Thursday, May 31, 2007

Abandono...

26/05/07
El caos vital se refleja hasta en la manera de preparar viajes, era el sábado por la mañana y todavía no sabíamos donde íbamos a ir. Torcuato se había ido a Boston con Melody Nelson, Quinín iba a ser el compañero de viaje esta vez pero por como terminó la semana en el cole no pudimos apenas hablar, así que tras una noche de esas habituales de ojos abiertos, a las once y media de la mañana decidimos hacer una ruta por pueblos abandonados. Salimos de Houston a la una y media bajo una lluvia torrencial, merde!
La primera parada la hicimos en Hempstead, cerveza, algo de picar y cigarrillos con las ganas de pasarlo bien bien cargadas, salimos y llegamos al primer pueblo de los marcados en la ruta: Winkelmann. Winkelmann esta lleno de edificios antiguos (aproximadamente unos cien años) pero probablemente reconstruido. La parte de detrás estaba llena de viviendas semi habitadas, con alrededores llenos de carros de golf desguazados, botellas, ruedas… que hacían el paisaje un tanto desagradable, en el centro del pueblo había una especie de charca con una pasarela de madera hundida en el medio del agua de color verde no esperanza. De los edificios antiguos llamaba la atención el salón, que por dentro todavía tenia lámparas, taburetes, barra y escaleras sacados de una película del oeste. Me agradó mucho este sitio, Quinín no paró de disparar con su camaraza y parecía que el primer paso de esta excursión hiciese que el resto prometiera.
La segunda parada fue en Independence un sitio histórico tejano, allí Samuel Houston tuvo una casa, había cabañas, ruinas de una universidad… dimos un paseo y encontramos unas tiendas en las que se vendieron/venden (?) antigüedades. Al lado de una de ellas había una pick up Ford de los años 50 que nos volvió locos, estaba impecable pero sin pintura y sin asiento, lógicamente fue objeto de los disparos del francotirador fotográfico Freire, me metí por los almacenes de las tiendas a ver zarrios y además a comprobar lo que son las pulgas. Lo que faltaba que me ocurriera en este país: que me picaran las putas pulgas… eso trajo muchas risas, muchas y yo todavía me rasco el brazo, por suerte me di cuenta a tiempo y me espulgué. Allí mismo, en el parque que rodeaba las ruinas nos reíamos mientras tomábamos cervezas, algo prohibido por otra parte. Putas pulgas… me habían picado las pulgas… no vale toda la mala suerte que he tenido, todo el daño que he hecho, el que me he hecho yo… no, no… no es suficiente… alguien decidió que, además, me tenían que picar también las putas pulgas… joder.

En el propio pueblo vimos una plantación de rosas, por aquí hay rosas salvajes, de esas de pueblo, sí, que huelen bien y son puras, con colores naturales en pleno esplendor, de esas a las que no sueles hacer caso y que pinchan como espadas. Salimos de allí tras otra sesión de fotos con calavera de cabra incluida y nos dirigimos a Somerville. Dimos unas vueltas por el pueblo viendo como el policía local se hinchaba a poner multas por exceso de velocidad, lo vimos parar al menos a seis coches… acabamos en un restaurante especializado en carnes de vaca y cuando vi el tamaño de los solomillos que pedimos me quede paralizado, sólo la visión de aquello me quitó el hambre. Probablemente pesarían un kilo y medio cada uno, el gallego dio cuenta del suyo y se acabó lo que yo no pude comer y después, con “dos cojones” pedimos postre, para que nos diera una trombosis, vamos…
Buscamos hotel, vimos algo de tele y Quinín se quedo dormido dejándome a mí en compañía de Forrest Gump, y mientras el corría yo escribía esto.
Salimos por el pueblo y el único bar con el que dimos se llamaba el D’s Bar & Grill, (http://www.dsbarandgrill.com/) penoso, un local apuntalado, con una clientela de seis personas… así que bebimos cerveza y perdí al billar tres a uno por la módica cantidad de cuatro dólares. A dormir, al menos eso pensé hasta que los trenes empezaron a pasar por la noche y comencé de nuevo a pensar en un mal de ojo, ¡Qué agonía, Dios!

