Monday, February 29, 2016

El rey ha muerto - El rey ha vuelto

Que se canse en paz
Se ruega una oración por su alma resurrecta.


17/10/2008 - 25/01/2011


Houston (Texas) – Dublin (Texas) - Meridian (Texas) - Waco (Texas) - Hico (Texas) - Brenham (Texas) – San Antonio (Texas) - Columbus (Texas) – La Grange (Texas) – Schulenburg (Texas) – Palestine (Texas) – Paris (Texas) – Athens (Texas) – Milano (Texas) – Carlos (Texas) – Ravenna (Texas) - Dennison (Texas) – Naples (Texas) - Galveston (Texas) - New Iberia (Louisiana) – Avery Island (Louisiana) – New Orleans (Louisiana)

 Mr. Blue

Resurrección


Me han preguntado alguna vez el porqué de las elegías y recordatorios de fallecimiento que en estos cinco años he hecho para el Mini rojo. Explicar que te duela la pérdida de algo material y reemplazable es una tarea imposible. Nadie con un mínimo de intelecto entendería una imbecilidad de este estilo pero después de lo que acabo de descubrir se hace necesario porque, paradójicamente, le va a servir de despedida definitiva.

Ya en EE.UU. después de un par de años de estancia muy complicada por falta de madurez, adicciones y taras de origen genético de muy díficil solución, en un momento determinado algo (que aún no he conseguido saber lo que fue) me hizo iniciar un despertar. Un florecimiento tan notable que empecé a eliminar complejos e incluso logré soltarme las cadenas de estupidez que unían mis dos pies por los tobillos.

Comencé a sonreír a la vida y ella a cambio me sonreía más a mí, viví cada hora de ocio como si fuera la última, encontré la felicidad que puede dar una pareja y por primera vez sentí que estaba viviendo y disfrutando el presente, sin miradas al pasado y sin temor al futuro. Tuve la inmensa fortuna de vivir aquel presente durante tres años siendo consciente de ello.

El símbolo de toda aquella felicidad fue un Mini Cooper S de color rojo, mi primer coche nuevo, encargado a capricho y al que, para hacerse más deseado aún, tuve que esperar varios meses. La conducción empezó a tener otro sentido y se sumó a todo aquello tan satisfactorio que se me iba amontonando en la vida. Hasta que me empeñé en ver el sol demasiado de cerca y me dejé vencer por  una prepotencia estúpida basada en el autoengaño de una predicción errónea: la que decía que tendría que marcharme de EE.UU. en 2010. 
Y fue entonces que a la vuelta de unas vacaciones navideñas en España empecé el año rompiendo un corazón que me amaba, después me convertí en un cretino de una crueldad de proporciones inmensurables, fui perdiendo todo poco a poco hasta que un día, después del trabajo y a siete minutos en coche de mi casa, tuve el accidente de tráfico más tonto de la historia y perdí el Cooper. 
A partir de ahí todo fue cayendo en picado. Aunque llevé las cosas con mucha dignidad y llegué a retomar el vuelo unos meses después todo fue ya a un nivel de altitud de felicidad menor y con una velocidad de crucero pre seleccionada para el futuro y no para el disfrutar el presente. 
Llegaron otros coches, cuatro en concreto, y hasta este año ninguno logró llenar el vacío que dejó el Mini rojo.

Han sido cinco años de recuerdo y de homenaje en forma de palabras pero cuando terminé la entrada del mes de enero de 2016 me planteé seriamente la necesidad de dejar soltar ese peso. Tenía que aceptar de verdad y no sólo de palabra que de los errores cometidos es mejor sacar conclusiones que eviten volver a caer en ellos en lugar de lamentarse de por vida. Y un buen día, así por las buenas, encuentro en una página web de compra y venta de Houston un anuncio en el que un tipo de Katy vende un Mini Cooper S de 2009 de color rojo, reconstruído, y con 270.369 kilómetros de historia; más de la mitad de una vuelta al mundo y 160.000 kilómetros más de los que yo he hecho a mis coches en este tiempo. Y sí, el número de bastidor demostraba que aquel era mi Mini. 
En un giro tan irónico como significativo para mi, resulta que el vehículo ha visto más vida que yo y probablemente una mejor establecida que la mía. El Mini rojo ha vivido una existencia paralela que quiero creer que ha sido tan buena y plena como era la mía nada más aparecer en mi vida.

No estaba muerto, estaba de parranda... 





Mr. Blue

Friday, February 26, 2016

Entrevista a Fernando Fernández “Terminal”


A finales de 2015, en una soleada tarde de diciembre Carlos Rodríguez Duque se encontró de casualidad con Fernando Fernández “Terminal” en la Elipa. Le propuso una entrevista y Fernando aceptó encantado de inmediato. A continuación vais a leer lo que nos contó, muchas gracias Fernando por tu amabilidad.


Fernando, ¿cómo entras en el mundo de la música?
La afición por la música desde pequeño me llevo a ello, estaba escrito... Nací en 1954 y a principios de los 60 escuchaba todos los días a The Beatles, Elvis, Ray Charles, Otis Redding, Ike & Tina Turner, Paul Anka, Rolling Stones, etc, gracias a que mi hermano y sus amigos compraban aquellos discos para los guateques de la época. Aquello marcó mi gusto por la música rock y mi interés por tocarla y sobre todo por cantarla. Mi padre, que de joven tocaba en rondallas, me enseño a tocar la guitarra con 13 años. Con 15 conocí a Ramón Bravo, un tío que tocaba guitarra solista, que quería hacer un grupo de rock y además tenía local de ensayo en una buhardilla encima del taller donde su padre fabricaba lapidas para tumbas en la Av. de Daroca. Con José y Emilio (batería y bajo respectivamente), dos chavales del barrio de Quintana, formamos el grupo 'Los Diabólicos' y entre las cruces se nos oía versionear a Cream, Free, Steppenwolf, Spencer Davis Group, Cannet Heat, Allman Brothers Band, MC5, etc. Una temeridad ¡¡Jajaja!!, pero el grupo no sonaba mal. Nuestra primera actuación fue en la fiesta de fin de curso de mi último año de colegio de bachiller superior y reválida, y dejamos anonadados a más de uno. Nadie se esperaba tal cosa, encima Emilio y yo ligamos con dos tías de impresión. También actuamos en garitos de la época como el Milojuma, o en el Paraíso en San Blas en los que siempre había peleas.

