Monday, January 01, 2007

Adobe, nieve y arrebatos.

15 de diciembre de 2006
Hola, me llamo Dodge Grand Caravan y soy una monovolumen. Hoy me han alquilado un par de tipos españoles que viven en Houston, Texas, donde yo trabajo. Había oído hablar de ellos, un pariente lejano mío, coreano, trabajó para los dos las navidades del año pasado, me avisó de que son jinetes sin piedad con sus monturas, lo que no saben es que mis asientos les van a dar el dolor de cuello más grande que puedan sentir, pero ya lo sabrán, ya… da igual a que velocidad o el número de horas que me conduzcan, me tomaré mi venganza.
El de Madrid tenía cara de resaca, parece ser que salieron el día anterior, y claro, habían quedado en recogerme a las once pero no llegaron hasta la una… En fin el día transcurrió normal, mientras el de Granada, Torcuato, conducía y se tragaba un atascazo en Houston y otro en San Antonio, el de Madrid, Carlos, se iba recuperando de la sed y el dolorcillo de cabeza que presentaba, uno de mis extras es la radio digital Sirius, donde los chicos encontraron la emisora “All Elvis” que les amenizó el camino durante muchas horas, juntos iban descubriendo o comentando canciones del Rey del Rock.
Las millas pasaban y pasaban, seiscientas cincuenta en total, Carlos empezó a ver ciervos muertos en los arcenes de la autopista, no era una alucinación a pesar de que las mentes estaban cansadas; pararon a dormir en Van Horn, un pueblo todavía en Texas. El tiempo era frío, estos ya no tienen conciencia de lo que es eso, llevan demasiado tiempo viviendo en la olla del infierno, en Houston siempre hace calor.
El dueño del motel era un indio de la India, como casi todos, al que despertaron para pedir posada, estaban demasiado cansados para buscar precio y quedarse en el más barato, pagaron lo que les pedió y se acostaron.
Carlos no durmió bien, le despertó dos veces un tren que pasaba por el pueblo, Torcuato durmió como un bendito.
La verdad es que no me puedo quejar, condujeron con prudencia y no me forzaron en ningún momento, así que ese día no les di una dosis extrema de medicina para el cuello…

16 de diciembre de 2006
-Somos las hermanas Angustias y Soledad, nos dedicamos a hacer autostop en las carreteras para después asustar a los conductores desapareciendo en la curva donde nos matamos. Como nuestra prima Olvido estaba de vacaciones en Nuevo Méjico, decidimos ir a visitarla y nos colamos en un descuido de los chicos en su coche. Podemos ser invisibles cuando queremos y en esta ocasión decidimos no dejarnos ver y viajar con ellos sin que se dieran cuenta. Empezaron el día desayunando en el restaurante The Sands, muy famoso porque allí se grabó parte de una película llamada “Los tres entierros de Melquíades Estrada”, en las paredes hay fotos de los actores y actrices en el día de la grabación, el lugar les sorprendió porque es muy auténtico, por cierto yo soy Soledad y en seguida me senté al lado de Torcuato, a quien observé mucho durante este día.
-Hola, yo soy Angustias y pasé todo el día con el del sombrero de vaquero al que vi taciturno y sin ganas de hablar. Los cuatro nos dirigimos al parque natural de Guadalupe Mountains, hicimos una parada en el museo Frijole Ranch donde vimos una casa y una escuela del siglo XIX, en la escuela también vivía la maestra a la que los dueños daban sueldo y vivienda. La guía del museo era también maestra retirada, como estos dos, y conversó amablemente con los chicos, que por suerte ganaron una hora al día porque en el parque hay otro uso horario. Tras un rato de conversación sobre animales, alumnos y condiciones laborales, salieron hacia la cueva de Carlsbad, un sitio que Torcuato tenía muchas ganas de ver.
En ochenta millas sólo se cruzaron con tres coches, cuando mi hermana se lo toma en serio, se lo toma en serio ¿eh? Las montañas les acompañaron todo el camino, Elvis seguía cantado para ellos y por fin llegamos, justo a tiempo para la última visita.
Allí estuvimos más de tres horas, Torcuato no paraba de tomar fotos de esa maravilla natural, las formaciones creadas por el agua son una belleza, el del sombrero de vaquero sufría de las típicas paranoias de poeta barato, imaginaba su mente como esa cueva, llena de cosas bellas pero que por estar sin vida parecen feas, un camino largo que da muchas vueltas y en el que ves cosas que te recuerdan a otras, humedad, sonido de goteo de agua que se acaba haciendo agobiante… el sueño que tenía también debió influir en que estuviese confuso y en ocasiones en estado de semi inconsciencia.
A las 17:30 un avión partía hacia Chicago, se sentó en un banco a descansar y cayó en la cuenta de que la vida no es equitativa para quienes lo dan todo y que todo les llega antes a cuatro mal nacidos como él, se dio cuenta de que si la vida fuese justa tenía que ser él quien estuviese en ese avión y otra persona disfrutando de las maravillas naturales que ofrece este país. Se percató de que todo se paga, antes o después, y normalmente cuando el deudor ha olvidado a quien debe. ¿Ha pagado todo el mundo sus deudas?
Salimos de la cueva, Torcuato feliz por lo que había visto, Carlos feliz por ver la luz del atardecer y respirar aire libre. El granadino condujo todo el día, el que me gustaba a mí seguía silencioso y pensativo, los ciervos atropellados se hicieron parte del paisaje y ya no les llamaban la atención, así milla tras milla llegaron a Alamogordo. Allí sí que hicieron de turistas con poca pasta y llamaron a los hoteles para ver cual era el que les daba el precio más barato, al final el motel Economy Inn se llevó el gato al agua. El manager era un indio de la india, con peluca y gangoso, que les hizo reír varias veces y no por sus chistes precisamente, la naturaleza humana es cruel, ¿verdad Soledad?
-Sí, hermana, este hombre les recomendó un bar cercano, el Palm Side, para tomar unas bebidas; al principio pensaron que era un puticlub, así que se dieron una vuelta por el pueblo, no vieron a nadie joven, ni otro bar, no había nada… así que volvieron y se encontraron un local con una banda Tex Mex que tocaba tan en directo como mal, las parejas eran mezcla de gente de aspecto mejicano, pero probablemente de origen indígena de la zona, con sajones y negros, eso les llamó la atención, eran las dos personas más jóvenes del bar y no bailaron. En aquel momento nos arrepentimos de ser invisibles, me hubiera encantado bailar con Torcuato, como a mi hermana Angustias le hubiera gustado bailar con el otro chico. Se marcharon enseguida, así que las dos decidimos seguir nuestro camino haciendo autostop en la carretera más cercana y nos quedamos mirando como se metían en la habitación del hotel.

