa, las acompañé a la suya y me quedé con Abi un rato hablando, la chica del corazón roto, que fue a Cuba para exactamente lo mismo que yo, olvidarse de todo, beber ron, escuchar música y ver cosas. Había algo que nos unía sin que lo supiéramos, quizá el destino hizo que intercambiáramos una sola palabra en el café París, qué sé yo. Le dije que no se preocupara, que era una cuestión de tiempo y que todo se iba a arreglar, ya sabéis cosas que se dicen cuando no sabes qué decir y no sabes cómo arreglar las tuyas, lágrimas belgas llenaron mi camisa de palmeras y barcos, se me partió otro trozo de corazón de licenciado vidrieras, nos dimos un abrazo que me hizo sentirme extraño, pero querido de alguna forma y yo le besé el pelo.
Otra noche de menos de cuatro horas de sueño.

“Hay un suave murmullo en el silencio de una noche azul” (miércoles 22 de noviembre de 2006)Desayunamos las mismas viandas de días atrás en nuestra casa, nos levantamos más tarde que Torcuato que llegó cuando Leen, Abi y servidor ya estábamos terminando el desayuno, se había ido a pasear por el barrio chino y otros lugares de La Habana. Se sentó a la mesa y con ese rictus serio de senador indignado soltó otra de esas frases legendarias que me hizo salir al pasillo a reírme atragantado, comenzó con un “Hohtiaa, compay…” que me descompuso la tristeza y continuó con una sucesión de palabras y onomatopeyas que casi me matan de risa, las chicas miraban desconcertadas y yo me desternillaba, no había manera de parar el torrente de carcajadas.
Nos preparamos y nos fuimos a ver el Cementerio de Colón, fue un día extraño, me sentía raro, el sitio es inmenso, cinco kilómetros cuadrados de tumbas, con una parte a la que recomiendan no acceder por seguridad, donde se volvieron a dirigir a mí en italiano y donde vimos algunos panteones y tumbas de impresión. Una mujer enterrada con sus joyas (de dos millones de dólares de valor) bajo dos metros de cemento, mármol italiano, mármol cubano, un ángel de un millón de dólares, pirámides, techos hechos de fichas de dominó de piedra, apellidos asturianos… y la tumba de Amelia de Goire. Amelia Goire murió el 3 de mayo de 1901 casi al término de su embarazo, fue sepultada con su hijo a sus pies, se cuenta que al abrir el sepulcro tiempo después para enterrar al suegro de la fallecida, se encontró su cuerpo incorrupto y con el niño en sus brazos, ¿milagro? Hay un protocolo que seguir para pedir los favores, nunca darle la espalda, no tener sombrero puesto, tocar las argollas de la tumba como si estuvieras llamando, tocar la espalda del niño y la de ella y pedir. Lo hice, pedí por la salud del ser de mis tormentos, y pedí por mi futuro. El guarda que nos hizo de guía me dijo que si se cumplía debía volver a llevar flores o poner una placa de agradecimiento.
La Habana está llena de perros abandonados que duermen la siesta en cualquier sitio o buscan comida, todos tienen tiña o vete tú a saber qué enfermedad, y vimos bastantes ese día. Torcuato se fue a casa, yo me fui con las chicas a dar un paseo en coche, las llevé al Callejón de Hamel y les encantó, dimos un paseo por la Habana vieja e hicieron unas fotos. No recuerdo qué hicimos después, por lo menos sé que acabamos en la terraza de la plaza de la Catedral, ellas se fueron a mirar algo en internet y a llamar por teléfono y yo me quedé solo con mi soledad oyendo al grupo que tocaba las canciones del disco Buena Vista Social Club (ya os hablaré de esto más tarde). El cantante, viejo conocido de las chicas desde la noche del sábado (se fue con ellas a la Casa de la Música, donde también estuvimos nosotros), lo intentaba pero no tenía buena voz, sacó a bailar a Leen, habló conmigo, me dijo que habían dado un concierto en Burgos, firmó los discos que le compró ella y desapareció cuando llegó su novia o esposa. Precaución amigo conductor…
Cayó la noche, Torcuato no aparecía, la cita era a las 8.30 para recoger pronto y marcharnos de viaje los cuatro a Trinidad y a Cienfuegos, las torres de la catedral ya parecían cirios, el ambiente era más frío, poca gente, música buena con mala voz, dos niñas bailaban en la plaza... Dieron las nueve y veinte y Torcuato no apareció, pero sí un gran cabreo y un montón de palabras en flamenco que acabaron con un “bueno, quizá sea mejor que no vengáis con nosotras”, me dio pena pero no podía evitar pensar en que a veces uno tiene que escoger un camino u otro, mi compay escogió el mejor para él y me alegré infinitamente. Llegamos a casa de las chicas bastante tarde, el casero se había acostado y llegaron más nervios, ellas salían de viaje temprano y la papeleta era de tómbola. Al final les abrieron, dejaron sus cosas y me despedí de una Leen algo resentida, cayó por los suelos la concepción de caballeros españoles que tenía de nosotros, pero yo seguía contento por él.
Abi y su conductor de Madrid se fueron dirección a Vedado, nos perdimos pero llegamos al final. Compartimos mil cosas, hablamos, reímos y dormimos tres horas.