La Elipa parece que era un territorio musical...
¡Sí! Fíjate que en aquella época conocí a Pepe Risi, que vivía como yo en La Elipa, y se pasaba de vez en cuando por la buhardilla para tocar con nosotros.
Con 18 años me fui a la mili y el grupo se disolvió. Al finalizar el servicio militar volví a coincidir con Pepe Risi que estaba ya formando Burning y me propuso entrar en la banda, pero no como cantante que era lo que yo quería porque ya había conocido a Antonio y él iba a ser el cantante de la banda. A Johnny le conocí nada más entrar a formar parte de Burning, ya que en esa misma época mi banda coincidió con Burning en los mismos locales de ensayo en “Papi” en la carretera de Barcelona.

Y entonces...
Decidí formar mi banda propia y con Alfonso Murillo (guitarra solista), Carlos Baby (bajista) y Nono Abalo (batería) nació, en 1974, 'La Banda de Blues'. Una banda muy profesional y con muy buen nivel instrumental.
Hacíamos Rhythm & Blues super caliente y muy tirao palante, tanto en inglés como en castellano, no blues arrastrado. La banda conectaba rápido con la gente y gustaba su directo. En ella desarrollé la armónica totalmente pues era uno de los instrumentos solistas de la banda.

¿Y lo de la armónica, Fernando? Debía ser un instrumento poco común para elegir allá por los 70...
Elegí la armónica como instrumento solista por eso mismo. Nadie la tocaba y era un instrumento que podía dar mucho juego en una banda que hiciera R&B o rock que era la música que quería hacer en aquel tiempo.
Empecé a tocarla ya en mi primera banda con 17-18 años después de un arduo aprendizaje a base de escuchar a músicos como John Mayall. También por llevar la contraria porque nadie tocaba armónica a principios de los 70 en España y eso me animó a hacerlo.

¿Seguiste en contacto con Burning?
En aquellos 70 seguí en contacto con Pepe y Burning y recuerdo haber subido a tocar con ellos en el Parque de Atracciones de Madrid (no recuerdo el año, la verdad, pero sería seguramente en el 76) y también asistir a un concierto suyo en la sala MM, en la Calle Béjar de Madrid, nada más editar su primer single. En MM a mitad de la actuación nos desalojó la policía de la sala, previa petición del DNI, por ser unos rockeros facinerosos... ¡jajaja!
También en aquellos años, segundo lustro de los 70, Pepe subía a tocar con mi banda en algún garito de Madrid donde actuábamos. Hacíamos algunos temas propios la mayoría eran versiones de temas de rhythm & blues y al ser las estructuras las mismas que las del rock & roll no había ningún problema para interpretarlos y añadir ruedas de compases para que Pepe hiciera solos de guitarra en ellos.
Eramos buenos amigos y aunque no teníamos un contacto continuo nos veíamos de vez en cuando. A principios de los 80 perdí un poco el contacto con Burning, supongo que por las circunstancias profesionales y personales de cada uno.

¿Recuerdas como era el setlist del concierto de Burning en el parque de atracciones? Dices que tocaste la armónica con ellos, ¿en todos los temas?
Recuerdo que toqué en varios temas que eran versiones de clásicos del rock como “Johnny B. Goode” tema que siempre ha acompañado a Burning. Pero fue un concierto raro porque duró una hora o poco más con un descanso de 10 minutos a los 30 - 35 minutos para que la gente consumiera bebidas. Así lo tenían programado los del parque de atracciones. Sería porque era verano, hacía un calor de la leche y las gradas estaban a pleno sol, ya que la actuación empezó a las seis y media de la tarde.

Háblanos más de tu carrera como músico, ya mencionas los “temidos” 80... ¿Qué fue de Fernando el músico en aquella década?
En 1982 mi grupo 'La Banda de Blues' fue contratado para actuar en las fiestas de San Isidro de Madrid. El día de la actuación salíamos a escena en último lugar, a las 12 de la noche, y después de que actuara una banda llamada 'Brass' que hacían soul y temas de Blood, Sweat & Tears. Sonaban de la hostia los tíos, con una sección de metales que era una maravilla. En esa actuación habíamos incorporado un batería nuevo, Chema Gonzalez, porque un mes antes nuestro batería se había ido a vivir fuera del país. Ya conocía a Chema de antes, soberbio batería que tocaba todos los palos y un fenónemno haciendo jazz - rock. Con un mes de ensayo subimos a actuar con el convencimiento de darlo todo porque el grupo anterior había elevado mucho el listón y encima ante 30.000 personas, figúrate...
Después de dos horas de set tuvimos que hacer otras dos y cuarto de bises, cuando queríamos bajarnos del escenario la gente nos pedía otra y otra... teníamos que volver a salir. Cuando al fin cerramos el concierto nos abrazamos como si hubiésemos alcanzado el cielo, absolutamente increíble e indescriptible la sensación de gozo por lo que habíamos hecho. ¡¡El concejal de cultura que nos contrato estaba alucinado!!
Al año siguiente, 1983, volvimos al paseo de coches del Retiro, otra vez, y cerrábamos de nuevo el día. Antes que nosotros estaba en programa Micky (el de Los Tonys)....