17 de diciembre de 2006
El amor es algo bello, que estropeas sin darte cuenta… nonaino naino naino nainonaaa…
-¡Hoooola! Somos los hermanos Delfín y José, quizá nuestros nombres no os digan nada somos el dúo Los Amaya y fuimos los reyes de la rumba durante buena parte de finales de los 70, nos han pedido que contemos como les fue a los viajeros durante este día.
El de Madrid despertó tras una buena noche de sueño, era el cumpleaños de su padre, llamó a casa dos veces pero no pudo hablar con su papá el día en el que cumplía sesenta y cinco años, cosas de la vida, ya sabéis. Ambos desayunaron y salieron por carretera, no te rías Delfín es verdad que salieron por carretera…, hacia el parque natural de White Sand Dunes, otro de los destinos marcados por la ruta que habían preparado e idea de Torcuato. Llegaron enseguida y la inmensidad blanca les recibió con un día sin mucho frío, un desierto albo que llenó de arena los ojos de Carlos y dos bolsas que se llevaron de recuerdo a pesar de que en el parque dejasen bien claro que no se podía llevar tierra como souvenir. Venga Delfín, te toca, que a mi esto de la prosa no se me da…
-Vamos José… allá voy, el andaluz corría desbocado y descalzo, se revolcaba por la arena, saltaba, reía... tenía la sensación de libertad. El Carlos se quitó la camiseta y dejó que los rayos de sol le bañasen. Caminaba, escribía cosas en la arena, se daba cuenta de la fugacidad de la vida que a veces borra cosas como el mar se lleva los castillos de arena que los niños hacen en la playa y otras veces en rocas esculpe otras que nunca se van; corría detrás de Torcuato, la gente, algunos de ellos con chaqueta, le miraba pensando que estaba loco por ir descamisado… pasaron un par de horas muy amenas y se subieron en la furgoneta con dirección al pueblo de Ruidoso, las montañas les acompañaron un buen rato. Carlos llamó a casa por segunda vez y recibió noticias familiares que le dejaron descuadrado, a la salida de Tularosa, otro pueblo de la zona, había un accidente de tráfico que les retuvo casi una hora, en el atasco hicieron la milla número mil. El pueblo de Ruidoso no les dijo nada y no pararon, así llegaron a Lincoln donde visitaron un museo del Oeste, que tenía mucho que ver con Billy The Kid. Les encantó e hicieron fotos magníficas. El pueblo estaba situado en un pequeño valle, era una carreta comarcal que daba a una más grande que a su vez daba a otra pequeña ciudad llamada Carrizazo.
Allí pararon a cenar en un restaurante llamado Four Winds, su aspecto y su acento hicieron que la camarera se fijara en ellos, vaya dos estos dos... amos José, tu turno.
-Pues sí, Delfín, hablaron con ella que les recomendó sitios que ver en su siguiente destino que era Albuquerque, hablaron bastante, de hecho. Ella les preguntó porque les vio con los mapas encima de la mesa, tras la cena y una propina, se marcharon y conversaron sobre las consecuencias de las acciones que uno lleva a cabo, Carlos pensaba en que Torcuato es un gran conversador pero que era difícil llevarle a terrenos profundos y pantanosos. La emisora del rey del rock se repetía así que empezaron con los discos. Escuchaban un cedé de los Stones titulado “Between The Buttons” que le gustó mucho al granadino, pero en un cierto momento de silencio en carretera uno de los dos puso un disco con canciones rumberas y flamencas y ahí es cuando nosotros entramos en acción. El tema número once era nuestro tema número uno “Vete”, al de Madrid, las letras se le clavaban como si fueran alambre de espino, como si Delfín y yo fuésemos en el coche y le cantásemos señalándole con el dedo, para Torcuato la canción significó recuerdos de infancia, el caso es que sonaba ininterrumpidamente y mientras que la satisfacción de uno subía el otro se hundía más.
Llegaron a la ciudad y pasaron por la calle principal que era parte de la mítica Ruta 66, encontraron el hostal Route 66 con mucha dificultad, estaba muy escondido. Dejaron sus cosas y se fueron a dar un paseo pero todo estaba muerto, a Carlos le sentó mal la cena y tuvo mareos, hacía bastante frío, estaban cansados y se marcharon al hostal. La cama del enfermo estaba inclinada pero durmió relativamente bien.
En fin, este fue el día de estos dos payos viajeros, por cierto ahí te dejamos un regalo… las cosas no se hacen así, Carlitos, has aprendido la lección…
Escuchad el tema cambiando la parte que dice mujer por mamón y vacía por vacío… los Amaya se maaaarchan, rumbeando. Aaaaaaaaaaaaaaachili, achili, achili, achili, chili…
http://www.youtube.com/watch?v=3dvIPGZEmW8

