Saturday, May 25, 2013

Días de nada (V)

Salió con sus zapatillas viejas, unos guantes del todo a cien llenos de arena seca, las herramientas de jardín y las gafas de sol. Miró a los tres metros por cincuenta centímetros de tierra que tenía delante de la ventana del salón y se puso a pensar en qué hacer, como si realmente aquello tuviera una solución.
Hacía tiempo que había quitado las sansevieras y las había devuelto a donde pertenecían, al interior, pero el resto no salía adelante. Los helechos se mantenían pero no medraban más, ni los potos, y las otras plantas no acababan de crecer en condiciones. Tampoco aquello tenía arreglo, pero él no lo quería reconocer y seguía aireando la tierra, haciendo canales para que el agua llegase bien a toda aquella superficie triste, podando, abonando, mirando... todo para nada. La tierra llevaba tanto tiempo inculta que ya nada podía crecer en ella, de hecho, era un milagro que aquello plantado siguiera vivo y con una salud relativa.

Se puso a remover la tierra de la superficie con el rastrillo mientras por la ventana del salón salían las canciones del disco del Rat Pack que escuchaba, ese  que le traía tan buenos recuerdos de una vida que aquellos años consideraba buena. Y tan metido estaba en su labor que cometió el error de no ver que se acercaba la vieja del perro y no se dio cuenta hasta que se puso a hablarle.

- Hola... ¿Arreglando las plantas? Su jardín se ve muy bonito, joven. – Dijo aquella septuagenaria que vivía sola con su perro y su gato.
- Sí... -masculló él, lamentándose de no haberla visto venir.
- Este es Frosty- dijo la anciana mientras tiraba de la correa del perro- un desalmado lo tiró desde el coche en la calle Greenridge justo cuando pasaba delante de mí. Es un perro muy dulce y bien portado... Lo he llevado al veterinario y está muy sano, un poco viejo pero muy sano y además se lleva muy bien con mi gato...
Sabía que aquella iba a ser una conversación interminable, lo sabía, había ocurrido tantas veces que era capaz de sabérsela de memoria, igual sabía que lo siguiente iba a ser que...

- No quería dejarlo en la perrera, me dio tanta pena, hay tanta gente perversa por ahí....

Justo las palabras que él iba pronunciando con sus labios en silencio mientras miraba al potos, pensando que aquello iba a ser como las otras mil veces y que nunca iba a terminar.
Pero, de repente, ocurrió algo milagroso: el teléfono empezó a sonar. Con la disculpa se despidió apresurado de la anciana y entró en la casa dejando fuera
todas las herramientas y los guantes tiradas en el suelo. Iba desesperado, con las zapatillas llenas de tierra húmeda sin habérselas limpiado en el felpudo, con ganas de responder, aunque no le gustase hablar por teléfono...
(Continuará...)
Mr. Blue

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