Monday, November 21, 2011

Email de Spike (19/04/2011)

Carlitos,
A lo mejor te interesa esta web...

http://frontera.library.ucla.edu/index.html
 
La mejor colección del mundo de discos cantados en castellano está en un sótano del este de la bahía de San Francisco, en El Cerrito (California-EE UU).
Son más o menos 130.000 unidades y aún están trabajando en el proceso de catalogarlas y digitalizarlas. Empezaron en 2001 y va para largo: hay miles de acetatos de 78 revoluciones por minuto, singles, elepés y cintas de casete que todavía no han sido fichados.
El tesoro -una lección de historia, dolor y alegría- se llama, con todo el sentido, The Frontera Collection (La colección de la frontera). La conforman la práctica totalidad de las grabaciones musicales de la fecunda música mexicano-californiana producidas entre 1905 y 1990.
Los discos fueron donados al Chicano Studies Research Centre por un hombre que merece un monumento: Chris Strachwitz, un preservador de las esencias.
Fundador en 1960 de Arhoolie Records, el emigrante Strachwitz (nacido en la Baja Silesia en 1931) se prendó siendo adolescente de la riqueza y amplitud de las músicas tradicionales que brotan en el suelo estadounidense.
Primero fueron el jazz y el blues, pero pronto se dejó llevar por el paladar de cada uno de los ingredientes, básicos o secundarios, de ese melting pot donde todo es bien recibido y se multiplica en otros guisos vernáculos: zydeco criollo, norteño chicano, working songs, lamentos negros, folk, blues sucio de burdeles, guitarras hawaianas…
Arhoolie nació de un capricho de fanático. Strachwitz estaba empeñado en grabar a su héroe, el bluesman texano Lightnin’ Hopkins. Como no tenía dinero para comprar el equipo necesario, vendió algunos de los tesoros de su colección de discos y se plantó en Houston (Texas), hogar de Hopkins. No pudo grabarle (aunque lo haría en el futuro), pero registró el primer disco de Mance Lipscomb, Texas Songster and Sharecropper (noviembre de 1960) y puso en el mercado 250 copias.
Desde entonces Strachwitz no se ha detenido. Arhoolie es una de las pocas empresas discográficas que merecen con justicia ser llamadas independientes: nunca se ha plegado a los dictados de la moda, deja que los artistas graben a su gusto y las ventas nunca han sido el objetivo final.
El éxito llegó tras dos golpes de suerte. El primero, la grabación doméstica (en 1966, en el salón de la casa de Strachwitz en una jam session regada de vino) del más popular alegato musical contra la guerra de Vietnam, Feel Like I’m Fixin’ To Die, de Country Joe and The Fish.
El segundo fue una (habitual) jugada bellaca de Mick Jagger y Keith Richards, que quisieron hacer pasar por suya, para ahorrarse el pago derechos, la canción You Gotta Move de su disco Sticky Fingers (1971).
Arhoolie demostró en los tribunales que el tema era de Mississippi Fred McDowell (que canta bastante mejor que Jagger, por cierto) y del reverendo Gary Davis. Cuando las cosas se pusieron feas, los inglesitos prometieron que pagarían regalías y enviaron a sus abogados para pactar un arreglo extrajudicial con lo único que les sobra: dinero.
Durante estas últimas cinco décadas, Strachwitz ha seguido practicando su pasión de adolescencia: comprar discos viejos con canciones nacidas de la tierra, el sudor y la sangre de los oprimidos y los dolientes. Así se fue haciendo con lo que hoy es The Frontera Collection.
El disfrute de la biblioteca sonora (que no tiene afán de lucro) puede ejercerse en línea. El único archivero, Antonio Cuellar (que también es músico: toca en el grupo de ska latino La Plebe), se dedica desde hace nueve años a digitalizar las canciones, etiquetarlas por género, artista, discográfica y palabras clave, escanear los discos y, cuando existen, las cubiertas. Aún le queda mucha labor por delante.
De gran parte de los artistas de este banco sonoro no existen referencias biográficas. Son aficionados o cantantes eventuales que cobraban diez dólares por grabar una canción para casas discográficas efímeras que pretendían colarse en el mercado de la música de baile norteña.
La riqueza tímbrica es pasmosa: han catalogado 2.600 géneros, algunos huelen a tierra desconocida: vals bajitos, tragedias rancheras, merequetengues, tokimbés, yaravis, tortilla music, chiviricos, orquidea porro…
También lo es la temática: ejecuciones, trabajos mal pagados y esclavizantes, desesperación, asesinatos por honor, adulterios, muertes accidentales, sucesos, abusos, dinero, suicidios, tiroteos, lamentos…
Música casi anónima convertida en crónica. Verdadera, sangrante. Purita historia, mano.
Spike

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