18 de diciembre de 2006
El día amaneció con niebla y frío, y yo amenazaba con aparecer y crear algo de caos que se me da bastante bien junto con hacer que los niños se diviertan. Desayunaron en el hostal, fregaron lo que usaron y se marcharon en dirección a Acoma, el paisaje de Nuevo Méjico es rojizo, arcilloso, también dorado de hierba seca. Uno de los dos puso el disco de canciones cubanas y se acordaron de tiempos mejores… llegaron a Acoma, un pueblo de adobe, como gran parte de los que se pueden ver en Nuevo Méjico, en una reserva india. Llegaron a la oficina de atención al turista, un edificio nuevo pero respetuoso con el estilo de la zona, el pueblo indio estaba en la cima de la montaña, subieron en el bus y allí encontraron a otros dos turistas y a la guía que recitaba de memoria y a toda velocidad lo que tenía que contar sobre los orígenes de la misión y del pueblo en sí. Era como llevar un audio tour vivo. Habló mucho de la masacre que los españoles habían llevado a cabo en el siglo XVII. Yo me marché hasta Colorado a hacer unos trabajos, el madrileño se acordaba del Dios con malasombra judío y de la mala sangre española, de los abusos que se llevaron a cabo en nombre de la religión, de que las palabras se tienen que acompañar siempre con hechos. No dijeron de donde eran, por si acaso, lo que les dio pié a unas cuantas risas, tenían miedo a que les hicieran lo mismo que sus paisanos les habían hecho a los indios.
Tuvieron dos opciones, una bajar a donde estaba el coche en furgoneta o por unas escaleras esculpidas en las piedras y que servían de forma de llegar al pueblo hace siglos. Eligieron las escaleras, bajaron despacio, sacaron fotos, se rieron, caminaron relajados... se fueron de allí en el coche y de camino pararon en un cementerio sin nombre que estaba al lado de la carretera, Carlos abrió la puerta y paseó, se fijó mucho en los cuervos que volaban por allí, en las lápidas de piedra blanda a las que el tiempo había borrado los nombres y fechas, cruces de madera, flores de plástico, los montones de tierra marcaban donde estaban enterrados los difuntos, Torcuato tomaba fotos y otra de esas cosas increíbles que le pasan al tonto del sombrero, dio con una cruz de madera que tenía un nombre que le heló la sangre.
Volvieron a la furgoneta, y pararon en la misión de Santa Ana para unas fotos, de allí se marcharon a hacer otro tramo de la famosa Ruta 66, al principio les decepcionó algo, de hecho pensaron en dejarla y coger la autopista 40 que les llevaría antes a Santa Fe, se les iba la luz del día pero dieron con un puente de metal, el del Río Puerco, y un pueblo con tres casas que merecieron la pena, después a la 40 y hacia la capital del estado. El andaluz hablaba de que habían visitado la necrópolis más pomposa del mundo, en la Habana, y la más pobre, le contó al de Madrid que él mismo tuvo que cavar una fosa para enterrar a su tío y el de Madrid se convirtió en estatua de sal. Buscaron un hostal por teléfono, el Santa Fe International Hostel, donde encontraron una amalgama de personajes “anasás”: místicos, ateneístas, espiritistas… tenía un magnífico salón común con piano, guitarra, ordenadores… y una cocina aún mejor. El de Madrid se había llevado una botella de ron y se tomó un cubata mientras escribía en su cuadernito poesías y pasaba a él otras que tenía sueltas, y leyó un ímeil que le revivió la paz de espíritu. Torcuato se sintió mal y se acostó; hacía mucho frío, pero yo seguía ocupada en otros estados más al norte. Por cierto aún no me he presentado, me llamo Nieves y les voy a seguir contando cosas de estos chicos.

19 de diciembre de 2006
Desayunaron de forma copiosa y se marcharon a la oficia de turismo de Santa Fe, después visitaron la Misión de San Miguel, (donde Carlos se sentó unos minutos a regañar a Dios, tocó una campana y compró una medalla de la Virgen de Guadalupe por un lado y el niño de Atocha por otro), la casa más antigua de Santa Fe, la capilla de Loretto donde hay una escalera de caracol que tiene una historia bonita: está construida sin usar ni un solo clavo, el tipo que la hizo se marchó una vez terminada sin cobrar por su trabajo y nunca más se volvió a saber de él. Ya no es un templo es un museo privado que se puede alquilar para bodas, Carlos se quejó de ello y Torcuato de que los adornos navideños estropeaban sus fotos; también vieron el hotel más antiguo, La Fonda, pasaron por la catedral de gótica de San Francisco de Asís, donde conocieron a una mujer, Emilia, que era descendiente directa de españoles, como mucha gente en Santa Fe según nos contó. La mayoría de los edificios estaban hechos de adobe o de materiales nuevos que lo imitan, les dejó impresionados, tras la típica foto de crucifixión de Carlos (una constante en cada viaje desde enero del año pasado) en la Cruz de los Mártires, se marcharon a Chimayó, y yo empecé a hacer acto de presencia.
De camino pararon en un pueblo muy pequeño llamado Cumayo donde vieron calaveras y cuernos de ciervo secándose en un tejado de una casa; el frío se iba haciendo más intenso, yo me dejaba ver más. Llegaron a Chimayó, donde hay dos iglesias preciosas. Torcuato se fue a sacar fotos al santuario de Nuestro Señor de Esquipalas y Carlos se quedó haciendo una petición en la capilla del Santo Niño de Atocha, allí le dijeron que el párroco de la zona es español y se marchó a hablar con él. Casimiro Roca, catalán, con más de cincuenta años de servicio en la zona y cuarenta de nacionalidad norteamericana, tras un rato de conversación recogió arena milagrosa del templo y se marcharon con dirección a Taos, otro pueblo indio. La carretera no era muy buena y yo ya estaba por todas partes, eso les ralentizó, también un jefe indio que conducía su Ford Escort a quince millas por hora sin que tuvieran opción a adelantarle.
Llegaron al poblado a las 15:58 y no pudieron visitarlo, así que se quedaron a dormir en el pueblo, pasaron por el supermercado Wal Mart donde no encontraron comida (imaginad un DIA donde no vendan cosas de comer) les sorprendió que sólo pudieran comprar agua, galletas y patatas fritas. Se dirigieron después al hotel, yo seguía mostrando mi blanca piel y los chicos llegaron a ver tres grados bajo cero en el termómetro del coche. Tras una ducha y algo de descanso se marcharon al bar “The Alley Cantina” donde encontraron música en vivo buenísima (Carlos se acordó de lo que tiene que escuchar en Houston), billar y la sonrisa y las miradas de una delgaducha rubia que se acabó marchando con su amiga. Los chicos se fueron a dormir.