27/05/07

Desayunamos en el hotel y nos acercamos al lago que hay en Somerville, pero el día era gris y oscuro, así que nos marchamos en dirección a Washington-on-the-brazos. En ese momento me di cuenta de lo que estaba echando de menos, la música; el coche de Quinín lleva casete y, claro, ya nadie tiene cintas. Las radios tejanas no son las mejores del mundo… peeeeeeeeeero, di con una emisora en la que ponían soul y eso me alegró el alma un rato, pese a las acusaciones del gallego que aseveraba que me estaba haciendo negro.
Paramos en un rancho a hacer unas fotos y una simpática mujer que también vive en Houston paró su cortacésped John Deere y se puso a hablar con nosotros, nos invitó a pasar a ver el palacio que había dentro del rancho y que fue casa del ultimo presidente de la republica de Texas, había cabañas bellísimas, ruinas de otras, mosquitos… Quinín hizo unas fotos preciosas y yo me acordé tanto del doble de Serge Gainsbourg como de Melody, que se lo debían estar pasando también de puta madre porque con ambos se viaja de cine.
Llegamos al parque natural Washington-on-the-brazos pero empezó a llover a cántaros y no paraba así que nos metimos en el museo que hay en el propio parque y no hicimos ninguno de los senderos de las rutas. Muy bueno, Texas tiene mucha historia y los museos están muy bien trabajados, hicimos fotos de risa, con sombreros, tocando tambores indios… yo tenía un hambre canina, llevaba sin fumar todo el día y la nicotina ya es casi mi única dieta si lo miramos bien…
Dejamos el museo y nos fuimos a comer barbacoa a ‘The Ranch’ un restaurante antiguo que funciona desde 2006 (más risas…), Quinín sentía que incubaba la gripe y sólo estábamos a dos horas de Houston así que decidimos que nos volvíamos para que se medicara y comenzar mejor el Lunes, con mejor tiempo quizás, y ya con el gallego dopado con frenadol.
Tuve noche intranquila, achilangada, y madrugué además, pero me sentía mejor, mucho mejor.

28/05/07
Salimos de Houston a las nueve cincuenta con dirección al pueblo fantasma de Swanthout cerca del lago Goodrich, de camino, Quinín paró a ver una yegua con su potrillo de pocos días, me puse unas pastillas de menta en la mano y la llamé, no hizo falta insistir mucho, estaba acostumbrada al azúcar porque se acercó enseguida, volví a tener la sensación de lengua de caballo en la palma de la mano, algo que hacía mucho que no sentía y Quinín tomó fotos del suceso. El olor a caballo me recordó a algo gracioso que me pasó el Domingo por la noche, dichosos jaripeos… también paramos en un cementerio muy, muy kitsch, con lápidas con forma de corazón y cosas por el estilo.
Dimos con el pueblo, que tenía algún edificio abandonado pero poco más, gracias a la indicación de una mujer que estaba en la oficina de correos.
Era la hora del Ángelus que Quinín y yo siempre santificamos con una cerveza, al menos, en este punto del día lo más cercano era un restaurante mejicano-norteamericano llamado El Burrito, donde para poder tomarnos dos Coronas tuvimos que pedir la media docena de tamales más malos que boca humana haya probado alguna vez, como dijo Quinín “Ta-males”. Le hablé entonces de Doña Tere, el restaurante con los mejores tamales de Houston al que Tania me llevó un día y pensé en las buenas cosas que me están pasando últimamente, y en las ganas que tengo de desaparecer del sitio en el que vivo.
Salimos en dirección al condado de Livingstone y dimos con Manning un antiguo pueblo maderero en el que sólo queda la casa del dueño de la serrería, un palacete precioso de dos plantas que nos trajo descanso, un columpio y encontrarnos con un tipo de las cercanías que nos recomendó Nacodoges, el pueblo más antiguo de Texas. Previamente habíamos preguntado por cosas que ver a un tío que el gallego describió así: “a ese elemento lo agitas y caen bellotas” Jooooooooooder… no se podría haber dicho mejor…
De camino a Nacodoges pasamos por Lufkin en el que vimos un cartel al lado de una iglesia que decía así (no se puede traducir, lo siento): “Walmart is not the only saving place”. Es curioso comentabámos Quinín y yo que en esta parte de Texas te encuentras más templos que personas, real como la vida irreal misma.
El pueblo de Nacodoges es de película, precioso, pero su vida parece de película de zombis, los únicos seres vivos que vimos fue un par de bomberos y gente que pertenecía a una iglesia dedicada a recuperar yonquis para la vida normal, ex toxicómanos que pululaban por allí sin nada que hacer. Muchas antigüedades, edificios viejos de ladrillo, nadie en la calle, ningún bar… tenía somnolencia y mal sabor de alma, así que nos marchamos de allí y paramos a comer en uno de esos restaurantes delicatessen llamados “Wendy’s”.
Nos dirigimos al condado de Joaquín, que así se llama mi compañero de viaje esta vez y gran amigo en la mayoría de las ocasiones, hicimos fotos a todos los carteles, algunas eran de auténtica coña. Nosotros estábamos secos, el coche también, no veíamos gasolineras ni encontrábamos el pueblo fantasma de Haslam, se nos agotaba el depósito pero al final dimos con gasolinera y con el pueblo, aunque de fantasma nada, era un pueblo pequeño sin ruinas. Dios aprieta pero no ahoga cuando voy con alguien, cruzamos la frontera con Luisiana y el pueblo que vimos, Longsport, era bien bonito también, más tiendas de antigüedades y edificios viejos. De vuelta a Joaquín paramos en el restaurante “Rancho Grande” con intención de abrevar peeeeeeero, resulta que Joaquín es un condado “seco” nada de alcohol, y la cara de Joaquín Freire fue la de un niño que pide huevos fritos y cuando se los sirven se da cuenta de que la yemas están cuajadas y no se puede mojar pan en ellas, prometió poner una queja por escrito y conociéndole le creo… En el restaurante una familia de rednecks nos dio explicaciones de como encontrar sitios que fotografiar, el problema es que cada uno daba direcciones a un sitio distinto y hablaban todos a la vez. Fue gracioso, nos recomendaron Center, a unas trece millas, y allí fuimos. El pueblo tiene el centro lleno de edificios de ladrillo, los típicos que vimos durante todo el viaje, en un parque vimos el final del homenaje a los veteranos de guerra, ese era el fin de semana llamado del “Memorial Day”, no llegamos a la salve de disparos por muy pocos minutos, lo que hizo lamentarse al gallego con un sonoro: ¡¡Me cago en Rusia!!
Lo intentamos, de veras, pero tampoco había bares en ese pueblo.
El siguiente con la luz del dia marchándosenos entre los dedos fue St. Agustine (Texas), otro downtown (centro del pueblo) tan bello como solitario y una misión que estaba cerrada, muy cerrada: Misión Dolores.
Pasamos por dos pueblos más, Jasper y Kirbyville y nada, nada… ni un solo bar; en el segundo encontramos el Motel Gateway y allí nos tomamos dos cervezas que Quinín llevaba en la nevera en el coche… sólo en la calle de Madrid en la que viven mis padres hay más bares que en los pueblos que recorrimos en tres condados diferentes, pásmense.
Dormí profundamente agotado.