¡Hostiaaa...! ¡Vaya personaje!
¡Si! Se quejó al concejal de cultura diciendo que él era la estrella y que a nosotros no nos conocía nadie, y por tanto debería ser él el que fuese el último. Nos pidió por favor que cambiaramos el orden de actuación y asi lo hicimos.
Cuando Micky estaba tocando la octava canción de su repertorio las miles de personas asistentes al concierto nos estaban pidiendo otra aún. El bochorno que pasó fue apoteósico (risas). Ahí tienes una buena anécdota...
Al día siguiente actuó Banzai, el grupo de heavy del guitarrista Salvador Dominguez. No les pidieron bises.

Fernando, ¿cuándo se forma entonces L.A. Terminal?
Fue en aquel año, 1983, cuando se empezó a gestar la nueva banda 'L.A. Terminal'. Chema González y yo empezábamos a pensar en hacer un nuevo grupo que escalara un peldaño más en la música y que llegara a grabar un disco.
En el 84 lo formamos incorporando a Miguel Angel Rojas “Biberón”, bajista experimentado y profesional y a Javier Vargas guitarra más que conocido. Una noche estábamos tocando en un garito en la Calle de la Palma de Madrid (no recuerdo el nombre) y de buenas a primeras se subió a tocar con nosotros Ignacio Vidaechea (saxo), así como el que no quiere la cosa. De repente vemos a un tío con pinta de Blues Brother sacando un saxo de un estuche que se sube al escenario y se pone a tocar arreglos de metal en los temas que hacíamos. Nos hizo tanta gracia el tío y tocaba tan bien que lo fichamos ese mismo día. Resultó ser un pedazo de músico y una excelente persona con la que siempre te reías. Siempre tenía un chascarrillo para eliminar cualquier tensión.
Alquilamos un local de ensayo en Carabox (donde también ensayaban grupos como Ketama, Ciudad Jardin, Un pingüino en mi ascensor, Radio Futura…) y empezamos a trabajar temas propios sin Javier Vargas. Nos hartamos de que su interpretación fuese un solo de guitarra continuo en las actuaciones que habíamos hecho.
Grabamos una maqueta con cinco temas e incorporamos a Javier Fuertes como guitarra solista, de los mejores de este país, y a Damián Rabal como teclista, aunque posteriormente fue Fermín Villaescusa el que sutituyó en los teclados a Damián, ambos músicos geniales.
Nació así 'L.A. Terminal' con su formación definitiva: Javier Fuertes (guitarra solista y coros), Ignacio Vidaechea, alias “Buho” (saxo y coros), Fermín Villaescusa (piano y teclados), Miguel Angel Rojas, alias “Biberón” (bajo y coros), José Maria Gonzalez, alias “Chema” (batería y coros) y yo (voz, armónica y segunda guitarra).
Un sexteto que hacia AOR con influencias de rock clásico, rhythm & blues y westcoast, con temas propios en castellano, buenos arreglos de metal e instrumentales y con la idea clara de plasmarlos en un disco.

¿Llegásteis a grabar?
La discográfica de 'El último de la fila' se interesó en editar el producto pero en condiciones muy leoninas y declinamos su oferta. Polygram estuvo dos meses pensando en sacarlo pero no sabían como promocionar un grupo de tios de más de 30 tacos que hacia música adulta y de calidad en plena movida madrileña de grupos como Radio Futura, Alaska y los Pegamoides, Gabinete Galigari, Glutamato Ye-Ye, etc, que aunque no tocaban una mierda eran la moda. No tuvieron los cojones de apostar por la música en vez de por la imagen.
Posteriormente llegamos a grabar con una independiente de Antequera (Málaga) llamada Cambaya Records, que por falta de presupuesto no finalizó la edición del disco.
Eso sí en aquellos años, segundo lustro de los 80, no paramos de tocar en innumerables garitos de Madrid y de fuera. Algunos semana sí y semana no, sitios míticos como Café del Mercado, Vientos, Bwana, Bambu, Honky Town, Comix, Ya’sta, San Mateo, King Creole y alguno más como Manivela.

El mítico pub de la Elipa al que iba Risi...
¡Ese mismo! El antiguo dueño del Manivela Antonio Támara (Maxwell para los amigos) estuvo buscándonos hasta encontrarnos para que actuásemos en su local. Curiosamente estaba en la zona de La Elipa donde vivía Pepe Risi que muchos días se pasaba por allí con su mujer Marifé a vernos y a tomar una copa juntos, y retomamos así el contacto que habíamos perdido un poco.

¿Y empiezas a colaborar con Burning entonces?
El primer disco en el que participe con Burning fue “Regalos para mamá” en el año 1989. Pepe Risi me llamó para decirme que había pensado meter una armónica en un tema y que si quería colaborar con ellos. Indudablemente le dije que lo haría encantado y grabé el tema “Como un huracán”. Ahí empecé una fructífera colaboración con el grupo, totalmente desinteresada sólo por la amistad que me unía a Pepe que volvió a llamarme para grabar con ellos el disco “Burning En Directo” en Diciembre del 90 y editado en el 91 y en el que intervinieron como invitados Rosendo, Los Secretos, Sabina, Miguel Rios, Loquillo y Antonio Vega.
En el 92 Burning realizó una grabación con una unidad móvil en su local de ensayo en La Factoría en la que intervine en un par de temas pero que no se editaron ese año, desconozco el motivo. Una lástima porque lo que recuerdo haber oído estaba muy bien. Espero que algún día vea la luz.