20 de diciembre de 2006
Desayunamos en el hotel Indian Hills Inn, y como dos putos españoles que somos, lo hicimos para dos días. Nevó mucho aquella noche, Carlos salió primero por la mañana y me dijo que el coche estaba totalmente cubierto. Después de desayunar y de que éste se preparara (en esto es como una tía, el tío…) nos fuimos a toda pastilla a ver el pueblo indio de Taos, llamé por teléfono y me confirmaron que a pesar de la nieve se podía visitar. Llegamos y nos encontramos carteles de que todo estaba cerrado, yo ya me mosqueé con el tema, preguntamos en la oficina y nos dijeron que todavía no habían quitado los carteles de la noche anterior y que nos hacían un precio especial de $15 por los dos, todavía tienen que estar riéndose de nosotros, los cabrones. El pueblo estaba lleno de perros que se te acercaban para que les dieras de comer, aparcamos el coche y cuando estábamos preparándonos para salir vemos a un imbécil que se pone a hacer trompos con su todoterreno y atropella a un cachorro, que quedó tendido en el suelo temblando y echando sangre por el hocico. Carlos no veía al perrillo, pensaba que había sido uno grande que salió de debajo del coche, el conductor salió, cogió al cachorro y lo tiró al lado de una cerca. Como dijo el madrileño: eso es morir como un perro. Me dio mucha pena y pensé mucho en ello durante el resto del viaje.
Había tanta nieve que apenas se podía caminar, unos indios quitaban con pala la de la entrada de la capilla, lo único que pudimos ver junto con el cementerio, así que nos marchamos enseguida.
La carretera 64 era blanca, teníamos cinco grados bajo cero, y el de Madrid me pidió la licencia musical de poner a los Chunguitos. Se veían viejas camionetas del tipo pick up, íbamos camino a Durango, Colorado y en un cierto momento cambiamos, paramos para que él condujera y entonces vi algo que me dejó loco. Carlos sacó un libro de color verde donde llevaba meses escribiendo cosas y le prendió fuego en el arcén nevado de la carretera, había estado pasando cosas a otro cuaderno pequeño, pero no entendí como algo en lo que había puesto empeño iba a acabar hecho ceniza. No lo pude evitar le saqué una foto y le pregunté: Pero… tú… ¿Cómo estás tan loco, tío? Unos caballos miraban también con atención, como diciendo: están locos estos humanos. Apenas vimos a nadie en la carretera sólo un quitanieves y algún que otro torpe conductor norteamericano al que adelantaba como un cohete, americanos a mí… pues sí que… íbamos subiendo el puerto y la temperatura caía: seis, siete, nueve, diez grados bajo cero… de repente una vaca mete su cabeza en la carretera, Carlos la esquivó muy encima, probablemente no la vio hasta que no estuvo cerca, pasábamos por pequeños pueblos con nombres como Blanco, Bondad… paramos a hacernos una foto en la oficina postal de Blanco, nos estábamos metiendo en el estado más castigado por la nieve, no paró de nevar hasta que llegamos a Bloomfield. Paró, pero después hacía un frío intenso, por suerte encontramos un motel barato donde dormir, Spanish Trails & Inns. Dejamos los bártulos y nos marchamos a cenar a un sitio llamado Olde Tymer's Cafe, la camarera era un bombón que nos preguntó de dónde éramos y nos dijo que ella estudiaba para enfermera y que quería viajar también, le comenté dónde echar una cerveza después y nos recomendó El Rancho. Allá nos fuimos y vi a Carlos con cierta desgana, ni siquiera quería jugar al billar, apuramos la cerveza y nos marchamos al hotel, en la tele ponían la "Leyenda del indomable" con Paul Newman, yo me dormí enseguida y según me contó al día siguiente, el loco la vio entera y después tuvo pesadillas… estos jóvenes….
Torcuato Sánchez Garzón

21 de diciembre de 2006
Soy el general Hiver, a las 7:45 del jueves los chicos se encontraron el regalo de tener once grados bajo cero, era el cumpleaños de Torcuato y el día de mi entrada triunfal en el hemisferio norte. Decidí regalarle eso, un poco de frío polar, las botellas de agua que tenían dentro del coche estaban hechas una piedra. Tras la primera ingesta alimenticia del día los dos soldados rasos se dirigieron al parque natural de Mesa Verde, en la carretera veían los ranchos cubiertos de nieve mientras escuchaban música country. Llegaron al parque y allí les atendió un guarda muy simpático llamado Sean Duffy, lógicamente de origen irlandés, no sé qué pasa que todo el mundo quisiera ser irlandés menos el soldado Rodríguez Duque. La visita guiada, era en hora y media, así que se fueron a ver otras partes del parque para hacer tiempo, vieron un lobo, ciervos, pavos salvajes, cruzaron a pie caminos cerrados al tráfico, vieron antiguos asentamientos indios … después volvieron al Spruce Tree House. Allí les enseñaron las casas que los indios habían construido en las partes de la montaña que les resguardaban del aire y del frío, de ataques de tribus enemigas… grandes estrategos, sí señor, pero aquello fue muy temporal, pronto dejaron el campamento de invierno y se marcharon a otros sitios, dejando sus casas de piedra para disfrute de turistas. Los chicos sacaron unas fotos magníficas, hacía frío pero brillaba el sol y la combinación de luz y de colores era espectacular. Se marcharon después de hablar un buen rato con el guarda que les recomendó pasar aquel día un paso de montaña que iba a cortar una de mis compañías. El sitio se llama Wolf Creek y la compañía “Nieves”, bajo mis órdenes, tenía intención de tomar la posición y cerrarla durante quizás varios días.
La bajada del puerto se hizo muy complicada, el soldado Sánchez Garzón demostró el magnífico conductor que es, niebla, nieve helada… pudo con todo. El cuentakilómetros marcó la milla número dos mil (tres mil doscientos kilómetros), pasaron aquellas Termópilas particulares y llegaron a Alamosa con diecinueve grados bajo cero. El motel Valley Inn les esperaba, también un bar llamado Bank Shot, donde al soldado Rodríguez le llamó la atención que la música que sonaba era de una emisora de radio de música heavy. Después se hicieron una foto con un tractor John Deere que estaba lleno de luces navideñas…