29/05/07
Dormía profundamente y soñaba, y soñaba que Willie Nelson cantaba “Angel Flying Too Close To The Ground” y el sueño era agradable pero demasiado real, como si Willlie me estuviese cantando de verdad en la habitación del hotel, abrí los ojos y resulta que Quinín estaba viendo una película en la que salía el propio Nelson cantando el tema, otra vez se habían mezclado realidad y ficción, otra vez a punto de morder la zanahoria… era la película Honeysuckle Rose, Willie no cantaba para mi, claro…


Desayunamos en Sonic, un drive in, el primero desde que vivo en este país, nos hicimos unas fotos en la gasolinera abandonada de delante del hotel y a las 9.40 cogimos la 96S con dirección a Buna. La idea era pasar todo el dia en Port Arthur, llovía a mares, el paisaje era siempre igual, y hablábamos de anécdotas de Caldas de Rey mientras que en la radio sonaba country moderno. El mundo es un filón pero Caldas de Rey es un sitio tan peculiar por los personajes que allí viven que no hay forma de describirlo, una de las anécdotas de una noche fue un tipo de origen alemán que entró en una pastelería pidiendo que le pesaran el miembro, la respuesta de la dependienta fue también de órdago: “sácame el miembro de ahí….” Ya le pediré a Quinín que os la cuente un día.
En Port Arthur había una tormenta eléctrica de impresión, caían rayos y centellas, dimos con el centro de información al turista que se había llevado por delante el huracán hacía un par de años más o menos así que entramos en la biblioteca pública. Allí una “linda” señorita se quedó prendada de mi acento extraño y voz grave cazallera (con risas y puyazos de Quinín hacia mi persona incluidos) y nos indicó como llegar al museo de la ciudad. Llovía tanto, pero tanto… que las calles estaban inundadas, tanto que Quinín por seguridad cambió de carril varias veces para evitar los charcos oceánicos.
Llegamos al museo, lleno de memorabilia dedicada a personajes famosos nacidos o criados en Port Arthur y cercanías, lógicamente la hija mas ilustre de ese pueblo fue Janis Joplin, allí había una colección de cuadros pintados por ella, algunos trajes, objetos personales y su Porsche, su Porsche… se me cumplió otro sueño musical, me acordé mucho de Torcuato.
La ciudad tenía un aspecto muy pobre y desolado, llegamos muy cerca de las refinerías que parecían de película de ciencia ficción, el olor químico se te metía en el cerebelo, pasamos a través de un puente y llegamos a una isla llamada Pleasure Island, dimos con su puerto deportivo pero más de lo mismo, ni un alma en la calle, ni un sitio de ocio común en el que encontrar almas solitarias o solitarias con compañía. Nos marchamos de allí, yo con una foto que no puede sacar por lo que llovía, la refinería vista desde cerca, un mundo diferente y fascinante, y Quinín loco por hablar con su familia, durante la mayor parte del viaje no tuvimos cobertura.
Carretera y manta de agua, llegamos a un pueblo llamado Anahuac, la capital del caimán del estado tejano, y allí, después de comprobar que no había nada, paramos a comer (carne) en un restaurante llamado “The Wooden Spoon”, una delicia muy bien cocinada, se acababa el viaje y empezó a hacer un calor tremendo, ya sabéis si algo puede salir mal sale mal y si además el destino me puede joder un poco ¿Por qué no? En ese pueblo tampoco pudimos tomar una miserable cerveza, ese día no santificamos las fiestas y la hora del Ángelus pasó como cualquier otra.
De lo que ocurrió desde que volvimos a la autopista 10W dirección a Houston hasta que me acosté esa noche no me acuerdo muy bien. Sólo sé que el coche de Quinín marcaba en su cuentakilómetros ochocientas treinta y cuatro millas, casi mil trescientos veintiséis kilómetros y que teníamos unos cientos de dólares menos en el bolsillo.
Ite Missa Est.
Mr. Blue

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