Debió ser el “Miéntelas versión country” que acabó saliendo en 'Sin miedo a perder', ¿recuerdas el título del otro tema?
La verdad es que no recuerdo el nombre del segundo tema que grabé. De hecho no recordaba ni como se llamaba el tema que aparece en “Sin miedo a perder” hasta que tú me has refrescado la memoria.
Fui un par de tardes a La Factoría para grabarlos y estaban todos Pepe, Johnny, Edu, Carlos y Nacho, que era el batería en aquel entonces, para ensayar un poco los temas juntos antes de grabarlos, pillarles el swing y ver en qué parte/s de los temas encajaba mejor la armónica.
En el 93 otra vez Pepe me llamó para que grabase con ellos en el disco “No mires atrás” y puse mi grano de arena en “Weekend”, “Ojos de ladrón” y “Las chicas del Drugstore”. Nos lo pasamos muy bien en la grabación, habia un ambiente fenomenal. Nuestra relación era muy buena y nos apreciábamos mucho. Actué con Burning después de la grabación en la sala Argentina de San Blas en Madrid. También lo hice con mi grupo.

O sea que 'L.A. Terminal' seguía en activo...
Durante todo ese tiempo mi banda seguía haciendo un directo contundente y de gran nivel instrumental. A pesar de los avatares que nos impidieron plasmar nuestra música en un disco nos manteníamos unidos porque había trabajo y hacerla en directo era una satisfacción personal para todos. A partir del 95 empezaron a cerrar muchos sitios en donde anteriormente habíamos actuado y el rock empezó a estar proscrito por la radio, la TV, las discográficas …
A partir de ahí decidimos de común acuerdo dar por finalizada nuestra relación profesional; no tenía sentido trabajar en algo que no se podía mostrar. La relación de amistad continúa a día de hoy porque la música creó un vínculo que durará siempre.

Cuentanos algo más de la actuación de L.A. Terminal en TV. ¿Cómo surge? ¿Quién os llama? ¿Tuvo repercusión?
Nos fichó para actuar en TV el director de programas en aquella época. Nos vio tocando en el Café del Mercado, le gustó mucho el concierto y nos propuso grabar para un programa que emitían en aquella época con actuaciones de artistas no conocidos y en directo. El programa de llamaba 'El Salero' y nos pagaron 150.000,- pesetas por grabar dos temas. Se emitió en Marzo del 91.
Repercusión a nivel de compañías discográficas no tuvo. A nivel de fans y amigos mucha. Y digo fans porque había mucha gente que se recorría los garitos donde tocábamos para vernos. Era curioso ver las mismas caras en diferentes sitios. De hecho alguno y alguna llegaron a ser amigos nuestros.
¿Pensaste en iniciar otro proyecto?
El nivel musical e instrumental de la banda era tan elevado que realizar un nuevo proyecto a la misma altura era prácticamente una quimera. No sólo se trataba de encontrar a músicos-instrumentistas de alto nivel sino además que coincidieran en el mismo gusto por la música a desarrollar con el hándicap de que ni por asomo se podría editar a finales de los 90 un disco de música de calidad hecha para adultos. La mediocridad, lo comercial y la imagen era y sigue siendo el negocio de las discográficas.
Con gran satisfacción abandoné entonces la música profesional ya que el matrimonio que había experimentado con L.A. Terminal no podía ser superado por ningún otro posterior. Ese mismo sentimiento a quedado en el resto de sus componentes que en su mayoría han seguido trabajando como músicos de otros artistas.
No obstante eso no me impidió realizar colaboraciones con otras bandas.

Y poco después se nos fue Risi.
Sí... en el 97 falleció Pepe Risi, una desgracia que sentí enormemente. Pensé que mi relación con Burning había llegado a su fin y quizá también Burning como banda pero Johnny tuvo el acierto de mantener viva la llama de su música de lo cual siempre me he alegrado. Me alegro de que después de cuarenta años puedan seguir ofreciendo su música con total honestidad.

De hecho Johnny vuelve a pedirte que grabes con él...
En el 2002 me vino a buscar para que grabara con ellos un tema en el disco “Altura” y me emocionó que Johnny contara conmigo de nuevo. “Desde el pantano” fue el tema y quedó genial. Lo grabamos en el estudio de Jaime Arsua (guitarrista de Alarma).
Después hicimos juntos la presentación en directo del disco para la prensa en el Chesterfield Café y la presentación para el público general en la sala El Sol de Madrid. Dos conciertos de excelente recuerdo. Y también la grabación en directo del programa Los Conciertos de Radio3 de TVE. Mi relación con Burning siempre fué una relación de amistad y afecto hacia Pepe y Johnny y después hacia Edu, Carlos y Cacho y mis colaboraciones siempre desde el respeto a su música, como así lo hice con otros artistas.

¿Recuerdas alguna anécdota o algo de cómo transcurrieron las diferentes sesiones con Burning?
Anécdotas no hubo pero si muchas risas y buen rollo en todas las grabaciones. El disco “Altura” se grabó directamente con ordenador. La mesa de mezclas era ya virtual.

¿Qué ha sido de tu carrera artística? ¿Sigues en la música? ¿Tienes algún proyecto nuevo?
Como te digo, decidí poner fin a mi carrera en la música cuando L.A. Terminal dejó de existir.