“Qué terrible es vivir una vida de fidelidad y esperar el regreso de aquello que no ha de volver” o cómo sobrevivir con seis CUC tres días en la Habana (jueves 25 de noviembre de 2006)8.30 AM: cogí el coche y dejé a Abi en la parte del Malecón que da al túnel para llegar a su casa, la despedida fue para siempre, amarga y somnolienta, ella siguió su camino por carretera, yo seguí el mío a pie y acabé paseando por la calle de la Amargura (oh, sí), di con la única Iglesia abierta que pude ver, la de San Francisco de Asís, prometí volver, y caminé hasta que casi me desmayo del agotamiento. Al final de una calle vi un Chrysler negro de los años cincuenta, el taxista desayunaba y le dije “¿me llevas a Vedado?” Convinimos un precio asequible, baje la ventanilla me senté con los brazos extendidos en ese asiento con capacidad para cuatro personas y empezamos la marcha, me sentí libre, el aire me daba en la cara, se oía el ruido de la calle, el del motor, música en la radio… me creí el virrey de la Habana durante los minutos que duró el trayecto, pero todo tiene su fin, llegamos a la calle A, y la casa me devolvió a la realidad: me quedaban seis CUC para tres días. En la habitación me encontré una nota de escritura a mano de médico, llamé para saber si Abi había llegado bien a su destino, nos volvimos a despedir y Torcu apareció. Risas de perdedor retumbaban en la terraza mientras él me hablaba, perdedor: lo tengo escrito al revés en la frente para que cada vez que me mire al espejo lo pueda leer.
Yo le conté la espera, la desespera y la esperanza en la plaza, y de nuevo llegaron las risas y un abrazo, no tenía fuerzas, era como si estuviera muerto, además no pudimos desayunar en la casa esa mañana y lo hicimos en un kiosco de comida rápida y también en uno de esos sitios donde comen los cubanos en el que tomamos zumo de guayaba y unas galletas, ahí supimos que podíamos comer en esos sitios si pagabas con monedas de poco valor en CUC, gran descubrimiento, como la penicilina para mi bolsillo, volvimos a patear, ya no había dinero para taxis.
La mente no me daba para más, intentamos buscar la fórmula para alquilar un coche y dirigirnos a Cienfuegos y Trinidad por nuestra cuenta pero los cálculos no daban, yo no podía pensar, Torcuato quería ir, yo también pero no había combinación posible. Aún así reservamos un coche porque Sánchez (bendito sea…) se había traído su tarjeta de crédito española, hizo fotos al Callejón de Hamel, paseamos por todas las calles, hubo un tirón a la cámara de Torcu que por suerte aguantó el envite…
Nos dirigimos a ver el museo Casa de los Capitanes, un lugar con un patio en el que había dos pavos reales, palmeras… diversas salas con material bélico, de transporte, antigüedades, pinturas… una maravilla con bañeras talladas en mármol italiano. Allí conocimos a una de las bedeles, Mercedes, los cuarenta y siete años más bonitos que he visto, dejando a un lado los de Sofía Loren, claro está. Simpatiquísima, nos enseñó una zona “prohibida” del museo y se hizo una foto con nosotros, nos dio el teléfono que nunca marcamos, fumé y conversamos con las otras bedeles, nos reímos más. Cenamos lo mismo que habíamos comido, comida barata para cubanos, al mediodía pan con lechón y un perrito, y a la noche, pizza de grasa, sí, sí… de grasa. Decidimos quedarnos en la Habana y no viajar, estaba escrito que tenía que ser así, tuvimos la oportunidad y nos la dejamos escapar, estoy pensando en dedicarme a ser conferenciante de este tema.
Caminamos a casa, no me acuerdo de mucho más pero sí que tuve que ir a buscar a Torcu porque no volvía de un sitio al que había ido. El asunto se resolvió felizmente, alguien lo vio y lo distinguió en la lejanía, aquello me impresionó, me llamaron “buen amigo” por primera vez en mucho tiempo, me acosté y esa noche tampoco dormí bien, al menos creo que no me ofrecieron polvo nasal aquel día. Torcuato siguió con su vida feliz “ella es sencilla, le brinda al hombre virtudes todas y el corazón”.