22 de diciembre de 2006
Me llamo Fortuna, algunos dicen que soy una diosa y otros que soy una puta, no suele haber término medio. Estos dos desagraciados se levantaron con una temperatura de veinticuatro grados bajo cero, y se marcharon con dirección al parque natural de Great Sand Dunes, el río Grande estaba congelado, eso llamó mucho la atención del del sombrero de vaquero. Llegaron al parque y el paisaje era extrañísimo, unas dunas de color marrón que ocupaban todo lo que les daba la vista cubiertas de nieve, se pusieron a caminar, enseguida Torcuato cogió un ritmo que la capacidad pulmonar del otro desgraciado no pudo soportar, y allí se quedó escribiendo cosas en la arena de las dunas, mientras que el granadino caminaba y caminaba. La luz que reflejaba la nieve quemaba la vista así que Carlos decidió bajar a donde estaba el coche, no cayó en la cuenta de pedirle las llaves a Torcuato pero claro la culpa me la llevé yo. Caminó y caminó por los alrededores, pensando y pensando, ¿Por qué la rueda de la fortuna gira al revés para mí? se preguntaba el muy gilipollas.
Mientras uno coronaba la duna más alta y allí se sacaba las fotos de la victoria, el otro fumaba un cigarrillo de la Victoria al lado del coche, hacía seis grados bajo cero, calor en comparación de lo que habían soportado por la mañana. Llegó el descenso, se encontraron y vieron las fotos, se metieron en el coche y con la compañía de la cordillera de Sangre de Cristo Mountains se dirigieron hacia el parque de Garden of the Gods, de camino pararon en el Gorge Bridge, el puente colgante más alto del mundo, sesión de fotos, frío, risas a cuenta de unos japoneses, conversación sobre alturas y vértigos... El puente me dio respeto hasta a mí… dejaron el lugar e intentaron cenar en un sitio que ofrecía hamburguesa de alce, pero hice que se cerrara para que el tonto del sombrero distinguiera lo que es verdadera suerte, que yo otorgo de manera caprichosa a quien me parece, y cosas que uno se busca, creo que aprendió la lección al día siguiente. Llegaron de noche a Colorado Springs y decidieron ir al parque que iban a visitar por la mañana, lógicamente no pudieron ver nada. No tenían información de la ciudad, el centro de atención al turista estaba cerrado y acabaron en una parte del pueblo muy bonita llamada Old Colorado City. Dejaron las cosas en el hotel y se marcharon a tomar unas cervezas, la decoración del primer bar, Meadows Muffin, era preciosa, carros colgados del techo, antigüedades, buen ambiente en general. Una cantante folkie hacía lo posible por amenizar, tenía buena voz pero el folk es el folk y claro... Había un cuadro de una pin up desnuda que trajo quebraderos de cabeza a Carlos, le recordaba a alguien. En el segundo bar, donde también había una decoración especial y una banda que sonaba muy bien (otra vez surgió la historia de la música en vivo en Houston, tan sobada ya en conversación…), el Thunder & Button, en el que sucedió que una camarera era EXACTAMENTE igual a la señorita Guijarro, tan parecidas que Carlos tuvo que mirar dos veces y asegurarse de que no era ella. Poca conversación más, se marcharon al hotel sin saber que son los cabrones con más suerte del mundo y de enseñarles esa lección me encargaría yo al día siguiente.

23 de diciembre de 2006
Mi nombre es Mary Jane y trabajo de camarera de sala de desayuno en el hotel Travelodge de Old Colorado City, el día veintitrés observé como un par de extranjeros desayunaban y se llevaban desayuno en una mochila pensando que yo no los veía… ¡Qué gente! Se marcharon en dirección al parque Garden of the Gods, después de que el del sombrero llamase por teléfono a alguien y entrase a recepción con la cara descompuesta. Allí estuvieron horas y horas, haciendo todo tipo de senderismo, subiéndose a rocas, admirando el paisaje, corriendo, saltando… el último sendero se les resistía, no había forma de encontrarlo pero al final dieron con un sitio donde aparcar el coche y se fueron a ver las rocas llamadas “Hermanas Gemelas”. Tras una media hora, regresaron al coche, Torcuato se subió a conducir y Carlos vio un montón de cristales negros tirados en el suelo. Habían roto la ventanilla del coche, y llegó el bajón.
Esto es lo que sé de su día, yo ya había hecho mi trabajo y me marché a descansar.
-El resto se lo puedo contar yo, soy el oficial Shiver y trabajo en la comisaría de Colorado Springs, a eso de las 15:30 atendí una llamada para hacer una denuncia de un robo en un vehículo, eran dos chicos extranjeros, el que habló conmigo se llamaba Carlos e informó del hurto de una chaqueta marrón de la marca Quiksilver, una sudadera con capucha marca Dickies y una mochila marca Levi's con las llaves de su casa, las agendas telefónicas, una radio tipo transistor de la marca Sony y un libro de poesía en el que llevaba trabajando siete meses, además de una foto y algunos lápices y bolígrafos, todo ello con un valor sentimental incalculable. De su amigo informó del robo de una bolsa para cámara de fotos de la marca Samsonite con las tarjetas de memoria dentro. Tras estar en la oficina del parque donde les pusieron un plástico en el cristal y rellenaron algunos formularios, se acercaron a la comisaría a recoger el papel de denuncia y allí, casualidades, me los encontré justo cuando yo me iba a casa al acabar mi turno. Les di ánimos y allí se quedaron intentando contactar con la compañía de alquiler del coche. Nunca volví a saber de ellos.
-Soy de nuevo Fortuna, se acuerdan de lo que les conté de ayer ¿Verdad? Pues tras un rato me entró la curiosidad y regresé. Los lamentos llegaron, Torcuato se retorcía de rabia, había orfebrería fina en forma de cuatrocientas fotografías, mucho esfuerzo, mucho encuadre, mucho cariño… que se habían perdido para siempre. De camino a Denver, la capital del estado de Colorado, para cambiar de coche relataba lo que les haría a los ladrones si los pillase. Carlos pensaba en que la suerte la tenemos si la cultivamos, pensaba en la lección que había aprendido en ese año 2006, en todo lo perdido antes del robo y en el robo, se acordaba de lo que había hecho los días que había comprado aquello, de que la mochila había estado en la playa de Galveston cuando pensaba que las cosas se podían arreglar, de que había ido a Cuba con él, de que el transistor había estado en infinidad de lugares, en los teléfonos que nunca podría recuperar, intentaba acordarse de fragmentos de las poesías que no llegaban a su memoria. Tuvieron la sensación de viaje terminado, Torcu estaba tremendamente apenado, Carlos con la cabeza a miles de kilómetros… conducía el granadino por la misma autopista que sólo dos días antes había sido cerrada por la nieve. En el aeropuerto cambiaron la furgoneta blanca, con dos mil quinientas cuarenta y ocho millas (cuatro mil setenta y ocho kilómetros) por otra igual, más antigua y de color gris, en el aeropuerto vieron conejos correteando por el aparcamiento y coches enterrados bajo la nieve. El tonto del sombrero se quedó sorprendido de una frase de Torcuato: “No le des vueltas, Carlos, tú no eres un poeta eres un relatador”. Pararon a cenar en Denny’s y tomaron la decisión de cruzar el estado de Kansas aquella noche, no había mucho que ver y además les haría recuperar el tiempo perdido con los trámites del robo para llegar a Kansas City por la mañana.
Pararon en Victoria para ver la Catedral de la Planicie a las dos de la mañana, hacía una noche estrellada y calurosa, cuatro grados bajo cero, se alternaron al volante. El loco sólo durmió una hora y lo lograron, mil kilómetros, mil.