¿De dónde salen los nombres de los diferentes grupos que tuviste?
¡Ja,ja! Buena pregunta. El de mi primera banda. 'Los Diabólicos' nació del entorno donde ensayábamos. Te asomabas a la ventana de la buhardilla y veías cruces y lapidas para tumbas. Que sonara rock entre ellas era algo irreverente y diabólico, de ahí el nombre.
El nombre de mi segunda banda nació simplemente como exponente de la música que interpretábamos. Como hacíamos rhythm & blues pues 'La Banda de Blues', así de fácil. Curiosamente en aquella época había una banda inglesa formada por Paul Jones, Tom McGuinness, Dave Kelly, Gary Fletcher y Rob Townsend que se llamaban The Bues Band y hacían lo mismo que nosotros.
El nombre de 'L.A. Terminal' se nos ocurrió a Chema y a mí por haber llegado a culminar el proyecto de la banda que queríamos hacer. El lugar al que llegas después de un viaje. En todos los sitios nos anunciaban como “La Terminal” o “Terminal”, pero la puntuación después de la L y la A encerraba las palabras Los Angeles. Un guiño al estilo aor/westcoast...

¿A qué dedica Fernando Fernández ahora el tiempo libre?
Sobre todo a seguir disfrutando de la música que me gusta, tanto en lata como en directo, hecha por músicos viejos y con solera y otros más jóvenes pero con gran nivel y ahí va una muestra: 'Find Me', 'Blood Red Saints', 'Champlin Williams & Friestedt', 'FM', 'House Of Lords', 'Jim Peterik & Marc Scherer', 'Last Autumn’s Dream', 'Newman', 'Praying Mantis', 'Toto', 'Revolution Saints', 'Khymera', 'Art Nation', 'C.O.P', 'Care Of Night', 'Work Of Art', y sólo por mencionar algunos de los mejores discos de rock/AOR/westcoast editados en 2015. Seguro que muchos son desconocidos para la mayoría pero os aseguro que merece la pena disfrutar de su música tambien. En Youtube tenéis todos sus videos promocionales y podréis juzgar.

Hace un momento te he oído hablar de tus nietos con un vecino del barrio, ¿saben que su abuelo tuvo varios grupos, que colaboró con los más grandes y que salió actuando en TV? ¿qué te dicen?
Sí, además de dedicar mi tiempo libre a escuchar mucha música también se lo dedico a ellos ahora, es muy gratificante su compañía, poder jugar con ellos y enseñarles como es el mundo que les rodea de manera lúdica y tratando de preservarles de aquello que les pueda influir negativamente como personas cuando sean mayores.
engo un nieto de 2 años de mi hijo al que le encanta la misma música que a mí, porque es también la que le gusta a él. Ya me encargue de educarle el gusto, jajaja.
De mi hija tengo 2 nietas, una de 3 años que es un torbellino y otra de 6 que es una princesa. La de 6 años (Idún se llama) empieza a ser consciente de que su abuelo era cantante y ya ha escuchado mis grabaciones y ha visto la grabación de TV, pero aún son muy pequeños para que entiendan hasta donde pudo llegar la faceta artística de su abuelo.
La música me ha dado mucho y también mi familia. Si pudiera ahora elegir otra vida volvería a elegir la que he tenido.

Muchas gracias, “Terminal”...
Hablar con vosotros ha sido un placer y espero que también lo haya sido leernos para los seguidores de Burning.
_____________________________________________________________
Estas son las colaboraciones de Fernando Fernández “Terminal” en su carrera discográfica:

Con BURNING
Regalos para mamá (1989) - Tema : Como un huracán

Burning En Directo (1991) - Temas : Como un huracán y Johnny B. Goode

Grabación (1992) - 2 temas. Miéntelas (versión country) y otro título desconocido.

No mires atrás (1993) - Temas : Weekend, Ojos de ladrón y Las chicas del Drugstore

Altura (2002) - Tema: Desde el pantano

Con MIGUEL RIOS
Miguel Rios (1989) - Tema : Una raya más)

Con ESTE O ESTE
Este O Este (1991) - Tema : Mississippi Line

Con MODESTIA APARTE
Historias sin importancia (1991) - Tema : Dos amigos



Carlos Rodríguez Duque

Saturday, February 13, 2016

Hoy hace diez años.