“Yo no sé qué me está pasando que no dejo un momento de pensar en ti.” (Viernes 26 de noviembre de 2006)Desayuno en casa, sí, otra vez huevos y fruta, a mí me quedaban cuatro CUC, caminamos a la Habana vieja, hablamos con Analeida, la santera de la Plaza de la Catedral que nos recomendó qué monumentos ver y nos pidió algún regalo que prometimos llevar al día siguiente. No recuerdo qué más hicimos ese día, sé que no pude tampoco ver la catedral por dentro, la plaza estaba reservada para un grupo de quinientos turistas franceses y la habían cerrado antes de tiempo por aquel motivo.
Acabamos en casa y no salimos por la noche, Torcuato siguió con sus vacaciones, yo me senté en la puerta a hablar con Óscar (el dueño) y Pocho (el vigilante) a conversar de lo no divino y de lo inhumano, Óscar era pariente lejano del dictador Batista, un buscavidas con una ex mujer y un hijo en Miami, con varios años de alcohol en sus costillas, por suerte para él abandonado hacía siete, Pocho, el típico joven lujurioso y derrochador.
La conversación tuvo dos perlas, una de Óscar: “en Cuba ni uno mismo, es de uno mismo, todo es del estado.” Todos los cubanos tienen algo que decir pero ninguno se atreve, me río yo de los que piensan que es un estado libre y lo tienen como modelo de algo tan trasnochado como oxidado. Pocho lo definió de otra forma: “Cuba… tremendo drama”. Óscar me regaló una moneda de la suerte, la de Camilo Cienfuegos, una igual a la que él tuvo durante veinte años y después regaló a su hijo cuando se fue a Miami, y me consiguió otra del Ché por calderilla. Yo le había dado unas cosas: jabón, maquinillas de afeitar, medicamentos… Él me dio una lección de historia cubana, de cómo Fidel se había quitado del medio a Guevara y a Cienfuegos. Y después se fue a acostar.
Me quedé con Pocho hasta las dos, tiempo suficiente para darme cuenta de que no “estaba completo” y le regalé una camiseta que agradeció en el alma, me dio muela y yo lo agradecí también infinitamente, quedamos para dar una vuelta al día siguiente y me dio un teléfono donde le podía localizar porque estaría pintando una casa.
Esa noche fue de cinco horas. Estoy perdiendo facultades.

