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Era una batalla perdida desde la primera hora de la mañana. Todo por aquel hábito de competir por la medalla de oro a la existencia más triste y difícil, que le hacía extraviar veinticuatro horas de vida cada día. Pero no lo reconocía y todo era agotador, aunque no lo reconciera.
No podía ser madre y su sangre semita moría de pena, sin ella saber el porqué. Llevaba sangre semita, sí, pero no lo sabía, y aquello hacía de sus momentos de duda un infierno de ascuas que le abrasaban el vientre, de remordimientos y de buenas intenciones imposibles de llevar a cabo. Lo peor es que solían acabar en un estallido de lava en forma de envidia que le hacia apretar los dientes hasta el dolor. A todo el mundo la vida le sonreía, a Flori, Yavé, simplemente, la atormentaba como si de una fémina Job se tratase.
Quería ser dueña del mundo pero parecía que el suyo propio le quedaba demasiado grande; su arte amatoria era venusina pero no lo sabía. Para Flori la sensación de descontrol racional que traían sus corrientes de pasión (y que acababan en aquellos momentos de tranquilidad lunar que tanto le gustaban por poco explorados) la acababan convirtiendo en una pira, sus fuegos internos se escapaban y la hacían arder entre humos de sulfuro que salían de su cerebro.
La de Flori era una vida perdida, fácilmente recuperable, pero no lo sabía.
No podía ser madre y su sangre semita moría de pena, sin ella saber el porqué. Llevaba sangre semita, sí, pero no lo sabía, y aquello hacía de sus momentos de duda un infierno de ascuas que le abrasaban el vientre, de remordimientos y de buenas intenciones imposibles de llevar a cabo. Lo peor es que solían acabar en un estallido de lava en forma de envidia que le hacia apretar los dientes hasta el dolor. A todo el mundo la vida le sonreía, a Flori, Yavé, simplemente, la atormentaba como si de una fémina Job se tratase.
Quería ser dueña del mundo pero parecía que el suyo propio le quedaba demasiado grande; su arte amatoria era venusina pero no lo sabía. Para Flori la sensación de descontrol racional que traían sus corrientes de pasión (y que acababan en aquellos momentos de tranquilidad lunar que tanto le gustaban por poco explorados) la acababan convirtiendo en una pira, sus fuegos internos se escapaban y la hacían arder entre humos de sulfuro que salían de su cerebro.
La de Flori era una vida perdida, fácilmente recuperable, pero no lo sabía.
Mr. Blue
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