No fue porque su pick up le hubiese dado el enésimo problema ni porque acabase de pagar $360, ni tampoco porque estuviese bastante perdido en general con aquel programa de enseñanza Montessori, no. Marcos tuvo una sensación extraña cuando la empleada del Whataburger le llevó su hamburguesa y retiró aquella pieza de plástico naranja con un número siete en blanco.
Estaba algo desorientado... no sabía a quién se le había ocurrido la idea de cambiar de bar para ir a jugar las partidas de los lunes. En su eterno cansancio y somnolencia aquellos días no comprendía qué tenía de especial trocar un bar con mesas de billar gratis los lunes por otro en el que había que pagar para jugar. Tampoco sabía porqué aquella hamburguesería pero pensó que sería un sitio tan bueno como otro cualquiera para cenar mientras hacía tiempo; estaba cerca del taller donde acababa de recoger su coche y también del bar en el que iba a econtrarse con Joaquín y Torcu. Para añadir más caos a aquella tarde de lunes se rompía la costumbre de cenar después de las partidas.
Marcos tenía una extraña costumbre que ponía en práctica desde adolescente sin saber (tampoco esto) el porqué: como si fuese un estratego preparando sobre el mapa la disposición de sus tropas, siempre se sentaba en un sitio desde el que pudiera ver con claridad la puerta en una línea recta lo menos imperfecta posible. Y ocurrió una vez sentado exactamente donde quería, que mientras masticaba aquella carne de algo disimulada con finísimas rodajas de tomate, cebolla y lechuga entre pan, vio acercarse a la puerta a un hombre que llevaba puesta en la cara una máscara de hockey. No le dio tiempo a pensar qué tipo de espéctaculo era aquello, enseguida el enmascarado levantó la mano que sujetaba una pistola y gritó con un marcado acento de Luisiana: ¡Qué no se mueva nadie, esto es un atraco! Detrás de él entraron cinco más, algunos se tapaban el rostro con bufandas pero los de atrás iban a cara descubierta.
Dos de los atracadores se fueron a por las cajeras, otros dos entraron en el cuarto de empleados y aquello fue lo último que Marcos vio antes de bajar la cabeza y poner las manos estiradas encima de la mesa.
Para ser una situación en la que nunca había estado mantuvo una extraordinaria claridad mental, mucho mayor que la que llevaba antes de entrar a aquel Whataburger. Su inexperiencia le hizo pensar que quizá los ladrones se marcharían tras llevarse la recaudación, pero no fue así. Uno de los tipos gritó en el comedor a los cuatro clientes que había que sacaran todo el dinero que llevasen encima y a Marcos, de inmediato, le vino a la cabeza el carnet de conducir que tanto trabajo le había costado conseguir y su acreditación como profesor del distrito escolar... Así que decidió sacar la cartera y dejar todos los billetes encima de la mesa para que el recaudador los metiese en el saco e intentar evitar así que se la llevase con todos los documentos dentro.
La sacó muy despacio del bolsillo trasero del pantalón, la abrió, extrajo los $32 que le habían sobrado después de pagar al mecánico y la cena, y dejó dos dedos haciendo hueco en la parte de la billetera para mostrar que no quedaba nada en ella. Aquella había sido una idea estupenda pero no cayó en la cuenta de que a su izquierda, justo detrás de las plantas de plástico que estaban encima del medio muro que separaba el mostrador de pedidos del salón comedor, había otro enmascarado. Un tipo que movido por la curiosidad de no saber exactamente qué hacía Marcos decidió averiguarlo poniéndole el cañón de su arma en la sien.
Aquel frío círculo de metal paró el tiempo. Marcos recordó la frase que un día le dijo su abuela: “hijo, tú vas a morir con los zapatos puestos...” y pensó en que había elegido un sitio muy lejano para ir a morir. Todo aquel polvo de pensamiento se esfumó cuando en forma de soplido le llegó un “¿Qué estás haciendo?” que le devolvió a la vida.
- He puesto todo el efectivo encima de la mesa, no os llevéis mis documentos por fav...
No le dio tiempo a acabar la respuesta. No le hizo falta una señal, él mismo pensó que había hablado demasiado, que se había crecido y que el quinqui aquel le iba a volar la tapa de los sesos. Sin embargo, lo que escuchó no fue a la muerte escupiendo un disparo sino un extrañamente amigable:
-Ah, vale...
El del saco pasó por las mesas como un huracán, barrió con su huesudo y negro brazo el dinero que había encima de la suya cuando Marcos era incapaz de distinguir ya si el cañón de la pistola seguía pegado en su sien. En lo que él pensó que habían sido segundos aquellas sombras desaparecieron más rápido de lo que habían entrado. De inmediato dos trabajadoras corrieron a cerrar las puertas del local por dentro como parte, probablemente, del protocolo para aquellos casos.
Una empleada comenzó a llorar de miedo y rabia y se lamentaba en español. Marcos alzó la vista y vio como la pareja que comía en una mesa a su derecha seguía debajo de ella y como el chico buscaba algo, giró la cabeza y miró al cliente del gabán de cuero negro sentado solo como él; tenía la vista perdida y parecía estar a punto de desmayarse quizá por la tensión, pensó en su ignorancia.
Marcos sintió que no le quedaba fuerza, que la sangre no le fluía e instintivamente agarró unas patatas ensangrentadas con ketchup y siguió comiendo mientras pensaba que haber pedido una hamburguesa en lugar de una ensalada no había sido tan mala idea después de todo.
-----------------------------------------------------------------------
Herminia llevaba trabajando en aquel Whataburguer ocho meses. El dinero no sobraba, no pagaban mucho pero no necesitaba tener número de seguro social ni saber inglés para freír patatas o preparar la carne al grill.
Aquel estaba siendo un lunes como cualquier otro, quitando el jaleo de las doce del mediodía todo iba despacio e incluso le había dado tiempo a pensar el daño que aquel hombre les estaba haciendo a sus tres hijos y a ella. Él no era así cuando lo conoció, pero aquella ciudad combinada con la cerveza lo había transformado.
Acaba de poner entre pan, tomate, cebolla y pepinillo el que pensaba iba a ser su último filete del día. La grasa hacía que la redecilla que llevaba para sujetar aquel pelo de Taxco largo y negro tuviese la viscosidad de una medusa y eso le indicaba que ya estaba a punto de llegar la hora de coger el autobús para irse a casa y acostar a sus hijos.
