Monday, February 29, 2016

Resurrección


Me han preguntado alguna vez el porqué de las elegías y recordatorios de fallecimiento que en estos cinco años he hecho para el Mini rojo. Explicar que te duela la pérdida de algo material y reemplazable es una tarea imposible. Nadie con un mínimo de intelecto entendería una imbecilidad de este estilo pero después de lo que acabo de descubrir se hace necesario porque, paradójicamente, le va a servir de despedida definitiva.

Ya en EE.UU. después de un par de años de estancia muy complicada por falta de madurez, adicciones y taras de origen genético de muy díficil solución, en un momento determinado algo (que aún no he conseguido saber lo que fue) me hizo iniciar un despertar. Un florecimiento tan notable que empecé a eliminar complejos e incluso logré soltarme las cadenas de estupidez que unían mis dos pies por los tobillos.

Comencé a sonreír a la vida y ella a cambio me sonreía más a mí, viví cada hora de ocio como si fuera la última, encontré la felicidad que puede dar una pareja y por primera vez sentí que estaba viviendo y disfrutando el presente, sin miradas al pasado y sin temor al futuro. Tuve la inmensa fortuna de vivir aquel presente durante tres años siendo consciente de ello.

El símbolo de toda aquella felicidad fue un Mini Cooper S de color rojo, mi primer coche nuevo, encargado a capricho y al que, para hacerse más deseado aún, tuve que esperar varios meses. La conducción empezó a tener otro sentido y se sumó a todo aquello tan satisfactorio que se me iba amontonando en la vida. Hasta que me empeñé en ver el sol demasiado de cerca y me dejé vencer por  una prepotencia estúpida basada en el autoengaño de una predicción errónea: la que decía que tendría que marcharme de EE.UU. en 2010. 
Y fue entonces que a la vuelta de unas vacaciones navideñas en España empecé el año rompiendo un corazón que me amaba, después me convertí en un cretino de una crueldad de proporciones inmensurables, fui perdiendo todo poco a poco hasta que un día, después del trabajo y a siete minutos en coche de mi casa, tuve el accidente de tráfico más tonto de la historia y perdí el Cooper. 
A partir de ahí todo fue cayendo en picado. Aunque llevé las cosas con mucha dignidad y llegué a retomar el vuelo unos meses después todo fue ya a un nivel de altitud de felicidad menor y con una velocidad de crucero pre seleccionada para el futuro y no para el disfrutar el presente. 
Llegaron otros coches, cuatro en concreto, y hasta este año ninguno logró llenar el vacío que dejó el Mini rojo.

Han sido cinco años de recuerdo y de homenaje en forma de palabras pero cuando terminé la entrada del mes de enero de 2016 me planteé seriamente la necesidad de dejar soltar ese peso. Tenía que aceptar de verdad y no sólo de palabra que de los errores cometidos es mejor sacar conclusiones que eviten volver a caer en ellos en lugar de lamentarse de por vida. Y un buen día, así por las buenas, encuentro en una página web de compra y venta de Houston un anuncio en el que un tipo de Katy vende un Mini Cooper S de 2009 de color rojo, reconstruído, y con 270.369 kilómetros de historia; más de la mitad de una vuelta al mundo y 160.000 kilómetros más de los que yo he hecho a mis coches en este tiempo. Y sí, el número de bastidor demostraba que aquel era mi Mini. 
En un giro tan irónico como significativo para mi, resulta que el vehículo ha visto más vida que yo y probablemente una mejor establecida que la mía. El Mini rojo ha vivido una existencia paralela que quiero creer que ha sido tan buena y plena como era la mía nada más aparecer en mi vida.

No estaba muerto, estaba de parranda... 





Mr. Blue

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