“Yo soy el árbol conmovido y triste, tú eres la niña que mi tronco hirió” (sábado 27 de noviembre de 2006)Último desayuno en la casa, fuimos a un Cadeca del centro a sacar pasta POR FIN, fuimos a darle los regalos a Analeida, le encantaron el maquillaje y las aspirinas, me habló de Elegguá, me dijo cosas que me encogieron el corazón, nos dio un amuleto de yeso para ir desgastando y darnos en la piel con el polvo, más polvo blanco sí, y nos hicimos un par de fotos magníficas con ella, no hubo manera de ver ninguna iglesia abierta, cerradas para comer y a la vuelta se hizo demasiado tarde. Sólo de casualidad dimos con una que era un edificio del siglo XVII pero con un altar moderno dentro.
Nos fuimos a ver el Convento de San Francisco de Asís y tuvimos una experiencia parecida a la del jueves en la casa de los Capitanes, las bedeles nos daban muela sin parar, Ana se encaprichó conmigo, me llamó bombón y yo le respondí “bombón tú querida, que tienes hasta el colorcito…”, más risas, intentaron sacarnos la comida por la cara pero ellas se quedaron trabajando y nosotros nos marchamos a comer al sitio que nos habían recomendado, el Hanoi, donde la comida era buena pero “escasa” según opinión de la trituradora de Granada Torcuato Sánchez.
De camino a ninguna parte tuvimos más acercamientos de buscavidas que se dirigían a ti con expresiones del tipo “te lo juro, colega”, “de Madrid al cielo” y cosas así. Uno de ellos nos preguntó si éramos españoles, Torcu y yo nos miramos y nos dio la risa. “No”, le respondimos, y entonces él nos dijo: “ah… pues entonces del País Vasco” y a mí me vino a la cabeza la imagen de un vasco fumado y bebido que le contaba el rollo separatista vasco y el opresor del Estado español a un cubano al que lo único que le importaba es que estaba fumando y bebiendo a cuenta del gallego… este tipo de cosas te hace sentirte “orgulloso de ser un turista español”, ya sabéis por donde voy.
Volvieron a salir en la conversación las belgas, nos preguntábamos como les estaría yendo y de nuevo llegaron los golpes en el hombro con risas de perdedor de guarnición.
Tomando un daiquiri en el Floridita hicimos tiempo para ver el cañonazo de las nueve, una tradición que se celebra en una fortificación del otro lado de la bahía, Torcu quería pillar un taxi antiguo, tener la experiencia, ninguno de los que pasaban por el hotel Parque Central paraban, una chica cubana bebida nos ofrecía en italiano de forma insistente sus servicios a cambio de nada, insistía e insistía pero nosotros queríamos un taxi antiguo, después nos enteramos que una convención de Mitsubishi los había alquilado todos, al final cogimos un Lada “124”.
A principios de los 80 Lada compró los derechos de fabricación del modelo SEAT 124, también conocidos como “las locas”, Cuba es el paraíso del coleccionista de locas, es el coche del pueblo, de los taxistas, de la policía… llegamos al Castillo de los Tres Reyes Magos del Morro, vimos la fortaleza, el fotógrafo tomó fotos… compramos una boina del Ché y una gorra del comandante Castro, vimos (lo que pudimos, había muchísima gente que impedía ver y oír la ceremonia) y escuchamos el cañonazo, les hicimos unas fotos a unas andaluzas con sus cámaras y nos fuimos a buscar un taxi.
Cosas del destino, nos esperaba un Chevrolet Bel Air del año 60 que nos cobraba tres veces lo que un Lada pero París bien vale una misa, bajamos la ventanilla y nos dirigimos a Vedado como transportados en una máquina del tiempo, sacamos fotos, a mi me daba el aire en la cara, cerré los ojos y respiré hondo, no olía a jazmín de Cadiar ni a aire de Sierra Nevada, olía a gasolina y a aceite quemado de coche, pero daba igual.
Llegamos a casa a eso de las 10.30 pero no cenamos hasta las doce, aquella noche nos invitaba Óscar a cenar, pollo con ensalada y arroz moro, y Torcuato se acostó y durmió en ese período. Mientras tanto hice la maleta, había que salir de la casa a las 3.45 AM con dirección al aeropuerto. Cenamos y tras una foto de despedida en la terraza con las gorras puestas, me di el último paseo por la planta de arriba, miré mi cuarto, y me eché en la cama a escribir en el cuaderno que siempre llevo encima, no quería dormir pero la selección musical de la radio cubana no ayudó mucho y a eso de la una me quedé frito. Aquella tarde no llamé a Pocho, me acordé pero no me hubiera hecho ningún bien, todo lo contrario, ese día estaba hecho polvo anímicamente, volví a sentir el hierro oxidado clavado en el corazón.