24 de diciembre de 2006
Perdidos en el medio de una ciudad muy parecida a Houston pero más pequeña, amanecimos conduciendo y decidimos parar a descansar en el aparcamiento de una zona de oficinas sin saber donde estábamos. No encontrábamos la oficina de turismo, sólo veíamos hoteles caros y mis reflejos eran nada. Torcuato se quedó dormido y roncaba, yo me deshacia los sesos pensando en el potaje de mi madre, en quién coño me mandaría a mi estar en este país… eran las ocho de la mañana y no sabíamos que hacer, salí del coche a estirar las piernas y vi la señal de una cadena de hoteles baratos, el súper ocho y me dije: "coño, vámonos para allá y si podemos entrar en la habitación ahora dormimos un poco y allí preguntamos que sitios visitar en la ciudad". Racaneamos, cogimos un papel con el nombre y los teléfonos de otros hoteles, pero al final no encontramos nada más barato. Tuvimos la suerte de que la habitación estaba lista y encima nos dieron de desayunar ese día y nos darían al día siguiente y para los otros dos…. Cómo somos… nos acostamos pero no dormimos, nos pusimos a ver "Cocodrilo Dundee" en la tele, era la primera vez que la veíamos en versión original y es una película estupenda, a mí me encantan los acentos, escuchar hablar a la gente con acentos diferentes y esa película es genial para eso. Nos dio además conversación sobre la autenticidad de las personas… tras un poco de descanso nos marchamos, yo hice unas compras, un pantalón y una sudadera y de ahí a intentar encontrar un pueblo antiguo llamado Missouri Town, que no apareció. Después al museo del presidente H.S. Truman donde dejé mi idea de su decisión de lanzar la bomba atómica sobre Hiroshima y Nagasaki escrita en un libro que para tal fin estaba allí. Encontrar donde cenar fue una odisea, todo estaba lleno o cerrado y al final cenamos en un sitio horrible llamado Chili’s. Decidimos descansar un poco para después salir a dar una vuelta, nos echamos en la cama, y lo siguiente que recuerdo es que eran las ocho de la mañana y yo estaba dentro de la cama vestido, como dice mi tío Domingo: "los cuerpos no son tontos".
Nochebuena en cama, solo, como un extraño, nuevo en este sitio, de ciudad en ciudad me alejo de ti pero en cada lugar te vuelvo a encontrar y, joder, ya no sé si voy huyendo o hacia ti.

25 de diciembre de 2006
Soy el espíritu de la Navidad y me han pedido que os cuente como fue mi día. Lo pasé observando a dos tíos muy extraños, los chicos desayunaron y se llevaron desayuno para otro día más. Se marcharon echando chispas a intentar encontrar Missouri Town y dieron con ella pero estaba cerrada, así que se pasearon por el centro de la ciudad donde vieron edificios magníficos e incluso un museo sobre la música jazz, el barrio se llama 18th & Vine District, hacía tres grados de temperatura pero el aire les cortaba la piel, eran los únicos que estaban en la calles del barrio a aquellas horas. Y salieron de Kansas City hacia la autopista I 70 con dirección a St. Louis. De camino al del sombrero se le antojó ver un desguace de coches donde vieron algunas maravillas de cuatro ruedas clásicas, la temperatura subía pero también la fuerza del aire, hacía muuuuuucho frío, apretaba el hambre pero no había nada abierto. Al final una gasolinera QT les proveyó de la comida y la cena en mi honor, perritos calientes, burritos y fritos, alimentos saludables, ya sabéis. Desde que salieron de la gasolinera no hablaron mucho, la nueva furgoneta no tenía la radio digital y Elvis se había esfumado, Carlos vio un cartel publicitario que le llamó la atención: “Buckle up, because we care. Jones Funeral Home (Abróchatelo, porque nos importa. Funeraria Jones)”.
Y los dos pardillos llegaron a St. Louis y se dieron un paseo por el barrio pobre de al lado del Mississippi y les impresionó la belleza decadente de aquellos edificios, y encontraron un hotel barato con desayuno incluido, y pudieron leer los emails, y Carlos no encontró el que buscaba y Torcuato encontró la dirección que necesitaba para cerrar un negocio en Kentucky, y hablaron por teléfono, y cenaron las sobras del día anterior y lo comprado en la gasolinera, y Carlos se emborrachó un poco… y se enteraron de la muerte de James Brown, y Torcuato durmió, sí, como un bendito.