Aquel lunes además de tranquilo había sido también de paga, al día siguiente iría a cobrar el cheque a la casa de cambios y se puso a hacer planes. El martes le tocaría ir a recoger a sus sobrinos al colegio y por fin conocería a aquel maestro nuevo que tenía un acento tan raro y del que su hermana decía que era tan guapo... Y así estaba a punto de terminar su jornada cuando de repente oyó a un hombre gritar. Giró la cabeza y vio una mano negra que sujetaba una pistola del mismo color.
Se echó al suelo y no se levantó de allí hasta que oyó a su supervisora hablando por teléfono con la policía. De inmediato Herminia fue al vestuario y comprobó que se habían llevado su bolso. Salió de nuevo al restaurante y rompió a llorar desconsoladamente, y al poco los sollozos se confundieron con sus gritos de impotencia:
- ¡Pinches morenos! ¡¡Ya cuatro veces en seis meses, yo me marcho de aquí!! ¡¡Ay no, yo aquí no trabajo más!! ¡¡Mi cheque... mi celular...!!
Alzó la vista y vio como un gringo con bigote y gabán negro de cuero la miraba como embrujado y a la izquierda de aquel, otro hombre con aspecto extraño, muy pálido, seguía comiendo absorto como si nada hubiese pasado.
-----------------------------------------------------------------------
Kathy era estudiante de pedagogía en la universidad de Houston y llevaba saliendo con Miguel once meses. Él era empleado a media jornada pero tres veces en semana por las tardes, después del trabajo, estudiaba un curso de contabilidad en un “community college”.
Kathy había tenido una férrea educación católica pero no era por eso por lo que no quería acostarse con Miguel pese a su insitencia, sino porque su anterior novio se había llevado su tesoro, guardado con mimo durante diecinueve largos años. No había sido una experiencia muy agradable para ella principalmente porque el tío se había comportado como un auténtico cerdo. Por aquello y porque no acaba de ver en él a un chico con quien compartir el futuro seguía dándole largas a Miguel, que era un buen muchacho pero nada más que eso.
Kathy no tenía muchas ganas pero aquel lunes una carambola del destino hizo que se pudieran ver un rato y decidieron quedar en un sitio intermedio para ambos: el Whataburger de la calle Chimney Rock.
Pidieron su cena y se sentaron en una mesa para dos, uno enfrente del otro, y allí se pusieron a hablar del domingo y de cómo les había ido a cada uno en su lugar de estudios cuando de repente, justo cuando se metía la mano en el bolsillo de la chaqueta, Miguel vio como un grupo de hombres armados entraban al local al grito de "¡Quietos, u os frío a tiros!" Sus carteras, teléfonos y otros enseres estaban encima de la mesa y por rapidísima recomendación del chico se metieron debajo de ella sin pensar en nada más.
Allí, a cubierto, Kathy empezó a pensar que Miguel le traía mala suerte, que ella debería estar en casa, relajada, con su pijama y las gafas en lugar de las lentillas, viendo la novela con su madre y rellenando el papel que le permitiría ser profesora en prácticas en aquel colegio de HISD, el único del distrito con el programa de estudios ideado por María Montessori...
Cuando oyó que la supervisora del local y otra empleada habían echado el cerrojo de las puertas salió de debajo y comprobó que nada de lo que había dejado encima de la mesa estaba allí ya, excepto los dos grasientos bocadillos de pollo frito, las patatas y los vasos de refresco. Kathy, entonces, decidió que aquella iba a ser la última cita con Miguel.
-----------------------------------------------------------------------
Se habían visto el sábado pero el domingo Miguel trabajó en la tienda de piezas y cosas para automóviles en la que estaba empleado y sólo pudo cambiar unos mensajes de texto con ella durante la tarde. El lunes era su día libre y como sabía que Kathy salía de la universidad a las seis le dijo que necesitaba verla para decirle una cosa muy importante pero le costó algo convencerla. Si no la conociese tan bien hubiese creído que ella realmente no quería quedar.
Miguel era un hombre tranquilo, buen chico, bebía con moderación y apenas había fumado marihuana un par de veces por no quedar mal con aquellos amigos que tuvo en su día. Estaba muy enamorado de Kathy a quien había conocido en una reunión de un grupo de jóvenes de la Iglesia de Santa Ana y enseguida se pusieron a salir. Le gustaba mucho, tenía muchas ganas de intimar con ella pero Kathy rehusaba hacerlo y Miguel empezó a pensar que ella era también virgen y que no ocurriría hasta que no se casasen.
El día anterior le había pedido un adelanto a su jefe y con aquel dinero se fue a comprar un anillo de compromiso que había visto en una casa de empeños. Pagó $150 por él, una fortuna, y como quería darle una sorpresa a Kathy también compró en una pequeña joyería que había dentro de un supermercado una caja elegante de terciopelo azul para guardarlo.
Por la mañana, a pesar de ser su día libre, le había hecho un favor a su jefe y había entregado un motor de arranque para una Chevrolet Silverado del 96 en el taller de aquel mecánico argentino y desde allí se había ido al "community college". Al acabar la clase de contabilidad se metió en su Honda Civic y evitó la 59 porque el tráfico era infernal. Callejeando por fin llegó a Chimney Rock y allí esperó a que apareciese Kathy en el Toyota Corolla de su madre.
Cuando se vieron salieron de los coches, se dieron un beso en los labios y entraron al Whataburger de la mano. Los dos pidieron un sandwich de pollo, patatas fritas y dos refrescos de cola y se sentaron en una mesa para dos por elección de Miguel. Sabía que una hamburguesería no era el mejor lugar pero algo le decía que no debía demorarse más.
Por fin llegaron las bandejas con la comida, Miguel dio un sorbo a su refresco se metió la mano en el interior de la chaqueta y notó la suavidad del terciopelo, puso la caja encima de la mesa y cuando iba a decirle a Kathy que tenía algo para ella unos tipos irrumpieron en el local pistola en mano. Ambos supieron lo que tenían que hacer, sacaron las carteras, las dejaron al lado de los teléfonos móviles y se metieron rápidamente debajo de la mesa.
