Tuesday, February 14, 2012

Santo y Johnny


Érase una vez un bar muy estiloso donde The Drunken Angels amenizaban con su música una preciosa tarde noche dominical de invierno en Houston.
Un tipo en la barra miraba como la luz de una bombilla alógena se reflejaba en su copa de vino blanco, absorto en la más absoluta y puta de las nadas.
Al poco rato notó que a su lado se sentaba una señorita vestida con una elegancia de estrella de Hollywood de los años cuarenta. No era muy alta, al contrario que la silla, pero solventó la dificultad con un garbo pasmoso y se sentó en ella de una manera muy sexy.
La miró cuidadosamente cuando no se percataba: iba vestida con un traje oscuro que al sentarse dejaba al descubierto unas piernas muy bonitas. Además parecía esperar a que algo ocurriese y él se moría de ganas de que le hiciera caso. En un momento determinado sus miradas coincidieron y se sonrieron, y  él se puso a hablarle de Django Reinhardt, sin saber que al día siguiente hubiera cumplido ciento dos años. 
La conversación era lenta pero amena porque el sonido de la música les hacía hablarse muy cerca. La charla era liviana, claro, pero intensa en intenciones. Las palabras fluían como el agua dulce de un manantial de montaña, y así iban pasando las canciones una tras otra hasta que ocurrió algo que lo dejó sin palabras:

Herb Remington puso su pedal steel al servicio de una vieja melodía del año 59 de los hermanos Santo y Johnny Farina.
Aquel era uno de los sueños de su vida, sabía que el destino los había puesto allí... tenía la banda sonora deseada, un ambiente de club inmejorable, una mujer de las de verdad sola a su lado... no podía dejar pasar aquella oportunidad, el hado le había hecho protagonista de la escena principal de la película. Así que se giró hacia ella y con la mirada más sincera de una vida ya sucia le dijo:
- “Siempre soñé bailar esta canción con alguien como tú. Sé que no tiene mucho sentido para ti pero... ¿Quieres bailar?”

Y no se sabe si fue el vino blanco que tomaban, o que ella sentía una cosa parecida, o que todos los astros del universo sideral se habían alineado en la posición idónea, o qué... pero ella dijo:
- “Sí”.

Y no importó que nadie bailase, que todo el mundo en las mesas estuviese cenando, o que los demás de la barra les mirasen pensando que eran un par de idiotas... El sintió la mejilla de ella en su pecho y se creció tanto que incluso parecía que sus casi inertes pies supiesen lo que estaban haciendo. Puso las manos de ambos en su corazón y se sintió el hombre más dichoso del mundo.
Las notas acompañaban el dulce aroma que desprendía y ella intentó decirle que quizá necesitaba una pareja de baile más alta... Pero no la dejó acabar la frase, le acarició los labios con el dedo índice para hacerla callar y sintió como su corazón se estremecía a la par que el suyo.
La canción terminó y aún tuvieron tiempo de hablarse al oído aprovechando la torpe disculpa del sonido voluminoso de los músicos, y él la besaba con la mirada.
Aquel tipo no sabía que hacer para parar el tiempo; intentó todo lo que estuvo en su mano, hasta implorar a Kronos, pero no hubo forma... no lo consiguió. Llegó la hora azulada, aquella en la que ella se tenía que marchar. La acompañó a su coche tratando de pensar en la forma de convencerla para que se quedase un rato más o para volverse a ver. Ni siquiera le iba a pedir la chaqueta que él le había prestado para no tener más remedio que quedar de nuevo, pero ella se la devolvió, lo miró y le dijo que le quería, con palabras y con un abrazo que valió mil de ellas. Un abrazo que lo dejó sin armadura y sin saber qué hacer porque algo se le derrumbó dentro.
Caminó despacio hacia su coche, cabizbajo y con las manos en los bolsillos,  pensando en teorías que iban más allá de su poder de sapiencia, debatiéndose entre la descorazonadora duda de si tomar un trago en el bar o hacerlo en casa.
Nunca más la volvió a ver.
Mr. Blue

1 comment:

Anonymous said...

NUNCA ME CANSARE DE OIR ESA CANCION. NUNCA... (GRACIAS POR RESCATARLA DEL FONDO DEL BAUL). SPIKE