26 de diciembre de 2006
Soy el río Mississippi, soy caudaloso, turbio, estoy hasta en la sopa y ya he visto a este chico de Madrid cuatro veces. Los dos amanecieron en la ciudad de St. Louis, con dudas sobre quedarse o marcharse al siguiente destino. El alto se puso a echar fotos en mi orilla, en el Eads Bridge, también intentó sacar fotos al Gateway Arch, una especie monumento en forma de arco que corona la ciudad, como si fuese el nimbo de San Luis. Les atrajo tanto que al final se quedaron varias horas en la ciudad. Mientras Torcuato intentaba encuadrar, el de Madrid en uno de sus tontos rituales tiró una foto con una nota por detrás a mis aguas y se imaginó que llegaría al mar y quizá algún día alguien la leería, y pensaba Torcuato del loco, que quizá con eso sus dolores se alejarían.
Los chicos se subieron a una cabina diminuta y se metieron en las venas del arco, llegaron a los ojos y por allí miraron y miraron todo lo que pudieron, la ciudad les pareció tan inmensa como atrayente, un momento de altura, la vista invitó a Torcuato a sacar más fotos. Tras una visita breve al museo que había en los pies del monumento, se fueron a la catedral y aquello significó un hasta luego a la ciudad, pero decidieron volver a pasar unos días en ella en un futuro cercano.
De allí partieron a toda vela a Paducah, la ciudad de Kentucky donde el granadino cerró el negocio pendiente con algo de pérdida, lo que acrecentó aún más su eterno cabreo. Dejaron el pueblo tras la búsqueda infructuosa de un lugar recomendado para comer y pararon en el restaurante “Cracker Barrel” que conocían de una visita a Memphis. Uno no baña dos veces a la misma persona, la comida ya no era tan buena, pero se celebró el cumpleaños del alto, cinco días después, y en la sobremesa charlaron de la suerte y de los dolores de la vida.
La carretera les esperaba de nuevo, huele bien la carretera, es como brisa del mar, se cruzaron con un carro de un Amish en la oscuridad, conversaron sobre bodas y comuniones y los Amaya fustigaban al sufridor y divertían al conductor. El cansancio hacía mella y llegaron a Bowling Green donde encontraron el hotel más barato del viaje y donde vieron que la muerte del ex presidente norteamericano Gerald Ford quitaba el protagonismo a la de James Brown.
Cenizas a las cenizas, lágrimas saladas a mis aguas que llegan al mar.

27 de diciembre de 2006
Me llamo “Todo por nada” y soy una canción del grupo madrileño Burning, acompañé a los chicos durante el viaje que hicieron en este día que comenzó con la intención de visitar Mammoth Cave, las cuevas más grandes del mundo con más de quinientos kilómetros de galerías, la visita que querían hacer comenzaba a las 10:30 así que para hacer tiempo visitaron las ruinas cercanas de una antiquísima taberna, Bell’s Tavern.
Pagaron, bajaron y se decepcionaron, la ruta quizá no era la mejor, les enseñaron cosas que la mano del hombre había hecho a la naturaleza, alguien tuvo la brillante idea de montar un sanatorio para la tuberculosis allí abajo, una especie de hospital que fracasó rápido. El humo de las lámparas, de la cocina y del fuego para calentar las habitaciones empeoraba la salud de los enfermos. En las paredes había inscripciones de los moribundos, de músicos que amenizaban las cenas que allí tenían lugar para turistas antes de que la errónea empresa sanatoria tuviera lugar, de turistas desalmados…
Torcuato echaba en falta las fotos tomadas en la cueva de Carlsbad, las imágenes que su mente plasmó en forma de fotografía, le agobió el tener que ir en el grupo con la visita guiada. El tonto del sombrero directamente no existió, la imagen de estar hundido en aquella cueva y de que dentro estuviesen los restos de un hospital le dejó k.o., él hubiera querido estar al lado de una mesa de operaciones a miles de kilómetros, se sentía fuera de lugar, muy estúpido y cansado, tanto que tuvo que sentarse en dos ocasiones. Salieron y se marcharon a ver el museo de coches Corvette que hay en Bowling Green, mano del hombre directa, agresiva con la naturaleza, allí vieron motores, chasis, coches deportivos de inmensa belleza en ocasiones y tremendamente chabacanos en otras... un sitio sólo para fanáticos del tema.
Llegaron las dudas, quedaba poco tiempo y muchas cosas que ver, Carlos no tenía la cabeza para nada y dejó que Torcuato tomase las decisiones, comieron y se dirigieron a Lynchburg, Tennessee. De camino se metieron en el avispero de un atasco de tráfico en Nashville que les trajo recuerdos de tiempo atrás, por eso, en forma de homenaje, dejé mi sitio en el lector de CD a “Little Sister” de Elvis Presley, llegaron a Lynchburg a las 17:30 y el último tour en las destilerías de Jack Daniel's había sido a las 16:30. Volvieron las dudas, dormir allí suponía poder perder cosas que ver al día siguiente… Torcuato tomó la determinación de quedarse pero no en Lynchburg, un sitio minúsculo y con ley seca, sino en un pueblo que les recomendó la persona de recepción del único hotel del pueblo. Se marcharon a Tullahoma un pueblo a doce millas y se hospedaron en un hotel de otra población que estaba a la salida de aquel pueblo, Normandy. Tomaron unas cervezas en el London’s donde el mocerío del pueblo se les quedó mirando cuando entraron, las cervezas costaban sólo un dólar, pero no tenían ganas de desfasar. Regresaron al hotel y en la tele estaban poniendo “Desayuno con diamantes”, a la noche al inexistente se le rompió el mar de sus ojos miopes.