Miguel quería decirles a los tipos que no se llevaran el anillo, incluso hizo amago de cogerlo pero no lo pudo alcanzar y sintió una impotencia tan aguda que le hizo llorar de rabia por dentro.
Salieron del refugio cuando oyeron a la encargada hablar por teléfono con la policía, los ojos de Miguel buscaron aquella caja azul, en la mesa, por el suelo... incluso, instintivamente, volvió a comprobar el bolsillo interior de la chaqueta pero no estaba. Quizá pedirle matrimonio a Kathy en aquel sitio no había sido buena idea.
Tan positivo como siempre era Miguel se alegró de no haberle comentado a nadie lo que iba a hacer y pensó que en dos semanas pediría otro adelanto, compraría otro anillo y haría las cosas como se tenían que hacer. Al fin y al cabo sólo había perdido dinero.
-----------------------------------------------------------------------
En sus momentos de lucidez Matt no quería y sufría episodios muy intensos de arrepentimiento pero aquello era superior a sus fuerzas. Sentía una especie de fuego que le recorría las venas y que le llevaba a hacerlo, un algo realmente irrefrenable contra lo que no podía luchar.
En la cárcel había recibido de forma voluntaria sesiones de rehabilitación con varios psiquiatras y psicólogos, las medicinas parecieron funcionar pero una vez en libertad era complicado conseguir las recetas de una forma sencilla, había que ir a un psiquiatra y aquello era demasiado en una ciudad nueva para él como era Houston. Había llegado de Dallas (de donde se había marchado al día siguiente de perpetrar su última fechoría) hacía dos semanas y media.
Mientras conducía sin rumbo pensando en aquel adolescente al que había asaltado terminó pasando con su coche por una zona de talleres mecánicos y de reparación de neumáticos donde vio a alguien que lo dejó sin respiración.
Al lado de una Chevy Silverado de color verde un hombre alto y delgado hablaba con un mecánico que le entregaba unas llaves. Matt lo miró de arriba a abajo, se fijó en su barba, en que era espigado y en que iba ligeramente despeinado. Se mordió el labio inferior sin darse cuenta y de inmediato notó aquel fuego y una tensión en la entrepierna que le hizo tener un escalofrío. Abrió la guantera de su Ford Bronco y de ella sacó la botella de cloroformo y un trapo. Apretó el tapón que tenía algo de holgura, los guardó en el bolsillo interior de su gabán de cuero negro y esperó a que aquel hombre joven se subiera en su camioneta y arrancase.
La Chevrolet Silverado giró a la izquierda en Westpark Dr y Matt también. Le daba la sensación de que iba a ser algo más arriesgado que el último asalto de Dallas pero aquella visión lo había encendido. Ese desconocido era su tipo y nada podía salir mal: tenía matrículas y documentos falsos, el haberse dejado barba le ayudaría a no ser reconocido y probablemente aquel chico de Dallas ni siquiera habría puesto una denuncia contra él... ¡qué coño! ¡si se lo estaba pidiendo a gritos cuando lo vio esperando al autobús en aquella parada! Además el cloroformo hacía que todo fuese suave y limpio, no había que golpear y salir huyendo al terminar, ni deshacerse a la carrera de un estorbo ensangrentado... nada podía salir mal. Matt estaba tan excitado que incluso podía oír latir su corazón.
La camioneta verde giró a la izquierda en Chimney Rock y el conductor del Ford Bronco se sonrió porque había podido pasar justo después sin que se le cerrase el semáforo. Tras unos diez minutos de conducción la Chevy verde dio el intermitente para girar de nuevo a la izquierda y meterse en el aparcamiento de un Whataburger.
- Nada puede salir mal- dijo Matt en voz baja volviendo a sonreir.
Dejó que el hombre entrase primero, tras un par de minutos bajó del coche, se acercó a la camioneta verde y le deshinchó casi por completo el neumático trasero derecho. Entró al local y se acercó al mostrador, pidió una hamburguesa con queso y sin pepinillo y se sentó a una distancia razonable de su presa.
Empezó a planear dónde y cuándo lo abordaría. No era un hombre muy corpulento por lo que usar la fuerza física para ponerle el paño en la nariz era una posibilidad muy factible si el plan fallaba. Su corazón seguía latiendo tan rápido y estaba tan inmiscuido en aquellos pensamientos libidinosos que ni siquiera se dio cuenta de que una de las trabajadoras del restaurante de basura rápida le había dejado la bandeja con la comida encima de la mesa.
Abrió el papel, le dio un mordisco al bocadillo y masticó con rapidez mientras seguía pensando en que con la rueda así tendría que parar antes o después, y entonces aprovecharía para detenerse él también y se ofrecería a echarle una mano para cambiarla.
Nada puede salir... y de repente sus pensamientos se vieron interrumpidos por un tío que pistola en mano se puso a gritar: ¡Manos arriba, esto es un atraco!
Matt sabía que lo siguiente que dijese aquel tipo iba a ser que los comensales sacasen lo que llevasen en los bolsillos y después alguno de aquellos negros pasaría a recogerlo todo. Dudó durante un segundo pero finalmente decidió no sacar el 38 especial corto que llevaba encima, eran varios y aquel cargador sólo tenía seis balas.
Dejó la cartera encima de la mesa, puso las manos en alto y bajó la vista. Todo sucedió como habría creído que ocurriría y mientras los atracadores iban recogiendo su cosecha empezó a pensar en cómo escapar de allí antes de que alguien llamara a la policía... Matt tenía que irse antes de que llegasen o entonces tendría dos problemas. Pensó en salir detrás de los atracadores pero quizá creerían que querría detenerlos y recibir un disparo era lo último que necesitaba. Entonces cayó en la cuenta de que en el local había dos puertas. Lo que haría sería marcharse corriendo por la que no usasen aquellos malhechores.
Nada podía salir mal... Cuando notó que ya no había negros en la costa se incorporó con rapidez para salir corriendo pero su gabán de cuero se había quedado enganchado en aquella silla fijada al suelo y le hizo parar en seco. Dio un tirón con fuerza sin resultado aparente y enseguida notó que se mareaba, que la luz se le iba de los ojos... y de forma automática se dejó caer de culo sobre el asiento.
-La botella se ha abierto... la puta botella se ha abierto...- masculló- y mientras pensaba en que ni siquiera recordaba el nombre que había puesto en su documento de identidad falso empezó a oír las sirenas de un coche de policía.
Mr. Blue