
Tiró las toallas húmedas dentro de la papelera y todavía con la línea diagonal grabada en su retina fue a la nevera, cogió su bolsa y se dirigió al jardín central del edificio de oficinas en el que trabajaba.
Se sentó en un banco libre, abrió el papel de aluminio y apareció, victorioso, el bocadillo de todos los días: Pepino, queso brie, mayonesa, dos finísimas lonchas de roast beef y una pizca de mostaza de Dijon. Todo estaba situado a la perfección, tanto que aunque apretase las dos rebanadas de pan de siete cereales nada se saldría por los lados. Y allí estuvo sentado durante los treinta minutos que duró su pausa para comer, disfrutando de su perfecto bocadillo, esperando que apareciese, pero ella nunca vino.
Mr. Blue
(continuará)
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