28 de diciembre de 2006
Soy Noel Webster, dueño actual de unos estudios de grabación de los que luego hablaremos, me han encargado que os narre las aventuras de un par de tipos con acento extraño que conocí el miércoles 28 de diciembre.
El día comenzó después de una noche agitada por una parte y descansada por otra, pero quien más sabe de esto es Billy el guía de la destilería, ¡Billy...!
-¡Qué pasa! En el tour número dos venían dos españoles muy simpáticos que hicieron un montón de fotos a los recipientes de maceración, al proceso de hacer el carbón vegetal, a las oficinas… parecían japoneses. El del sombrero de cowboy estaba muy interesado en todo el proceso, escuchaba con atención y disfrutaba del olor del licor destilándose y de la mezcla de granos que da a nuestro whiskey de Tennessee ese sabor. Se fijaron en muchas cosas, el de Granada supo que las cajas que se amontonaban en la planta embotelladora y que venían de Portugal tenían corchos dentro, el otro le dijo que ese licor se lo bebería de forma diferente desde ese día y tuvo un pensamiento de esos de filósofo de tres al cuarto: las bebidas espirituosas son medicina para el alma pero calientan el cuerpo, que se queda frío cuando los ángeles recogen a las que abandonan la morada, el licor se va de la botella como la vida de las personas.
Tras la visita les ofrecimos limonada, este es un condado con ley seca, así que en lugar de licor tomaron refresco. Salieron los primeros, parecía que llevaban mucha prisa se despidieron de mí amablemente, yo les conté sobre mi experiencia en Almería hace muchos años y no los volví a ver. Tenían que estar en Houston antes del mediodía del viernes, buena suerte, pensé.


Noel…
-Billy, gracias. Yo venía de comer como a las dos más o menos y veo a un tío con sobrero de cowboy y una camiseta muy chula que cruzaba la carretera como una flecha para meterse en una furgoneta gris con una cámara en la mano. Le hablé, le dije que si querían visitar los estudios y el tipo se puso a saltar de alegría. Después me comenó que venían de Lynchburg y que en un cambio de ruta se había dado cuenta de que podrían pasar por Sheffield (en Alabama) y que se le ocurrió pasar por allí a ver si los estudios seguían en pie. Para los que no sepan os diré que los Muscle Shoals Studios es un sitio que se abrió en 1969 en el que han grabado artistas como Willie Nelson, Paul Simon, varios grupos de soul y los propios Rolling Stones que se curraron el disco “Sticky Fingers” aquí dentro en el 69.
Entraron y les enseñé todo, Carlos se sentó en la mesa de grabación, tocó los pianos, los magnetófonos de cinta abierta, me hizo mil preguntas, disfrutó del olor rancio y flipó cuando le conté que Richards había tocado las guitarras para tres temas dentro del baño, que los Stones se habían hospedado en un hotel del otro lado del puente que cruza el río Tennessee… les conté que había trabajado con ellos en la gira del 89, que el edificio estaba lleno de basura cuando lo compré, que lo llevo yo solo y que pronto vamos a empezar a grabar de nuevo en ellos, los Alabama están interesados en repetir grabación aquí.
La cara de Carlos cambió durante media hora, es como si se hubiese olvidado de todo en esos treinta minutos, el otro tío, el alto, no paraba de sacar fotos: firmas en las paredes, instrumentos… me pagaron los diez dólares por cabeza que costaba la entrada y me dijeron que se iban a Tupelo a ver la casa de nacimiento de Elvis, les dije por donde salir y yo me fui disparado al pueblo a comprar unas cosillas… desde ahí no he vuelto a saber nada más de ellos, prometieron mandar las fotos a la página web pero a día de hoy no hay noticias....


-Ahora tomo yo el relevo Noel. Leéis a Dodge Caravan de Colorado, yo les puedo contar el final de la etapa de este viaje. Los cuellos de los chicos estaban hechos migas, nuestros asientos no son muy cómodos y de alguna forma tenían que pagar los excesos de la conducción, se resintieron durante buena parte del viaje pero lo “mejor” vino después, en los días post Odisea.
Los chicos llegaron a la casa de Elvis justo a veinte minutos de que cerraran, visitaron la pequeña vivienda, la tienda de souvenirs y la parte de fuera de una capilla que la verdad no pinta mucho allí, tras aquello se fueron a dar cuenta de un macbasura en un restaurante de comida rápida que estaba lleno de memorabilia de Elvis. La chica del mostrador fue muy amable con Carlos, su acento les delataba y les preguntó de dónde eran, si tenían familia en los USA... y les dio una bendición. Comieron y en la mesa de al lado otras dos mujeres de color de otros ciento cincuenta kilos les indicaron como llegar a la autopista que necesitaban y les dieron la bendición para llegar sanos y salvos a Houston aquella noche tal y como tenían planeado.
Se fueron dando el relevo cada dos horas, les quedaban doscientas millas para su destino y a ochenta de la ciudad más fea de Estados Unidos, en Jackson, hicieron el último relevo.
Llegaron a casa a las cuatro y media de la mañana hechos migas, con la sensación de haber vencido a los elementos, al sueño, al miedo… me descargaron con cuidado para no olvidar nada, dejaron las cosas en su casa y se acostaron. Carlos llamó a España primero y cuando se fue a dormir ya se veían rayos de luz. A las once y media de la mañana me dejaron en la casa de alquiler de coches y nunca más supe de ellos.
Ocho mil doscientos kilómetros, once estados (Tejas, Nuevo Méjico, Colorado, Kansas, Missouri, Illinois, Kentucky, Tennessee, Alabama, Mississippi y Luisiana), hasta veinticuatro grados bajo cero, la piel de las manos levantada y mil cosas más en catorce días de vacaciones navideñas.
Mr. Blue

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