Thursday, June 03, 2010

La cuarta planta

Era el día, 28 de febrero, pero Toño no lo sabía. Para él el número no era nada, sólo era final de mes, llevaba dos días muy pendiente y por fin ocurrió. Desde el tragaluz de aquella planta baja vio como paraba un taxi delante del portal, salió corriendo de la portería de sus padres y subió por la polvorienta escalera de servicio hasta la cuarta, veloz, como si Hermes lo llevase, pero con el talón fuera de los escalones para no taconear y no despertar sospechas.
Ella llegaba de viaje, de uno de aquellos que a Toño le hacían imaginar sitios de los que leía en la enciclopedia antigua que le había regalado. Su padre estaría a punto de abrirle la puerta del ascensor, saludarla, darle el correo y desearle las buenas noches mientras la miraba, antes de que ella se diese la vuelta, de una forma que Toño no conseguía comprender aún pero que le hacía enfadar. La puerta de metal hizo aquel sonido tan reconocible para él y su respiración se aceleró, llegaba el momento.
Toño comenzó el ritual de todos los finales de mes: abrió la vieja ventana de madera, aquella a la que le faltaba uno de sus cristales y que daba al patio interior, después puso un pie en el poyete y sujetándose con sus pequeñas manos al tubo de metal del desagüe de los canalones, colocó ambos en una de las agarraderas de sujección de la tubería y desde allí, por entre las rendijas de la mallorquina, tenía una visión excelente de lo que pasaba en la habitación. Todo estaba a su favor: ya había anochecido, su madre hacía la cena y su padre estaba ocupado sacando la basura, nadie notaría que faltaba. El padre pensaría que estaba en casa haciendo los deberes y su mamá que el niño ayudaba al padre con las bolsas de planta en planta.
Todo aquello era muy confuso, de hecho no entendía por qué lo hacía. Cada vez tenía más dificultad en colocarse, era como si la ventana, el tubo y la agarradera se fuesen haciendo más y más pequeños. Tenía además la preocupación de que si se rompía la ropa su madre le pegaría y desde hacía tiempo le costaba más pasar los dedos por detrás de aquel tubo sin rasguñarse en la pared. No alcanzaba a comprender por qué algo dentro le pedía que mirase por entre las rendijas de aquella contraventana metálica. El corazón se le desbocaba, sentía un temblor en las piernas que le hacía tener que agarrarse más fuerte a la cañería, le recorría la columna una especie de corriente que terminaba en un sudor frío en la frente y después... aquella transformacion que sentía y que llegaba a ser tan incómoda, pero que le hacía tener una sensación que ninguna otra cosa le proporcionaba. No entendía nada pero allí estaba cada de fin de mes, como si una música dulce y suave lo atrajese a aquella ventana para ver como la señora se desvestía. No sabía el por qué, sólo que algo dentro le llevaba a estar allí.

Poisson d'Avril

2 comments:

La de la ventana said...

Maravilloso relato. Ese desasosiego de la mirada clandestina y culpable...

Me encanta.

María del Roxo said...

Lo bueno, si breve, dos veces breve.