“Mueren ya, las ilusiones del ayer” (domingo 28 de noviembre de 2006)Los golpes de Óscar en la puerta me despertaron, parecía que hubiesen pasado sólo veinte minutos, me vestí y apenas podía con la maleta. Llamé a la puerta de Torcuato y bajé, metí la maleta en el maletero de la loca de Óscar, habíamos hablado de que nos llevaría al aeropuerto por quince CUC uno de los días de atrás. A Torcuato le costó salir de su habitación era como si se quisiera quedar. Por fin bajó y nos dirigimos al José Martí, le pregunté a Óscar qué decir si nos paraba la policía y me dijo: “di que el taxi no venía y me despertaste para que os llevara.” No hizo falta de camino, a pesar de los semáforos en rojo que nos saltamos, de los cedas que no se respetaron… llegamos al aeropuerto y nos dejó algo lejos de la terminal, nos deseamos lo mejor y caminamos hacia la puerta de entrada. En la cola para plastificar las maletas (obligatorio cuando sales de Cuba en avión) me llamó un policía y me pidió el pasaporte, me sacó a la calle y me preguntó por el conductor que nos había llevado al aeropuerto, que qué regalo le habíamos hecho, que si le habíamos pagado el combustible… le capeé bien, no pude mirar si a Óscar también lo habían parado, pero imagino que sí, la policía cubana es muy represiva con los cubanos y permisiva con el turista.
Facturamos, pagamos los veinticinco CUC de rigor para dejar el aeropuerto y, otra ironía, cambiamos los CUC sobrantes en dólares norteamericanos, embarcamos rápidamente y en el vuelo me entró el sueño eterno, ni siquiera pedí el desayuno, sólo dormí y dormí hasta que el contacto de las ruedas del tren de aterrizaje con el suelo mejicano me despertó.
Recogimos las maletas y nos fuimos a facturar para el vuelo de Houston, unas cuatro horas de espera que se pasaron recapitulando experiencias, recordando sensaciones extremas de amargura absoluta y de felicidad real o irreal, pero de felicidad al fin y al cabo.
Aterrizamos en Houston y la cola de casi dos horas para entrar por inmigración nos devolvió a la dura realidad de la rutina que nos esperaba tras muchos días en otro mundo; eso sí, los puros habanos llegaron sanos y salvos.

“El cariño que te tengo yo no lo puedo negar” (Epílogo):
En Cuba todo el mundo espera algo, el autobús, que llegue la oportunidad de salir de la isla, la cola para comprar el pan, para llevarse el arroz y los frijoles de las unidades (tiendas de reparto estatal)… pero parece que nunca ocurre ese algo. En la espera hay una acumulación de ruido en las calles que no deja ninguno de los canales de percepción de sonido vacío, la gente ríe, canta, discute, habla contigo, el mar rompe en el malecón, los cláxones de los coches son musicales, las bocinas de las bici-taxis, silbidos, motores de coches, cascos de caballos, silbatos de policía… todo se mezcla y te envuelve. La vida cotidiana del cubano esta vacía de silencio, es un mar de sonidos que van y vienen y a los que te acostumbras, la música esta presente en cada bar de la Habana, una atracción turística más, todos deseamos escuchar las canciones del disco Buena Vista Social Club que en su día produjera y arreglara Ry Cooder y que grabó con nombres legendarios del son y la trova cubana, no sabemos mucho más de la música de allí, Celia Cruz, Tito Puente, Machín…
Aquel disco no era de mis favoritos, de hecho pensé que era un sacacuartos para llenar el bolsillo de Cooder pero una vez en Cuba me di cuenta de que realmente esos músicos pudieron viajar y grabar en condiciones gracias a su labor, y que la música cubana pro Castro tuvo un reconocimiento generalizado por su trabajo. La música de las canciones te pueden llegar más o menos, las letras te quitan la respiración si les prestan la atención debida, los títulos que ilustran cada uno de los días del diario son versos de canciones de ese disco.
El olor de las calles es también una mezcla de perfumes europeos, olor a comida, gasolina con aceite, fritura, cigarro puro, café… los habaneros presumidos llevan un perfume que huele a pachulí, debe ser el perfume o el jabón asequible para todos ellos, olor que no olvidaré.
Cuba está llena de luz pero la electricidad es escasa y en esta época anochece a las seis y no hay iluminación apenas, las calles se hacen complicadas de cruzar, ya casi no puedes ver nada… cuando vayáis procurad ir en temporada en la que anochezca más tarde.
Su olor, sus luces, sus sombras, su risa, su dolor, sus mujeres, su vida, su muerte... Volveré a Cuba contigo, en esta vida o en otra, seguro.
Mr. Blue

Friday, December 01, 2006

intenda: veni, vidi, deperdit

desde el veintidós de julio del 2005 envío emails con regularidad para informar de mis andanzas, correrías, penas y pocas glorias. llegó el momento de crear este laboratorio de ciencia filosófica de “quimicefa”, medicamentos en forma de escritura y lectura, curas en definitiva para el dolor ahora que parece que mi vida se ha ido a la puta mierda de forma definitiva. bienvenidos a "the constant sorrower", el diario nocturno de edición semanal y tirada nula en el que aprenderéis mucho sobre nada pero en el que no perderéis el tiempo leyendo naderías ni discursos insípidos a menos que así lo queráis.
mr. blue